viernes, 21 de abril de 2017

FÁBULAS


Aunque sus raíces se hunden en el mundo clásico, con el griego Esopo y el latino Fedro a la cabeza, quizá la consideración general de la fábula es la de ser un género menor dentro de la historia de la literatura, que disfrutará de un espléndido renacer en el siglo XVIII con Félix María Samaniego y Tomás Iriarte en nuestro país, herederos de una amplia tradición que tiene como referencia al mundo clásico, a la literatura didáctico-moral de la Edad Media (‘Libro del Conde Lucanor’ o el ‘Libro de buen amor’), a la literatura paremiológica y de emblemas renacentista y al francés Jean de la Fontaine. Porque las fábulas no son nada más y nada menos que, como define el diccionario de la RAE: “breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica o crítica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados”. Pero lo que ya no sabe tanta gente es que el género, lejos de desaparecer con los ilustrados dieciochescos, alcanzó un esplendor inusitado a lo largo de la centuria siguiente, el siglo XIX, con colecciones dirigidas especialmente al mundo infantil para su formación académica y, sobre todo, moral, con lo que la intención didáctica, consustancial al género, no solo se mantenía sino que incluso se intensificaba. Y como paradigma de esta literatura para niños y niñas puede citarse ‘El libro de los niños’ (título elocuente), obra de la que se publicaron más de setenta ediciones, de Francisco Martínez de la Rosa, el famoso dramaturgo romántico (‘La conjuración de Venecia’). Todo un éxito de ventas. Y ya que el género estaba de moda, otros escritores lo aprovecharon para adoctrinar moral y religiosamente al público adulto, mucho más necesitado de estos mensajes o sermones que la tierna infancia; y así nos encontramos con los ‘Solaces poéticos’ de la marquesa de Pardo Figueroa, hermana del célebre asidonense Doctor Thebussem, cuyos versos hacía imprimir para recaudar fondos destinados a obras benéficas. Pero también las fábulas decimonónicas sirvieron para criticar y exponer a la pública vergüenza vicios y malas costumbres de la época que son, al fin y al cabo, los mismos en todos los tiempos, y los nuestros no son en este sentido y por desgracia una excepción. Pongamos un ejemplo tomado de la ‘Historia de la Literatura Española. Siglo XIX’ (tomo II, Espasa, coordinada por Leonardo Romero Tobar). El escritor Fernández Baeza critica en su fábula del perro y el gato cómo los gobernantes no cumplen las promesas hechas en las elecciones y  se enriquecen a costa del erario público, y tanto la oposición como la prensa, que tienen a su cargo denunciar los abusos, dejan de hacerlo cuando les conviene: “A cuantos como el perro he conocido / que lanzando al Gobierno ataques rudos / un trozo de turrón los dejó mudos”. Intemporal. José López Romero.


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