domingo, 24 de noviembre de 2013

LESSING

Me sorprende la muerte de la escritora Doris Lessing, precisamente enfrascado en estas líneas que originalmente iban dedicadas a una curiosa idea de dos arquitectos griegos relacionadas con los libros. Volveré sobre ella en otra ocasión, porque  no podemos pasar de puntillas sobre uno de los iconos literarios del pasado  y terrible siglo XX. El siglo de las guerras según algunos, y en todo  caso el siglo origen de muchos de los males que aún planean sin resolver sobre la humanidad en el momento presente. Como suele suceder muchas veces, nada hacía presagiar que aquella chica  nacida en 1919 en un barrio de Londres, hija de un veterano oficial británico de la I Guerra Mundial, estaba destinada a ser uno de los referentes, como les decía antes, de causas perdidas que, como la de la segregación racial o la de los derechos de las mujeres, hoy nos pueden parecer menos perdidas por el concurso de referentes inasequibles al desaliento como fue su caso. La obra de Lessing tardó en llegar a las librerías españolas pero fue todo un descubrimiento El cuaderno dorado, quizás su obra más comprometida, y que  ya por sí sola era merecedora de ese Nobel que sin embargo le llegaría muchos años después -2007- y no precisamente con el consenso de la crítica literaria, donde se puede decir hubo división de opiniones. Críticos como el influyente Harold Bloon dispararon sus dardos sobre una ya anciana escritora acusando al jurado de haber premiado a alguien cuyas últimas obras  poco menos que eran deplorables. Nunca en la historia del Nobel se hizo tanta “sangre” sobre  el galardonado, nunca se había atacado tan cruelmente e injustamente con un argumento que si se extendiera habría que  desposeer de honores a  muchos de los más admirados creadores de la historia de la literatura. La literatura de Lessing fue y es una literatura - sobre todo la de su época de madurez- marcada por la historia. No es posible comprenderla sin tener una visión diáfana de la historia del siglo pasado. Quizás ahí esté la explicación de la incomprensión de algunos. Ramón Clavijo Provencio


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