Cerraba Arturo Pérez Reverte en
Cádiz la gira de presentación de su último libro Hombres buenos, y no defraudó. En esta ocasión lo hacía acompañado
por Óscar Lobato y a pesar de mi admiración por este último escritor, algunos
recordábamos con nostalgia a la otra pareja de Reverte en presentaciones
pasadas, el trágicamente desaparecido Rafael de Cózar. Decía Arturo que “la
salvación será la cultura o no será”, y es ese el discurso que subyace en el
libro que presentaba y donde se refleja con nitidez, realismo y amenidad los
hechos que llevaron a dos académicos de la Real Academia Española de la Lengua
a París en el siglo XVIII, para adquirir para la docta institución la Encyclopédie. Desde entonces se ha ido
dibujando en nuestro país la pugna entre el oscurantismo cultural y la cada vez
más imperiosa necesidad de que la libertad cultural llegue a todos. Comparto la
conclusión final de Arturo Pérez Reverte, su diagnostico, sobre que poco tiene
que hacer un país si la cultura es la gran olvidada, como tantas veces a lo
largo de la historia ha sucedido en el nuestro. ¿Será porque pocos tienen claro
lo que hay debajo de la palabra cultura? Lo cierto es que desde hace unos años
esa moda que creíamos pasajera de considerar cultura cualquier cosa - y si
mueve a las masas, mejor que mejor- se ha desvelado funesta. Hoy aquella moda
ya no es moda sino que lo impregna todo,
confundiendo a propios y extraños y haciendo que la sentencia del autor de Hombres buenos esté más cargada de
pesimismo de lo que en principio podría parecer. La degradación de los
servicios culturales públicos en
beneficio de fuegos artificiales temporales es algo evidente, y esto debería
provocar una reflexión sobre el concepto de cultura, sobre dónde deben estar las prioridades culturales
de este país, de esta ciudad. A la evidencia algunos y algunas responden con
indiferencia y
parecen no enterarse de nada, mientras el tiempo corre irremisiblemente.
RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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