domingo, 2 de junio de 2013

IMAGINACIÓN

Poco hace que en esta misma página sugería las ediciones ilustradas como un reclamo para hacer más atractiva la compra de libros, incluso para las numerosas colecciones de bolsillo, que mejorarían ostensiblemente. Un arte, el de la ilustración, poco extendido o que tiene en los libros infantiles el centro de su atención. El otro día comentaba con mi amigo Raúl, con quien comparto mis lecturas de Ibargüengoitia (él fue quien me lo recomendó), que en el libro ‘Revolución en el jardín’, recopilación de artículos, crónicas y textos varios del gran novelista mexicano, que ha publicado la editorial Reino de Redonda (propiedad, tengo entendido, de Javier Marías) con prólogo de Juan Villoro, se echaban en falta ilustraciones que hicieran al volumen más “redondo”. “Precisamente –me respondió Raúl- su mujer, Joy Laville, es pintora. Podría haber ilustrado el libro”. Ocasión perdida. Pero a veces una ilustración deja de ser un adorno, para convertirse en un elemento imprescindible para un libro e incluso para su lector. En el ejercicio de recreación imaginativa que todos hacemos cuando leemos, ciertos detalles se escapan o requieren de un esfuerzo de la imaginación que algunos no somos capaces de hacer. Me acuerdo ahora de mi total incapacidad por imaginarme cómo era el fusil o escopeta que Chacal, en la famosa novela de Frederick Forsyth del mismo título, diseña para pasar todos los controles policiales embutida en una muleta y así atentar contra De Gaulle. Y de la misma manera, por muy detallada que es la descripción con la que Umberto Eco inicia su ‘El nombre de la rosa’ de la célebre abadía y de la torre-biblioteca, solo pude, como el fusil de Chacal, tomar exacta medida de ellas al ver las películas que sobre estas dos novelas se han hecho. De los ejemplos que me van viniendo a la memoria, otro me resulta especialmente molesto, no por el ejemplo en sí sino porque todo lo que no puede imaginarse molesta al lector, me refiero al aspecto que podían tener las extrañas criaturas que asaltan todas las noches al protagonista de la novela ‘La piel fría’ de Albert Sánchez Piñol, problema o dificultad que podría haberse solucionado con una simple ilustración. La portada de ciertas ediciones ofrece con éxito relativo alguna solución al respecto. Y de mis últimas lecturas, he sentido la necesidad de ese apoyo plástico para poder imaginarme con la exactitud y la maestría con que los retrata su autora el ambiente del Londres años después de la Primera Guerra Mundial, la casa de la protagonista, el aspecto de algunos personajes de la novela ‘La señora Dalloway’, de Virginia Woolf. Y como tantas veces, ha sido el cine el que ha venido en mi ayuda y ha cubierto con creces esa falta de imaginación, a veces alarmante, que sufro con algunos libros. Pero no siempre el cine te saca del atolladero imaginativo y el problema perdura en la memoria cada vez que recuerda la lectura de aquella novela. Además, no cabe duda de que una ilustración alivia y le da un respiro al lector que, entre tanto texto, bien lo merece. José López Romero.  

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