La primera vez que
escuché el nombre de Eduardo Pereiras, mucho antes de conocerlo personalmente,
fue cuando me comentaron una vieja anécdota de Manuel Esteve, el que fuera
bibliotecario y arqueólogo municipal durante cerca de cuarenta años, y que en
una de sus visitas a la Cartuja se hizo acompañar
por el entonces muy joven fotógrafo Eduardo. El motivo era para que este último
tomara instantáneas del monumento con vistas a una reedición de la ya conocida
guía de arte de Esteve. La visita transcurrió con normalidad hasta que llegaron
a los claustros. Allí el entonces prefecto de la comunidad padre Arteche impidió que se tomaran instantáneas del
lugar, argumentando que la orden había encargado a otro fotógrafo un reportaje
sobre los claustros para ilustrar la vida de los cartujos. Esteve le recriminó
a Arteche que un cartujo tuviera tanto sentido comercial, y finalmente Pereiras
pudo fotografiar aquella espléndida muestra del arte. Personalmente empecé a
tratar a Eduardo, ya con cierta asiduidad, tras la reapertura de la Biblioteca Municipal
en su nuevo edificio de la plaza del Banco en 1986, de la que se hizo usuario
asiduo, sobre todo consultando prensa antigua y hurgando en ella cualquier
referencia a la fotografía (lo que posteriormente le llevaría a publicar dos libros
indispensables para conocer la historia de la fotografía en Jerez.). Pero hace
diez años que Eduardo dejó de visitar
las salas de esta espléndida biblioteca, muy a su pesar, como también en este
periodo lo hicieron el profesor José
Ramón Fernández Lira o el bibliófilo Antonio Olmedo, a los que andando el tiempo, pese a la diferencia de
edad, los consideré amigos y maestros, piezas insustituibles de la más
reciente historia cultural de la ciudad.
A lo largo de los años, todos ellos, en sucesivos encuentros me fueron dejando un rosario de datos,
visiones o anécdotas sobre la cultura en Jerez impagables, desde el dramatismo
de la quema de los talleres del periódico jerezano El Guadalete que Antonio
Olmedo vivió en persona, a esa visita con José Ramón de guía en su viejo
estudio antes de su traslado a la calle Ancha, por los avatares de la colección
de Arte que estaba reuniendo, ya por entonces muy completa. De Eduardo,
fotógrafo de prestigio fuera de las fronteras locales –publicó en Life y en
Blanco y Negro algunas de sus fotos- llegué a conocer su poco conocida y
singular obra pictórica representada en la imagen que ilustra estas líneas. A
todos ellos parece que este Jerez
injusto los olvida, a medida que el tiempo va alejándonos de aquellos
apresurados homenajes oficiales realizados la fecha que se fueron
definitivamente. Amigos a los que echo de menos. Ramón Clavijo Provencio.
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