domingo, 8 de febrero de 2015

U.R.S.S.

Uno de los acontecimientos más importantes que trajo como consecuencia la Revolución rusa de 1917, fue la creación años más tarde (diciembre de 1922) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La muerte de Lenin en 1924 sirvió en bandeja todo el poder y el dominio de aquella enorme extensión al norte de Europa a Stalin. En 1928, cuatro años más tarde, Stefan Zweig viajaba a Rusia invitado por el gobierno para participar en las fiestas conmemorativas del nacimiento del gran escritor Leon Tolstoi. De este viaje Zweig dejará una interesante crónica en el volumen “Tiempo y mundo”, que reseñamos aquí hace varias semanas. Lo cerca y lo distante en tantas cosas que Rusia puede parecer de Europa es uno de los rasgos que Zweig destaca a primera vista; y una vez ya familiarizado con la idiosincrasia del alma rusa, admira en ella su sufrimiento, su exquisita sensibilidad hacia el arte, su cortesía hacia el extranjero; su conmovedora dignidad ante la falta de lo más esencial para la supervivencia, ante el hambre de todo un pueblo. A pesar de que el propio Zweig denuncia las carencias de los intelectuales, “no han mejorado ni en su forma de vida ni en disponer de una mayor libertad, sino que más bien han retrocedido a condiciones de vida más oscuras y opresivas y a un grado inferior de libertad material y espiritual”, la sensación que nos deja la crónica de Zweig es la del intelectual que confía en la Rusia nueva, y recrimina al orgullo occidental la hostilidad contra el bolchevismo. Vasili Grossman, el escritor de la célebre “Vida y destino”, moría en 1964 sin ver publicada su novela “Todo fluye”. En esta descarnada y terrible narración, Grossman va desgranando todos los crímenes, los genocidios, las masacres de campesinos que morían de hambre, las delaciones que condenaban a los campos de concentración a científicos e intelectuales, el estado del terror, en definitiva, que durante todo su mandato impuso a sangre y fuego Stalin. Iván Grigórievich, protagonista del relato, vuelve a su casa, en Moscú, después de haber pasado en un gulag treinta años, a consecuencia de su activismo político en la universidad. La novela alcanza sus momentos de mayor espanto cuando relata Grossman cómo mueren pueblos enteros de campesinos por hambre hacia 1930: “Para entonces tampoco quedaban gatos ni perros, los habían matado. Y eso que cazarlos era difícil: los animales tenían miedo de las personas, cuyos ojos se habían vuelto salvajes”. Entre la crónica de Zweig y el relato de Grossman muy poco tiempo ha pasado y, sin embargo, qué distintas las dos Rusia que cada uno describe, aunque ambos coinciden en la enorme capacidad de sufrimiento del pueblo ruso. Precisamente fue occidente, al que recrimina Zweig su hostilidad hacia el nuevo régimen, quien miró hacia otro lado, como tuvo ocasión de denunciar George Orwell, cuando se sabía con todo detalle lo que hacía Iósif Vissariónovich Stalin, uno de los grandes genocidas del siglo XX. José López Romero.

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