domingo, 22 de diciembre de 2013

THE BAY PSALM BOOK

Seguramente sean los libros, de entre los bienes culturales, los grandes desconocidos a la hora de establecer su valor material. Ese desconocimiento lleva a la mayoría a sorprenderse cuando se tasa el valor de una pieza en miles o en centenares de miles de euros, como sucedió hace algunas semanas con el The Bay Psalm Book subastado por 10,5 millones. Cuando algo de esto sucede y trasciende a través de los medios de comunicación, no es de extrañar que a algunos les entre un ansia irrefrenable por husmear en el trastero, o en esas cajas que llevan tanto tiempo en el fondo de algún armario, con la esperanza de que allí aparezca un manuscrito medieval o un incunable impreso en Maguncia. A lo largo de los años me he enfrentado a  situaciones curiosas cuando menos, en las que desconocidos me mostraban viejos libros, la mayoría de las veces sin valor alguno salvo el sentimental, y sobre los que sus propietarios pensaban podían llegarles suculentas ofertas. Pero el valor material de un libro no lo determina exclusivamente su antigüedad. A esa antigüedad hay que sumarle otra serie de detalles que son los que en su conjunto harán que el libro en cuestión sea un ejemplar excepcional o no tanto. Detalles como  lo limitado de la edición, la singularidad de una encuadernación, el contenido, el que sea un ejemplar anterior o de los primeros tiempos de la imprenta, el impresor o el autor, el propietario, las ilustraciones y anotaciones manuscritas, su estado, incluso los propios avatares a los que se haya visto envuelto la pieza desde su confección. Todo ello es lo que irá sumando o restando importancia y valor material a un libro.  The Bay Psalm Book reunía muchos de esos requisitos: edición de 1640 de la que sólo se conservan muy pocos ejemplares, anotaciones manuscritas, el ser el primer libro impreso en Estados Unidos, etc. Sin duda es este mundo de las tasaciones de libros antiguos, algo tan desconocido como apasionante. Ramón Clavijo Provencio


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