miércoles, 22 de julio de 2015

SIEMPRE THEROUX

Hay algo de fin de etapa, de crepuscular en las páginas del último libro de Paul Theroux. Este viajero escritor, que no al revés, dotado de una especial sensibilidad para captar, interpretar y luego transmitir al lector las experiencias vividas en sus periplos viajeros –y la prueba las encontramos en una larga lista de libros, algunos ya de culto, como El gran bazar del ferrocarril, En el gallo de Hierro, Tras las columnas de Hércules, o la exitosa novela La costa de los mosquitos- nos deja en este Último tren a la zona verde”, un libro que sin perder el virtuosismo literario y la atracción narrativa tan propias en el norteamericano, suma ahora una carga emocional que traspasa las páginas impresas y que lo singularizan dentro de la obra de este escritor. Diez años atrás Paul Theroux iniciaba un titánico viaje que le llevaría durante meses a recorrer el trayecto entre El Cairo y Ciudad del Cabo, ahora en cambio vuelve a la ciudad de los diamantes para iniciar un periplo no menos titánico y quizás más arriesgado y complejo: un viaje hacía lo desconocido viajando en rudimentarios medios de transporte y huyendo de las rutas transitadas por los escasos turistas que se aventuran por Namibia o Angola. Theroux medita sobre ese trozo de África desértica, desolada casi deshabitada, proporcionándonos también información rigurosa sobre los visitado, pero sobre todo provocando en el lector una avalancha de sentimientos al describir esos paisajes casi desconocidos y olvidados, tratando de poner en el mapa ciudades y pueblos, como los pacíficos hum/hoansi o bosquimanos, a los que parece la historia hubiera dado la espalda definitivamente. El resultado es un libro duro, sorprendente, a veces divertido, pero también conmovedor, donde el Theroux de siempre, aunque con más años y menos energía física – me tomé mis pastillas de la mañana, dos distintas para evitar la gota…-- se lanza a rutas desconocidas inspirado por esa filosofía de la que siempre ha hecho gala - Iba solo, viajaba ligero y no necesitaba más que un billete barato de ida. Existe una cosa llamada curiosidad, más digna cuando se denomina espíritu inquisitivo, ese afán fisgón ha gobernado mi vida de viajero- y que ha sido inspiradora de libros inolvidables. No seamos pusilánimes y adentrémonos con Theroux, en busca de los últimos vestigios de un África que desaparece a ritmo acelerado. 
RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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