domingo, 17 de noviembre de 2013

CHEFS

De un tiempo a esta parte raro es el conocido que no me confiese que desde la más tierna infancia siente vocación por los fogones. Incluso un familiar muy cercano  me cuenta sin rubor historias rocambolescas en torno a experimentos con recetas secretas, pese a mi sorpresa, pues al personaje lo conozco desde que tengo uso de razón, y jamás sospeché de estas inclinaciones ni lo sorprendí en estos quehaceres. La moda está llegando a cotas tan sorprendentes  que muchos viajes son motivados más por la fama de un  restaurante “Michelin”, para el que esperamos meses antes de degustar sus platos – que por  el atractivo de la Toscana o los fiordos noruegos, pongamos por caso.  Las escuelas de hostelería crecen como setas mientras entre  las estrellas de la farándula, hasta ahora procedentes en su mayoría del mundo de la canción o los deportes, se van abriendo paso los ganadores de algunos de los múltiples concursos televisivos que se emiten por cualquier cadena que se precie. Y al hilo de todo esto nos llega una avalancha de títulos editoriales que no solo  copan los estantes y  escaparates de librerías, sino espacios físicos y temporales en los más diversos medios de comunicación. Es sabido que la cocina es uno de las grandes vicios de la humanidad, y por ello sigue vigente aquel dicho latino que nos advierte lo de comer para vivir y no al contrario (edo ut vivam, non vivo ut edam), pero soy de la opinión de que este asunto en la actualidad adquiere tintes kafkianos. Si la historia de la literatura está plagada de libros maravillosos sobre el arte culinario –En deuda con el placer (Lanchester)- o  grandes escritores  que nos descubren el placer de la buena cocina  -- Alejandro Dumas — nunca hasta hoy día tuvimos que soportar tanto despropósito materializado en esa plaga de desconocidos o famosos por un día, que nos martirizan con su interpretación del viejo y noble arte culinario. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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