sábado, 21 de marzo de 2015

LOS NIÑOS

No otra circunstancia que la casualidad puso en mis manos recientemente y en un plazo de tiempo muy corto, tres libros a los que si habría que buscarles algún punto en común, este sería sin duda la muerte de un niño o niña. Tres textos de tres autores diferentes, de nacionalidades distintas: “Deseo bajo los olmos” de Eugene O’Neill (estadounidense); “El misterio de Christine” de Benjamin Black (pseudónimo de John Banville, irlandés), y “Almas grises” de Philippe Claudel (francés). Mientras que en los dos primeros libros (drama el de O’Neill y novela el de Black) son recién nacidos o con pocos meses los asesinados, en “Almas grises” es el asesinato de “belle de jour”, una niña de 10 años, el suceso que da inicio a la trama del relato, aunque el narrador esconde un secreto del que solamente al final hará partícipe al lector y que está relacionado con lo que estamos contando. En las tres historias será la locura, la inmadurez o las bajas pasiones las causantes de estas muertes de inocentes que, por serlo, dotan al texto de una mayor dosis de tragedia. En “Deseo bajo los olmos” es el miedo de Abbie, la madre, a perder a su amante, Ebbe, el hijo menor de su viejo marido, lo que le lleva a matar al recién nacido al que cree el causante de su desamor o incluso rencor. Un padrastro inmaduro y violento, que no soporta el llanto de la niña a la que culpa del distanciamiento de su esposa, será el autor de la muerte de la pobre Christine en la novela de Benjamin Black; y, finalmente, un soldado con antecedentes criminales por violación que pasaba como desertor por los alrededores del pueblo, es el asesino de la dulce “belle de jour”, aunque más relacionado con las obras anteriores es ese secreto que esconde el protagonista y que no desvela hasta el final de la novela. La infancia maltratada hasta llegar a la muerte no es un tema ni nuevo ni excepcional en la literatura, recordemos, a modo de otros ejemplos, el pobre hermanillo de Pascual Duarte que sufre las patadas del amante de una madre desnaturalizada y al que le comen las orejas unos cerdos; o, yendo un poco más lejos, la muerte de niños en las novelas de Blasco Ibáñez (el niño Pasqualet en “La barraca”), punto de inflexión de la trama narrativa. Muertes sin sentido, inocentes que pagan con sus vidas los pecados de sus padres o las perversiones de los adultos; pero ninguna muerte más terrible que la del pequeño Rafael del relato segundo de “Los girasoles ciegos”, que no logra ni siquiera sentir el calor de su madre, Elena, muerta en el parto, y que solo al final encuentra el amor de su padre Eulalio, cuando este ya sabe que ambos van a morir. Hijo de la derrota en una guerra que no llegará a entender. La infancia es, sin duda, la gran damnificada de las guerras y de las crisis, de los problemas de los adultos que marcarán sus vidas para siempre –o sus muertes-. José López Romero.


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