domingo, 19 de abril de 2015

UN PLACER EXTRAÑO

El paso del tiempo va relegando inexorablemente en algunos casos, o haciendo desaparecer en otros,  profesiones, modas, aficiones que en algún momento formaron parte del paisaje cotidiano de la actividad humana. Dentro del apartado que más nos interesa y preocupa, el de la cultura, los libreros anticuarios y sus librerías de viejo  que antaño proliferaban  por cualquier población que se preciara, hoy luchan contra la desaparición, contra un mundo hostil que parece situarlos contra corriente, con sus subastas on line y su cruzada contra todo lo huela a papel, especialmente a papel viejo. Revisando esas inagotables fuentes de información como son las Guías urbanas comprobamos como en  Sevilla, Cádiz o Jerez desde los inicios del siglo XIX hasta bien entrado el XX, las librerías son un negocio floreciente. En algunas de ellas no solo puede adquirirse lo último editado, sino que también  consiguen para el bibliófilo o especialista en libros raros o antiguos ejemplares fruto de liquidaciones del patrimonio de familias venidas a menos o trueques. La especialización en este último apartado  hizo surgir la   librería de viejo, de la que la de Martínez Pisón en la calle Caballeros fue la última de la que se tiene noticias en nuestra ciudad. No es de extrañar pues, por lo hasta aquí comentado, que cada vez sean menos  los lectores  que  hayan pisado alguna vez una librería anticuaria. Son estas ya otro mundo, y por ello quizás no encontremos –como escribe García Maroto- nada más fascinante que unas buenas memorias de un librero anticuario. Hace ya algunos años tuve la ocasión de conocer al hijo de uno de los más fascinantes de nuestro país, Antonio Palau y Dulcet, hombre ya mayor venía a la biblioteca Municipal jerezana para presentar la reedición del legendario  y monumental Manual de su padre. Fueron horas de charla distendida trufada por él de multitud de anécdotas sobre libreros, lectores y bibliófilos. Y ya que estamos en ello, qué decir de hojear –y ojear- libros en una librería anticuaria. Que placer extraño, diría Battiato, siempre que el librero lo permita lo que ya no es tan corriente. Uno debe prepararse para cualquier sorpresa, como en un viaje a tierras ignotas, y si los más prosaicos querrían toparse con un tesoro –al librero Francisco Vindel le llovió una cantidad nada despreciable de billetes de mil pesetas, al caérsele una balda de libros encima-, otros se toparon con la más variada gama de cuerpos extraños utilizados la mayor parte de las veces como señaladores o  guías de lectura. Catálogo que, como nos advierte Francisco Mendoza en su La Pasión por los Libros, puede ser sorprendente: billetes de metro, entradas de toros, sellos de correos, vitolas…pero también  un huevo frito (muy seco y crujiente) o una hostia (imposible saber si consagrada). RAMÓN CLAVIIJO PROVENCIO


No hay comentarios: