sábado, 28 de noviembre de 2015

CURIOSIDADES BIBLIOGRÁFICAS EN LA II REPÚBLICA

Complicado ha sido siempre la crianza de los hijos. Más aún si el educador se empeña en inculcar un solo punto de vista de la vida al educando, el suyo. Suelen ser personas convencidas de la infalibilidad de sus opiniones y creencias. Y no proceden solo de un lado, pues tanto a la diestra como a la siniestra encontramos ejemplares de esta catadura. Fue el caso del padre Codinach, Superior General de la Orden del Carmen, que en 1934 publica en una imprenta cordobesa con el “provocativo” nombre de “La Española”, un librito de carácter moralista. Amplitud de miras de la imprenta, sin duda, pues ya había sacado a la luz el reglamento de “Germinal”, una sociedad de obreros de aquella ciudad. Nuestro carmelita se escandalizaba de la “inmoralidad pública por causa de las desnudeces también públicas”. En otras palabras, que los jóvenes cada vez se tapaban menos y enseñaban más. ¡En 1934! Si el sacerdote viviera hoy, creería que hemos sido invadidos por una nueva especie. Definía la educación filial, que así se llamaba la obra, como la dirección conveniente que los padres deben dar a los hijos para que todas sus facultades lleguen a su desarrollo y perfección. Arduo camino, pues según nos cuenta el cura, a los niños les subía la temperatura  por “los vestidos cortos de las niñas, y sobre todo por no llevar siempre calzones o bragas”. Aunque no siempre han tenido tan mala prensa como hoy, desaconsejaba la bebida y el tabaco para la juventud, “que tan funestas consecuencias morales y físicas acarrea”.  Afirma que las niñas deben dominar la costura, el bordado y el planchado, y ayudar en la casa con la faena doméstica. De los niños no habla. En lo referente al amor, hablar todo lo que se quiera, pero solitos ni a misa: “nunca se quedarán solos los novios, y siempre han de estar visibles a alguno de la casa”. No permitan nunca que se toquen y se besen, como no sea darse la mano al saludarse o despedirse”. En fin, todo esto no resulta extraño en un religioso de hace ochenta años, pero sorprende la libertad de imprenta respecto de estos escritos en una República laica, aún cuando el opúsculo viese la luz en el llamado “bienio negro”, cuando era la derecha la detentadora del poder. Pero eran los tiempos de las bibliotecas populares, del  Patronato de Misiones Pedagógicas –y sus entusiastas campañas educativas por las zonas rurales-, de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, del Diccionario de uso del español de María Moliner... Un periodo fecundo, sin duda. Lástima que fuera malogrado por la intransigencia de aquellos que creyeron ser portadores de la verdad. De ambos bandos. Natalio Benítez Ragel.

VISOR

Ahora sí. A diferencia de semanas pasadas, esta vez estoy decidido a comentar aquella entrevista que le hicieron al editor Chus Visor, publicada por los medios allá por principios del verano y que tanta polémica levantó. “Dicen que los novelistas son vanidosos pero ¡hay cada poeta!”, es el titular que en ella se destacaba y no era precisamente lo más grueso o fuerte con lo que el dueño de una de las más prestigiosas colecciones de poesía de habla hispana se dejaba caer. La entrevista tenía su razón de ser porque con 70 años recién cumplidos también se celebraba que llevara 45 de ellos intentando ganarse la vida con la edición de poesía, toda una heroicidad en un país que se lee poco y mucho menos poesía, aunque el propio Visor no está de acuerdo con esto y pone como ejemplo los 45 años de su sello (seguro que más de una y de dos subvenciones le habrán salvado algunos balances anuales) y los 25.000 ejemplares vendidos del poemario de Joaquín Sabina (pero es que Sabina vende lo que toca). En cualquier caso, esos 45 años de editor y sus 70 de vida le permiten a Chus Visor ocupar un lugar de privilegio desde el que no solo puede observar toda la fauna literaria, sino también decir lo que sobre esta piensa, porque a esas alturas de la profesión y de la vida uno se puede permitir ciertos lujos y entre ellos el de decir lo que le da la gana. Por eso, comenta sin tapujos la mediocridad de muchos poetas actuales (“poetas infames” los llama) que sin embargo venden bastante bien lo que publican, o que la poesía femenina no está a la altura de la narrativa, o la enemistad que se ha granjeado de los poetas que no ha editado, así como niega la acusación de manipular premios para dárselos a sus amigos (¡qué va a decir él!). Al margen de polémicas y declaraciones más o menos escandalosas y siempre discutibles, hay que reconocerles a editoriales como  Visor, Tusquets o Renacimiento (por poner otros ejemplos), su papel decisivo en el prestigio internacional de nuestra poesía. José López Romero.

sábado, 21 de noviembre de 2015

ROMANOS

“-Padre –pregunté-, ¿ha merecido la pena? Quiero decir, el poder, esta Roma a la que has salvado, esta Roma que has construido… ¿Ha merecido la pena todo lo que has tenido que hacer? Mi padre me miró durante un largo tiempo, y después desvió la mirada. –Debo creer que sí –dijo-. Los dos debemos creer que sí”. Es parte de la conversación que mantienen Octavio César y su hija Julia, después de que el emperador de Roma le proponga la obligación de casarse con Tiberio, hijo de Livia, la esposa de Octavio. Una obligación que Julia debe aceptar aunque regañadientes por el bien de esa Roma a la que su padre ha dedicado y sacrificado toda su vida, como la misma Julia, quien ya lleva a sus espaldas, pese a su juventud, dos matrimonios de conveniencia. Es la famosa y siempre socorrida “razón de estado” que sigue vigente hasta nuestros días. Pero no interesa tanto esa excusa o justificación bajo la cual tiranos, dictadores y gobernantes de la peor calaña han cometido a lo largo de la historia toda clase de atrocidades, sobre todo, delitos de lesa humanidad, sino la pregunta que Julia le hace a su padre, la que  nos deberíamos hacer pasado el climatérico lustro de nuestra vida, pero que en un gobernante se hace más acuciante y necesaria. Los acontecimientos políticos que actualmente nos preocupan, los ataques terroristas, las guerras que asolan países y se cobran miles de vidas, perdidas o desarraigadas ya para siempre de la tierra en la que vieron por vez primera una luz que ya no les alumbra… no creo que la respuestas de los responsables de estos sucesos, de tanta tragedia sea la que Octavio César le dirige a su hija, ellos no pueden creer que sí. Porque no han dedicado ni sacrificado sus vidas en salvar a su Roma, en construirla, sino en destruirla y arrasarla. La vocación de servicio a su país, a la ciudad que se observa en Octavio y que este le reclama una vez más a su hija Julia se ha transformado en intereses económicos, en soberbia e inhumanidad. La conversación con que empezaba estas líneas pertenece a la novela de John Williams ‘El hijo de César’ (reseñada hace unas semanas) y la refiere Julia en una de las cartas que escribe años más tarde en su destierro en la isla de Pandateria, obligada a permanecer alejada de la ciudad a la que tantos sacrificios personales dedicó, pero también en la que fue feliz y se dejó llevar por una vida disoluta. En todas las novelas o libros que tratan de la Roma antigua, se destacan los vicios sin cuento, las intrigas, los asesinatos y crímenes de toda clase que se cometían, pero también se puede observar el inmenso amor, el orgullo de sus ciudadanos de aquel imperio, de aquella urbe que era el centro del mundo. “Quiero que sepas que soy consciente de la dificultad que entraña tu misión de gobernar esta extraordinaria nación, a la que amo y odio, y este Imperio, aun más extraordinario, que me horroriza al tiempo que me enorgullece”, le dice un personaje de la novela de Williams a Octavio. Otra lección de los romanos que debemos aprender. José López Romero.


LOW COST

Como en el mercado inmobiliario –y perdonen la comparación-  en el del libro parece funcionar mejor el de segunda mano, y así parece ponerlo  de manifiesto los últimos estudios sobre la comercialización y distribución del libro en los últimos años. Lo cierto es que  2014 ha sido un año terrible para las librerías en nuestro país - la Confederación española de asociaciones y gremios de libreros habla de que  casi 900 librerías han echado el cierre-  algunas tan relevantes como La Regenta en Madrid o Negra y Criminal en Barcelona. En el caso de esta última con la paradoja de perecer precisamente cuando vivimos la edad de oro de dicho género. Ante este panorama es curioso como el  mercado del libro de segunda mano se mantiene: no solo no disminuye el número de librerías sino que las virtuales no parecen significar para ellas un serio peligro aún. En un interesante artículo que firmaba Xosé Hermida hace algunas semanas en El País, se recogía la opinión de  un librero de la Cuesta Moyano , y esta no difería mucho de la que les comentaba basada en los estudios estadísticos de la CEGAL:  se sigue resistiendo y aunque el negocio mengua no desaparece. Puede parecer algo extraño que en la era digital al mundo del libro low cost o de segunda mano -que aguanta con dificultad pero firmeza las turbulencias del mercado-,   lo que más le preocupe es el peligro cierto de que  una clientela envejecida pero fiel  no encuentre continuidad en las nuevas generaciones.  En Jerez el fenómeno parece también plasmarse en la reciente inauguración de una librería de viejo en los antiguos locales de la que fuera Librería  Hojas de Bohemia en la plaza de Vargas. Todo un síntoma de lo que decimos. Por cierto, estamos en vísperas de la instalación de la tradicional Feria del libro antiguo en la alameda de Cristina, un clásico del paisaje pre navideño en la ciudad, y que además es notorio el tirón de público que tiene y para sí quisieran otros eventos de similares características en el calendario local. RAMON CLAVIJO PROVENCIO

domingo, 15 de noviembre de 2015

LITERATURA SOBRE LITERATURA

“Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página”, dice Julio Cortázar en una conferencia titulada “La literatura latinoamericana de nuestro tiempo”, que se recoge como apéndice en su libro Clases de literatura. Berkeley, 1980 (ed. Punto de lectura, 2013). Y cuando terminé de leer este libro de Cortázar no pude por menos que recordar la frase cargada de razón. Los buenos libros, los que marcan al lector son realmente aquellos para los que estábamos preparados, consciente o inconscientemente, para leer y aquellos que no olvidamos durante toda nuestra vida, que nos hacen reflexionar, que nos producen un placer o nos provocan unas emociones que nos acompañarán para siempre. Clases de literatura es un libro sobre literatura porque en él se recoge el curso que Cortázar impartió en la Universidad de Berkeley en 1980; forma parte, por tanto, de ese género ensayístico del que aquí hemos reseñado algunos trabajos, por el interés que siempre tiene un libro sobre literatura escrito por los que a ella se dedican desde el lado de la creación y no de la crítica o la investigación. Y en esto, La verdad de las mentiras de Vargas Llosa o Diez grandes novelas y sus autores de Somerset Maugham (que hemos reseñado aquí en otro tiempo) son títulos muy recomendables. Pero el ensayo de Cortázar tiene el interés añadido, a diferencia de estos dos libros citados, de que el escritor argentino reflexiona sobre su propia obra, sobre las etapas que cree advertir en su carrera literaria y, sobre todo, las claves de creación de sus insuperables relatos, así como de sus dos grandes novelas: Rayuela  y Libro de Manuel. Una reflexión cargada de literatura, pero también de vivencias personales que nos acercan al escritor, pero aún más al hombre y sus circunstancias. Y en este sentido, aunque Cortázar hable de la importancia de la fantasía, de la música, del humor y del erotismo en la literatura latinoamericana, las páginas más sobrecogedoras son aquellas en las que reflexiona sobre la responsabilidad (prefiere esta palabra a “compromiso”) del escritor latinoamericano con la realidad de sus países de origen. La denuncia de las sangrientas dictaduras que asolaron buena parte del continente americano, y el papel que le corresponde al escritor en la recuperación de los derechos de los pueblos a decidir su futuro y enfrentarse al abuso de poder establecido ocupa la última parte del libro, en especial esas dos conferencias que se incluyen en el apéndice final y de las que destacábamos al comienzo una de las frases. Y si esa frase ya nos plantea la relación del escritor y del lector con los libros, tampoco debemos olvidar la cita inicial extraída de Unamuno: “… aborrezco a los hombres que hablan como libros, y amo los libros que hablan como hombres”. Las Clases de literatura  de Cortázar es, sin duda, un libro que habla como un hombre, con la imponente estatura del escritor argentino. José López Romero.



SAHARA

A  finales de 1975  el puerto de Cádiz fue lugar de atraque de muchos barcos de la Armada atestados de tropas y pertrechos procedentes del Sahara. Yo iniciaba por entonces mis estudios en el colegio universitario de Filosofía y Letras de la vecina ciudad, y algunas tardes gustaba de acercarme a los muelles y sumergirme en el bullicioso corazón y razón de ser de esa ciudad portuaria. Hoy el trasiego del puerto gaditano no es el mismo –salvo los días en que atraca algún mastodóntico crucero- y nada nos hace recordar hoy en estos muelles   aquellos meses del 75  en los que el país vivió acontecimientos decisivos para su historia. Uno de ellos, la nunca aclarada del todo  salida española del Sahara. La bibliografía existente sobre ello, parece darnos la razón en cuanto al desinterés sobre  aquellos acontecimientos, algo por otro lado tampoco novedoso, pues poco se ha escrito sobre  los procesos descolonizadores de España en  sus territorios africanos (Guinea, N. de Marruecos, Sahara…), y quizás algo tenga que ver en ello el hecho de que el papel de nuestro país en los mismos no fue ciertamente   airoso. Sobre el Sahara, Concha Molla escribía un interesante artículo buceando entre la escasa bibliografía a la que se puede remitir al lector interesado en el Sahara colonial y poscolonial, y curiosamente  nos señalaba como eran de destacar más obras de ficción que estudios históricos sobre el tema. El imperio del desierto de Ramón Mayrata,  El médico de Ifni de Javier Reverte o Mira si yo te querré de Luis Leante (premio Alfaguara, 2007), son ejemplos de ello. Entre los de no ficción quizás destacar La historia prohibida del Sahara (Destino) de Tomás Barbulo y poco más. Ahora la publicación del catedrático de Hª Contemporánea de la Universidad Juan Carlos I, José Luis Rodríguez Jiménez, Agonía, Traición, Huida: el final del Sahara español (Edit. Critica), intenta llenar el vacío y desconocimiento sobre lo sucedido en aquellos meses de finales de 1975, unos meses en los que  un joven universitario  observaba perplejo  en los muelles de Cádiz, el  incesante atraque de barcos de la Armada procedentes del Sahara. Ramón Clavijo Provencio.

sábado, 7 de noviembre de 2015

APARICIONES

Los libros van pasando ante nuestros ojos de manera vertiginosa, y como en un juego de magia aparecen y desaparecen sin cesar. Nos quedamos sin aliento, incapaces de seguir el ritmo y sospechando  que en el carrusel diabólico al que nos somete la industria editorial se nos  van escapando historias excepcionales aunque -nos consolamos-  también muchas que no merecen un minuto de atención por parte de un lector avezado.  Pero el destino de la mayoría de los libros es trágico, y es que entre el nacimiento oficial y el olvido el tránsito es  fugaz  pues todos están finalmente condenados. Ya nos lo recordaba Felipe Benítez Reyes en aquellos versos: Todos los libros llevan un estigma de olvido. Hay una voz en ellos /Que enmudece y declina. En otro libro,   el recientemente fallecido Henning Mankell escribe: “Nadie quiere que le olviden. Pero a casi todos nos olvidan. ¿A cuántos escritores recordamos y seguimos leyendo hoy día? Y no estoy pensando únicamente en los que escribieron hace cientos de años, sino también en aquellos que leíamos y sacábamos de las bibliotecas y que murieron hace veinte o treinta años” (Arenas movedizas. Tusquets). Hay sin embargo otros libros cuya salida de escena es de lo más truculenta. Conocemos de su existencia pero no de sus bondades y miserias. Entre ellos estarían multitud de libros desaparecidos por la acción destructora del propio hombre, o por hechos fortuitos y desgraciados. Los historiadores han rescatado muchos títulos de autores conocidos y desconocidos, de los que solo conocemos eso, sus títulos, pero no su contenido lo que ha excitado la imaginación de muchos escritores que han elucubrado con ello. ¿Qué habrá sido de aquel manuscrito extraviado por un joven Poe en uno de sus viajes a Baltimore, y del que se nos da cuenta en el muy documentado libro de Georges Walter (Poe. Anaya)? Algunos de estos libros que se creían definitivamente perdidos, como en otro número de magia, aparecen cuando menos lo esperamos. Sucedió con historias perdidas de  Mark Twain, Julio Verne, o Aldous Huxley, entre otros muchos. Casi siempre estas apariciones son funestas,  pues más que obras desaparecidas o perdidas eran  historias con las que su autor nunca se sintió satisfecho y prefirió esconderlas y  olvidarlas.  Por todo ello hay expectación en los círculos literarios de nuestro país por la inminente aparición de  “Los Caprichos de la Suerte”, la novela de Pío Baroja que completaría la trilogía de “Las Saturnales” dedicada a la Guerra Civil. Veremos si la espera de más de medio siglo en que el manuscrito permaneció oculto en la casa familiar de Vera de Bidasoa (Navarra) y el entusiasmo del admirado José Carlos Mainer sobre el libro, se ve corroborado por los lectores. Aguardamos expectantes. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO  

FLAMENCO

Por los mismos días en que se destapaba el sueldo fantasma del director del Centro Andaluz de Flamenco, que había percibido 2.200 euros al mes durante tres años sin llegar a pisar siquiera tan bien remunerado puesto de trabajo (ver Diario de Jerez, 30 de octubre), llegaba a todos los centros de enseñanza de nuestra sufrida región las “Instrucciones de la Dirección de Ordenación Educativa de la Junta para la celebración del Día del Flamenco”, cuyo punto primero reza lo siguiente: “Todos los centros docentes no universitarios sostenidos con fondos públicos de esta Comunidad Autónoma celebrarán el día 16 de noviembre de cada año o con anterioridad al mismo si recayese en día no lectivo, el Día del Flamenco”. La casualidad es otra de las grandes ironías de la vida que, en este caso, se convierte en un caso más de ese cinismo tan característico ya de nuestros gobernantes. Para celebrar el Día del Flamenco ¿podríamos ponerles a nuestros escolares un comentario del texto periodístico en el que se trata el “asuntillo” del sueldo fantasma? Sin duda sería una buena actividad complementaria, porque por ella se daría cuenta nuestro alumnado del desprecio más absoluto con que las administraciones públicas tratan a la cultura en todas sus manifestaciones. Mientras que todos los centros educativos ya se disponen a preparar estas actividades, aunque  la cultura de nuestros adolescentes no se mejora con la celebración de “Día de”, en el que se suele programar una serie de actos forzados, algunos sin convicción, contando siempre con la voluntad de docentes, escolares y hasta familias, y con escasos por no decir ningún medio, las famosas Instrucciones del Día del Flamenco afirma rimbombante: “… corresponde a la Comunidad Autónoma la competencia exclusiva en materia de conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”, o lo que es lo mismo: 2.200 euros, y encima nos mandan tocar las palmas. José López Romero.