sábado, 17 de diciembre de 2016

ACTUALIDAD DEL DICCIONARIO DE RICO

El ‘Diccionario de los políticos’ de Rico, por lo vigente de sus “definiciones”, más bien parece escrito ayer mismo y no hace ciento sesenta años.  Abnegación: “cualidad desconocida en los políticos a pesar de que casi todos hacen alarde de ella”. Juan Rico y Amat no se andaba por las ramas en 1855, aprovechando que el “bienio progresista” había rebajado las calores de Isabel II, aquella que se autodefinía “española hasta las cachas”, esquivando así los peligros que para las opiniones arriesgadas conllevaba la anterior etapa política, la “década ominosa”. Alicantino y abogado de profesión, ya había desempeñado labores políticas en los gobiernos civiles de Zaragoza y Barcelona, de ahí el título alternativo de su Diccionario: “verdadero sentido de las voces y frases más usuales entre los mismos, escrito para divertimento de los que ya lo han sido y enseñanza de los que aún quieren serlo”. Los que se han dedicado a la cosa pública siempre han sido objeto de los envenenados dardos de sus contemporáneos, si bien nuestro autor parecía que más bien estuviese pertrechado con el “pilum” de las antiguas Legiones.  Habla de los “abusos” como una “hierba muy perjudicial que crece y se arraiga extraordinariamente en los campos de las gentes que mandan”. Lo clavó. La Constitución de entonces era la de 1845, la única hasta el momento que nació de acuerdo al procedimiento de reforma estipulado en la anterior. Todo un logro. Para nuestro autor, “no hay mucho malo en lo que encierra, lo rematadamente malo son los comentarios y aplicaciones que se hacen de sus doctrinas”. Hablamos de una carta magna que fue la encarnación más genuina del liberalismo doctrinario, que hacía descansar la soberanía nacional en las Cortes con el Rey y que disminuía el censo electoral hasta un raquítico uno por ciento de la población española. Cuando llega a la palabra “corrupción”, parece que escuchemos a un periodista de nuestros días: “epidemia contagiosa que provoca la marcha al extranjero, con objeto de cambiar de aires, de algún depositario de fondos públicos, atacado mortalmente de esa enfermedad”. Es justo lo que hizo, muchos años después, en 1937, el comunista Manuel Uribarri, recién nombrado jefe del Servicio de Investigación Militar (SIM), la policía política del gobierno Negrín, que acabó huyendo a Francia con un botín de 100.000 francos, un capital en aquellos tiempos, si acaso comparable al reunido por el “conseguidor” de los ERE o por algún que otro avispado tesorero. Tampoco se corta don Juan cuando define la “Diputación” como la “escuela de primera enseñanza donde se aprende por algunos el arte de hacer fortuna”. Hoy en día quizás deberíamos aplicar esta definición a la voz “Ayuntamiento”. Y así una infinidad de conceptos hasta completar una obra de 336 páginas que aguardan en los anaqueles del Legado Soto Molina de la Biblioteca Municipal a disposición del público investigador.  NATALIO BENITEZ RAGEL.    

PASIÓN Y PAISAJE

Con este título el poeta y profesor Jacobo Cortines presentó este mismo año en curso su poesía reunida (1975-2016). En la extensa e interesante “Adenda” final (“huellas de la creación”) Cortines va desvelando, a modo de diario, su proceso creador, las circunstancias que rodean la composición de muchos de sus poemas y, sobre todo, la lucha individual –pero en realidad universal- del poeta con la materia poética para hacerse con una voz personal. La finca familiar en Lebrija, “Micones”, los paisajes marineros vistos y sentidos desde la urbanización portuense de El Manantial, y especialmente la ciudad de Sevilla, en la que vive y en cuya universidad ha ejercido la docencia como profesor de Literatura Medieval, y por último su anhelada y soñada hacienda “El labrador” (magnífico el poema “Nombre entre nombres”), son los espacios en los que Cortines se inspira y trabaja para cincelar sus versos. El contacto tan íntimo con la naturaleza, campo y mar, pero también con los paisajes urbanos se dejan notar en unos poemas que tienen como constante esa relación entre sentimiento e imágenes y motivos naturales (pájaros, flores, árboles) o las calles y plazas de la ciudad, y también con el paso del tiempo; pero otras veces es solo al hombre y su doloroso vivir al que escuchamos y que él mismo desnuda en ese diario final. Poemas como “Reflejo en la ventana (autorretrato)”, o “Declaración”, o “Buenas noches”, por poner algunos ejemplos nos muestran su proceso de introspección. Sin olvidar tampoco la corriente social, el compromiso del escritor con su tiempo, en este caso ante la guerra (“Europa”). Finalmente, tanto en la esclarecedora introducción como en la “Adenda”, Cortines señala como punto de inflexión de su poesía la “Carta de junio” dedicada a su padre, un poema en tercetos endecasílabos que sin duda es el gran poema del libro. Cortines, fino traductor de Petrarca, nos deja un poemario de mesilla de noche. José López Romero.

sábado, 3 de diciembre de 2016

ARTE Y LITERATURA

Al hilo de algunas lecturas últimas y el lejano recuerdo de otras que más adelante citaré, me vino a la memoria el otro día la anécdota que Juan Mayorga incluye en su obra ‘El chico de la última fila’: le refería Juana, gerente de una galería de arte, a su marido Germán, un descreído del arte moderno, la historia de aquel artista que una vez pintadas unas acuarelas y grabadas en un CD la descripción de estas, había decidido destruirlas y exponer, como si de los cuadros se tratara, el disco que el espectador podía escuchar para hacerse una idea de lo que habían sido las pinturas. Ante tal ocurrencia no nos sorprende y hasta comprendemos la falta de fe y confianza del pobre Germán en una expresión artística que más tiene de boutade que de verdadero arte. Y esto me venía a la memoria porque la relación de las distintas artes con la literatura, con la lengua en general siempre ha sido muy estrecha, aunque no exenta de grandes dificultades; expresar con palabras los sentimientos, emociones o reacciones que despiertan en un espectador un cuadro o una escultura o, más difícil aún, la descripción de una pieza musical es un ejercicio literario que pone a prueba la pericia y, lo más importante, el dominio de la lengua y, sobre todo, la inspiración del escritor. ¿Cómo traducir en palabras las notas musicales que provocan en los oyentes  los más exquisitos y profundos sentimientos? Entre los ejemplos que a vuela pluma acuden a mi memoria lectora, el primero es la famosa ‘Oda a Francisco Salinas’ de fray Luis de León, por cuyos maravillosos acordes llegamos, llegaba el fraile poeta al conocimiento de Dios y a la perfección del mundo, movido a través de esa música celestial que salía del órgano de su amigo. La casualidad ha hecho que algunas de mis lecturas recientes aborden el tema que aquí tratamos: música y literatura. Muchos escritores han confesado la influencia de la música en su literatura, como tuvimos ocasión de comprobar en Cortázar, quien en su libro ‘Clases de literatura’ nos daba una lección de jazz; como delicada y atormentada era la música, la relación amorosa que nace y muere entre Erika y el joven violinista en la novela de Stefan Zweig ‘El amor de Erika Ewald’. Tonos grises, otoños e inviernos de aquella Viena de finales del XIX, música de nocturnos de Chopin, que transformamos en ragtime, en ritmos populares, en el más puro jazz en aquel barco, el Virginian, del que nunca saldrá Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, el protagonista de la novela de Baricco; o los acordes de ‘norwegian wood’ que Reiko le saca a la guitarra en ‘Tokio blues’ de Murakami. Pero si un escritor tuviera que destacar, en mi opinión, de aquellos que convirtieron en palabras la música, me quedaría sin duda con Bécquer y su leyenda ‘Maese Pérez el organista’. Leer esta joya del relato corto es escuchar al mismo tiempo esa música extremada que nos transporta, como el órgano de Salinas a su amigo Luis de León, al cielo. Sin olvidarnos tampoco de ‘El Miserere’. ¡Y no hace mucho estas leyendas se leían en Secundaria! ¡Qué tiempos! José López Romero.  

PATRIA

Hay libros que no puede uno dejar pasar. Sin saber bien por qué, entre la marabunta amenazante que  nos sobrepasa, de repente destaca un título y uno siente la necesidad imperiosa de asaltar sus páginas, esperanzado y a la vez temeroso de acertar o errar en esa búsqueda incesante del  lector tras la buena literatura,  cada vez  más esquiva. Algo de eso me ha sucedido con ‘Patria’, la nueva novela de Fernando Aramburu, autor al que habíamos  perdido la pista desde aquel excelente ‘Años lentos’ publicado hace tiempo.  Tratar de explicar la atracción hacia un libro antes de leerlo puede ser compleja, o simplemente inexplicable. Otros libros, como ‘Patria’, que me he ido encontrando y seguiré encontrando en mi periplo de lector, también firmados por un escritor de prestigio, y que  trasladan al lector historias que  gozan del beneplácito unánime de público y crítica,  sin embargo no han logrado captar mi atención hacia ellos o, en todo caso, si finalmente los llegué a ojear o leer, lo fue más obligado por razones profesionales y de opinión que por atracción. Con ‘Patria’, como antes con ‘El mapa y el territorio’ de Houellebecq, ‘Némesis’ de Philip Roth, ‘La Fiesta del Oso’ de Soler o ‘Un año en la otra vida’ de José Mateos, entre otros,  todo vuelve a suceder de una forma tan natural como inexplicable, y en  mi simbiosis con el libro no han intervenido ni comentarios o escritos ajenos, ni tan siquiera el grato recuerdo que me dejó como lector aquel libro de Aramburu que antes mencionaba. ‘Patria’ una novela literariamente perfecta, nos hace llegar una historia pegada a un territorio y pese a ello sortea con maestría el riesgo del localismo para convertir un paisaje reconocible  en el escaparate de los valores y las miserias humanas universales. Pero no, no son estas breves líneas una reseña de esta singular novela, sí en cambio las que quieren dejar testimonio de ese misterio, el de volver a toparme con otro de esos libros que uno no puede dejar pasar, de esos que sin saber por qué te arrastran a asaltar sus páginas y reencontrarte con la cada vez más esquiva literatura. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

viernes, 25 de noviembre de 2016

CULTURA LOCAL: LIBRERÍAS (I)

 A estas alturas de mi vida, toda ella profesionalmente hablando, circunscrita a un ámbito muy concreto de la cultura cual es el mundo del libro, si algo creo haber alcanzado no es por supuesto fortuna o fama, sí en cambio el haber perfeccionado el instinto de  captar la realidad de ese mundo, libre de disfraces y artificios con los que algunos intentan disimular sus carencias, una  realidad  en nuestra país que tiene más de prosaica que  de poética. Si acotamos el espacio geográfico, pues lo que nos interesa es rastrear el peso que el mundo del libro tiene en esta ciudad, Jerez, nuestra atención se debe fijar ineludiblemente en dos elementos: las librerías y las bibliotecas. Por supuesto que hay otros agentes, pero estos dos son sin dudarlo los principales. En cualquier ciudad es fácilmente perceptible, incluso para un observador ocasional, el peso cultural del libro simplemente acercándose a sus librerías y bibliotecas, visita sin necesidad de guías   locales, donde percibiremos el calor o la indiferencia que la ciudanía o las autoridades locales muestran por la cultura, y por extensión por el libro. Jerez para un visitante cultural y ocasional se mostraría como una ciudad donde no proliferan las librerías -dejaremos las bibliotecas para una segunda entrega-, aunque no es este un dato singular pues es la tendencia general en un país donde ha bajado su número -por causas muy diversas, y no solo achacables a las nuevas tecnologías-. Sin embargo, y es este otro dato que no siempre se encuentra en las ciudades que el visitante cultural recorre, las librerías existentes, al menos la mayoría, se muestran como esos pozos de agua -permítaseme la comparación- que buscan los nómadas que atraviesan el desierto y sin los cuales no podrían culminar su viaje. Sería injusto decir que Jerez es un desierto cultural en lo que al libro se refiere, pero para ese visitante ocasional la existencia de un vocacional y apasionado  gremio de libreros locales ayuda a suavizar el paisaje. Es un gremio  digno de admirar por muchas razones, y no la menor por su templanza al tratar de evolucionar al ritmo de una sociedad cambiante, de hábitos lectores muy distintos a los que conocieron nuestros padres, y donde nadie es capaz de profetizar -acuérdense de McLuhan- hacia donde nos lleva esta sociedad de la información donde las nuevas tecnologías lo invaden todo. En Jerez el visitante cultural captará rápidamente que quedan pocas librerías, pero también reconocerá, afortunadamente, que las que quedan, la mayoría, son, aparte de lugares donde se comercializa el libro,  pequeños centros culturales que contrarrestan las carencias más que evidentes que los poderes públicos dejan en este aspecto de su paisaje urbano. (Ilustración: J.F. Petto) RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

CUSTOMIZAR

Hace unos días y paseando por los comercios de una de las grandes superficies de la ciudad, bajo la excusa de “hacer tiempo”, aunque ni mi mujer ni yo sabíamos para qué lo hacíamos, a la madre (que es una blanda) se le ocurrió comprarle una camisa a la niña. Cuando llegamos a casa, la niña cogió la camisa y unas tijeras, le cortó una manga, le hizo dos sietes por los costados, le puso tres cintas adhesivas y dos imperdibles y se la probó. A la camisa ya no la conocía ni la madre o el padre que la cosió. “Mira, mamá. Ya he customizado la camisa”. Menos mal que la madre (una mujer para un pobre), hizo de la manga sobrante un paño de cocina y le respondió a la niña: “Mira, niña. Ya he customizado la manga”. Y yo, que a todo esto asistía tan atónito como atento espectador, me pregunté para mis adentros: ¿podría yo hacer esto con algún poema o relato? ¿podría customizar una obra literaria hasta el punto de que no la conociera ni el padre o la madre que la escribió? Debo aclarar que derecho y veloz me fui al diccionario de la RAE y aún no se recoge en este un verbo tan lleno de posibilidades y tan rico en experiencias. La verdad es que la imitación ha sido desde que tenemos uso de conciencia literaria un concepto muy controvertido, venerado en otro tiempo pero perseguido desde que se impuso la originalidad como principio de creación. Hace ya unos años fuertes polémicas se levantaron en los ambientes literarios por un quítame allá estas customizaciones, que diríamos ahora. Porque de tomar prestados algún que otro verso o algún que otro párrafo, por no hablar de páginas, se trataba; es decir, ponerle dos o tres imperdibles a un poema o quitarle alguna manga al relato. Pocos intentos me bastaron para darme cuenta de las escasas aplicaciones que tiene el verbo customizar en literatura; en esa buena literatura que no consiente ni entiende de parches ni remiendos. José López Romero.


sábado, 12 de noviembre de 2016

PREMIOS

¡Las casualidades que tiene la vida! El mismo día en que los borrachuzos (Sánchez Dragó dixit) de la Academia Sueca anunciaban la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, moría en Milán Darío Fo, el que recibiera el mismo premio en 1997. ¡Y qué diferencia! ¡Qué distinta, imposible de comparar, la talla literaria del escritor italiano con la del cantante, al que se le concede el premio por “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”! En el fragor de las copas supongo que no encontraron algo más inteligente con que justificar la concesión. Hay años y galardonados en que se observa una peligrosa deriva de estos premios que lejos de mantener el prestigio, lo terminan por dilapidar. Pero volvamos a la Literatura. En unos pocos meses Italia, y con ella toda la cultura de nuestro occidente, se ha quedado huérfana de dos grandes escritores del siglo XX y comienzos de la actual centuria: el ya citado Darío Fo y el gran Umberto Eco (fallecido también en Milán, el 19 de febrero de este año). Ninguno de los dos, como los enormes clásicos de la cultura renacentista que nos regaló la Italia del Quattrocento y del Cinquecento, necesitan de presentación alguna. Fo es uno de los dramaturgos más influyentes e importantes de la segunda mitad del siglo XX, con obras como ‘Muerte accidental de un anarquista’ o ‘Aquí no paga nadie’, por no citar sus piezas cortas (algunas de ellas recogidas en su volumen ‘No hay ladrón que por bien no venga’), heredero de la más clásica tradición teatral occidental, desde las comedias latinas hasta el esperpento de Valle-Inclán; y Umberto Eco, quien al margen de su labor como novelista y su emblemática ‘El nombre de la rosa’, sigue siendo en sus trabajos la referencia obligada de los estudios semiológicos, porque nadie como él estudió la relaciones del arte y todas sus manifestaciones con el público; a sus tratados de semiología, habría que añadir ‘Apocalípticos e integrados’ o ‘Los límites de la interpretación’. Eco pertenece a esa otra lista de escritores damnificados (con Borges a la cabeza), a los que ni los efluvios etílicos consiguieron que le concedieran el premio Nobel; premio que se hubiera sin duda prestigiado por contar en su nómina de galardonados con este escritor. Y puestos a hablar de premios, ¿por qué las editoriales o ciertos organismos públicos no se dedican a instituir premios para escritores noveles, como hace unos días se quejaba en las páginas de este Diario el joven novelista jerezano Alejandro Berrquero? ¿por qué no hay un Planeta, o un premio nacional o de la crítica para una primera novela (opera prima)? No cabe duda de que es más fácil y seguro apostar por consagrados por aquello del balance final de resultados (ingresos – gastos). Y es que la literatura al fin y al cabo no deja de ser para muchos más que un producto comercial, como las canciones de Bob Dylan; y si no, que se lo pregunten a su cuenta corriente. José López Romero. 

FRENÉTICO

Desde que McLuhan predijo, allá por el año 1970, a través de su famoso tratado  ‘La Galaxia Gutemberg’, que el mundo que conocíamos, el que venía de aquel invento revolucionario y que lo trasformó todo cual fue la imprenta, desaparecería con la irrupción de las nuevas tecnologías, muchas cosa han pasado pero quizás la más evidente es que aquella extrema predicción del canadiense no se ha llegado a cumplir ni nada parece indicar que vaya a serlo alguna vez, al menos tal cual él lo imaginó. Durante décadas, y tras el libro de McLughan, las profecías en torno a la desaparición real del libro en papel proliferaron tanto como las que vaticinaban el fin de los tiempos, sin embargo aunque es evidente que aquellas profecías erraron en lo esencial, también lo es que algo -o más bien mucho-, está cambiando, y lo que es más importante: el ritmo del cambio es tan frenético que realizar hoy día vaticinios y  profecías sobre el futuro del libro tradicional - pero también sobre el  digital o los mismos sistemas y plataformas por donde accederemos a la información- resultan inútiles.  Prestemos atención al ritmo del cambio  que mencionamos: la escritura apareció alreddor de 4000 años ante de C. Los soportes de esta también evolucionaron desde la tablilla de arcilla hasta el papel, al igual que los sistemas de producción que sufrieron una revolución con la irrupción de la imprenta de tipos móviles. Finalmente  en el siglo XIX  las prensas de vapor empezaron a imprimir millones de libros y periódicos a la vez que se popularizaba la lectura entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Pues bien, si se necesitaron milenios para esta evolución, y solo han trascurrido unas décadas, desde 1974 en que apareció la versión más básica de internet, hasta el día de hoy para que el ritmo frenético de cambio de las nuevas tecnologías  vayan trasformando el paisaje - pero todo ello sin que el libro tradicional haya desaparecido- ¿alguien se atreve a vaticinar lo que nos deparará el inmediato futuro? RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO  

viernes, 28 de octubre de 2016

SENSACIONES CONTRAPUESTAS

(24 de octubre, Día  de La Biblioteca)

Recibí esta efeméride anual, el Día de la Biblioteca, con sensaciones contrapuestas. Por un lado, orgulloso de encontrarme en una ciudad que fue pionera en la implantación de la biblioteca pública en nuestro país, cuando la   lectura entre las clases populares y menos favorecidas era casi una quimera; pero por otro lado, con  tristeza al observar los menguantes recursos con que un año tras otro se dispone para unos servicios públicos que no han terminado de calar en España de igual forma que en otros países europeos, donde la biblioteca pública es algo pegado indisolublemente a la vida cotidiana de sus habitantes. Cuando observo y releo viejos documentos e  impresos  del año 1873, en los que se habla de los preparativos y posterior inauguración en Jerez de la que andando los años se ha convertido en la Biblioteca Municipal más antigua de Andalucía, aún siento una cierta emoción de que aquel hecho lo protagonizaran conciudadanos nuestros, que seguramente entonces no imaginaban que aquella modesta colección bibliográfica de apenas dos mil títulos, y especialmente creada para la instrucción y ocio de las clases populares, llegara a cumplir los 143 años con una colección que hoy supera los 100.000 volúmenes,  algunos piezas únicas de contrastado valor patrimonial. Pero también, por contra, me siento defraudado cuando observo cómo los ingentes esfuerzos realizados desde mediados de los años ochenta del pasado siglo por la administración en pro de una moderna, eficaz y bien dotada red de lectura pública en Andalucía, parecen no solo haber menguado, sino casi se han detenido desde finales de la década pasada, hecho que se deja notar sobre todo en las bibliotecas municipales. En nuestra ciudad,  que además de pionera, como decíamos al inicio de estas líneas, en la implantación de bibliotecas populares lo fue también en la provincia de Cádiz al poner en funcionamiento la primera red de bibliotecas urbanas, no solo sentimos como en otros lugares la virulencia de la crisis económica sobre  las bibliotecas, sino que esta además se vio agravada por decisiones políticas  cuando menos desafortunadas que penalizaron la cultura especialmente, convirtiendo la red de biblioteca públicas municipales en una sombra de lo que fue. Pasé pues el Día de La Biblioteca debatiéndome entre sensaciones contrapuestas, la de ser consciente de que hemos recibido un legado de valor incalculable que debemos preservar, y por otro, las que me provoca la indiferencia histórica de gran parte de nuestra clase dirigente -en esto poco europeístas- sobre esta institución, que sigue siendo tan necesaria en esta sociedad tecnológica como en aquella de 1873 cuando se inauguraban las primeras bibliotecas populares.  RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

POESÍA SOY YO

Título de la antología y también respuesta al propio editor del volumen, Chus Visor, quien el año pasado se dejaba caer con unas declaraciones sobre la poesía actual española, en la que venía a decir, entre otras perlas, que no hay grandes voces femeninas en la lírica española desde principios del siglo pasado. Lo curioso (el negocio induce a estas contradicciones) es que sea la editorial de Visor en la que se haya publicado esta recopilación a cargo de Raquel Lanseros y Ana Merino y que recoge una excelente muestra de la poesía femenina desde 1886 hasta 1960. Ochenta y dos mujeres tanto españolas como hispanoamericanas (“poetas en español del siglo XX” se subtitula la antología) bien representadas a través de sus poemas y que nos dan una visión bastante completa de casi toda una centuria de poesía femenina. Pero dos antologías más han venido en pocas fechas a sumarse a la de Lanseros y Merino: ‘(Tras)lúcidas’ (Barleby ediciones) coordinada por Marta López Vilar que viene casi a completar a aquella, pues el periodo que abarca es de 1980 a 2016, poesía última por tanto; y ‘20 con 20’, a cargo de Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez (Huerga & Fierro) y, sin olvidarnos de la ya lejana ‘Mujeres de carne y verso. Antología poética femenina del siglo XX’ (La esfera de los libros, 2002). Una respuesta en toda regla no solo a las declaraciones de Chus Visor, sino a todo (o a toda) aquel que piense que la poesía escrita por mujeres es de poco interés o que estas no alcanzan la altura de los hombres. En Literatura, como en casi todos los órdenes de la vida y sus actividades, establecer comparaciones sexistas poco provecho produce si no es la provocación por la provocación con los consiguientes conflictos, a los que esta sociedad actual tan sensible y tan alerta está, a menos que otros objetivos se persigan con ello, que al lector normalmente se le escapa. Pero tampoco caigamos en el victimismo bajo cuyo manto se esconde la mediocridad. José López Romero.  

viernes, 21 de octubre de 2016

MÁS QUE PALABRAS

Desde la pérdida, tan triste como irreparable, del gran maestro don Fernando Lázaro Carreter, y de ello ya hace una buena docena de años (2004), los que tenemos a nuestra lengua como profesión, y en algunos casos también como devoción, una sensación de cierta orfandad sentimos sin aquellos dardos en la palabra que don Fernando con tanto tino y pulso firme escribía y publicaba en la prensa, artículos que después reunió en dos volúmenes de obligada consulta para conocer los engranajes de nuestro idioma y el uso, muchas veces chirriante, que de este hacemos. Pues bien, el pasado verano la lectura de ‘Más que palabras’ del catedrático y académico Pedro Álvarez de Miranda, me ha devuelto ese gusto e interés por los asuntos y problemas lingüísticos con que leía los dardos de don Fernando. Y a la manera de estos, el libro de Álvarez de Miranda es una colección de artículos que su autor publicados previamente en otros medios, sobre todo en la revista ‘Rinconete’ del Centro Virtual Cervantes. Destaca, y de ahí también la referencia a los libros de Lázaro Carreter, la amenidad y, por momentos, la fina ironía con que Álvarez de Miranda aborda los problemas, la mayoría léxicos, que en sus artículos intenta aclarar y, especialmente, orientar al lector. Porque, y esta es otra de sus virtudes y principios que el propio autor defiende a lo largo del libro, no se trata en muchas ocasiones de aplicar la norma con todo su rigor, sino más bien de describir usos, costumbres, e incluso anomalías que una vez extendidas exigen cierto respeto, si no la condescendencia del especialista. Para ello, admiramos el rastreo que el lexicógrafo hace del origen de palabras y expresiones hasta llegar a la aclaración de su devenir a lo largo del tiempo (expresiones como “Así se las ponían a Fernando VII” o “pasarlas moradas”), o la divertida e interesante confusión por deficiente lectura del manuscrito de un verso de Lope, que da lugar a todo un altercado filológico; por no citar los artículos que dedica Álvarez de Miranda a analizar las distintas variantes de algunas palabras (“biruji”, “refanfinflar”), o el tan actual y lamentable problema del uso del femenino/masculino (verduga/verdugo; modisto/modista). Pequeños ensayos en los que, como decimos, el autor apenas quiere imponer la norma, aunque se muestra escrupulosamente respetuoso con ella, sino mostrarnos a través de la historia la plena vitalidad de una lengua. Y en esto Álvarez de Miranda nos da una lección de cómo las palabras, como en cualquier otra, nacen (motivo de júbilo), se reproducen (para nuestra satisfacción) y mueren, sin que tengamos la obligación de celebrar un duelo con su consiguiente funeral y entierro; y es labor del lexicólogo mostrarnos su procedencia, su uso, a ser posible el más correcto, y dejar que los hablantes la empleen de la mejor manera posible, sin rasgarnos las vestiduras. Un magnífico libro. José López Romero.

LIBRO Y PAISAJE

Me gustan esas imágenes donde tras las figuras de personajes anónimos o conocidos, aparecen estanterías repletas de libros. Me gustó la fotografía que se publicaba recientemente del  admirado poeta Francisco Bejarano, posando entre los libros de su biblioteca. Antes  este tipo de imágenes eran comunes, tan comunes como ver escenas callejeras donde los libros de una u otra manera aparecían y no nos llamaban la atención. Personas leyendo en los bancos de un parque público, o en el bus. Transeúntes portando algún libro o periódico cuando iban o volvían de algún lugar, pero con el deseo confesable o inconfesable de  que llegara pronto  el  momento para leer  las hojas de papel  que portaban con mimo, y a las que cualquier alto en el camino –un semáforo, o la espera en la marquesina de la línea 5, que cada vez se hace más larga- era una buena excusa para hojearlas rápidamente. Me gustan esas imágenes hoy, pero me invade cuando las contemplo una cierta melancolía, quizás tristeza, porque tras su belleza puesto que  los libros siguen teniendo un poder estético y evocador de difícil competencia,  comprendo  que el libro ha sido borrado de los hábitos cotidianos de una gran mayoría, y  pese a que aquella vieja  canción nos diga machaconamente en una de sus estrofas La vida sigue igual, la vida sigue igual…nada sigue igual.  Cuando paseo por mi ciudad no suelo ver paseantes con libros, todo lo contrario, también estos parecen haber desaparecido del paisaje cotidiano,  y si excepcionalmente en algún paseo público, cafetería o  cualquier otro lugar del entramado urbano  nos topamos con alguien ensimismado en la lectura, la singularidad de la imagen rápidamente atrae miradas furtivas de los paseantes. Me gustan esas imágenes donde en segundo plano, tras las figuras de personajes anónimos o conocidos aparecen libros, pero cuando estas  no son artificiales, incluso cuando estas son captadas con un sentido reivindicativo. Todo lo contrario de aquellas en las que una fauna variada se hacen cuando llega algunas efemérides o actos de homenaje a viejas  glorias de las  letras, pese a que no pisen desde hace años una biblioteca o en sus domicilios las librerías destaquen por su ausencia. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO


sábado, 8 de octubre de 2016

IMÁGENES AFRICANAS A TRAVÉS DE CUATRO ARTISTAS JEREZANOS

Uno se puede topar con temas  casi desconocidos, pero de indudable interés para la historia local -en este caso del arte- de la manera más inesperada. Temas sobre los que con sorpresa y a posteriori, comprobamos que no existe información, o esta es muy escasa, en las pocas monografías o revistas especializadas consultadas. Es lo que me sucedió hace algunos meses, cuando rastreando  el origen de algunos de los dibujos de temática africana del gran artista jerezano Teodoro Miciano, y publicados en el libro ‘Cuentos de Yeha’ de Tomás García Figueras, no solo comprobé que algunas de aquellas magníficas ilustraciones ya habían aparecido previamente, antes que en la publicación de D. Tomás, en la Revista ‘África’ y además que en las portadas de dicha revista -a la sazón medio de comunicación de las tropas coloniales españolas en África durante décadas- encontré más dibujos de Miciano, algunos prácticamente desconocidos. La serie de dibujos de Miciano aparecen entre los años 1929 los más antiguos, y 1934 los más recientes. Comprobando, portada tras portada, año tras año de la mencionada revista, me vi nuevamente sorprendido cuando descubrí en ellas dos artistas jerezanos más : el bibliotecario y arqueólogo municipal Manuel Esteve y el ilustrador Justo Lara Garzón, más conocido en los ambientes artísticos por el pseudónimo de “Ponito”. Tanto los dibujos de Miciano como de los dos últimos aparecen en la segunda época de la revista ‘África’, es decir aquella que coincide su publicación con los estertores de régimen monárquico en nuestro país y el inicio de la II República.  Animado y sorprendido me quedaba por comprobar un último detalle. Tenía entendido que casi durante el mismo periodo que se publicaba ‘África’ en Ceuta (1926/1936), en Tánger los padres Franciscanos editaban la revista ‘Mauritania’ (1928/1962). ¿Podría ser que en las portadas de dicha revista algún artista e ilustrador jerezano hubiera dejado su huella? No descubrí, pese a mis ilusiones iniciales, ninguna nueva obra de los artistas más arriba mencionados, pero sí que encontré en la mayoría de los números publicados entre los años 1943 y 1944 un nuevo nombre, el del  pintor Carlos Gallegos García Pelayo. Un repaso de las ilustraciones aportadas por estos artistas de Jerez en las revistas mencionadas – y que tenían en común aparte de su origen el que todos fueron grandes cartelistas, y protagonistas de unas artes gráficas que vivían una época dorada en nuestra ciudad-  nos dan una visión sorprendente, colorista, singular y sobre todo muy bella del N. de África. Sin duda una aportación merecedora de un estudio más en profundidad -estamos en ello-  y en todo caso que justifica la exposición que se prepara en la Biblioteca Muncipal –“imágenes africanas”- para finales del próximo mes de octubre. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO 

100 AÑOS

El pasado 29 de septiembre hubiera cumplido don Antonio Buero Vallejo 100 años de vida, una edad que solo alcanzan unos pocos privilegiados, quizá aquellos a los que se les ha olvidado morirse o que la muerte se ha olvidado de ellos. No es el caso de don Antonio, ni tampoco de Camilo José Cela quien también habría cumplido ese número de años el ya lejano 11 de mayo. Y para conmemorar la fecha de este último la RAE acaba de publicar la edición de una de sus mejores obras, ‘La colmena’, con la inclusión en apéndice de los pasajes y páginas que la censura prohibió en su edición española de 1963, aunque ya había aparecido la primera en Buenos Aires en 1951. Y la misma RAE en su página web anuncia los actos que se van a celebrar en honor de Buero Vallejo, aunque parece que no tiene prevista la edición conmemorativa de ninguno de sus imprescindibles dramas, pese a que estos también sufrieron las tijeras y la ignorancia de los censores de turno, a cuya nómina perteneció el propio Cela. La historia de la literatura española del siglo XX no se entiende sin estos dos grandes escritores, que llenan por sí mismos dos capítulos esenciales de un periodo de la centuria pasada, marcados por aquellos años posteriores al final de la guerra civil. En el caso de Buero Vallejo con especial consecuencia, pues fue condenado a muerte por aquellos tribunales militares franquistas que tan bien recrea Alberto Méndez en el relato tercero de ‘Los girasoles ciegos’. Repasar las entrevistas que en la red podemos encontrar de Buero, sobre todo la del programa “A fondo”, es encontrarse no solo con el escritor, con el dramaturgo, el más importante de la segunda mitad del siglo XX, sino sobre todo con un hombre que basó toda su vida en esas virtudes que ahora echamos tan en falta en esta España de hoy: la dignidad, la honestidad, la discreción. Las mismas virtudes que con tanta maestría supo insuflar en sus personajes. Leer a Buero Vallejo es hoy una necesidad, un ejercicio de higiene moral. José López Romero.


sábado, 1 de octubre de 2016

POKEMON GO

En la novela ‘El regreso de Titmuss’ (Libros del Asteroide), que reseñamos más abajo, el médico Fred Simcox recuerda cómo su predecesor en la consulta, el viejo doctor Salter, cuando traía un niño o una niña al mundo siempre le daba la consabida palmada en el culo y decía: “adelante, es lo máximo que puedo hacer por alguien que se embarca en la vida”. Pues eso es, por lo que parece, lo que durante este verano ha hecho la empresa Nintendo con el célebre fenómeno de los Pokemos, pero en lugar de darles a sus seguidores una palmada, les ha dado una patada y los ha puesto a andar, porque de eso se trataba o, al menos, así nos lo han querido vender: hacer andar a una población demasiado ensillonada, sobre todo aquella que precisamente juega en sus deletéreas consolas, fuente inagotable de obesidad y colesterol. Visto así hasta habrá que darle a la empresa las gracias. Pero cuando de movimiento de masas semovientes (y nunca mejor dicho) se trata, la cosa se nos puede ir de las manos, y así atónito me quedaba al ver en la tele reuniones masivas de perseguidores de esos muñecos, o viandantes que arriesgaban su vida al cruzar una avenida con tal de alcanzar su presa. Así visto, hasta habrá que reconocerle al invento su ingenio: una masa amorfa detrás de unos muñecos con una de sus armas preferidas de la que no pueden desprenderse: el móvil. Una de esas locuras de que solo son capaces los seres humanos (no confundir con el ‘homo sapiens’). No hace mucho, apenas unos pocos años, tanto mi compañero Ramón como yo en esta misma página celebrábamos la idea puesta en práctica del fenómeno que se dio en llamar “bookcrossing”, es decir, esos libros que un lector podía dejar en un lugar público (banco de una plaza o de un jardín; un bar…) para que otro lector pudiera leerlo, en una especie de cadena de lectura que en realidad encerraba mucho más que el simple trasiego de mano en mano del libro, porque leer es sinónimo de compartir y la lectura de complicidad. Pero por desgracia poco o nada sabemos ya de este fenómeno del “bookcrossing’’, por lo que podemos deducir o imaginarnos su fracaso estrepitoso; ni en los días en que los medios se hacían eco de ello, nunca vimos en la tele masas de gente que se reunían en busca de los libros, nadie ponía en riesgo su vida por leer antes que otro la novela que había dejado su último lector en un banco público, nadie preguntaba por la calle si habían visto un libro… Cuando me enteré por primera vez del famoso “pokémon go” me asaltó la pregunta (en mi infinita ingenuidad) ¿por qué en vez de muñecos no han elegido versos y así sus perseguidores se podían afanar en la tarea de componer el poema? La respuesta es muy sencilla: el fulano colectivo, ese que tiene la cabeza llena de colesterol, no movería un dedo de la mano que sostiene su móvil, no daría ni un paso con toda su excesiva humanidad por la cultura. Y eso es triste y desalentador. José López Romero.




MANKEL

Estos últimos meses la actualidad literaria nos ha traído numerosas noticias en torno al escritor sueco Henning Mankel,  y lamentablemente una de ellas nunca la hubiéramos querido leer, la de su fallecimiento en la localidad sueca de Gotemburgo en octubre  del año pasado. Como es sabido Mankel se hizo un hueco entre los lectores de medio mundo, por la serie de novelas que escribió protagonizadas por el inspector Kurt Wallander, aunque para ser justos hay que decir de inmediato que  su contribución  a la literatura va más allá de la afortunada creación del mencionado personaje literario. La muerte de un escritor es tanto más sentida cuando, como es el caso, sucede en plena madurez creativa como lo confirman sus dos últimos libros publicados en un intervalo de escasos meses,   ‘Arenas movedizas’ y  ‘Botas de lluvia suecas’ (Tusquets).  Ambos  han sido comentados en estas páginas –el último de los mencionados, en la sección de Reseñas de hoy- pero creo necesario decir algo más de ellos. Son libros que si los leemos detenidamente, más allá de su contenido, nos hablan de un antes y un después en  la vida de Mankel –no solo como persona, lo que resulta comprensible, sino también como escritor- tras recibir la noticia de que padecía una enfermedad terrible. A partir de  ese momento escribirá los libros mencionados. El primero, ‘Arenas movedizas’, se va redactando en ese periodo difícil que va desde que el escritor recibe  como un mazazo la noticia de su enfermedad,  y luego  sigue ese proceso turbio  de adaptación a esa realidad, con periodos de   aceptación o negación  de la misma. El resultado es un libro lleno de melancolía, bello y donde aún queda sitio para la esperanza. En cambio ‘Botas de lluvia suecas’, su libro póstumo, se escribe cuando ya es consciente del final, cuando no queda espacio para la esperanza y sin embargo –y ahí lo intrigante del libro- Mankel nos deja una novela de un pulso narrativo intachable y que desprende vitalidad y belleza en todas y cada una de sus páginas no dejando margen para la derrota. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

domingo, 18 de septiembre de 2016

LECTURAS DE VERANO V

González-Ledesma.com

La página oficial de este gran escritor catalán recoge en su menú inicial toda la trayectoria literaria de quien nos ha dejado un buen puñado de las mejores novelas policiacas que se escribieron en España en el siglo pasado, y que tienen como protagonista al crepuscular inspector Méndez y como ciudad de sus investigaciones a esa Barcelona franquista, que tan bien ha descrito en sus narraciones otro catalán universal, Juan Marsé. Varios enlaces se centran en el análisis de estas novelas. A su biografía, premios concedidos, algunas entrevistas y sus lecturas preferidas (apartado muy interesante), se añaden las reseñas de dos novelas escritas bajo el seudónimo de Enrique Moriel y, otro apartado se dedica a Silver Kane, seudónimo con el que escribía González Ledesma novelas populares, sobre todo del oeste. Una excelente página que pretende divulgar la figura literaria, no siempre valorada, de uno de los grandes novelistas del siglo XX. J.L.R.

Francamente, Frank

Richard Ford. Anagrama, 2015

Galardonado  recientemente con el premio Princesa de Asturias de Literatura, Richard Ford se ha convertido con el paso de los años y, sobre todo, con la fuerza incontestable de sus escritos en un referente indispensable para cualquier buen lector. Con este nuevo libro –tras el deslumbrante ‘Canadá’-, vuelve con ese irreverente, singular y carismático personaje, Frank Bascombe, protagonista de una trilogía irrepetible (‘El periodista deportivo’, ‘El Día de la Independencia’ y ‘Acción de Gracias’) que ahora retirado en el barrio residencial de Haddam (New Jersey) y con algunos años de más, nos deja una crepuscular visión de la vida a lo largo de cinco narraciones independientes, en las que vuelven también la ironía, la denuncia, la tristeza, pero también el humor que nunca abandona a este personaje. “El hombre de la calle de Ford”, como lo define John Bambille,  vuelve en este libro a emocionarnos y sorprendernos ya desde las primeras páginas, donde las secuelas de huracán Sandy estarán muy presentes. R.C.P.

lunes, 22 de agosto de 2016

LECTURAS DE VERANO IV

Mujer bajando una escalera

Bernhard Schlink. Anagrama, 2016.
Autor de la tan alabada como esplendida novela El lector, fue motivo suficiente para que me  acercara a su nuevo libro con la esperanza de toparme con alguna historia tan redonda como la que se recogía en aquel, aunque confieso que también con cierto temor a la desilusión.  Pero Schlink no suele defraudar. Confieso que la lectura de esta nueva novela me ha dejado una sensación parecida a la que tuve tras terminar El mapa y el territorio o, más recientemente, Nos vemos allá arriba. Todas historias singulares, y que convencen  al lector más escéptico de que aún hay esperanza para la literatura. En esta historia compleja, pero que en ningún momento despista, confunde o aburre al lector, con un lenguaje sencillo y ágil, el autor nos narra el reencuentro del protagonista con un cuadro de una mujer desnuda desaparecido durante décadas. A partir de ahí se conectará el presente con el pasado, en un fastuoso juego narrativo sobre las pasiones que desata aquella valiosa obra de arte. R.C.P.

Hamelin

Juan Mayorga. Cátedra, 2015.

La editorial Cátedra ha reunido en un solo volumen dos obras de uno de los dramaturgos más importantes sin duda que tiene el teatro español en la actualidad: Juan Mayorga. Con prestigiosos premios en su haber y sus obras representadas en numerosos países, algunas incluso llevadas al cine (la interesantísima “El chico de la última fila”), Mayorga es un hombre de teatro en toda la extensión de esta denominación. En “Hamelin” pone sobre las tablas uno de los temas más escabrosos y sórdidos de la sociedad actual: la pedofilia. Con una puesta en escena absolutamente minimalista, con el fin de que el espectador no pueda distraerse, el juez Montero intenta desentrañar las relaciones entre el niño Josemari y su protector Pablo Rivas, quien también ayuda económicamente a la familia del joven. Una obra llena de tensión provocada por el tema que aborda. J.L.R.

domingo, 7 de agosto de 2016

LECTURAS DE VERANO III

El cuarto de los niños y otros cuentos

Ángel Vázquez. Pre-textos, 2008
Quien se acerque a la literatura de Ángel Vázquez sin duda se convertirá en uno de sus devotos lectores. Ya hemos afirmado en más de una ocasión en esta misma página, que su novela La vida perra de Juanita Narboni nos parece una de las mejores de la literatura española del siglo XX, y aunque menor a esta pero con su punto de interés Se enciende y se apaga la luz, novela con la que obtuvo el premio Planeta de 1962. La editorial Pre-textos publicó hace unos años sus cuentos, pequeñas obras maestras del género, con prólogo de Emilio Sanz de Soto y estudio preliminar de Virginia Trueba Mira. “Fragmentos de vida y soledades”, así define Virginia Trueba los relatos de Vázquez, a imagen y semejanza de su autor, uno de los grandes “malditos” de nuestra literatura, que nació en Tánger en 1929 y murió en Madrid  en 1980 en la más “estricta” pobreza. J.L.R.

Enterrad a los muertos

Louis Penny. Salamandra, 2016

Es interesante esta novela por varios motivos, y ello pese a que su protagonista es un viejo conocido: el inspector Gamache. Si hasta este momento la serie de novelas con Gamache como protagonista discurría para el lector dentro de los cánones de unas atractivas pero convencionales historias el género negro, ahora todo parece cambiar. Sí, es cierto que en esta también tratará de resolver un intricado caso, pero es este un elemento secundario de una historia repleta de flasback que tratan de ir dando pistas al lector sobre el porqué del retiro del protagonista a la ciudad de Quebec, explicación que solo obtendremos hacia el final de la historia. Otro elemento atractivo en la narración,  es la  tensión que se palpa, centrada en una  pequeña biblioteca inglesa, entre la cultura francófona dominante y la minoría angloparlante. Galardonada con numerosos premios es una novela de las que uno no se arrepiente del tiempo invertido para su lectura. R.C.P. 

jueves, 21 de julio de 2016

LECTURAS DE VERANO II

La guitarra azul
John Banville. Alfaguara, 2015.


A medida  que pasa el tiempo y la obra de este escritor irlandés  crece,  convence a un cada vez mayor número de lectores que nos encontramos ante alguien que dejará huella en la historia de la literatura. Aún nos produce sorpresa y admiración de cómo se desdobla en dos escritores distintos:  si  como Benjamín Black crea la figura del forense Quirke, y da a la novela negra nuevos bríos y una calidad estilística pocas veces superada; Banville en cambio con cada historia entrega al lector una prueba insuperable de calidad literaria. Ahora lo vuelve hacer, con una novela compleja pero que es magistralmente contada al lector, que no se siente nunca perdido y sí cautivado por ella: Oliver Orme, que en el pasado fue un artista de cierto nombre, es también un ladrón. Y esa otra cara desconocida y su pasión por Polly, la mujer de su mejor amigo Marcus, le llevará a realizar su robo más osado. El mejor Banville. R.C.P.

Una letra femenina azul pálido

Franz Werfel. Anagrama, 2015.

De la colección Anagrama, edición limitada, recomendamos esta novela corta del escritor checo Franz Werfel (Praga, 1890), amigo de Kafka, que tuvo que emigrar a EE.UU. en 1940, a consecuencia de la II Guerra Mundial; en  Beverly Hills moriría cinco años más tarde. Autor polifacético (novelista, poeta y dramaturgo), Werfel con este tan atractivo título nos relata la historia de Leónidas, jefe de sección del Ministerio de Educación, que desde su casamiento con la rica Amelie Paradini disfruta de una vida llena de tranquilidad y placer. A sus cincuenta años recién cumplidos es un hombre satisfecho sobre todo consigo mismo. La carta que recibe una mañana, escrita con letra femenina azul pálido le lleva a recordar una vieja historia de amor que mantuvo, al poco de casarse, con Vera Wormser, y con el recuerdo el desasosiego. Magnífica. J.L.R. 

viernes, 8 de julio de 2016

LECTURAS DE VERANO I

Los libros que nunca he escrito


George Steiner. Debolsillo, 2011.

Llevo ya unos años que para mí el verano empieza cuando inicio la lectura de un libro de George Steiner. El primero fue lecciones de los maestros y este año ha sido Los libros que nunca he escrito al que se alude en el artículo anterior. Volumen que recoge una serie de trabajos o ensayos de variada temática pero que tienen como denominador común la reflexión siempre autorizada de uno de los grandes pensadores del siglo XX. Steiner nunca me defrauda porque en sus escritos se destaca la voz de un hombre comprometido con su tiempo, con todos y cada uno de los problemas, los grandes y pequeños conflictos de la humanidad y que tantas desgracias nos han causado. Compromiso del profesor, labor de la que se siente muy orgulloso, que reflexiona sobre los sistemas educativos, o como judío sobre la inveterada persecución a que su religión ha sido sometida. El próximo verano otro Steiner, sin duda. J.L.R.

Arenas movedizas

Henning Mankell. Tusquets, 2015.
Si tuviera que decidirme por un término para definir las impresiones y sensaciones que me ha dejado este libro tras su lectura, sería sin dudarlo la de emocionante. Alejado de sus historias africanas o de las del personaje que le dio justa fama, el comisario Wallander, Mankell decide ahora centrarse, dejar testimonio de la otra realidad a la que se enfrenta, tras habérsele diagnosticado un cáncer recientemente. Pero no se confundan, no es este un libro que gire sobre la enfermedad, aunque sea esta la que provoca un deseo irrefrenable del autor de plantearse cuestiones que a todos nos preocupan: el paso del tiempo, los recuerdos, el miedo…En cada capítulo Mankell nos narra con su habitual maestría exenta de artificios, una historia real que de una manera u otra vivió personalmente y tras las que trascienden preguntas que buscan respuestas. R.C.P.

domingo, 26 de junio de 2016

MÁS PAPELES DEL MARQUÉS

El marqués de Torresoto, que en la ilustración aparece con sus hijos en plena guerra civil, tuvo, ya lo comentamos anteriormente, una vida fecunda cuajada de variopintos amigos, empleados y familiares que dieron lugar a curiosas anécdotas. Como el tío Paco, un abogado hermano de su padre con debilidad por las apuestas. Ganó una de ellas que consistía en cortarle las barbas a un obispo que estaba de paso por Sanlúcar, pero acto seguido hubo de embarcarse sin dilación hacia Filipinas. Escribió durante varios años, pero al final dejó de hacerlo y del tío Paco nunca más se supo. Otro personaje peculiar que aparece en el manuscrito fue un tal Mr. Larner, un gigantón inglés de nariz descomunal y mirada estrábica, aunque un competente taquígrafo “capaz de tomar al dictado con facilidad en cuatro idiomas”. Pero también un gran paranoico, veía por todas partes espías alemanes que pretendían eliminarlo, llegando a abofetear a un flamenco que tuvo la mala fortuna de mirarlo en plena plaza del Arenal. Con los casi dos metros del inglés, hizo falta la mitad de la fuerza pública jerezana para separarlo del gitano y llevarse detenido al malhumorado taquígrafo, que acabaría sus días arrojándose desde una ventana de un hospital gibraltareño. Aunque con buena salud, González Soto padeció algunas dolencias complicadas, como el tumor sobre el ojo derecho que motivó una agria disputa con el cirujano republicano Fermín Aranda y Fernández Caballero. Julio González Hontoria le convenció para que escuchara la opinión de este joven médico jerezano formado en París y dotado de “excelentes condiciones y aptitudes”. Pero al de cabecera, Dr. Del Blanco, no le hacía gracia la intrusión, acordándose  que celebrarían consulta conjunta con la participación de un tercero, el antiguo y reputado médico jerezano Germán Álvarez Algeciras. Como la consulta a tres bandas no ofreciera resultados definitivos, el enfermo recurrió al Dr. Rocafull, cirujano afincado en Cádiz, que fue quien finalmente lo intervino con feliz desenlace en 1892. Pero llegó la hora de saldar cuentas con el resto: Blanco y Álvarez Algeciras fijaron sus honorarios en 50 pesetas, pero el doctor Aranda alegó que él se había preparado en las mejores clínicas parisienses y se dejó caer solicitando ¡500 pesetas!. El asunto acabó en el Colegio Médico de Cádiz, que rebajó la cifra hasta las 250, pagaderas a quien no le había colocado al enfermo ni una simple tirita. La historia se repetiría 50 años más tarde, con el mismo paciente y el Dr. Aranda Latorre,  oftalmólogo e hijo del republicano, al que consultó sobre un problema de cataratas. Tras la consulta, y a pesar de no operarle, quiso cobrarle los cien duros de rigor, pero de nuevo el Colegio Médico dejó la cifra en la mitad. En ciertos casos, como en este, los “recortes” están plenamente justificados.  NATALIO BENITEZ RAGEL.


CAMPAÑAS

Desechada ya por falta de verosimilitud y decoro (“relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos efectivamen­te hacen”), dos conceptos que tanto gustaban a Cervantes, la idea de hacer una campaña de promoción de la lectura con Cristiano Ronaldo y Messi leyendo un libro (aún recuerdo emocionado una foto del Fari con un libro en sus manos), no queda más remedio que atacar el inveterado desapego o repelús de nuestros ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, de la letra impresa con campañas más agresivas o, al menos, más originales. Y para ello nada mejor que ponernos en el papel de aquellos antiguos arbitristas que durante los siglos XVI y XVII mandaban memoriales al rey con las propuestas más peregrinas para solucionar los problemas endémicos de nuestro país, sobre todo los económicos, y que tanto ridiculizaron los escritores de aquellos siglos, sirva como ejemplo la insuperable sátira que don Miguel incluye en su “Coloquio de los perros”. Y puestos a jugar, se podría satisfacer el apetito lector con libros cuyas páginas pudieran, una vez leídas, comerse. Y si el libro en papel higiénico ya está inventado, aunque con escaso éxito, unos preservativos  con poemas de amor no digo yo que no le añadiría más sentimiento o, al menos, más poesía al asunto, tan necesitado de ello en estos últimos tiempos (ya lo veo: “deme una caja de doce de Pablo Neruda”). Pero si tuviese que elegir una buena idea, sin duda me quedaría con la ocurrencia de un iluminado de finales del siglo XVIII para recuperar el peñón de Gibraltar: que cinco mil soldados llevaran al cuello un escapulario de la Virgen del Carmen, que los haría invulnerables a las balas de los herejotes ingleses. Ante el fracaso estrepitoso de las campañas que han intentado mejorar los índices lectores de nuestro país, yo voto por el escapulario. Es simple cuestión de fe. José López Romero.

sábado, 18 de junio de 2016

LECTORES / LECTURAS

“Me recuerdas a alguien que solo lee el primer capítulo de un libro. Nunca llegas a averiguar qué sucede después”, le reprocha su amigo Asif a Jay, el protagonista de ‘Intimidad’, la novela de Hanif Kureishi que hace unas semanas reseñamos en esta página. Y esta frase me ha llevado a recordar la pregunta, tan socorrida pero también tan esclarecedora, que se le suele hacer en las entrevistas a toda persona relacionada de una forma u otra con los libros o la cultura en general: “¿has dejado algún libro sin terminar de leer?”. Y en las respuestas pocos son ya los que aseguran que una vez abierto un libro no paran hasta terminarlo, aunque en ello empeñen tiempo y esfuerzos baldíos. La gran mayoría confiesa que a lo largo de su vida lectora, más de uno y de varios, por no decir muchos libros, se les han resistido o, dicho de otro modo, son ellos, los lectores, los que no han tenido la suficiente fuerza de voluntad para acabarlos, o lo han pensado mejor y han decidido no invertir ese tiempo y ese esfuerzo en algo que en poco o nada les va a beneficiar. Por mi parte, confieso que en mi ya lejana juventud fui lector persistente hasta la terquedad: libro abierto, libro que debía acabar, hasta que en un periodo de crisis lectora (todos pasamos en un momento u otro de nuestras vidas por distintas crisis), tomé la difícil decisión de cerrar un libro sin terminar. Aquel acto, no exento de una sensación de pecado fue, sin duda y en cambio, una liberación. Liberación que, sin embargo, ahondó más la crisis y atravesé un periodo de lector de las primeras veinte páginas, es decir, en lector de primeros capítulos, como le reprochaba Asif a su amigo Jay. Hace unas semanas me distraía soportando (¿o soportaba distraído?) la película titulada ‘Alex y Emma’ (Kate Hudson y Luke Wilson), en la que Emma reconocía que antes de empezar un libro, tenía que leer las últimas páginas; si estas le llegaban a interesar, emprendía su lectura; un tipo cuando menos extraño o raro de lectora esta Emma, como así se lo echaba en cara Alex. A veces la forma de leer, nuestros hábitos lectores dicen mucho más de nuestra personalidad e incluso nos definen de forma más clara que un psicoanálisis. Vivir la vida con la inconstancia del lector de primeros capítulos (que es la verdadera intención de Asif y de ahí su reproche a Jay), puede ser tan perjudicial como empecinarse en terminar un libro que ya no nos va aportar nada, que en nada nos va a beneficiar. Los libros son al fin y al cabo como las relaciones humanas: los amigos de la infancia y juventud o aquellos que permanecen para toda la vida; las novias y novios ocasionales (de primeros capítulos) y el libro que leeremos una y otra vez hasta el fin de nuestros días; el trabajo que no nos gusta porque aspiramos a un libro mejor… Y así, abrimos los libros de la misma forma que conocemos a las personas. Algunas no aguantan ni las veinte primeras páginas, y a otros (como los políticos) mejor conocerlos por las veinte últimas. José López Romero. 

LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA

Es curioso cómo ha evolucionado el concepto de novela histórica desde sus orígenes -hoy uno de los géneros con más seguidores-, si podemos reconocer como tales aquellas historias  surgidas de la pluma de Walter Scott o Enrique Gil, Larra y Fernández y González en el caso de nuestro país. Aquellas novelas históricas se enfrentaban al hecho histórico de una manera muy singular, utilizando la historia despreocupadamente más como decorado que como motor de la trama, y poblando esta de personajes ficticios,  donde las aventuras de sus protagonistas eran el principal atractivo. Igualmente era denominador  común de estas novelas situarlas en un pasado lejano, preferentemente la Edad Media, por la  incomprensible creencia de que ello garantizaba una mayor libertad al autor y una menor contaminación de este por la realidad histórica donde  se situaba la narración. Decimos incomprensible pues si  esa premisa del distanciamiento del autor de los hechos históricos tratados, es indispensable mantenerla por parte de los historiadores, carece de significado y valor cuando nos situamos en el lado de la literatura, de la ficción, donde se le presupone al escritor una cierta libertad, y no estar supeditado a las normas  básicas que sujetan el mencionado trabajo del historiador. Como decíamos, hoy la novela histórica, género que siempre gozó de la complicidad de los lectores, y mucho más desde hace unas décadas, ha modificado su manera de acercarse al hecho histórico. Ya no es generalizado situar el escenario temporal muy lejos del actual, y por otro es el hecho histórico el auténtico protagonista  de la narración, siendo los personajes y parte de la trama elementos complementarios y secundarios, solo necesarios en la medida que sean útiles para dar la visión de un escritor sobre un determinado personaje o acontecimiento histórico. Escritores como Pérez Reverte, Posteguillos, Eslava Galán o Lozano Leyva - en el apartado español-  o Yourcenar y más recientemente Philip Kerr entre otros muchos, son claros ejemplos de esta otra  manera  enfrentarse al hecho histórico desde la literatura, y donde la rigurosidad histórica guarda un escrupuloso equilibrio con la ficción. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

sábado, 4 de junio de 2016

JEREZ, FERIA DEL LIBRO

Cuando lean  estas líneas nos encontraremos a las puertas de una nueva edición de la Feria del libro en Jerez. Sí, esa celebración en torno a unos de los imprescindibles referentes de la cultura –el libro- y sobre el que pivotan tantos elementos e intereses que sería difícil enumerarlos, pero entre los que estarían sin duda   los económicos –nuestro país es la tercera potencia editorial del planeta-, educativos, de ocio, tecnológicos, comerciales, propagandísticos, etc. Coincide también esta edición, con la  que se levanta en El Retiro de Madrid, la primera organizada en España – la feria del Libro de Madrid surge durante la II República, aunque su asentamiento primero, y luego modelo  para el resto de ferias de nuestro país, haya que atribuírselo al jerezano Julián Pemartín cuando ostentaba el cargo de primer director del Instituto Nacional del libro, en la España de 1940-. Algunos lectores recordarán, y volvemos al apartado local, como no han sido fáciles estos últimos años para mantener esta propuesta, años atrás indiscutible referencia cultural del calendario anual en nuestra ciudad, y que desde principio del nuevo siglo, y por una confluencia de circunstancias negativas, ha estado en serio peligro de desaparecer –de hecho algunos años ni llegó a celebrarse-. La Feria del libro en Jerez fue así desapareciendo del imaginario colectivo a base de ediciones que iban languideciendo  por decisiones poco acertadas, bien sobre la ubicación de la misma que no terminaba de asentarse en un lugar apropiado y reconocible – muchas ediciones se celebrarían en la plaza del Arenal, lugar donde paradójicamente se vivieron ediciones magníficas frente a otras que mejor dejarlas en el  olvido- , o sobre las fechas más apropiadas para su celebración, lo que llevó a un esperpéntico viaje a través del calendario, despistando especialmente a lectores y desanimando paulatinamente a editoriales y libreros.  No serían las únicas causas, aunque sí las más visibles y que parecían llevar a la Feria del Libro de Jerez  a ninguna parte. Hubo otras más soterradas pero dejémoslo ahí por ahora. Lo cierto es que tras la edición de 2015 –por la que pocos apostaban- y donde Ayuntamiento, libreros y editoriales realizan una apuesta arriesgada por unas fechas y una ubicación inédita, parece volver la esperanza a los escépticos y vislumbrarse una salida en el callejón tenebroso en el que esta propuesta parecía languidecer. La edición de este año vuelve a proponer fechas y sede similares, lo que a la vista del año anterior creemos un acierto, pues como decía el librero Cristóbal Serna, más que caja, que también –como en otras ferias mayores- lo que se busca por ahora en Jerez es darle estabilidad y  visibilidad - con una propuesta cultural digna y  atractiva-, única fórmula para ir sumando más  colectivos e instituciones en años venideros. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO 

LA CONFUSA

“La Confusa” es el título de una obra teatral del gran Cervantes que permanece desaparecida, a pesar de los siglos transcurridos y del número, ya incontable, de rastreadores de biblioteca que a lo largo de todos estos años han dedicado sus esfuerzos a investigar el teatro de don Miguel y, de camino y si la fortuna fuera propicia, a encontrar pieza tan deseada, porque su hallazgo es sinónimo sin duda de gloria y fama. Y a pesar de su pérdida, sabemos de su existencia porque el propio Cervantes la cita y pondera en la “Adjunta al Parnaso” en los siguientes términos: «Mas la que yo más estimo, y de la que más me precio, fue y es de una, llamada La Confusa, la cual, con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores». Una opinión tan favorable, aunque pueda parecer imputable al amor que siente un padre por la criatura de la que es creador, se puede confirmar por la excelente acogida que tuvo esta obra entre el público durante mucho tiempo, ya que en 1627 todavía formaba parte del repertorio de la compañía de teatro dirigida por el cómico Juan Acacio, cuando “La Confusa” puede fecharse antes de 1585, es decir, en los años en que Cervantes escribió buena parte de sus obras teatrales y alcanzó en las tablas no poca admiración y reconocimiento. Y precisamente cuando en este año celebramos el cuarto centenario de la muerte de nuestro príncipe de las letras y, por tanto, debemos enorgullecernos del idioma a cuyo esplendor tanto contribuyó, se nos aparece la señorita Barei en el festival de Eurovisión, seguramente confusa entre tanta celebración, y nos canta en el idioma del gran Shakespeare, de cuya muerte también se cumple su correspondiente efeméride. Sin embargo, el resultado final no dejó lugar a la confusión: el puesto 22º de 26 participantes; nada que ver con éxito que cosechó en su tiempo aquella otra “Confusa”. José López Romero.