sábado, 29 de noviembre de 2014

¡CON LO QUE TÚ ERES!

-“Father, con lo que tú eres, ¿por qué no fundas un partido político?”, me dice mi hija con la misma sonrisa en los labios con la que su madre me mira cuando salgo de la ducha. La puñetera niña no me aclaró qué quería decir “con lo que tú eres”, mejor dejar las cosas así (tampoco me he atrevido a preguntarle a la madre por qué se sonríe en un acto tan cotidiano y natural). Pero la simple propuesta de meterme en política, como están las cosas, no me hacía deducir nada positivo de aquella expresión. Sin embargo, al calor de la ya tan manida y nunca emprendida regeneración y de las nuevas formaciones que van devorando el sistema actual, un partido de lectores sin remedio no digo yo que no tuviera sus simpatizantes. Al margen de ideologías de izquierdas o de derechas, la literatura está llena de textos que nos enseñan el buen gobierno, el ejemplar comportamiento de los gobernantes y la relación que éstos deben mantener con los gobernados. Pero si tuviéramos que elegir uno de ellos, sin duda nos quedaríamos con las lecciones que don Quijote le da a Sancho antes de convertirse en el gobernador de la ínsula Barataria (II parte, capítulo 42). Un modelo de sensibilidad, de sentido común, de dignidad y de honradez en el uso del poder que tanto se echa en falta en estos tiempos. Si los que durante estos años más que mandar, nos han mangoneado, hubieran tenido como texto de cabecera los consejos del divino loco a su escudero, seguro que otra muy distinta sería la triste situación que ahora sufrimos. En cualquier caso, ni tengo edad ni pelo para dejarme la coleta (con lo que la expresión de mi hija es aún más sospechosa por lo hiriente), ni me veo yo en mítines leyendo “El Quijote” a una masa tan desencantada que apenas lo entendería. Aunque yo tengo ya muy claro el eslogan de campaña, el mismo que aparece en el emblema como marca del impresor Juan de la Cuesta: “Post tenebras spero lucem”. José López Romero.

  

CALABAZAS Y CABEZAS

Reír es bueno. Y reír leyendo es gratificante, pero algunos escriben como si el mundo fuera a acabarse. Que se acabará, eso seguro, pero mientras tanto podríamos relajarnos un poco y dejar la escatología para los “iluminados”. Como dice el brigada Bevilacqua en el último libro de Lorenzo Silva, solo se muere una vez, pero los que piensan mucho en la muerte mueren todos los días. Alegría, señores, que son dos días. Por eso, cuando me tropiezo con un escritor jocoso, ingenioso y ocurrente, me olvido de aquellos resentidos que semanal o diariamente balbucean sus ininteligibles diatribas. En el XIX, revolucionario como él solo, la gente tenía un gracejo escribiendo que ya quisieran muchos hoy en día. Si no, lean conmigo a Salvador María Granés, un parodiador madrileño que usó siempre el pseudónimo Moscatel y que firmó más de veinte parodias, como “Juanito Tenorio”. Sus “Calabazas y cabezas”  son buen ejemplo de lo que venimos defendiendo. Impresa en 1880 les da un hilarante repaso en verso a las principales figuras de la política, la banca, la literatura, el arte o la tauromaquia, ilustrada con mordaces caricaturas. Entremos al trapo. Del malagueño Cánovas, que comenzó como profesor en una academia, nos dice: “cuentan que en Málaga un día, tan pobre y mísero estaba, que solo se alimentaba de los niños que instruía”. Entró en política y se acabaron las penurias, eso no ha cambiado. Castelar no sale muy bien parado tras su paso por la jefatura del Gobierno en 1873: “de tribuno sin rival, gozas nombre universal bien ganado y merecido, pero en política has sido un ciudadano fatal”. La verdad es que a los políticos les zurraba de lo lindo, parece mentira que sesenta años más tarde no se pudiera hablar ni del concejal de tu pueblo. A Figueras, que fue el primer presidente de Gobierno con la I República, lo llama “federal, gran abogado, fue valiente presidente del poder ejecutado, y digo lo de valiente en sentido figurado”. Germán Gamazo, varias veces ministro, estaría poco tiempo callado, pues “hablando su vida pasa, y es vicio en él tan marcado, que cuando no es diputado, perora él solo en su casa”. Del jerezano Paul y Angulo, según la Historia instigador del asesinato de Prim, dice: “Con sangre escribió El Combate, mostró destreza en un duelo, hizo luego un disparate, y si no lía el petate y se larga, le arde el pelo”. La pluma de Granés se ocupa de una nutrida galería de personajes, y muchos han quedado en el tintero: Ramón de Cala, Silvela, Salmerón, Pavía... Todos ellos, a buen recaudo y disponible para el público en la Biblioteca Municipal de Jerez. Los lectores sin duda  agradecerán descubrir a este ingenioso y olvidado escritor, y la sorprendente actualidad que tienen hoy muchos de sus  certeros dardos. NATALIO BENITEZ RAGEL.


sábado, 15 de noviembre de 2014

SOMBRAS

Hace unas semanas les daba cuenta de la aparición de dos documentos de gran  valor histórico: uno databa del siglo I d. C. y el otro era un cuaderno perdido de un científico de la expedición de Scott a la Antártida. Ahora me gustaría cerrar el tema acercándome a la otra cara de la moneda, la de  la literatura, donde la aparición muy de vez en vez  de algún manuscrito inédito de un escritor de prestigio ya desaparecido, o un fragmento nunca publicado de algún libro de culto, no suelen estar exentas de polémica. Sucedió el año pasado con la aparición oportuna –lo digo porque se vivían los prolegómenos del aniversario de su muerte- de unas pocas páginas inéditas del libro de Saint Exupery El principito. En esto de las apariciones “espontáneas” en la literatura hay que estar prevenido, pues a diferencia del rigor que rodea los estudios previos a las “apariciones” de los documentos históricos, la sombra siempre planea sobre los literarios. Y es que se juega  con ese convencimiento de que todos estamos predispuestos a desear la aparición de un libro desconocido de un autor que admiramos, predisposición que hace aumentar la picaresca.  Fue muy comentada hace unos años la publicación de una desconocida versión de  la novela de Julio Verne El volcán de oro. Hoy las incertidumbres sobre ella siguen y tenemos dos versiones firmadas por el mismo autor, y ninguna certeza sobre cuál  era la que Verne deseó dar a la imprenta. Revolver viejos manuscritos  siempre trae consecuencias no deseadas, y si no, basta recordar el culebrón que aún sigue sobre el último original inacabado de Capote, Plegarias atendidas, del que periódicamente aparecen algunas páginas. Estos últimos años han ido apareciendo textos de Orwell, poemas de Benedetti, cuentos de Kafka, etc. Y la lista seguirá creciendo puesto que la literatura se rige por unos intereses comerciales lejanos a los de la investigación histórica, y es esto lo que muchas veces arroja serias sombras sobre la auténtica realidad de lo que se nos trata de vender. RAMON CLAVIJO PROVENCIO 

DEUDA

Ha tenido que pasar demasiado tiempo para recordar que tengo una deuda pendiente y, por ello, más vergonzante con un escritor y con los lectores que se acercan a estas líneas. En mi descargo puedo argumentar que son tantos en tantos siglos que no uno, sino un ciento y hasta millares son los escritores que se te pueden escapar, y que necesitaría más de tres vidas para leer algo, no todo, de aquellos que realmente merecen la pena. Por fortuna para mí, aunque debí encontrarme con sus novelas mucho antes (nunca es tarde…), puedo contarme entre el sin duda enorme grupo de rendidos lectores de Francisco González Ledesma. Hace unos meses, después de haber leído varias de sus narraciones, me hice con la reedición que la editorial Menoscuarto publicó de su primera novela “El adoquín azul”, una narración breve sobre la represión de la dictadura. Una novelita por la que podemos comprobar que González Ledesma es mucho más que un escritor de novela negra. Pero no hubiese hecho falta tal demostración, porque en sus propias novelas policíacas, con su comisario Ricardo Méndez como protagonista, ya se puede apreciar que González Ledesma es un escritor de mucho más recorrido y profundidad de lo que te permite o creemos que permite el género negro. Si la figura del Méndez crepuscular, ya de vuelta de tantas batallas cuyas huellas se dejan notar en las cicatrices del cuerpo pero también del alma, nos acerca al tipo de protagonista clásico del género, son la fina ironía, la capacidad del personaje para reírse de sí mismo, la mezcla de lo trágico y lo cómico los rasgos que relacionan a Méndez con los personajes más emblemáticos de la literatura española, y a las novelas de González Ledesma con la mejor de nuestra literatura clásica. Después de leer “Expediente Barcelona” y “Una novela de barrio” me di cuenta de que quizá el género policíaco anglosajón podía estar sobrevalorado, al amparo de las versiones de Hollywood; de que el emergente y ya consolidado género norte-europeo no dejaba de ser una literatura menor, incluso con productos de desecho (caso de Stieg Larsson); y de que la novela negra mediterránea bien merecía un buen periodo de atenta y, de seguro agradecida, lectura. Si ya había descubierto hacía unos años a Donna Leon y su Brunetti enredado en los turbios asuntos políticos, sociales y económicos tan italianos, y a Camilleri con su amable Montalbano (personajes cuyas series televisivas lejos de hacerles justicia, los ensombrecen), o a Petros Márkaris y su comisario Kostas Jaritos, la lectura de González Ledesma ha sido en mi caso uno de los grandes y afortunados descubrimientos de los últimos años. Con él y con los lectores de esta página había contraído una deuda que espero haya pagado. Ya solo me queda seguir leyendo sus obras… ¡Qué pena no encontrar su nombre en un monográfico sobre la novela negra en España publicado por una de las revistas literarias del momento!. José López Romero.


 

viernes, 7 de noviembre de 2014

PLACAS

La calle “library way” de Nueva York, o el tramo de la 41 que desemboca en la Quinta Avenida y, de esta, en el imponente edificio de la Biblioteca Pública de la ciudad, está llena de placas, hasta 96, encastradas en las dos aceras de la calle, que recogen otras tantas citas de escritores y sabios referidas al libro o a la lectura. En Internet hay numerosas entradas que nos aclaran la historia y detalles de estas emblemáticas placas que, a medida que uno se va acercando a la Biblioteca, a la que está viendo al fondo de la 41, puede ir leyendo y pisando. Esta curiosidad puede entenderse de muchas maneras, pero no deja de ser un ejemplo más de la profunda admiración que la cultura anglosajona siempre ha mostrado por el libro, y de la que tanto, pese a los siglos que de nuestra cultura mediterránea nos contemplan, debemos aprender. Me recordó las placas de Nueva York la iniciativa de la que nos informaron diferentes medios de comunicación que ha tenido, al perecer, un colectivo de artistas urbanos de Madrid, llamado “Boamistura”, de adornar 22 pasos de peatones del centro de la capital con versos. Y así los cientos y miles de viandantes que cruzan por dichos pasos pueden alegrarse el día con frases como: “A veces reírse es lo más serio” o “Madrid, te comería a versos”. Hace ya unos años me hice eco en esta misma página de un comentario de una joven poeta, que proponía sacar a la calle a la poesía. La idea, por tanto, de Boamistura no es nueva, como tampoco el comentario de la joven, porque iniciativas de sacar a pasear la literatura ya la tenemos en aquellas bibliotecas ambulantes del XIX o en el fenómeno moderno de los “crossing books”, al que varios artículos ha dedicado mi compañero de página. Partiendo de que cualquier idea que pretenda acercar el libro y su lectura a la gente, es por sí misma encomiable, mucho me temo que “te comería a versos” se quede perdido en el almacén de imágenes de un infinito número de móviles como una curiosa anécdota urbana. Las placas de Nueva York llevan allí desde 1998. José López Romero.

 

UNA HISTORIA EN PENUMBRAS

Uno de los periodos históricos envuelto aún en la penumbra es el de la posguerra. Pese al interés de la literatura o el cine por el mismo, no ha sucedido lo mismo en el campo de los estudios históricos salvo muy contadas y no siempre afortunadas incursiones. No es de extrañar, pues, que tampoco en nuestra ciudad haya suscitado el mencionado periodo un excesivo interés por parte de los investigadores, y que este se haya traducido en numerosos trabajos dignos de reseñar. Entre estos últimos sólo estaría la breve pero intensa visión del catedrático Diego Caro Cancela sobre la posguerra local en el tercer volumen de “Historia de Jerez de la Frontera” (Cádiz, 1999) que él mismo coordinó. Otros investigadores también han hurgado en esta etapa pero ya tratando temas más específicos, aunque no menos significativos e interesantes, y que pueden ser un primer escalón para recomponer los vacíos del periodo posbélico. Entre estos autores podríamos nombrar entre los más significativos a Cristóbal Orellana, José García, Ana Rubio, Fernando Romero Romero o José I. Gómez Palomeque. Pero en honor a la verdad la posguerra española, sobre todo el periodo más duro de la misma que podemos establecer entre los años 1939/47, no tiene en nuestra ciudad estudios relevantes que nos den una visión de conjunto de cómo discurrió la vida en ella en sus más variados aspectos. Sin embargo, hoy sabemos que Jerez vivió una fuerte represión iniciada durante la guerra civil y que se prolongó durante la década siguiente; que la hambruna hizo presa en sus calles pese a la riqueza de su campiña; que el mercado negro, o lo que se conoció como estraperlo fue una dura realidad; que  a pocos kilómetros de la ciudad, en los parajes de las Mesas de Asta, un hombre solo iniciaba una de las mayores empresas culturales de la historia de Jerez, o que en ella se vivió muy de cerca y con  inquietud los primeros conatos del movimiento guerrillero –luego conocido como maquis- cuyas primeras manifestaciones se producen cuando la guerra mundial empieza a decantarse a favor de los aliados  a partir de la operación Overlod en el N. de África. En fin, les quiero decir con esta apresurada relación de acontecimientos que Jerez durante la posguerra, es una ciudad con más puntos de interés de los que podríamos pensar, y así  junto a datos que nos ratifican en que en la ciudad se producen fenómenos que se extienden por el resto del país –ya hemos mencionado el estraperlo, o el racionamiento- hay otros que la singularizan y bien merecerían un trabajo de conjunto como los ya editados en otras ciudades españolas. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

sábado, 1 de noviembre de 2014

TEXTOS PERDIDOS

Durante las últimas semanas nos han llegado noticias de sorprendentes descubrimientos de manuscritos, fruto de la casualidad  o de imprevisibles hasta hace poco circunstancias. Porque es la casualidad y la suerte la que provocó fechas atrás la aparición de un texto escrito sobre papiro  por un legionario romano, Aurelio Polión, destinado en las lejanas fronteras del Imperio (Hungría), donde en un estilo emocionalmente cercano se lamentaba de su separación de la familia y rogaba  a los dioses por un pronto reencuentro. Muchos creen que  el paso irremediable de los años y la historia nos va alejando  de nuestros antepasados, y por ello se generaliza la tendencia de ver a aquellos seres como lejanas criaturas que poco tienen en común con nosotros. Por ello es comprensible la sorpresa cuando ante un texto como este que comentamos, reconocemos sentimientos que bien podrían estar invadiendo a cualquiera de nosotros en la actualidad. Más de uno debería, como sano ejercicio de formación personal, leer textos de aquellos clásicos que ahora tratan de desterrar de los sistemas de enseñanza y comprobarían lo poco que hemos cambiado desde Polión. El otro texto al que me refería, un cuaderno de notas,  no hubiera llegado hasta nosotros si ese tan traído y llevado cambio climático del que se nos habla cada vez con más certeza, no hubiera hecho derretirse una superficie en la Antártida hasta ahora cubierta de hielo. El cuaderno perteneció al naturalista de la expedición de Robert Scott  - aquel aventurero y científico que en una loca carrera por llegar al Polo Sur luchando contra la naturaleza y contra el noruego Amundsen, pereció junto a casi la totalidad de su equipo- George Murray Levick.  De Murray Levick los hielos “eternos” nos devuelven ahora,  un siglo después, un diario con anotaciones dañadas por el agua que se están tratando de recuperar, y que sin duda enriquecerán con nuevos detalles aquella historia que conmocionó al mundo. Ramón Clavijo Provencio.

CALLAR A TIEMPO

Los hay que hacen de la literatura un medio de vida, y muchos que siguen intentando vivir de ella; los hay también que convierten su  vida en literatura, a veces de ciencia ficción, otras de terror; pero también los hay que hacen de la literatura su vida, y la viven con la pasión y el dolor, con la felicidad y la desgracia, con la alegría y la tristeza que nos proporciona el mismo hecho de vivir. A este pequeño y admirable grupo de escritores pertenece Mauricio Gil Cano. El conocimiento de años de Mauricio y su obra, sobre todo poética, dan testimonio de lo que acabo de escribir. Un testimonio que el lector que se acerque a sus poemarios comprobará sin duda, desde  su 19 sonetos y un canto a Venecia, pasando por Declaración de un vencido hasta llegar a la última entrega Callar a tiempo (Ediciones En Huida), sin olvidarnos de la labor que durante años ha ido desarrollando en los distintos medios de comunicación como crítico, y como coordinador y director de diferentes y variadas propuestas literarias (taller de creación literaria en la Fundación Caballero Bonald; director de la colección de poesía “Hojas de bohemia”), que representan una importante contribución al panorama cultural de nuestra ciudad. Unidas, así pues, literatura y vida, Callar a tiempo es la crónica de las últimas páginas de ese libro vital de Mauricio Gil Cano; crónica de un vivir en el que no falta ningún elemento, ni sentimiento, ni actitud que a un hombre le pueda ser ajeno: la pasión amorosa (el soneto en alejandrinos “Tú sabes”), pero también el anhelo del otro (“La espera”, dedicado a Carmen); el compromiso del hombre con su tiempo y su destino (su inicial “Para aprender vinimos”), o con el prójimo (“Symposion”); la relación del hombre con un dios que es sacrificio, muerte, resurrección, salvación de ahí los versos dedicados a Cristo (“Calvario”, “Dios agonizante”, “Spe Salvi”); el dolor de la creación literaria (“Yo”; “Callar a tiempo” que le da título al conjunto); pero sobre todo la concepción del hombre como náufrago o ángel caído pero “definitivamente humano”, porque los poemas de Mauricio son miradas hacia el interior en un permanente buscarse y comprenderse, entender en definitiva a un yo en conflicto dialéctico consigo mismo. Se cierra el poemario con un apartado de “Homenajes”, en los que destaca el poema dedicado a su madre y a poetas como Miguel Hernández o Jaime Jaramillo Escobar de los que celebra su compromiso vital. Por los poemas transitan referencias, versos, citas de Cernuda, de Juan de la Cruz (sobre todo), de Blas de Otero, Borges y de tantos otros que forman ese conjunto de fuentes literarias de las que Mauricio sabe coger la mejor lección: “para saber que somos lo que fuimos / y seremos aún y algún día sabremos / quizá que habremos sido”. José López Romero.