domingo, 22 de diciembre de 2013

THE BAY PSALM BOOK

Seguramente sean los libros, de entre los bienes culturales, los grandes desconocidos a la hora de establecer su valor material. Ese desconocimiento lleva a la mayoría a sorprenderse cuando se tasa el valor de una pieza en miles o en centenares de miles de euros, como sucedió hace algunas semanas con el The Bay Psalm Book subastado por 10,5 millones. Cuando algo de esto sucede y trasciende a través de los medios de comunicación, no es de extrañar que a algunos les entre un ansia irrefrenable por husmear en el trastero, o en esas cajas que llevan tanto tiempo en el fondo de algún armario, con la esperanza de que allí aparezca un manuscrito medieval o un incunable impreso en Maguncia. A lo largo de los años me he enfrentado a  situaciones curiosas cuando menos, en las que desconocidos me mostraban viejos libros, la mayoría de las veces sin valor alguno salvo el sentimental, y sobre los que sus propietarios pensaban podían llegarles suculentas ofertas. Pero el valor material de un libro no lo determina exclusivamente su antigüedad. A esa antigüedad hay que sumarle otra serie de detalles que son los que en su conjunto harán que el libro en cuestión sea un ejemplar excepcional o no tanto. Detalles como  lo limitado de la edición, la singularidad de una encuadernación, el contenido, el que sea un ejemplar anterior o de los primeros tiempos de la imprenta, el impresor o el autor, el propietario, las ilustraciones y anotaciones manuscritas, su estado, incluso los propios avatares a los que se haya visto envuelto la pieza desde su confección. Todo ello es lo que irá sumando o restando importancia y valor material a un libro.  The Bay Psalm Book reunía muchos de esos requisitos: edición de 1640 de la que sólo se conservan muy pocos ejemplares, anotaciones manuscritas, el ser el primer libro impreso en Estados Unidos, etc. Sin duda es este mundo de las tasaciones de libros antiguos, algo tan desconocido como apasionante. Ramón Clavijo Provencio


DICHOSAS NAVIDADES

“La vida es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, cuyo significado es nada”, escribió Shakespeare en su enorme Macbeth. En busca de respuestas, de Felipe González; El compromiso del poder, de José María Aznar; Recuerdos, de Pedro Solbes, y El dilema, de José Luis Rodríguez Zapatero. Estas son las novedades que los editores se han empecinado en publicar, para hacernos las Navidades aún más amargas y tristes de lo que ya son por culpa de los anteriormente nombrados. Si leer autobiografías ya es un acto de infinita generosidad lectora para con el protagonista, que siempre termina cayendo en la autocomplacencia, a un punto de la hagiografía, leer a los políticos es ya masoquismo. En un ejercicio de cinismo digno de estudio, lo que pretenden no es otra cosa que la justificación de sus equivocaciones y, con ello, no el perdón (resabios aún de antigua prepotencia), sino el reconocimiento y hasta el aplauso. “Me equivoqué pero que conste que no fue mi intención”, dirán unos; y otros, más cínicos aún, como Solbes, dirán “yo ya te avisé de que te equivocabas”. Uno, González, se creyó más grandes que la España que gobernaba; otro, Aznar, quiso para España un lugar en el mundo que habíamos perdido hacía siglos, una España más grande de lo que nos correspondía; y a Zapatero le vino grande España y no digamos la crisis a la que no supo, ni pudo, ni quiso enfrentarse, y la convirtió en ese “dilema” que ha escogido como título para su libro. Y Solbes es el paradigma moderno de esos ministros tenebrosos que tienen en Fouché su ejemplo más acabado. Aún recordamos su negación pública de la crisis, su relevo en el ministerio de economía para gozar de sus últimos años de actividad en el dorado consejo de administración de Enel; una hoja de servicios por la que en nada podemos certificar su dedicación a los intereses generales de los españoles, sino solo al suyo propio, como tantos otros. El mismo cinismo, la misma cobardía que en otro tiempo demostraron malas personas como un tal Arzalluz y un tal Joseba Egibar, afortunadamente perdidos en el olvido (donde deben estar los recuerdos de Solbes), cuando arreciaban los atentados de ETA contra los políticos del País Vasco. Pero alejemos a los fantasmas de las penalidades del pasado, y vengan a nosotros “las” fantasmas de las angustias del presente. En el mercado persa en que los editores se han empeñado en convertir los escaparates de las librerías, al lado de los oscuros políticos brilla con luz propia Ambiciones y reflexiones de Belén Esteban. Lo de “reflexiones” es otro ejercicio de cinismo que ya no somos capaces de resistir. Mientras que en este país las colas para que la Esteban firme un ejemplar de su libro se midan por cientos de metros, y hasta le dediquen la portada de una revista dominical, no podemos por menos que reconocer que los políticos es una parte más de todo lo malo y cutre que nos merecemos. ¡Habrá libros que comprar y regalar estas Navidades, antes que los de estos abusones de nuestra generosidad lectora y hasta ciudadana! José López Romero.