sábado, 21 de mayo de 2016

ADELANTADOS

“Que a todo hombre viviente, / en cualquiera lugar que haya nacido, / sea iroqués o patagón gigante, / fiero hotentote o noruego frío, / o cercano o distante / le miro siempre como hermano mío.” Cuando uno lee estos versos de José Cadalso (“Sobre no escribir sátiras”), el gran ilustrado que ejerció tan poderosa como benefactora influencia sobre poetas como Meléndez Valdés o el mismo Jovellanos, no puede por menos que pensar en la rabiosa actualidad de su mensaje, a pesar de los más de dos siglos de distancia y, lo que es más grave, lo poco o lo “casi nada” que ha evolucionado o, lo que es peor, cuánto ha retrocedido este mundo de nuestros pecados cuando seguimos planteándonos si todos los que vivimos en él debemos considerarnos hermanos, al margen de geografías distantes o cercanas, de religiones o de razas. No otra respuesta que los versos de Cadalso piden de nosotros la grave situación de los refugiados que huyen de sus países en guerra, o la cantidad de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas en esos ataúdes humanos a los que llaman pateras. Y de la misma manera, si leemos la oda “El fanatismo” de Meléndez Valdés, comprobamos en sus versos el lamento del poeta por la irracional y sangrienta manera de entender las religiones, sean antiguas o modernas: “Y, ¡ay!, en nombre de Dios gimió la tierra / en odio infando, en execrable guerra”. No otra imagen que la que Meléndez recoge en estos versos nos están dejando los continuos atentados que en nombre de un Dios hecho para el odio y la destrucción asolan países y el nuestro, por desgracia, no ha sido una excepción. Y de nuevo la pregunta es obligada: ¿es que no hemos evolucionado nada? ¿es que lejos de mejorar, realmente hemos empeorado? Cadalso murió en 1782 en el asedio a Gibraltar, y Meléndez Valdés murió en su exilio de Montpellier, una víctima más de la invasión napoleónica. Hoy las obras de Cadalso y de Meléndez Valdés siguen siendo un ejemplo de lo poco que ha aprendido el ser humano. José López Romero.

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