domingo, 22 de febrero de 2015

SILENCIO

A mi compañero de página le escuché hace ya tiempo la anécdota de aquel lord inglés que cuando el servicio le avisaba del pavoroso incendio que se había declarado en la casa, con la célebre flema británica le recriminaba al mayordomo que cuántas veces le tenía que decir que no quería ser molestado cuando leía. Una anécdota que por exagerada no deja de esconder su buena parte de razón: la lectura es una actividad que exige concentración y para ella, nada mejor que el silencio o la ausencia de cualquier accidente que perturbe la estrecha relación que debe mantener el lector con su libro. Confieso que las pocas veces que he intentado leer en otras condiciones que no sea rodeado de ese silencio cómplice, por ejemplo, delante de la televisión, no he llegado a enterarme ni de la primera línea, por lo que he desistido de hacer dos cosas a la vez, quizá sea debido esto a mi condición de hombre, como seguramente me diría mi mujer si esto estuviera leyendo, pero esta vez no se la voy a poner como a Felipe II. Mi sillón, mi mesa, solo la luz del flexo iluminando el tablero, la persiana echada y, ahora con el frío, sobre las piernas la mantita de lana que me ha hecho mi cuñada Encarna, y por supuesto un buen libro, son las condiciones perfectas para una buena y larga sesión de lectura que puedo acompañar con una humeante taza de café o de té. Pero está claro que no siempre disponemos de esos momentos extraordinarios, y de ahí que tengamos que aprovechar cualquier tiempo vacío o de espera para disfrutar de la lectura. Renuevo mi admiración por aquellos lectores que se concentran (como los que son capaces de dormirse) en cualquier situación o circunstancia, aunque ahora a los que veíamos en los transportes públicos lamentablemente han cambiado el libro por el móvil. Seguro que más de uno si se le quema la casa le hará un vídeo con el teléfono y se lo mandará por whatsapp a sus contactos. ¡Qué tiempos! José López Romero.


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