martes, 25 de junio de 2013

ALGUNOS LIBROS

La librería encantada. Christopher Morley. Periférica, 2013.
Parecen haberse puesto de moda, al menos como argumento para una novela, las librerías y los libreros. A la espera de leer lo último de Ignacio Carrión Las librerías finalista del último premio Anagrama, nos llegan más que novedades reediciones de libros en su día muy celebrados en el mercado anglosajón, y que ahora con muy buen criterio, editoriales como Impedimenta (en el caso de la reedición de La librería de  Penélope Fitzgerald) o Periférica editan su primera versión en castellano. La librería encantada es la deliciosa continuación de aquel La librería ambulante, donde el autor nos presentaba a la pareja protagonista Roger y Helem. De aquella hilarante y entretenida historia viene este libro, más pausado y misterioso, pero igualmente divertido, y que es todo un homenaje al mundo del libro, y sobre todo a los libreros. 


Intemperie. Jesús Carrasco. Seix Barral, 2013

Aprovechamos la llegada del estio para destacar un libro del que ya dimos noticia hace unos meses cuando se presentó, pero que sin duda  va camino de convertirse en  la sensación del panorama literario de esta país durante el presente año. La sencillez de la trama - un pequeño que escapa de casa, en un pueblo perdido en una inmensa y desolada llanura- un lenguaje directo y hermoso, y una excepcional capacidad para implicar al lector en una historia que a medida que avanza se hace más dura y, a la vez, más hermosa, justifican los elogios de la critica y el homenaje en forma de lectura de los miles de lectores que agradecemos que aún podamos encontrarnos con libros como este. 



El último pasajero. Manuel Loureiro. Planeta, 2013

La llegada del verano sin duda hace que muchos lectores salgan del letargo invernal y cojan entre sus manos un libro. Son lectores estacionales que poco más le piden a un libro que pasar un buen rato, divertirse. Pues bien, también hay  escritores estacionales que escriben para ese tipo de lector, y tienen la especial habilidad de dar con las historias y el tono que se les demanda. Loureiro es uno de esos escritores que con la llegada del verano exhibe su muestrario de nuevas historias con las que dar su pizca de evasión a muchos lectores. Con este libro parece va a volver a lograrlo: en 1939, el Valkirie -uno de esos buques alemanes, donde el régimen nazi proporcionaba vacaciones pagadas a muchos obreros- aparece a la deriva en medio del Atlántico y solo con un pasajero…un niño de pocos meses.  
 

sábado, 22 de junio de 2013

EL ESCRIBIENTE

A trompicones logró terminar el bachillerato. Cuatro años para los tres del BUP y dos para aquel COU del que se le habían atragantado las Matemáticas y la Filosofía. Al muchacho no le faltaba capacidad, lo malo es que era vago y poco constante en el escaso esfuerzo que hacía por superarse y superar las materias. Perdió un último año en primero de Empresariales, y cuando se dio cuenta de que los estudios no eran para él se fue a la mili y, ya con sus 23 años cumplidos, alcanzó un puesto, tan gris como él, en una caja de ahorros, cuando estas entidades eran familiares y locales, no los monstruos deficitarios en que se han convertido. Y después de trampear por distintas sucursales en trabajos de administración y escasa responsabilidad, logró lo que durante tanto tiempo había soñado porque se identificaba con sus máximas aspiraciones en la vida: un despachito al fondo de la oficina, lejos de las miradas de clientes y las impertinentes del jefe, que pudieran interrumpir o perturbar la actividad a la que se dedicó con toda la voluntad que le faltaba para el trabajo: la lectura. Leía con la devoción del cartujo, con el rigor del especialista y con tal voracidad que en varias ocasiones le dieron el premio al mejor lector de la biblioteca pública, a cuyo servicio de préstamos acudía casi a diario, en el tiempo del desayuno para no levantar más sospechas. No había género que se le resistiese, ni escritor o escritora que no quisiera leer, ni época a la que le hiciera ascos. Como tampoco se lo hacía a los créditos blandos, a bajo interés, que la caja ponía a disposición de sus “trabajadores”, con los que consiguió comprarse su apartamento en la playa, al que se retiraba en las vacaciones para seguir leyendo. A los treinta y pocos cayó en sus manos “Bartleby, el escribiente”, la célebre novela de Herman Melville y tomó a su protagonista como ejemplo de vida profesional. Y cuando se le acercaba el jefe para encargarle algún trabajo, lo miraba con los ojos encendidos por las últimas páginas que acababa de leer, y le espetaba el “preferiría no hacerlo” que había aprendido de su modelo. Hace unas semanas, al cumplir justo una década antes de llegar al climatérico lustro de su vida  (leía a Góngora con avidez), había aceptado y firmado su jubilación anticipada. Con 53 años no otra ilusión lo alentaba que seguir siendo por toda la larga vida que tenía por delante un lector empedernido, libre y ajeno ya a la mirada inquisidora y molesta del jefe de turno. Lo que en definitiva había aspirado a ser y había logrado. Y a los pobres que nos queda por delante otro largo tirón de nuestra ya más que dilatada vida profesional para intentar cobrar una más que improbable pensión, no solo tenemos que pagarle a este lector su dorada prejubilación, sino también el agujero financiero que nos han dejado a todos los españoles las dichosas cajas de ahorros. Yo para esto me acojo al lema de Bartleby que tan buenos resultados laborales le dio a nuestro protagonista: “preferiría no hacerlo”. José López Romero.


Y SIN EMBARGO, SE MUEVE


Tiene su explicación la referencia a Galileo que encabeza estas líneas, pues la sensación que sentimos, en este caso refiriéndonos a  la historia,  es la de que está siendo este año un periodo fructífero para la investigación y  conocimiento del pasado local. A esta sensación han contribuido las numerosas publicaciones presentadas, pero sobre todo  el que algunos de esos títulos marcarán un antes y un después en la historiografía de Jerez. Uno de estos títulos, para mí  sin duda el más relevante, es La capital itinerante (Presea Ediciones, 2013), del prestigioso arabista Miguel Ángel Borrego. En este libro el autor desvela los que fueron centros de poder en la Cora de Sidonia entre los siglos VIII y X.  Pero es que además del valor de este estudio histórico sobre la provincia, y donde Jerez adquiere especial relevancia, la lectura de las páginas escritas por Miguel Ángel te atrapan como si de la mejor obra de ficción se tratase, dejándonos una imagen fascinante del periodo estudiado, hasta ahora nunca expuesto con tanta contundencia  documental y atractivo estilístico. También podemos calificar de afortunado el empeño puesto por la asociación  de Amigos del Archivo, de editar las conclusiones de unas jornadas que se han venido desarrollando en la ciudad a los largo de los últimos meses. Siguiendo el hilo de la historia…–así se llama el libro- nos deja textos que avanzan en el conocimiento de nuestro pasado en distintas áreas historiográficas, y nos reafirman que la historia se mueve en este caso a través de la última generación de investigadores. Pero  para que la felicidad fuera plena solo faltaría se materializara un último proyecto; la continuidad de la “Revista de Historia de Jerez” (CEHJ), hasta ahora el único foro para la investigación local y  cuyo último número se editaba en 2011. Mis noticias son que hay serias posibilidades de editar un nuevo número para finales de este año. Si así fuera y la crisis no nos desmiente, la felicidad sería plena. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

  

sábado, 15 de junio de 2013

SORPRESAS BIBLIOGRÁFICAS

Algunas veces la búsqueda de algo te lleva por caminos inexplorados, al final de los cuales lo que se encuentra no es precisamente lo que motivó el inicio del viaje.  En este caso me refiero a una búsqueda bibliográfica  en la que aún no he tenido éxito, pero en la que sin pretenderlo me topé, a lo largo del  tiempo, con una serie de libros cada uno de los cuales fue para mí una agradable sorpresa. No he sido desafortunado en esto de encuentros casuales con curiosos unas veces, excepcionales otras, libros. Y no hace tanto tiempo me sorprendí encontrando una versión desconocida de ‘La Mojigata’ de Moratín, o un manuscrito inédito de un desconocido viajes a las Indias allá por 1606, por no volverles a recordar lo de la sorprendente aparición de un códice medieval que, sí señores, otra vez yo fui el afortunado de encontrar escondido entre las páginas de otro libro.  Sobre la búsqueda de la que le hablaba al comienzo, todo comenzó con el encargo por parte de un conocido y reputado bibliófilo, de un impreso del siglo XVIII, un tratado de Geografía firmado por un tal J. Sarmiento, del que le habían llegado noticias que acrecentaron su interés en adquirirlo para su colección. Finalmente, ante sus reiterados fracasos recurrió a mí. Como les decía la búsqueda continúa y  me está llevando por caminos inesperados a encontrarme con libros tantas veces deseados y que ahora, extrañamente, han salido a mi encuentro sin pretenderlo. Me referiré solo a dos de ellos pero suficientes como  botón de muestra, de lo fructífera que pueden ser ciertas empresas imposibles: Del “Barrio de Santa Cruz” siempre tuve ganas de tener un ejemplar entre mis manos. Este poemario de Pemán, prologado por los hermanos Álvarez Quintero, siempre fue considerado por los bibliófilos un tesoro preciado, sobre todo porque se hizo una edición de tan solo 300 ejemplares. Para mí su atractivo reside más en las magníficos dibujos y xilografías del jerezano Teodoro Miciano.  De Carmen Carriedo hay muchas referencias pero  pocos restos de su obra literaria, salvo algunos artículos que escribiera en la prensa jerezana, bajo el seudónimo de “María de Xerez” en las primeras décadas del siglo XX. Pero fue una novelista de cierto éxito a nivel nacional, y que finalmente recalaría en la capital del reino. “El castillo de Nichopa” es una de esas novelas olvidadas, y de la  que encontré un ejemplar algo deteriorado en los depósitos de una librería de viejo, en mi búsqueda infructuosa de esa Geografía esquiva de un tal Sarmiento. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

NECIOS

“Father. Lee esto pero trátalo con cariño, generosidad y benevolencia”. Tantos paños calientes antes de que ni por asomo se viese el grano me puso de inmediato a la defensiva… Y más viniendo de quien venía. Me puso mi hija por delante unos folios garabateados, en los que advertí a vista apresurada variadas y numerosas faltas de ortografía, algunas cometidas por influencia de ese lenguaje SMS (del que ya se han hecho tesis y hasta diccionarios), virus cuyos efectos deletéreos se extienden no solo entre la juventud, sino en muchos que en su día hicieron una carrera supuestamente universitaria. De las tildes, ni hablamos. “¡Te has fijado –le dije a mi hija- en la cantidad de faltas y que el autor o autora de “esto” debe ser fanático de una secta que le prohíbe acentuar!”. “Tú siempre tan negativo, father. Con esta actitud, ¿cómo se pueden descubrir nuevos talentos?”. Y de pronto se me vinieron a la memoria las sonadas y más célebres meteduras de pata de las que ninguna editorial puede considerarse indemne: el rechazo de manuscritos que después han resultado obras ya consideradas clásicas en la historia de la literatura y, por el contrario, la publicación de libros que resultaron un rotundo fracaso, a pesar del dinero invertido en su promoción (aunque en este caso más habría que echarle la culpa a la torpeza de la agencia publicitaria que al bodrio del texto, porque la gente se traga lo que le echen en forma de anuncio). Un caso que me trae recuerdos especiales (otro encuentro casual y causal con un libro) es el de ‘La conjura de los necios’ de John Kennedy Toole, quien murió sin ver su libro publicado, rechazado por las grandes editoriales, y que fue premio Pulitzer el mismo año en que su madre consiguió que lo publicara una pequeña editorial de Louisiana. ¿Los folios de mi hija? Ni ella quiso decirme su autor ni yo puse mucho interés en saberlo. En todo caso, que la vida me sorprenda, aunque tengo pocas esperanzas de ello, casi ninguna. José López Romero.  

domingo, 2 de junio de 2013

IMAGINACIÓN

Poco hace que en esta misma página sugería las ediciones ilustradas como un reclamo para hacer más atractiva la compra de libros, incluso para las numerosas colecciones de bolsillo, que mejorarían ostensiblemente. Un arte, el de la ilustración, poco extendido o que tiene en los libros infantiles el centro de su atención. El otro día comentaba con mi amigo Raúl, con quien comparto mis lecturas de Ibargüengoitia (él fue quien me lo recomendó), que en el libro ‘Revolución en el jardín’, recopilación de artículos, crónicas y textos varios del gran novelista mexicano, que ha publicado la editorial Reino de Redonda (propiedad, tengo entendido, de Javier Marías) con prólogo de Juan Villoro, se echaban en falta ilustraciones que hicieran al volumen más “redondo”. “Precisamente –me respondió Raúl- su mujer, Joy Laville, es pintora. Podría haber ilustrado el libro”. Ocasión perdida. Pero a veces una ilustración deja de ser un adorno, para convertirse en un elemento imprescindible para un libro e incluso para su lector. En el ejercicio de recreación imaginativa que todos hacemos cuando leemos, ciertos detalles se escapan o requieren de un esfuerzo de la imaginación que algunos no somos capaces de hacer. Me acuerdo ahora de mi total incapacidad por imaginarme cómo era el fusil o escopeta que Chacal, en la famosa novela de Frederick Forsyth del mismo título, diseña para pasar todos los controles policiales embutida en una muleta y así atentar contra De Gaulle. Y de la misma manera, por muy detallada que es la descripción con la que Umberto Eco inicia su ‘El nombre de la rosa’ de la célebre abadía y de la torre-biblioteca, solo pude, como el fusil de Chacal, tomar exacta medida de ellas al ver las películas que sobre estas dos novelas se han hecho. De los ejemplos que me van viniendo a la memoria, otro me resulta especialmente molesto, no por el ejemplo en sí sino porque todo lo que no puede imaginarse molesta al lector, me refiero al aspecto que podían tener las extrañas criaturas que asaltan todas las noches al protagonista de la novela ‘La piel fría’ de Albert Sánchez Piñol, problema o dificultad que podría haberse solucionado con una simple ilustración. La portada de ciertas ediciones ofrece con éxito relativo alguna solución al respecto. Y de mis últimas lecturas, he sentido la necesidad de ese apoyo plástico para poder imaginarme con la exactitud y la maestría con que los retrata su autora el ambiente del Londres años después de la Primera Guerra Mundial, la casa de la protagonista, el aspecto de algunos personajes de la novela ‘La señora Dalloway’, de Virginia Woolf. Y como tantas veces, ha sido el cine el que ha venido en mi ayuda y ha cubierto con creces esa falta de imaginación, a veces alarmante, que sufro con algunos libros. Pero no siempre el cine te saca del atolladero imaginativo y el problema perdura en la memoria cada vez que recuerda la lectura de aquella novela. Además, no cabe duda de que una ilustración alivia y le da un respiro al lector que, entre tanto texto, bien lo merece. José López Romero.  

RESCATE

Hace unos días asistía a  una conferencia donde se hacía un repaso por las últimas décadas del sistema educativo de nuestro país y su repercusiones en la zona de influencia de Jerez. En ese documentado y a veces emotivo repaso que hizo Manuel Santander, saltaron ante el auditorio nombres como los de Miciano, Teófilo Azabal,  o Antonio Roma entre otros. Nombres que desde distintos campos de la cultura tuvieron una enorme influencia en la ciudad y que el paso de los años ha ido condenando, premeditadamente en algunos casos, al olvido. De muchos de estos personajes y de otros como José Cádiz, de sus luces y sombras, tuve información a través de un testigo privilegiado como fue el ya desaparecido profesor Antonio Olmedo, gran bibliófilo, y con el que tuve el privilegio de compartir largas conversaciones cuando me visitaba al final de su vida en la biblioteca. En aquellas charlas, no importaba de qué se hablara, siempre saltaba en algún momento las visiones que Antonio me dejaba de una época, la postguerra,  especialmente desde el punto de vista cultural pues, me decía, este aspecto era decisivo para comprender la vida en la ciudad en aquellos años. Lo cierto es que  la información oficial, aquella que podemos encontrar en la documentación conservada o en la tutelada prensa de la época contrasta muy significativamente con la que fueron aportando testigos de aquellos años como Antonio.  Algunos hemos tratado de hurgar en las manifestaciones culturales de ese periodo en Jerez con mayor o menor fortuna, estudios parciales que sin embargo han ido aportando alguna luz sobre el duro golpe que significó para la cultura en la ciudad la desaparición de figuras como las anteriormente nombradas. Falta sin embargo ese estudio multidisciplinar, que rescate del olvido las aportaciones culturales  de aquellos de los que aún nos llegan ecos. Habrá otros - me temo- a los  que no llegaremos a tiempo. Ramón Clavijo Provencio.