Complicado
ha sido siempre la crianza de los hijos. Más aún si el educador se empeña en
inculcar un solo punto de vista de la vida al educando, el suyo. Suelen ser
personas convencidas de la infalibilidad de sus opiniones y creencias. Y no
proceden solo de un lado, pues tanto a la diestra como a la siniestra
encontramos ejemplares de esta catadura. Fue el caso del padre Codinach,
Superior General de la Orden del Carmen, que en 1934 publica en una imprenta
cordobesa con el “provocativo” nombre de “La
Española”, un librito de carácter moralista. Amplitud de miras de la
imprenta, sin duda, pues ya había sacado a la luz el reglamento de “Germinal”, una sociedad de obreros de
aquella ciudad. Nuestro carmelita se escandalizaba de la “inmoralidad pública por causa de las desnudeces también públicas”.
En otras palabras, que los jóvenes cada vez se tapaban menos y enseñaban más. ¡En
1934! Si el sacerdote viviera hoy, creería que hemos sido invadidos por una
nueva especie. Definía la educación filial, que así se llamaba la obra, como la
dirección conveniente que los padres deben dar a los hijos para que todas sus
facultades lleguen a su desarrollo y perfección. Arduo camino, pues según nos
cuenta el cura, a los niños les subía la temperatura por “los
vestidos cortos de las niñas, y sobre todo por no llevar siempre calzones o
bragas”. Aunque no siempre han tenido tan mala prensa como hoy, desaconsejaba
la bebida y el tabaco para la juventud, “que
tan funestas consecuencias morales y físicas acarrea”. Afirma que las niñas deben dominar la costura,
el bordado y el planchado, y ayudar en la casa con la faena doméstica. De los
niños no habla. En lo referente al amor, hablar todo lo que se quiera, pero
solitos ni a misa: “nunca se quedarán
solos los novios, y siempre han de estar visibles a alguno de la casa”. No permitan nunca que se toquen y se besen,
como no sea darse la mano al saludarse o despedirse”. En fin, todo esto no
resulta extraño en un religioso de hace ochenta años, pero sorprende la
libertad de imprenta respecto de estos escritos en una República laica, aún cuando
el opúsculo viese la luz en el llamado “bienio negro”, cuando era la derecha la
detentadora del poder. Pero eran los tiempos de las bibliotecas populares, del Patronato de Misiones Pedagógicas –y sus
entusiastas campañas educativas por las zonas rurales-, de la Junta de
Intercambio y Adquisición de Libros, del Diccionario de uso del español de
María Moliner... Un periodo fecundo, sin duda. Lástima que fuera malogrado por
la intransigencia de aquellos que creyeron ser portadores de la verdad. De
ambos bandos. Natalio Benítez Ragel.
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