viernes, 1 de abril de 2016

CLÁSICOS

Revisando estos días la obra de Miguel de Cervantes, sobre todo su producción teatral, aunque hace unas semanas había iniciado la relectura de El Quijote, y el año pasado ya me las tuve con sus Novelas ejemplares, cada vez que me encuentro con un clásico (y este señor del que hablo lo es por excelencia), más convencido estoy de que la lectura de estos autores, tan alejados de los tiempos que hoy corren, es un ejercicio no reservado ni indicado, me atrevería a decir, para todos los lectores, por muy buenos y constantes que estos sean. Y no se me entienda esto como un gesto de presunción, más lejos de mi intención y de lo que aquí quiero exponer. Como tampoco se pueden leer sus obras en la primera edición que encontramos o le echamos la mano en una librería o una biblioteca. La lectura, el uso y disfrute de nuestros grandes escritores y sus obras, cuanto más distanciados en el tiempo exigen de un conocimiento previo en aspectos filológicos que sobrepasan a buena parte de la población lectora activa. Pongamos el caso de nuestro ilustre príncipe de las letras, ya que estamos de efemérides. En cuanto a ediciones que las librerías ponen a la disposición de la ciudadanía, la más actual sin duda son las que está editando la R.A.E. en su Biblioteca Clásica, colección en la que lleva editadas de don Miguel La Galatea, El Quijote (por supuesto), las Novelas ejemplares, los Entremeses y las Comedias y tragedias, y ya se anuncian Viaje del Parnaso y poesía completa y El Persiles, para completar toda la obra. Sin embargo, estas ediciones, fiables donde las haya, son muy engorrosas de leer por el aparato de notas de que se acompaña; notas que son necesarias para la aclaración de expresiones, vocablos o cualquier pormenor digno de información, pero que entorpecen la lectura, sobre todo las dedicadas a variantes textuales. De acuerdo con esto, más recomendables son otra ediciones que solo recojan esas notas aclaratorias que el lector agradece y no le interfiere, sino todo lo contrario, su lectura. Y para ello ediciones como la de Clásicos Castalia o Cátedra, por ejemplo, (¡además de mucho más económicas!), son sin duda más accesibles. Pero, incluso con una buena edición en nuestras manos como las que acabamos de citar, hay que reconocer que el grado de dificultad de la lectura de un clásico sigue siendo alto, sobre todo porque nuestro castellano dista ya mucho de aquella lengua, compañera del imperio, a cuyo esplendor contribuyeron nuestros grandes clásicos. ¿Estamos, por tanto, condenados a no entenderlos y, en consecuencia, a no leerlos, o que los lean solo los que los entiendan? Ni mucho menos, sino todo lo contrario. La recomendación sería empezar a leer clásicos como El Lazarillo, La Celestina, y si queremos rendirle nuestro homenaje particular al gran Cervantes, buenas son las Novelas ejemplares, novelas cortas, entretenidas, con las que cualquier lector o lectora disfrutará sin duda, disfrutará de un clásico en estado puro. ¡Y sobre todo: absténganse de modernizaciones! José López Romero.

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