sábado, 23 de febrero de 2013

ALIVIO


Hoy, para pasar esos cinco minutos matinales en el cuarto de baño, ha elegido George al viejo escritor inglés Ruskin. “George percibe un movimiento intestinal agradablemente acuciante y sube con vivacidad hacia el baño, libro en mano”, nos refiere el narrador de ‘Un hombre soltero’, novela de Christopher Isherwood, de la que en el 2009 hizo el director Tom Ford una versión cinematográfica con Colin Firth en el papel de George, el maduro profesor universitario. Pero antes de elegir a Ruskin como compañero de alivios y desahogos, el propio narrador nos aclara que “los libros no han hecho a George más noble, mejor ni más sabio. Es solo que le gusta escuchar sus voces, unas u otras, según su estado de ánimo. Se aprovecha de ellos de manera impía… para inducir al sueño, para ahuyentar de su mente las agujas del reloj, para aliviar la roedura de su espasmo pilórico, para superar con sus chismes la melancolía, para liberar los reflejos condicionados de su colon”. Pero también deja claro que “en público habla de ellos con el mayor respeto”, no en vano es profesor de Literatura y una cosa es su vida privada y otra, muy distinta, su imagen pública. Si, por un lado, dudo mucho, es más, estoy en total desacuerdo con que a George no le hayan hecho los libros que ha leído más noble, mejor y más sabio, incluso si ello no fuera su intención al leerlos, porque la lectura sin quererlo, sin premeditación ni alevosía nos hace sin duda mejores en todos los aspectos; por otro lado, ¿qué lector no ha utilizado algún libro como fiel  acompañante de los momentos más personales e intransferibles? Incluso creo recordar la publicación de una colección de libros con ese determinado fin; y hasta se podían comprar con estuche para varios ejemplares, o aquella otra literatura de “usar y tirar” que tantas coincidencias en todos los aspectos tiene con el papel higiénico. Por no hablar de la inveterada costumbre de la lectura del periódico, hoy más que nunca aconsejable por la descomposición de vientre que nos pueden producir las noticias. Lo que nos muestra George con sus hábitos lectores no es más que la multifuncionalidad de los libros y la variedad de éstos para elegir el más adecuado dependiendo de los momentos y hasta de los estados de ánimo. Libros para inducir al sueño, como se aconsejaba en la Edad Media a los nobles para que tuviesen cerca algún lector en aquellos ratos de insomnio, y en los refectorios de los monasterios como instrucción y lección moral, como se recoge en las Reglas de San Benito: lectura en voz alta y con la entonación que requiere el texto para llegar con más facilidad al oyente. No seré yo quien dé consejos de cómo ni dónde leer, porque cualquier momento y ocasión son buenos con tal de que la gente lea. Y da lo mismo que sea en la mesa, que en una biblioteca, que en el váter si con ello además de convertirnos en más nobles, mejores y más sabios, nos alivia y reconforta. José López Romero.

TOMBUCTÚ


Durante algunas semanas hemos ido recibiendo noticias terribles para la cultura, que nos llegaban desde un lugar geográfico con nombre mítico: Tombuctú. Una ciudad lugar de paso de caravanas durante siglos y destino ansiado para viajeros deseosos de nuevas experiencias. Tombuctú, la  ciudad de barro que paradójicamente vivió una era de oro. Lo sucedido en la capital cultural de Mali y la magnitud del desastre sobre su patrimonio cultural quizás nunca lo sabremos, y tanto más me reafirmo en ello cuando hemos asistido perplejos a un rosario de noticias a cual más confusa y contradictoria, sobre lo que allí ha sucedido. Noticias que tan pronto nos hablaban de que se estaba perdiendo gran parte del patrimonio, sobre todo escrito, allí conservado, a otras que minimizaban esa destrucción. Pero maticemos, la primera tragedia que allí se ha vivido tanto en la ocupación de la ciudad  por los tuaregs y luego su toma por las tropas francesas, ha sido sin duda el  humanitario, el de una población civil masacrada a merced de los extremismos y las guerras. Y en ese escenario de ocupación de la ciudad, el trasfondo ha sido el desastre cultural. Así y todo hemos asistido a  hazañas conmovedoras de gentes anónimas trasladando viejos legajos y manuscritos, conservados durante siglos, desde un lugar a otro para evitar su destrucción. Quizás para consolarnos nos guste pensar que han sido más las piezas salvadas que las destruidas  en estos peligrosos viajes por las calles de la ciudad, buscando un refugio seguro, una epopeya que nos trae ecos de aquellos operarios y técnicos del Museo del Prado que lograron poner a salvo el contenido de la mayor pinacoteca del mundo durante el asedio de Madrid, en la guerra civil española. Pero también y lamentablemente ecos de aquellos días que desembocaron en la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, durante la guerra de los Balcanes, y donde se perdieron para siempre piezas únicas de la cultura europea. Una vez más el drama  humano unido al de la cultura, en una historia que  vuelve a demostrar que no aprendemos nada. Ramón Clavijo Provencio

sábado, 16 de febrero de 2013

VIEJOS AMIGOS


La primera vez que escuché el nombre de Eduardo Pereiras, mucho antes de conocerlo personalmente, fue cuando me comentaron una vieja anécdota de Manuel Esteve, el que fuera bibliotecario y arqueólogo municipal durante cerca de cuarenta años, y que en una de sus visitas  a la Cartuja se hizo acompañar por el entonces muy joven fotógrafo Eduardo. El motivo era para que este último tomara instantáneas del monumento con vistas a una reedición de la ya conocida guía de arte de Esteve. La visita transcurrió con normalidad hasta que llegaron a los claustros. Allí el entonces prefecto de la comunidad padre Arteche  impidió que se tomaran instantáneas del lugar, argumentando que la orden había encargado a otro fotógrafo un reportaje sobre los claustros para ilustrar la vida de los cartujos. Esteve le recriminó a Arteche que un cartujo tuviera tanto sentido comercial, y finalmente Pereiras pudo fotografiar aquella espléndida muestra del arte. Personalmente empecé a tratar a Eduardo, ya con cierta asiduidad, tras la reapertura de la Biblioteca Municipal en su nuevo edificio de la plaza del Banco en 1986, de la que se hizo usuario asiduo, sobre todo consultando prensa antigua y hurgando en ella cualquier referencia a la fotografía (lo que posteriormente le llevaría a publicar dos libros indispensables para conocer la historia de la fotografía en Jerez.). Pero hace diez años que Eduardo  dejó de visitar las salas de esta espléndida biblioteca, muy a su pesar, como también en este periodo lo hicieron  el profesor José Ramón Fernández Lira o el bibliófilo Antonio Olmedo, a los que  andando el tiempo, pese a la diferencia de edad, los consideré amigos y maestros, piezas insustituibles de la más reciente  historia cultural de la ciudad. A lo largo de los años, todos ellos, en sucesivos encuentros  me fueron dejando un rosario de datos, visiones o anécdotas sobre la cultura en Jerez impagables, desde el dramatismo de la quema de los talleres del periódico jerezano El Guadalete que Antonio Olmedo vivió en persona, a esa visita con José Ramón de guía en su viejo estudio antes de su traslado a la calle Ancha, por los avatares de la colección de Arte que estaba reuniendo, ya por entonces muy completa. De Eduardo, fotógrafo de prestigio fuera de las fronteras locales –publicó en Life y en Blanco y Negro algunas de sus fotos- llegué a conocer su poco conocida y singular obra pictórica representada en la imagen que ilustra estas líneas. A todos ellos  parece que este Jerez injusto los olvida, a medida que el tiempo va alejándonos de aquellos apresurados homenajes oficiales realizados la fecha que se fueron definitivamente. Amigos a los que echo de menos. Ramón Clavijo Provencio

PAPEL


Uno de los temas favoritos de mi compañero Ramón es, sin duda, la relación libro electrónico – libro en papel, al que más de mil artículos ha dedicado. ¿Amor – odio? ¿Convivencia pacífica o guerra sin cuartel? Lo cierto es que el propio Abelardo Linares, uno de los grandes editores y libreros de Andalucía, si por un lado se lamentaba del escaso presente del libro electrónico; por otro, sí le auguraba un espléndido futuro (entrevista en el ‘Diario de Jerez, 17-11-2012). ¡Y lo decía todo un bibliófilo, editor y librero cuyo negocio se basa precisamente y en buena medida en las ventas del libro en papel! Esto quiere decir que las editoriales y las librerías tienen  (muchas ya han empezado) que modernizar el negocio, adaptarlo a los nuevos tiempos y, sobre todo, diversificar la oferta. ¿Qué editorial no ofrece ya versión en papel y digital de sus publicaciones, que el lector puede comprar según sus gustos? Y en esto aunque siga habiendo resistencia de los románticos del papel, el lector habitual claudicará ante el digital y combinará pacíficamente y en armonía ambos formatos. Pero hay otras posibilidades de atraer a los lectores al papel, sin despreciar las nuevas tecnologías, ofertas más sugestivas y para las que estoy seguro también hay su público, siempre y cuando se hagan ediciones asequibles a los bolsillos actuales, ya bastante castigados con la crisis. Habría que volver al prestigio de las primeras ediciones, con un número reducido de ejemplares a la venta; sin duda no es lo mismo una primera edición en papel que digital. ¿Ediciones facsímiles de manuscritos? ¿A quién no le gustaría tener en su casa sus textos preferidos de puño y letra de su autor con anotaciones correctoras o añadidos y tachaduras? Los libros ilustrados siempre han tenido su público, restringido por el alto coste de la edición, que bien se podría abaratar si se ajusta un poco más la relación calidad-precio a favor de un acercamiento a un mayor número de compradores. Está claro que las ventas del libro en papel irán disminuyendo, pero el prestigio de la letra impresa se puede mantener con otros atractivos. José López Romero. 

sábado, 2 de febrero de 2013

1766, 1958, 2013


… Pero démosles más exactitud a los tres años que componen el título de este artículo: marzo de 1766, 18 de diciembre de 1958 y enero de 2013. ¿Qué tienen en común estas tres fechas? Es el trabajo que algunas veces les ponemos a nuestros alumnos para que al tiempo que descifran un enigma literario, se familiaricen con el uso de las nuevas tecnologías. Pero aquí no se trata se poner al amable y generoso lector deberes, por lo que paso a desvelar el misterio. En marzo de 1766 tiene lugar en Madrid, aunque con derivaciones por diversas capitales del reino de España, el famoso “motín de Esquilache”. Y aunque la historiografía se ha ocupado de este suceso en múltiples ocasiones, aún no quedan del todo claros  los instigadores (jesuitas, rancia nobleza castellana) de las masas, cuyo levantamiento y revuelta provocaron la destitución de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache y ministro del rey Carlos III. Lo último que desató la furia del pueblo madrileño fue el bando que obligaba al corte de la capa y del sombrero para que los criminales no pudiesen hacer sus fechorías amparados en la ocultación de su identidad. El 18 de diciembre de 1958 se representa por vez primera en el teatro Español de Madrid el drama de Antonio Buero Vallejo ‘Un soñador para un pueblo’, en el que el gran dramaturgo utilizaba el famoso motín y el acoso y derribo de Esquilache para mostrarnos una perspectiva menos histórica y más universal del alma o de la idiosincrasia del pueblo español: el rechazo de cualquier reforma, aunque éstas sean en su propio beneficio: el pavimentado de las calles, el alumbrado público, el alcantarillado, junto con el corte de las capas y sombreros, eran las reformas puestas en práctica por Esquilache, certificadas por el propio Carlos III, contra las que se amotina la masa ignorante, deslenguada, sinvergüenza y violenta, el populacho en su expresión más primitiva y soez. Es el calesero Bernardo en quien representa Buero Vallejo lo peor del pueblo español, los más bajos instintos, la masa amorfa que se deja manipular por unas cuantas monedas, en contraposición a esa otra parte del pueblo, representada por Fernandita, criada de Esquilache, que advierte en el ministro y sus reformas la única manera de convertir a España en un país moderno. Durante los últimos días del pasado mes de enero (2013), me han sorprendido unas imágenes vistas en tv.: grupos de jóvenes insultando a los jugadores y entrenadores del Sevilla y del Valencia, por no hablar del apedreamiento del autobús del Xerez C.D. Gente soez, deslenguada, ordinaria, violenta que solo encuentra distracción en insultar y agredir al prójimo. Es fácil echar las culpas a la sociedad y a la crisis, pero si estos jóvenes gastaran sus energías en buscar trabajo o en formarse, estudiar para conseguirlo, quizá alguno encontraría un medio con que ganarse la vida. Han pasado dos siglos y medio desde el motín, y medio siglo desde la representación del drama, pero mientras se apedreen bibliotecas y bomberos, en España por desgracia seguirá habiendo muchos Bernardos y pocas Fernanditas. José López Romero.

¿BÁLSAMO?


Decía Antonio Colinas  (‘Sepulcro en Tarquinia’) que “la poesía es un bálsamo, sobre todo en estos tiempos de crisis”. ¿Lo es? Me refiero ahora a la cultura en general. No querría frivolizar sobre un asunto, el de la crisis, que tiene a millones de personas fuera del mercado laboral, pero resulta sorprendente comprobar cuántos creadores de las más variadas disciplinas se reafirman en  eso tantas veces repetido de que, por un lado  la crisis agudiza el ingenio, y por otro y para combatirla,  a la cultura se la percibe como ese bálsamo del que hablaba Colinas. ¿Pero todo esto que comentamos responde a la realidad? Veamos, vivimos en un país que  ha subido el IVA a los productos culturales del 8 al 21% y  donde los recortes en los presupuestos destinados a instituciones culturales son brutales. Las consecuencias son muy visibles con una  significativa huida del público de muchos  eventos culturales y un debilitamiento notable de la industria ligada a la cultura. Es cierto que ante todo esto se está produciendo una reacción significativa en la oferta: las grandes pinacotecas tiran de fondos de armario para sus grandes exposiciones, tratando de mantener la calidad a un costo menor, se publican menos libros pero, sobre todo, los lectores son más cautos y selectivos a la hora de adquirir uno. Cine, teatro, música  y en definitiva cualquier manifestación cultural parece huir de la vacuidad de los grandes y costosos artificios para contar historias o transmitirnos sensaciones como siempre hicieron. Y luego está la emergente oferta de la Red, una nueva frontera casi sin reglas. Sigo escuchando declaraciones que le dan a la cultura un papel inesperado en plena crisis, sin ir más lejos el compositor Agustín Castilla insistía hace unos días en que “cuando se ofrece cultura se consumen menos antidepresivos”. Pero la realidad y los deseos parecen en este caso ir cada uno por su lado y el bálsamo no llega a todos por igual, pues  se ha puesto por las nubes. Ramón Clavijo Provencio