sábado, 20 de febrero de 2016

ISABEL II, DE PASEO POR JEREZ

Las provincias andaluzas encierran en su seno fuentes inagotables de riqueza, que si hoy dan frutos abundantísimos, los prometen más cuantiosos aún en el día en que ciertas trabas desaparezcan y se pongan por obra todos los proyectos, cuya realización reclama imperiosamente su creciente estado de prosperidad”. No es ninguna broma, sino la opinión del poeta gaditano Arístides Pongilioni, uno de los dos cronistas del viaje de Isabel II a nuestras tierras: “Crónica del viaje de SS.MM  y AA.RR  a las provincias de Andalucía en 1862”, publicado por Gautier al año siguiente en Cádiz. El otro cronista es el político y escritor sanroqueño Francisco M.ª Tubino, con un título casi idéntico para una obra publicada aquel mismo año en Sevilla. Algo más realista este último, se atreve a decir que “Andalucía es una demarcación poco o mal conocida en la Corte. Ya se atribuya a la falta de comunicaciones fáciles… ya a la incuria de nuestros hombres influyentes… lo cierto es que se han venido sosteniendo juicios poco favorables a nuestros conciudadanos… Andalucía no ha sido mirada con el debido interés por las administraciones, viviendo casi siempre relegada en la noche del olvido”. Pongilioni, siempre más positivo, alaba la visita regia como “el principio de una nueva era de prosperidad, en que proyectos de
transcendental interés… llegarán a ser una brillante realidad, dando impulso poderoso al desarrollo de los grandes gérmenes de riqueza que atesora esta privilegiada parte de la Nación”. Bueno, don Arístides, sepa usted que hubo desarrollismo, eso sí, pero desarrollo lo que se dice desarrollo…, tan solo en la Sierra Norte de Sevilla… El resto, casi sumido en el Ancien Régime.  Sea como fuere, nuestra poco agraciada Reina  (aunque no por ello menos fogosa), se puso en marcha un 12 de septiembre de 1862, entrando por Jaén y llegando a Jerez,
procedente de Cádiz, el 3 de octubre. Los jerezanos, que habían soltado “veinte mil duros” para costear el soberano paseo, la acompañaron en masa por donde quiera que se desplazase, pues con más de sesenta coches, la comitiva regia no pasaba precisamente desapercibida. Hasta se colocó un arco de triunfo en plena plaza del Arenal, como se observa en la ilustración. El alcalde José María Izquierdo Peñasco, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pidió a la Reina protección para el proyecto de la traída de aguas de Tempul. La soberana accedió, si bien a la terminación de las obras en 1869, “La Gloriosa” ya la había enviado de excursión eterna a París, donde sin duda siguió explotando sus dudosos encantos terrenales. No son muchos los centros que tienen estas crónicas en su poder: la Biblioteca de Andalucía en Granada, la de Cádiz, además de hallarse en otras bibliotecas de Asturias, León o Navarra. Por supuesto, en el Legado Soto Molina de la Biblioteca de Jerez no podía faltar prueba de tan singular y elevado periplo. NATALIO BENITEZ RAGEL.

MUY CARO

De entre los cientos de miles de escritores, millones incluso, que la historia, en ese ejercicio de justicia tan poética como implacable, ha ido abandonando en las cunetas del olvido con el correr de los tiempos, como cadáveres sin nombre apilados en estremecedoras fosas comunes, uno queremos recuperar, rememorar, aunque solo sea por unas líneas, a modo de rebelión contra la tiranía de esa historia que, para lamento de muchos, pone a cada cual en el lugar que le corresponde. Don Vicente Fernández de Rebolledo y Meneses, segundón de una antigua familia que disfrutaba de medianas y acomodadas rentas en un pueblo cercano a Toledo, no halló, según fuentes no dignas de mucho crédito, medio más adecuado para medrar en la corte donde reinaba, sobre el propio rey, don Manuel el choricero, que las letras. Un más que mediocre “Panegírico o lección filosófico-moral sobre todas las bellezas y virtudes que adornan a nuestro príncipe de la paz”, que le hizo llegar a Godoy, le valió de inmediato el favor de este y un lugar de privilegio en el círculo más íntimo y estimado por el dueño, en aquel turbulento final del siglo XVIII, de España. Y con el favor del privado, su propia riqueza, el lujo, las fiestas, el despilfarro y la protección de sus amigos y allegados, que iban medrando a la par que el escritorzuelo, enriqueciéndose con él en la misma medida que se esquilmaban las arcas públicas. Todo un ejemplo de los tiempos que ahora corren ¿o son los mismos tiempos y los mismos infames personajes? Se cuenta, finalmente, que don Vicente Fernández de Rebolledo y Meneses, exiliado en Orthez (sur de Francia), y agonizante de tuberculosis, olvidado de todos, pobre hasta la miseria y repudiado por su propia familia, llegó a escribir, en un alarde de cinismo estas palabras como si de su epitafio se tratara: “muy alto precio he pagado por mis escritos”. El olvido, del que no lo salvarán por fortuna estas líneas, es su justa tumba y su única recompensa. José López Romero.      

sábado, 13 de febrero de 2016

IN MEMORIAM

Cuando terminaba de leer novelas como Calle de las tiendas oscuras o Dora Bruder o incluso En el café de la juventud perdida de Patrick Modiano (Premio Nobel de Literatura de 2014), mi reflexión era siempre la misma: ¡cuántas vidas se entrecruzan en nuestras vidas!, hasta el punto de poder reconstruir la existencia de una persona a través de las vidas de los demás, a través de ese laberinto o tela de araña que supone el contacto o simplemente el roce de unos con otros: los clientes habituales del bar en el que sueles tomar el primer café de la mañana y con los que esporádicamente entablas una conversación; los dependientes de la tienda en la que compras los alimentos; tus compañeros y compañeras de trabajo… innumerables son las situaciones como incontables las personas a las que conoces y que te conocen. Pero hay vidas, personas cuyo contacto se estrecha y pasan a formar parte importante, fundamental de nuestra propia vida: los amigos, la familia y, en el caso por lo que esto escribo, mi cuñada Encarna. A la manera de Modiano, aunque no en ese “café de la juventud perdida”, sino en una biblioteca (no podía ser de otra manera) conocí a las dos hermanas un verano en que decidí leer todo lo que pudiera encontrar de la Generación del 27, y ellas arrastraban la pesada tortura de alguna asignatura pendiente que debían aprobar en septiembre (seguramente Matemáticas o Lengua y Literatura). Aquellas dos niñas, porque en aquella época con 15 o 16 años todavía se tenía la mirada limpia de las niñas (la mirada celeste de Mercedes), se cruzaron en mi vida para no abandonarla más. Pero el pasado miércoles, día 20 de enero de 2016, se rompió el hilo que me unía a mi cuñada Encarna. Fue durante sus buenos años una lectora compulsiva de novelones de muy variada procedencia y más que dudosa calidad, pero entendía que la literatura debía ser un entretenimiento sin mayores pretensiones, lo que es muy respetable; y era, por ese amor fraternal que nos profesábamos, una lectora fiel hasta la devoción de esta página, cuyos artículos siempre despertaban algún comentario que me pasaba por el brezo que dividía nuestras casas. Como en las novelas de Modiano, con mi vida y la de mi mujer se puede con todo detalle reconstruir la existencia de mi cuñada, y en nuestro corazón pervive, como en el de sus hijas y en los de mis hijos, que eran como suyos. Cuando celebrábamos el final del año 2015 y saludábamos la entrada del 16, nos besamos, nos abrazamos y siempre nos decíamos “te quiero mucho”; no sabía, aunque me lo temía, que quizá aquel fuera nuestro último beso y nuestro último abrazo, pero nunca será el último “te quiero mucho”. Descanse en paz una mujer buena, que perdió en sus últimos años el brillo, la alegría de su mirada limpia; descanse en paz mi cuñada Encarna, mi querida hermana. In memoriam. José López Romero.  

DE CARO BAROJA A SABINA

Hace algunos años recorría una exposición situada en la galería de exposiciones de la Biblioteca Municipal, y que tuvo cierto eco en la ciudad. Recogía una muy completa muestra de los dibujos que el gran Julio Caro Baroja realizó a lo largo de su vida. Julio Caro, como sabemos, fue uno de nuestros más destacados etnógrafos y antropólogos y su obra sigue siendo objeto de consulta por las nuevas generaciones de especialistas. Pero Julio, a modo de divertimento y  sin darle mucho valor, también dibujaba en sus ratos de ocio o cuando el trabajo de investigación lo abrumaba, y así sin pretenderlo sus aparentemente fantasiosas y distorsionadas visiones de la realidad que nos muestran sus dibujos, a día de hoy son un apéndice valioso que enriquece su ya de por sí valioso legado escrito.  Me ha venido a la memoria el gran Julio Caro, leyendo una noticia sobre la presentación de un libro de Sabina. En él  se muestran los dibujos  realizados a lo largo de décadas: en el camerino, en esos largos minutos que anteceden a la actuación y donde los nervios aparecen. En los descansos de las agónicas y  a veces maratonianas sesiones en los estudios. Y como todos sabemos, no son los únicos. Los caminos de la expresión artística están intercomunicados y es difícil encontrar un escritor, pintor, compositor, que a escondidas de su público no transite otro camino distinto al que lo ha encumbrado. Sabina ha desvelado más allá de su círculo de íntimos, ahora esa otra faceta -por cierto en un libro tan primorosamente editado como de prohibitivo precio-. Otros nunca lo harán, o al menos  mientras en vida controlan su legado. Algunos incluso nos hacen dudar sobre si  equivocaron su camino pues su faceta artística desconocida devora a la oficial. Aute es también un buen ejemplo de artista en el que su calidad está contrastada tanto en lo musical como en lo pictórico. De Sabina, por ahora,  me sigo quedando con el trovador urbano. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO  

sábado, 6 de febrero de 2016

LA GUERRA DEL LIBRO

Me ha sorprendido, a raíz de la publicación de mi último artículo en estas páginas  -El libro vigilado- el interés de algunos lectores por la realidad cultural de Jerez en los primeros años de la posguerra. Es cierto que sigue siendo este un periodo en penumbras, con muy pocos estudios, y los existentes son tan específicos y  tan escasos que aún resultan insuficientes para dar una visión de conjunto del periodo al que nos referimos, sobre todo el del denominado primer franquismo (1939/1953). Es esta una de las razones por las que nos enfrentamos a un periodo fascinante para la investigación, y en lo que se refiere a la cultura –en concreto al mundo del libro- aspecto en el que estoy hurgando con fervor, no dejan de sorprenderme datos que van surgiendo y que poco a poco ayudarán a recomponer el mencionado periodo. A medida que avanzo en esta investigación  me convenzo más  de que esta guerra, la guerra del libro de la que les hablaba antes, fue tan virulenta y destructiva, como hoy resultan desconocidos sus acontecimientos más significativos y quienes lo protagonizaron. Y sin embargo  detrás de muchos de esos acontecimientos y ciertamente  de las decisiones y acciones de sus protagonistas, se encuentra sin duda la respuesta a ciertos detalles singulares que conforman en la actualidad el  paisaje cultural de nuestra ciudad en torno al libro.  En esa guerra del libro –que paradójicamente es más virulenta cuando finaliza la guerra real- y sobre la que lentamente vamos escarbando  hubo  héroes y  traidores. Descubrimos con sorpresa delatores,  también personajes  de los que hasta hoy no empezamos a conocer las trascendencia que tuvieron algunas de sus decisiones,  y que traspasaron la esfera local. En esta fauna variopinta no faltaron los arribistas que montaron grandes colecciones bibliográficas a costa de la desgracia de otros, y relevantes personajes de la cultura que o no pudieron hacer nada o prefirieron mirar para otro lado. Pero como les decía antes, también hubo héroes. La mayoría anónimos, como aquellos que jugándose el tipo y la hacienda ayudaron a los propietarios del Kiosco de prensa y libros que a comienzos de los años cuarenta estaba frente a la estación de ferrocarril. Un kiosco que fue desmantelado  y sus cientos de libros empaquetados y puestos a buen recaudo una noche cualquiera de 1940. Cuando el batallón de milicianos que fue enviado a la mañana siguiente a requisar los libros prohibidos que se decía se despachaban en él, sólo pudieron encontrar estantes vacíos. De sus propietarios  - ya se imaginarán el empeño de las autoridades por localizarlos-, nunca más se supo. Afortunadamente para ellos. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

SERÁN CENIZA

Posiblemente uno de los mayores elogios que se le puede hacer a un escritor es que nunca defrauda a sus lectores. Y si esto podemos decir de todos los narradores del XIX, no decimos lo mismo de los poetas porque el verso no alcanza siempre la misma altura, está sujeto a los altibajos de la técnica y, sobre todo, de la inspiración. Sin embargo, muchos y buenos se salen de esa desigualdad, entre los que sin duda contamos a Pedro Sevilla. Su último poemario Serán ceniza (Libros Canto y Cuento, 2015) mantiene la alta calidad de los libros anteriores, de los que recomendamos la antología Todo es para siempre (Renacimiento, 2009). Una calidad literaria que también alcanza en su obra en prosa con novelas como Los relojes nublados o su libro de memorias la fuente y la muerte. Un título emblemático el de sus memorias, porque buena parte de sus poemas giran en torno a la muerte, no como uno de esos temas universales de la literatura, sino como presencia permanente, cotidiana, íntima compañera de viaje, pero que también somos capaces de superar, renacer “para aceptar la vida / con la misma emoción con que se aceptan / las camisas de un padre. / Ha habido que morir, retornar encendido, / y acoger en el seno a la alegría, / que es amor, puro fruto, / un gozoso legado que también ennoblece” (“Alegría”). La muerte pero también la vida, la fuente, una vida que parte siempre del recuerdo amado del hogar, sus padres, su mujer, el campo, el cielo, la naturaleza, las luces, el calor de las tardes de verano o esos crepúsculos lentos y tristes del otoño, y el amor sereno como el deseo encendido en la memoria. Los poemas de Pedro Sevilla son estampas familiares, fotos antiguas, recuerdos de una niñez y una adolescencia que son las nuestras, por eso en el reconocimiento de nuestras propias vivencias los versos de Pedro nos emocionan, nos miran por dentro y nunca nos defraudan. José López Romero.