sábado, 12 de diciembre de 2015

CASOS EXTRAÑOS

Leo  un esplendido artículo publicado en El País –“Genios replegados” de Rubén Amón- recordando al compositor finlandés Jean Sibelius en el 150 aniversario de su nacimiento, en el que nos escribe sobre el  cansancio intelectual que invade al compositor en plena madurez y éxito, que  provocará finalmente su incapacidad para componer más. Me hizo recordar el mencionado texto aquel lejano verano en Los Barrios, la población natal de mi padre y donde año tras año pasábamos la familia la temporada estival, en el que lo acompañé a  visitar a un antiguo amigo de juventud al que conoció en Tánger (en la imagen), y que por entonces, mediada la década de los setenta del pasado siglo, volvía a España para instalarse en la mencionada localidad del Campo de Gibraltar.  Recuerdo aquella casona de dos pisos, sobre todo el huerto de la parte trasera, donde se había instalado aquel singular personaje, correcto pintor paisajista –uno de sus lienzos reproduciendo un colorido paisaje de la ciudad marroquí de Tetuán presidió durante años el salón de la casa paterna- aunque él se autotitulaba por encima de todo escritor. Si bien contemplé, y en algunos casos admiré algunas de sus pinturas, jamás supe de  sus libros, pese a que en su casa junto a los lienzos aparecían enmarcadas algunas fotografías del propietario de la casona con escritores relevantes –como supe años después- Truman Capote, Gerard Brenam o Paul Bowles viejo conocido de su etapa norte africana. Aquella visita de adolescente pronto pasó al olvido, entre otras razones porque el excéntrico personaje, después de una larga espera en el salón de aquella casa al que nos hizo pasar una vieja asistenta, finalmente no apareció ante el enfado de mi padre. Años después volví a tener noticias de él, cuando en una breve carta se despedía de mi progenitor tras algunos años en Los Barrios, en pos de la “energía vital para escribir”,  se justificaba, y que al parecer no encontraba en aquel lugar –como tampoco antes, según me comentó mi padre, en Tánger y en tantos otros sitios- y lo tenía frustrado, pese a que esa energía no le faltara –aunque por lo visto ello no lo consolaba- para seguir pintando paisajes notables. Sin duda este hubiera sido un caso atractivo a estudiar para mi admirado y recién desaparecido doctor  Oliver Sacks. Pero casos como este que les narro abundan en la historia de la cultura. De algunos ya da cuenta Rubén Amón en el artículo mencionado al comienzo de estas líneas: Rimbaud, Dashiell Hammett, Salinger, Melville… Todos parecidos pero a la vez todos singulares y que por ello despiertan  curiosidad  o  atracción científica sobre historias unas veces trágicas y delirantes, otras extrañas e inexplicables y algunas, incluso, dignas de una opereta. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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