sábado, 31 de enero de 2015

COLOMA

Todos los años están plagados de efemérides, muchas de ellas extrañas, inútiles y de las que somos incapaces de encontrar alguna justificación para su celebración. Esta moda invasiva parece calar también en el universo de las letras, y rara es la semana donde no hemos descubierto  una nueva “efemérides” , ya sea la conmemoración del  día en el que un convaleciente y debilitado Stevenson llega a Samoa, o la de la jornada conmemorativa de cómo Hemingway inició el maridaje del ron cubano con la escritura. Bromas aparte este año 2015, intentamos entre los árboles  ver el bosque, o lo que es lo mismo que entre tantas propuestas descabelladas no olvidemos dos dignas de ser recordadas. Por un lado, la conmemoración del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote, motivo por el que se espera la publicación en abril de una nueva edición del libro dirigida por el gran especialista cervantino y académico Francisco Rico y auspiciada por la RAE; y por otro,  el centenario de la muerte del escritor jerezano Luis Coloma. Hoy nos detendremos en esta última. No creo faltar a la verdad si afirmo que no parece que Coloma haya sido profeta en su tierra. Más allá de que un instituto  lleve hoy su nombre, pocas han sido las iniciativas propiciadas desde su ciudad natal. Tan solo el intento del profesor José López Romero de divulgar el verdadero valor de su obra, a través de impecables reediciones de algunos de los libros del escritor, sea el ejemplo más meritorio y destacable de lo que por estos lares se ha hecho en torno a Coloma. Siempre he percibido una cierta incomodidad a la hora de tratar sobre este escritor –no sé si debida al perfil religioso  que adquiere su biografía a partir de 1873, o su vinculación a la Corte- lo que ha ocultado  valores de una obra literaria esencial para entender la literatura española de finales del XIX. En 2009 tuve la fortuna de colaborar, -en el que se puede considerar el último intento de reivindicar su figura desde nuestra ciudad- con el profesor López Romero y con Adolfo Carmona, conservador del fondo bibliográfico y documental del escritor, en una exposición, Redescubrimiento de Luis Coloma, de la que se publicó un magnífico catálogo en el que colaboraron entre otros el profesor Jesús M. Zuleta, y las bibliotecarias Carla Puerto y Amparo Gómez en la catalogación y descripción de muchas piezas hasta entonces desconocidas para el gran público. Fue un primero paso. Esperemos que este recién iniciado 2015 culmine lo que hace cinco años fue un  intento loable y objetivo de acercamiento a la figura de un escritor de Jerez, hasta hace bien poco la única referencia literaria reconocible de esta ciudad cara al exterior. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

EL CHE

Salvando la distancia sideral que me puede separar del Che Guevara, personaje admirable en tantos aspectos, hay un dato que sobre él leo en “el último lector” de Ricardo Piglia por el que comparto una cierta afinidad con el héroe de Sierra Maestra: el asma y la lectura. Su madre es la que le enseña a leer porque no puede ir a la escuela a causa de la enfermedad, y será este aprendizaje, su afición a los libros la que lo acompañará, como los inhaladores (“el inhalador es más importante para mí que el fusil”, llegará a confesar) durante toda su vida, hasta su muerte. En todas sus campañas no faltaba una pequeña biblioteca y un tiempo para su lectura, cuando la marcha de la guerrilla le dejaba un momento de descanso, que los demás ocupaban en dormir. En mi caso recuerdo mis innumerables días sin colegio, muchos de los cuales llenaron Dickens o Baroja, o Unamuno, o los grandes novelistas españoles del XIX, autores a los que les estaré eternamente agradecido. Piglia hace referencia a una foto en la que se ve a Guevara, en Bolivia, “subido a un árbol, leyendo, en medio de la desolación y la experiencia terrible de la guerrilla perseguida”. ¿Cuántas camisetas se habrán vendido en el mundo con el rostro del Che? ¿cuántos simpatizantes, seguidores del mito desde hace décadas han tenido como referente a este personaje? Todos destacan su talante revolucionario, icono de la libertad, pero nadie ha reparado en ese otro aspecto tan importante y que él mismo y sus compañeros destacan de su personalidad: el gusto por la lectura. Guevara nos dejó siete cuadernos escritos a lo largo de diez años, en los que anotó por orden alfabético sus lecturas, seguramente pocos de esos simpatizantes habrán llegado a leer estos cuadernos. No es lo mismo llevarlo al pecho en una camiseta o tatuado en el brazo que tenerlo que leer. Está claro que para ciertos intereses no es tan comercial un Che Guevara que en vez de enarbolar un fusil, enarbolara un libro… y un inhalador. José López Romero.


sábado, 24 de enero de 2015

CONVERSACIÓN

“… es posible hacerse una cierta idea del hombre [y de la mujer] según la conversación que le gusta: los serios buscan a los serios, los locos a los descerebrados… pero las personas más avisadas buscan una relación que sea inocente, que agrade, que forme el espíritu y que las divierta.” Son palabras del francés Philippe Fortin de la Hoguette (s. XVII) en su “Testamento o Consejos de un padre a sus hijos sobre cómo hay que comportarse en el mundo” (1648). Y nos atreveríamos a añadir a este fragmento de Fortin de la Hoguette que no solo en la conversación, sino en muchos, si no en todos los aspectos de la vida y de las relaciones personales, cada uno busca su igual, o lo más parecido. Pero no quería escribir sobre esto. Me interesan las palabras del escritor francés porque en el artículo “La conversación erudita”, que le sigue al ensayo sobre Fortin, que Marc Fumaroli incluye en su libro “La República de las Letras” (Acantilado), este explica la importancia que alcanza la conversación como medio de transmisión de conocimiento en los salones aristocráticos de la Francia del siglo XVII y, por extensión, en casi toda Europa. Una transmisión de saberes que tiene como principio fundamental el respeto a la autoridad y al secreto de los hallazgos científicos (“La conversación entre amigos experimentados, que son también pares, puede preservar el secreto de hallazgos o de investigaciones más fácilmente que cualquier otra forma más expuesta de comunicación”); conversaciones o intercambios como actividad complementaria a sus investigaciones solitarias en sus “gabinetes”. Y me interesa esta forma de transmisión, porque me asombra que el formato más extendido en los actos culturales siga siendo la conferencia pura y dura; es decir, el señor o la señora o señorita de turno que lanza un indigesto discurso durante su buena hora larga sin levantar la vista de la resma de folios ante un público tan resignado como aburrido. ¡Cuánto más provechoso para todos sería la conversación entre erudito y personas interesadas en el tema motivo de la reunión! Así, las palabras de Fortin de la Hoguette adquiere su sentido más pleno: “que forme el espíritu y que las divierta”; y de esta forma cada uno elige, según sus preferencias, gustos y conocimiento la conversación que más le interese. Es lamentable el empeño de muchas, casi todas, las instituciones culturales por mantener los famosos, y en algunas hasta tradicionales ciclos de conferencias que no hacen más que promover el desaliento y la deserción entre los interesados. La cultura, como nos enseña Fortin de la Hoguette (¡ ya en el siglo XVII!) necesita de otros mecanismos en los que participen o “conversen” el erudito y el público, en un juego dialéctico activo y, por ello, enriquecedor. Patética y estremecedora resulta esa masa amorfa de asistentes en cuyas caras se puede observar el sufrimiento de la ignorancia y, en consecuencia, el tedio más espantoso. José López Romero.  


UN MUNDO CASI DESAPARECIDO

A falta de datos actualizados  del Observatorio de la Lectura y el Libro (Ministerio de Cultura) –los últimos son de marzo de 2014, y nada alentadores-, nos fijamos en el más reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que sentencia que sólo al 35% de la población española podría considerársela lectora. Nada nuevo. Todos los círculos relacionados con la lectura ya emitían señales de socorro a lo largo de los últimos meses, en un año muy malo para el sector. La antaño potente industria editorial española –una paradoja en un mercado lector muy tibio,-  no sólo añora los tiempos donde la edición subvencionada campaba por doquier, sino que acusa la escasa regulación de los nuevos medios de distribución con evidentes grietas en el sistema, algunas de difícil control como la piratería. A todo ello se suma el derrumbe del tradicional mercado de fin de año. Los españoles ya no tienen al libro como una de sus preferencias –como sucedía hasta hace poco- para regalar, cuando incluso los no lectores al menos una vez al año se acercaban a las librerías para comprar libros. Una tradición ya  venida a menos, y sobre la que algunos estudiosos empiezan a preocuparse si se confirma que todo ello es debido a que el libro va perdiendo prestigio como objeto cultural.  ¿Asistimos a una progresiva devaluación de la lectura, no sólo del libro tradicional? Téngase en cuenta que no ha sido tampoco para echar campañas al vuelo, las ventas de dispositivos electrónicos de lectura en estas últimas fechas. No me gusta el panorama de un país de  35% de lectores (Finlandia un 75% por ponerles un caso), o donde los parlamentarios o presidentes responden sin rubor que la prensa deportiva es la que se lleva el mayor porcentaje de su tiempo dedicado a la lectura. Me sumerjo pues en las páginas donde James Salter rememora un mundo casi desaparecido, donde editores, escritores o libreros, brillaban socialmente y la   lectura y el libro no eran rarezas de gente políticamente incorrectas. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

viernes, 16 de enero de 2015

PRONÓSTICO PARA TIEMPOS VENIDEROS

Despedíamos el año con un Houellebecq protagonista y objeto del documental de Guillaume Nicloux, que indaga sobre el misterio que rodeó su desaparición los días siguientes a la publicación de su aclamado libro El mapa y el territorio. Pero esta excentricidad ha quedado sepultada apenas iniciado 2015, por los ecos de su nuevo libro, Soumission, que lo envuelve en la polémica, y  más aún  tras los trágicos acontecimientos ocurridos en París. Pero el nuevo año nos trae también  ecos del revuelo provocado semanas atrás por un trabajo firmado por Ferris Jabr (en parte basado en los estudios de la eminente profesora y abanderada en los trabajos sobre las bases neurológicas de la  lectura   Maryanne Wolf) en la Revista Investigación y Ciencia, y que concluía que el cerebro tiene tendencia a preferir la lectura en papel sobre la digital. Sin embargo noticias como la anterior, lejos de cerrar la polémica, seguirá –no es difícil pronosticarlo- alimentando un año más la ya cansina dicotomía entre papel y libro digital que se prolongará en el tiempo en una estéril pugna. Pero todo está cambiando a ritmo acelerado, y en este nuevo escenario que se está configurando una nueva hornada de jóvenes editores está lanzando al mercado  nuevas propuestas, tanto para uno como para otro soporte, no todas necesariamente triunfadoras, pero que van dando al paisaje de la lectura un atractivo impensable hace unos pocos años. Por ejemplo, y relacionado con este último asunto, el nuevo año nos traerá sin duda buenas noticias sobre las edición artística, precisamente una de  las vías donde el libro tradicional sigue sin tener competidor, pese a la mejoría en la calidad grafica de los nuevos soportes. Pero la posibilidad de tener entre tus manos una edición única, o casi única , - y en esto está siendo decisiva la edición de algunas colecciones de novela gráfica, o la adaptación en tiradas limitadas de libros emblemáticos de la historia de la literatura- hace este camino más despejado  para la edición en papel. En todo caso demos por bueno si este 2015 nos trae sorpresas tan estimulantes como la protagonizada por James Salter (en la imagen) el pasado 2014, dejándonos esa excepcional  historia–Todo lo que hay- tras más de dos décadas de silencio. Los lectores necesitamos fuera de las polémicas entre papel y pantalla, o las excentricidades de nuestros iconos literarios, grandes libros que llevarnos a la vista,   y entre ellos a ser posible alguno excepcional. Con seguridad ya les digo sobre estos últimos, que no llegarán a completar el número de dedos de una mano. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

LA ISLA

-“Pá. Una preguntita de esas que a ti te gustan”. Mi proyecto de ingeniero, es decir, mi hijo atacaba con una de esas preguntas que solo la familia nos tiene reservadas. –“El otro día estábamos mis amigos y yo hablando de libros… (está claro que solo los hijos no nos dejan perder del todo esa ya casi agotada capacidad para la sorpresa) y surgió la pregunta: ¿qué tres libros te llevarías a una isla desierta?” Ante la sonrisilla entre condescendiente y profesoral que me salió de forma natural, el puñetero se adelantó: -“Pero no te enrolles, que no tengo todo el día”. –“Déjame unos días para pensarlo, porque estos asuntos requieren reflexión”, le contesté para salir del aprieto. Pasado el plazo, –“Bueno, Pá, ¿hay respuesta a la preguntita o tienes que consultar con la RAE?”. ¿Y por qué siempre la famosa isla? –“¡Ojú!, ¡ya viene el rollo!”- le oí por lo bajini. Tres tipos de libros no deben faltar en una mesilla de noche, que bien pudiera ser nuestra isla particular: aquellos que nos enseñan el camino a seguir como seres humanos, libros guía, modelos de valores humanos, en los que intentemos descifrar nuestro destino, por ejemplo, la Biblia, libro que nos reconforta y nos pone en comunicación con Dios (en una isla desierta a Dios hay que tenerlo de nuestra parte). Otro tipo de libro sería aquellos que nos enseñan toda la maldad de la que es capaz el ser humano, y para ello con la lectura de algunos dramas de Shakespeare ya no tendríamos ganas de volver desde nuestra desierta isla a esta mal llamada civilización. Pero está el último tipo, aquellos que nos enseñan todas las virtudes y todo lo bueno que se encierra en la humanidad y la belleza que es capaz de crear, y para ello ninguno mejor que El Quijote y los libros de poemas, los sonetos de Garcilaso, por ejemplo. Son estos últimos libros los que te reconcilian con el prójimo y te infundirían fuerzas en la isla para volver a este mundo. –“Buen discurso, Pá. Afortunadamente cada vez hay menos islas desiertas”. ¿La madre?, una santa. José López Romero.