Durante algunas
semanas hemos ido recibiendo noticias terribles para la cultura, que nos llegaban
desde un lugar geográfico con nombre mítico: Tombuctú. Una ciudad lugar de paso
de caravanas durante siglos y destino ansiado para viajeros deseosos de nuevas
experiencias. Tombuctú, la ciudad de
barro que paradójicamente vivió una era de oro. Lo sucedido en la capital
cultural de Mali y la magnitud del desastre sobre su patrimonio cultural quizás
nunca lo sabremos, y tanto más me reafirmo en ello cuando hemos asistido
perplejos a un rosario de noticias a cual más confusa y contradictoria, sobre
lo que allí ha sucedido. Noticias que tan pronto nos hablaban de que se estaba perdiendo
gran parte del patrimonio, sobre todo escrito, allí conservado, a otras que
minimizaban esa destrucción. Pero maticemos, la primera tragedia que allí se ha
vivido tanto en la ocupación de la ciudad
por los tuaregs y luego su toma por las tropas francesas, ha sido sin
duda el humanitario, el de una población
civil masacrada a merced de los extremismos y las guerras. Y en ese escenario
de ocupación de la ciudad, el trasfondo ha sido el desastre cultural. Así y
todo hemos asistido a hazañas
conmovedoras de gentes anónimas trasladando viejos legajos y manuscritos,
conservados durante siglos, desde un lugar a otro para evitar su destrucción.
Quizás para consolarnos nos guste pensar que han sido más las piezas salvadas
que las destruidas en estos peligrosos
viajes por las calles de la ciudad, buscando un refugio seguro, una epopeya que
nos trae ecos de aquellos operarios y técnicos del Museo del Prado que lograron
poner a salvo el contenido de la mayor pinacoteca del mundo durante el asedio
de Madrid, en la guerra civil española. Pero también y lamentablemente ecos de aquellos
días que desembocaron en la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, durante
la guerra de los Balcanes, y donde se perdieron para siempre piezas únicas de la
cultura europea. Una vez más el drama
humano unido al de la cultura, en una historia que vuelve a demostrar que no aprendemos nada. Ramón Clavijo Provencio
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