domingo, 22 de diciembre de 2013

THE BAY PSALM BOOK

Seguramente sean los libros, de entre los bienes culturales, los grandes desconocidos a la hora de establecer su valor material. Ese desconocimiento lleva a la mayoría a sorprenderse cuando se tasa el valor de una pieza en miles o en centenares de miles de euros, como sucedió hace algunas semanas con el The Bay Psalm Book subastado por 10,5 millones. Cuando algo de esto sucede y trasciende a través de los medios de comunicación, no es de extrañar que a algunos les entre un ansia irrefrenable por husmear en el trastero, o en esas cajas que llevan tanto tiempo en el fondo de algún armario, con la esperanza de que allí aparezca un manuscrito medieval o un incunable impreso en Maguncia. A lo largo de los años me he enfrentado a  situaciones curiosas cuando menos, en las que desconocidos me mostraban viejos libros, la mayoría de las veces sin valor alguno salvo el sentimental, y sobre los que sus propietarios pensaban podían llegarles suculentas ofertas. Pero el valor material de un libro no lo determina exclusivamente su antigüedad. A esa antigüedad hay que sumarle otra serie de detalles que son los que en su conjunto harán que el libro en cuestión sea un ejemplar excepcional o no tanto. Detalles como  lo limitado de la edición, la singularidad de una encuadernación, el contenido, el que sea un ejemplar anterior o de los primeros tiempos de la imprenta, el impresor o el autor, el propietario, las ilustraciones y anotaciones manuscritas, su estado, incluso los propios avatares a los que se haya visto envuelto la pieza desde su confección. Todo ello es lo que irá sumando o restando importancia y valor material a un libro.  The Bay Psalm Book reunía muchos de esos requisitos: edición de 1640 de la que sólo se conservan muy pocos ejemplares, anotaciones manuscritas, el ser el primer libro impreso en Estados Unidos, etc. Sin duda es este mundo de las tasaciones de libros antiguos, algo tan desconocido como apasionante. Ramón Clavijo Provencio


DICHOSAS NAVIDADES

“La vida es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, cuyo significado es nada”, escribió Shakespeare en su enorme Macbeth. En busca de respuestas, de Felipe González; El compromiso del poder, de José María Aznar; Recuerdos, de Pedro Solbes, y El dilema, de José Luis Rodríguez Zapatero. Estas son las novedades que los editores se han empecinado en publicar, para hacernos las Navidades aún más amargas y tristes de lo que ya son por culpa de los anteriormente nombrados. Si leer autobiografías ya es un acto de infinita generosidad lectora para con el protagonista, que siempre termina cayendo en la autocomplacencia, a un punto de la hagiografía, leer a los políticos es ya masoquismo. En un ejercicio de cinismo digno de estudio, lo que pretenden no es otra cosa que la justificación de sus equivocaciones y, con ello, no el perdón (resabios aún de antigua prepotencia), sino el reconocimiento y hasta el aplauso. “Me equivoqué pero que conste que no fue mi intención”, dirán unos; y otros, más cínicos aún, como Solbes, dirán “yo ya te avisé de que te equivocabas”. Uno, González, se creyó más grandes que la España que gobernaba; otro, Aznar, quiso para España un lugar en el mundo que habíamos perdido hacía siglos, una España más grande de lo que nos correspondía; y a Zapatero le vino grande España y no digamos la crisis a la que no supo, ni pudo, ni quiso enfrentarse, y la convirtió en ese “dilema” que ha escogido como título para su libro. Y Solbes es el paradigma moderno de esos ministros tenebrosos que tienen en Fouché su ejemplo más acabado. Aún recordamos su negación pública de la crisis, su relevo en el ministerio de economía para gozar de sus últimos años de actividad en el dorado consejo de administración de Enel; una hoja de servicios por la que en nada podemos certificar su dedicación a los intereses generales de los españoles, sino solo al suyo propio, como tantos otros. El mismo cinismo, la misma cobardía que en otro tiempo demostraron malas personas como un tal Arzalluz y un tal Joseba Egibar, afortunadamente perdidos en el olvido (donde deben estar los recuerdos de Solbes), cuando arreciaban los atentados de ETA contra los políticos del País Vasco. Pero alejemos a los fantasmas de las penalidades del pasado, y vengan a nosotros “las” fantasmas de las angustias del presente. En el mercado persa en que los editores se han empeñado en convertir los escaparates de las librerías, al lado de los oscuros políticos brilla con luz propia Ambiciones y reflexiones de Belén Esteban. Lo de “reflexiones” es otro ejercicio de cinismo que ya no somos capaces de resistir. Mientras que en este país las colas para que la Esteban firme un ejemplar de su libro se midan por cientos de metros, y hasta le dediquen la portada de una revista dominical, no podemos por menos que reconocer que los políticos es una parte más de todo lo malo y cutre que nos merecemos. ¡Habrá libros que comprar y regalar estas Navidades, antes que los de estos abusones de nuestra generosidad lectora y hasta ciudadana! José López Romero. 

sábado, 30 de noviembre de 2013

ÉXITO

Hacía muchísimo tiempo que le había perdido la pista a Françoise Sagan, hasta que en uno de esos paseos por nuestra librería de guardia, me topé con “Un disgusto pasajero”. Y aunque nunca nos debemos dejar llevar por los resúmenes o reseñas de las contraportadas (mienten más que parpadean), el reencuentro con un texto de la autora de aquella precoz “Bonjour, tristesse”, que tanto marcó nuestra juventud, me devolvió el interés por su lectura. La historia en un principio prometía, pero el desarrollo y, sobre todo, el más que esperado final hacen de esta novela una más del montón. Sin embargo, mientras la leía, me interesé por lo que había sido de la Sagan durante todo aquel tiempo en que la había olvidado. Drogas, alcohol, un accidente de tráfico y, finalmente, una embolia pulmonar en 2004 acabaron con su vida. El caso de Françoise Sagan no puede considerarse un hecho aislado, sino muy al contrario, más frecuente de lo que podemos imaginar. Sagan publica su novela más emblemática, “Buenos días, tristeza”, cuando solo contaba con 18 años, y el éxito fue tan impresionante que su autora se vio superada en todos los sentidos por su propia obra. Demasiado joven para poder aguantar el peso del éxito y, sobre todo, sus consecuencias. La pregunta que se haría la precoz Françoise todos los días era obligada: ¿y ahora qué puedo escribir yo que mejore o, al menos, iguale en interés y calidad a mi primera novela? Porque seguramente todo lo que escribió después, y sobre todo su segunda obra, le parecería desvaída, sin la altura que ahora todos esperaban de ella. La misma impresión que sentí yo al leer “Un disgusto pasajero” a través de la memoria lejana de aquella “… tristesse” que me sedujo en mi adolescencia. El éxito de F. Sagan me recuerda las declaraciones del también precoz Marc Márquez al poco de haber conseguido el Mundial de MotosGP, en las que reconocía que quizá lo había ganado demasiado pronto. A veces es más difícil saber ganar, que saber perder. José López Romero.


LOS FOTÓGRAFOS DE LOS AÑOS PERDIDOS

1943: Es una mañana más, casi sin esperanza en la realidad diaria de una ciudad como Jerez. Tras la pesadilla de la guerra llegó otra pesadilla, más silenciosa y soterrada a la que sus habitantes parecen resignados: los años del hambre. Y esto último no es un eufemismo. En los fondos gráficos de la Biblioteca Municipal se pueden encontrar una  serie de fotos donde un numeroso grupo de personas esperan en el patio del Ayuntamiento el habitual reparto de pan que se hacía entre los más desfavorecidos. Las fotos de Manuel Iglesias adquieren hoy un valor no sólo patrimonial, sino sobre todo histórico. Son excepcionales por muchos motivos, algunos tan curiosos, o por qué no decirlo, escalofriantes, como la existencia de una placa con la esvástica nazi colocada en una de las paredes del mencionado lugar. Entre las arcadas del patio, niños, ancianos y adultos, mantienen la dignidad ante el fotógrafo que quizás no intuye la trascendencia de su acto, y  nos deja una  pieza de ese puzle aún sin terminar como es el de la vida en la ciudad de Jerez en los años más duros de la postguerra. Otra serie de imágenes no menos importante, y que nos hablan sin palabras sobre la vida local de estos “años perdidos” sea las proporcionadas por la cámara de otro gran fotógrafo jerezano  Manuel Pereiras –luego seguiría sus  pasos Eduardo- donde ha retenido el acto de inauguración de la Barriada España. Obra del arquitecto jerezano  Fernando de la Cuadra, se destinaría a resolver el grave problema que en Jerez significaba el hacinamiento de la población en infraviviendas del casco antiguo, construyendo viviendas sociales en bloques, y teniéndose como punto de partida de una cierta renovación arquitectónica y urbana. Como en la serie del reparto del pan en el patio del Ayuntamiento, esta de Pereiras capta para la posteridad detalles que nos hablan del rígido control de las autoridades sobre la población, el estilo cuartelero de organización social, como el saludo a mano alzada de los centenares de personas de distintos estratos sociales que asisten al acto, presidido  por los símbolos de falange y el retrato a gran tamaño de su fundador José Antonio. Por estos años un joven Manuel Esteve daba por concluida su primera campaña de excavaciones en Asta Regia, de las que nos dejaba testimonio gráfico como también lo hay, en otra excepcional serie de fotos, de la primera visita de Franco a la ciudad, llenas de detalles dignos de estudio e interpretación. Materiales gráficos hasta ahora  poco tenidos en cuenta y que son eslabones esenciales para recomponer –tanto o más que un documento o libro- un periodo histórico aún en sombras en nuestra ciudad.  Ramón Clavijo Provencio


domingo, 24 de noviembre de 2013

LESSING

Me sorprende la muerte de la escritora Doris Lessing, precisamente enfrascado en estas líneas que originalmente iban dedicadas a una curiosa idea de dos arquitectos griegos relacionadas con los libros. Volveré sobre ella en otra ocasión, porque  no podemos pasar de puntillas sobre uno de los iconos literarios del pasado  y terrible siglo XX. El siglo de las guerras según algunos, y en todo  caso el siglo origen de muchos de los males que aún planean sin resolver sobre la humanidad en el momento presente. Como suele suceder muchas veces, nada hacía presagiar que aquella chica  nacida en 1919 en un barrio de Londres, hija de un veterano oficial británico de la I Guerra Mundial, estaba destinada a ser uno de los referentes, como les decía antes, de causas perdidas que, como la de la segregación racial o la de los derechos de las mujeres, hoy nos pueden parecer menos perdidas por el concurso de referentes inasequibles al desaliento como fue su caso. La obra de Lessing tardó en llegar a las librerías españolas pero fue todo un descubrimiento El cuaderno dorado, quizás su obra más comprometida, y que  ya por sí sola era merecedora de ese Nobel que sin embargo le llegaría muchos años después -2007- y no precisamente con el consenso de la crítica literaria, donde se puede decir hubo división de opiniones. Críticos como el influyente Harold Bloon dispararon sus dardos sobre una ya anciana escritora acusando al jurado de haber premiado a alguien cuyas últimas obras  poco menos que eran deplorables. Nunca en la historia del Nobel se hizo tanta “sangre” sobre  el galardonado, nunca se había atacado tan cruelmente e injustamente con un argumento que si se extendiera habría que  desposeer de honores a  muchos de los más admirados creadores de la historia de la literatura. La literatura de Lessing fue y es una literatura - sobre todo la de su época de madurez- marcada por la historia. No es posible comprenderla sin tener una visión diáfana de la historia del siglo pasado. Quizás ahí esté la explicación de la incomprensión de algunos. Ramón Clavijo Provencio


LOS SENTIDOS

“El perfume” (1985) es uno de los casos más ejemplares de cómo una novela termina por engullir a su propio autor; al menos, desde que Patrick Süskind obtuvo un aplastante éxito con aquella breve narración, no se le ha vuelto a ver con la misma fuerza por los lugares más privilegiados de las librerías, es decir, por sus escaparates. Supongo que tampoco le hará mucha falta, especialmente en lo económico, porque a las ventas de la novela se añadieron años más tarde los derechos por llevarla al cine, película que de vez en cuando suelen pasar por algún canal de televisión. Y si algún mérito podemos destacar de “El perfume”, además de que nos parece una buena novela, es el haber puesto de relieve la importancia de los sentidos en nuestras vidas, en concreto uno al que no le prestamos tanta atención como a la vista o al oído, el olfato. Pero el olfato como arma de destrucción, no de placer, como tenemos por costumbre considerar o queremos que sea todo conocimiento que nos entra por ellos, por muy engañosos que aquellos sean. Quizá solo por “El perfume” se puedan entender novelas posteriores como “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel (1989) o “Chocolat” de Joanne Harris (2000), versionadas también para el cine y verdaderos placeres para los sentidos, sobre todo para aquellos a los que nos gusta el chocolate. Sin embargo, últimamente me estoy dando cuenta de que cada libro tiene su propio olor, olor que el escritor le imprime de acuerdo con el contenido. No me estoy refiriendo a ese olor, o incluso tacto, que también nos cautiva como lectores sin remedio: el olor a humedad de las páginas amarillentas de un libro, o el del propio papel. Me refiero al olor a sudor que podemos apreciar en la japonesa (madre de la japonesita), dueña del prostíbulo, y en los borrachos cuando se celebra la fiesta por la victoria en las elecciones del latifundista don Alejo en “El lugar sin límites” de José Donoso, o el olor irrespirable a pólvora en el piso donde acribilla la policía a los criminales de “Plata quemada” de Ricardo Piglia, o el olor a rancio en la comida y en la ropa del pastor que acoge al muchacho huido en la magnífica “Intemperie” de Jesús Carrasco. El profundo olor a vaquería que se desprende de las páginas de “Tess la de los D’Urberville” de Thomas Hardy se mezcla en mi memoria de lector con el penetrante olor a fluidos sexuales que se perciben nítidos en “Plataforma” de Michel Houellebecq. Cuando leemos, quizá no seamos del todo conscientes de cómo todos nuestros sentidos entran en acción atraídos por el libro: el oído a través de una música; el tacto cuando se acaricia; la vista cuando se describen objetos; el gusto con aquel chocolate que preparaba Vianne Rocher en “Chocolat” (excelente interpretación de la siempre atractiva Juliette Binoche en la película del mismo título). El siniestro Jean=Baptiste Grenouille tuvo el acierto de hacernos ver en los libros algo más que la lectura, nos los abrió a todos los sentidos. Ahora no cierro uno sin haberlo leído, acariciado y, sobre todo, olido. José López Romero.

domingo, 17 de noviembre de 2013

CURIOSIDAD

"joven leyendo" de Alexander Deineka
Puede resultar curioso o cuando menos llamativo que casi todas las imágenes o pinturas que tienen como protagonista a un lector o lectora, estos siempre aparecen solos, en muy variados espacios y ambientes, pero solos. Algunas de estas imágenes han pasado y siguen ilustrando nuestro blog ‘laberinto 1873’. Y ello, aunque curioso por la aplastante coincidencia, no deja de tener su lógica: leer es un acto, como ir al servicio (con el que tanta relación siempre ha tenido), personal e intransferible. Ya habrá momento de compartir la lectura con amigos y conocidos, pero el acto en sí del libro en comunión con el lector debe realizarse en la más completa y entrañable soledad. Y, como lector que intenta respetar con escrupulosidad estas condiciones, siempre me ha sorprendido el poder de aislamiento que tienen muchos lectores de conseguir concentrarse en la lectura en las condiciones más adversas. No hace mucho tiempo los transportes públicos, sobre todo el metro, los autobuses, los trenes, etc., y no digamos la playa y su bullicio eran los espacios en los que se veían más lectores por metro cuadrado, y debo confesar que muchas veces me ha picado la curiosidad por saber qué libro estaba leyendo la señorita que permanecía ausente de los ruidos y jaleos propios de estaciones y viajeros en el tren de cercanías que nos llevaba a Sevilla, o aquel señor amparado en la sombrilla de playa, feliz con su libro y ajeno a sus hijos ocupados en trasegar arena con sus cubitos y sus palas, mientras su mujer le lanzaba alguna que otra mirada asesina. Hay libros sin duda con tal poder de abstracción que hacen que el lector se olvide de la realidad más próxima que le rodea por muy bulliciosa que esta sea. Pero también los hay que serenan el espíritu, la inquietud del momento y ejercen el efecto sedante que otros buscan en las infusiones orientales. Más de un libro me ha calmado los naturales pero infundados nervios ante la espera tensa de la consulta del dentista. Hoy, por desgracia, el móvil y sus aplicaciones han desplazado al libro, y por todos lados solo vemos personas, doblada la cerviz, moviendo dedos en torno al maldito artilugio. Y por supuesto, no me pica la curiosidad por saber qué escriben, no por intromisión en su intimidad, sino por no certificar hasta qué punto es capaz un ser humano de perder el tiempo en idioteces. Pero con el cambio de costumbres ¿a quién le pueden extrañar las últimas estadísticas de lectura en nuestro país? La imagen veraniega no puede ser más ilustrativa: mientras cinco jóvenes juegan con sus móviles y no se deciden qué helado comprar, la chica de la heladería aprovecha el tiempo leyendo. Es ese modesto, digno e ínfimo tanto por ciento de españoles que todavía tienen su pequeño hueco en las bochornosas estadísticas. Me hubiera gustado preguntarle qué libro estaba leyendo, solo por curiosidad, pero no quise interrumpir un acto tan personal e intransferible. José López Romero.       


CHEFS

De un tiempo a esta parte raro es el conocido que no me confiese que desde la más tierna infancia siente vocación por los fogones. Incluso un familiar muy cercano  me cuenta sin rubor historias rocambolescas en torno a experimentos con recetas secretas, pese a mi sorpresa, pues al personaje lo conozco desde que tengo uso de razón, y jamás sospeché de estas inclinaciones ni lo sorprendí en estos quehaceres. La moda está llegando a cotas tan sorprendentes  que muchos viajes son motivados más por la fama de un  restaurante “Michelin”, para el que esperamos meses antes de degustar sus platos – que por  el atractivo de la Toscana o los fiordos noruegos, pongamos por caso.  Las escuelas de hostelería crecen como setas mientras entre  las estrellas de la farándula, hasta ahora procedentes en su mayoría del mundo de la canción o los deportes, se van abriendo paso los ganadores de algunos de los múltiples concursos televisivos que se emiten por cualquier cadena que se precie. Y al hilo de todo esto nos llega una avalancha de títulos editoriales que no solo  copan los estantes y  escaparates de librerías, sino espacios físicos y temporales en los más diversos medios de comunicación. Es sabido que la cocina es uno de las grandes vicios de la humanidad, y por ello sigue vigente aquel dicho latino que nos advierte lo de comer para vivir y no al contrario (edo ut vivam, non vivo ut edam), pero soy de la opinión de que este asunto en la actualidad adquiere tintes kafkianos. Si la historia de la literatura está plagada de libros maravillosos sobre el arte culinario –En deuda con el placer (Lanchester)- o  grandes escritores  que nos descubren el placer de la buena cocina  -- Alejandro Dumas — nunca hasta hoy día tuvimos que soportar tanto despropósito materializado en esa plaga de desconocidos o famosos por un día, que nos martirizan con su interpretación del viejo y noble arte culinario. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

sábado, 9 de noviembre de 2013

¿EL LECTOR MENGUANTE?

Es una realidad contrastada: los libros pierden terreno en un escenario donde la imagen se lleva el  protagonismo. Paul Auster nos rememora en su último libro –Informe del Interior, Anagrama- un mundo que ahora languidece. Un mundo en el que la literatura ocupaba para los niños una relevante parcela, junto al cine. Auster nos escribe en el mencionado libro, entre otros asuntos, sobre las sensaciones que le produjo el visionar la película El increíble hombre menguante, basada en un libro de Richard Matheson. En aquellos tiempos las películas como esa te hacía acercarte a la literatura o viceversa, de una manera natural, como si hubiera invisibles canales de comunicación entre ambas formas de creación. Unas veces descubrías una historia que te impactaba a través del cine; otras, era el libro el que te llevaba a la meta. Pero de una forma u otra, el ver en el cine Los últimos días de Pompeya, como me sucedió a mí, llevaba inexorablemente a  la novela en papel, no la excluía, o leer La isla misteriosa te hacía desear descubrir la versión cinematográfica. Había otra forma en la que literatura e imagen interactuaban: el mundo de la historieta. Determinadas  editoriales se especializaron en dar una versión ilustrada de grandes clásicos, y personajes como Phileas Fogg, El Cid, Tarzán o Crusoe se convirtieron en los héroes de generaciones de pequeños, que encontraron en las viñetas el tránsito natural hacia el universo literario. Todo aquello pasó pero  no debemos verlo como una tragedia, es simple y llanamente una revolución. La revolución audiovisual, la tecnología aplicada al mundo del ocio (videojuegos, comunicaciones) y, sobre todo, Internet, han acabado con aquel placentero y pacífico mundo. Y sin embargo cuando tratamos de poner cifras, cuántos lectores, cuántos libros leemos al año, seguimos midiendo con los viejos conceptos de lectura y libro. Por ello se habla de grave fractura en cuanto a la edad de los lectores, o que es inquietante constatar cómo la hipotética pirámide de la lectura va camino de convertirse en una pirámide invertida, pues la base, las nuevas generaciones de lectores no van supliendo a las anteriores. Pero no hay en todo esto ninguna tragedia, y si la hay solo sea el negar la evidencia de que  estamos asistiendo al surgimiento de otro tipo de lectores, lo que obliga a una drástica transformación del universo del libro hasta hace bien poco inalterable. Los lectores de hoy ya no se pueden medir con los métodos tradicionales, pues leen libros en papel (evidentemente en porcentajes inferiores a la época que nos retrata Auster), pero también  navegan por  Internet a través de soportes fijos o móviles, accediendo a múltiples y variadas formas de lectura... RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO,


AMOR ININTERRUMPIDO

En ‘La biblioteca de noche’, uno de esos libros que se leen para disfrutar y aprender en igual proporción, Alberto Manguel nos cuenta la bellísima y admirable, por lo inusitada,  historia de Abraham Moritz (Aby) Warburg que renunció a la primogenitura en el negocio familiar a favor de su hermano, con la condición de que este le comprara todos los libros que él quisiera a lo largo de su vida. El amor por los libros hace que se mezclen las historias reales, como la de Aby Warburg, con la ficción, porque muchos son los escritores que han sabido transmitir en sus obras su íntima relación con los libros, un amor ininterrumpido. Así, una de las novelas más hermosas escritas sobre este asunto es sin duda ‘84, Charing Cross Road’, en la que a través de las cartas que se cruzan la propia autora, Helene Hanff, con Frank Doel, el encargado de la librería Marks & CO., y tomando como motivo los pedidos de libros de la primera, se va estableciendo una relación personal con todos los empleados de la librería que llega a emocionarnos. No menos emotivos y apasionados son los dos protagonistas, Roger Mifflin y Helen McGill, de ‘La librería ambulante’, novela de Christopher Morley, escrita a principios del siglo XX y hace poco editada por Pirámide. La pasión con que Mifflin sabe vender sus libros es uno de los aspectos que seduce a Helen de la misma manera que seduce al lector. Sin embargo, se me vienen a la memoria dos ejemplos de mezquindad y sordidez, consecuencia de personajes innobles, a través de los cuales sus autores intentan transmitirnos la otra cara, la oscura, de la naturaleza humana que nada tiene que ver con los ejemplos anteriores. Me refiero a la famosa librería o ‘cueva de Zaratustra’ de ‘Luces de bohemia’, antro en que es engañado el pobre Max Estrella con la connivencia de su perro Latino de Hispalis; y el segundo, la asquerosa librería de don Gaetano y doña María que nos describe Roberto Arlt en ‘El juguete rabioso’ y donde entra a trabajar el protagonista Silvio Astier. El amor por los libros se convierte así en una forma, quizá de las más claras, de definir la nobleza o indignidad de un personaje, y también de una persona. José López Romero.      


viernes, 1 de noviembre de 2013

MAX BROD

En ‘Nombre falso’, que le da también título al volumen de relatos de Ricardo Piglia publicado en Anagrama, a Emilio Renzi (narrador y alter ego del propio Piglia), se le encomienda la recopilación y edición de los inéditos de Roberto Arlt, el célebre escritor argentino, autor de ‘El juguete rabioso’. En sus indagaciones de los textos de Arlt, Renzi se obsesiona por encontrar un relato titulado ‘Luba’, y todas sus pesquisas desembocan en un tal Kostia, que fuera amigo de Arlt en sus últimos años. Y cuando Renzi logra entrevistarse con Kostia, este para justificar el destino final de ‘Luba’ hace referencia a la no menos célebre orden o petición que le hace Kafka a su amigo Max Brod antes de la muerte del autor de ‘La metamorfosis’: quemar todos sus escritos. La anécdota o terrible decisión no es nueva en la historia de la literatura y más de un caso tenemos en la tradición de esos escritores que en el menosprecio de sus obras deciden darlas al fuego (¿cuántos versos y obras se han perdido por la incuria de sus propios autores?). Pero la historia de Kafka y Brod, quizá por más conocida, se ha convertido en una especie de tópico que el escritor actual utiliza a discreción, a modo de material de uso común o universal, como aquellas facecias renacentistas que tan donosamente insertaban los escritores en sus narraciones (‘El Lazarillo’). Si hace unos días la leía en ‘Nombre falso’, el verano pasado me la encontraba en ‘Lecciones de los maestros’ de George Steiner. Dos escritores y dos libros diferentes para dos visiones distintas del mismo hecho. Kostia, el personaje de Piglia, plantea la terrible disyuntiva de Brod: “Está obligado a elegir: ¿traicionar a su amigo o traicionar a la literatura?... Sin embargo no es aventurado pensar que la gran duda, la gran tentación de Max Brod no fue publicar los textos o quemarlos. En el juego de esta doble obediencia puedo pensar que la respuesta del enigma estaba en la orden misma: si Kafka hubiera deseado realmente destruir sus manuscritos, él mismo los habría quemado. Tampoco es aventurado pensar que otra duda asedió en algún momento a Max Brod. La duda fue (debió ser) esta: "Nadie -salvo yo, salvo Kafka que ha muerto- conoce la existencia de estos escritos. Entonces: ¿Publicarlos con el nombre de Kafka o firmarlos y hacerlos aparecer como míos? Estos textos ya no son de nadie: no son de su autor que no los quiso”. Una visión pícara que contrasta con la narración cruel de Steiner: “Brod llorando una noche lluviosa, en la calle de los alquimistas y los orfebres, detrás del castillo de Praga. Se encuentra con un conocido librero: - ¿Por qué llora, Max? – Acabo de enterarme de la muerte de Franz Kafka. -¡Oh! Lo siento. Sé cuánto apreciaba usted a ese joven. – No lo entiende. Me mandó quemar sus manuscritos. –Entonces el honor le obliga a hacerlo. – No lo entiende. Franz era uno de los más grandes escritores en lengua alemana. Un momento de silencio. – Max, tengo la solución. ¿Por qué no quema usted sus propios libros en lugar de los de él?”. José López Romero.

LOS OLVIDADOS

Me he topado casualmente con un libro, Tánger, de Tomás Salvador. Recordaba vagamente a este autor que hace décadas ocupaba en el panorama literario español de los años sesenta y setenta del siglo pasado, el equivalente a un Pérez Reverte  o una Julia Navarro entre los lectores actuales. Y todo por una serie de relatos que le dieron fama y dinero,  protagonizada por un tal Manolo,  simpático y gorrón personaje que alegró la gris realidad de millones de lectores en aquellos años del desarrollismo. Tomás Salvador, fue sin embargo, algo más , aunque hoy haya pasado al más cruel de los olvidos, pues quizás nadie como él en España  se  introdujera en la ciencia ficción con tanto acierto y calidad, dejándonos esa serie  de buenas novelas, -Y, T, K, y La nave-, que hoy son difíciles de encontrar en librerías de viejo y hace años que desaparecieron de los estantes de la mayoría de las  bibliotecas públicas (Alfredo Benítez, un jerezano ya desaparecido, y gran conocedor del género, nos dejó quizás el único  estudio sobre el personaje). Como Tomás Salvador muchos nombres que ocuparon un puesto relevante en la literatura popular de entonces, fueron pasando al olvido, Torcuato Luca de Tena, Fernando Díaz Plaja, García Pavón, Baltasar Porcel… Algunos más apreciados que otros por la crítica, pero todos reyes efímeros entre los autores más vendidos de la  España preconstitucional. Hoy, como les decía unas líneas más arriba, si tuviéramos que nombrar a los herederos de los Tomás Salvador y compañía, seguramente pensaríamos en Matilde Asensi, la ya mencionada Julia Navarro, en María Dueñas, pero sobre todo en Santiago Posteguillos. Ahora bien, si  entre aquellos autores de antaño algunos lograron, como Tomás Salvador, un reconocimiento por encima del aplauso popular, como fue el Nacional de Literatura, sus herederos, y, sobre todo, herederas de hoy se conforman con arrasar en las listas de ventas –lo que no es poco-, pues sus historias de costureras y gladiadores aún no dan para más, ni para menos. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO,

sábado, 26 de octubre de 2013

PIRATAS

Fue un encuentro casual. Nos detuvimos a la sombra del ficus de la plaza del banco frente a la mole del edifico de la biblioteca Municipal, obra de un Hernández Rubio hoy reivindicado, y allí durante unos instantes hablamos de las últimas novedades literarias, también de las lecturas que llevábamos entre manos –ella acababa de leer la revelación del año El caso de Harry Quebert, yo las  Siete ciudades en África de Silva-. En ese punto le pregunté a aquella buena amiga que acababa de salir de la biblioteca municipal, si  había encontrado lo que buscaba. Pues la verdad es que no  entré a buscar ningún libro, Ramón, sino simplemente a echar un vistazo a la exposición bibliográfica sobre el vino de Jerez. Por cierto, pequeña pero interesante. En cuanto a lecturas tengo las suficientes en mi e- book, y gratis. Con decirte que me he bajado sin coste alguno lo último de Vargas Llosa. Nos despedimos poco después, pero ya camino de casa seguí dándole vueltas a aquellas palabras según las cuales alguien me confesaba sin tapujos que se había descargado ilegalmente –aunque la culpa no era suya evidentemente- un libro, muchos más seguramente, recién salidos al mercado. Es decir, me había confesado que había robado, involuntariamente, pero había robado. En un interesante artículo de reciente aparición, El futuro de los libros, la exitosa escritora Julia Navarro escribe sobre todo ese cúmulo de despropósitos que rodea al mundo del libro en este país, donde la subida del IVA por un lado va debilitando lenta pero  inmisericordemente la industria editorial y todo lo que ella representa y, por otro lado, la inoperancia sobre el pirateo cultural está hundiendo definitivamente al libro, como ya hizo previamente con la música y el cine.  ¿Y los que tienen poder de decisión sobre estos asuntos qué hacen? Amparándose en excusas circunstanciales -que si la crisis, que si una mariposa se posa sobre un sauce llorón en Tokio o  vayan ustedes a saber que más- miran para otro lado distraídos ocultando una sonrisa que nos recuerda a la del Domiciano de Posteguillos (Los asesinos del emperador). Escribe Julia Navarro en el artículo arriba mencionado…Verán, yo creo que además de ser necesaria una ley que de verdad garantice la protección de la propiedad intelectual, hace falta un programa de educación desde la guardería hasta la Universidad. Es decir, hace falta educar y enseñar a los niños que bajarse de la Red cualquier contenido cultural, sea un disco, un libro o una película, está lisa y llanamente robando. Pero sobre  todo esto, en torno a lo que puede haber multitud de matices, al menos creo que tenemos derecho a exigir a los que deciden que se lo tomen en serio.  Ramón Clavijo Provencio

BLOGS

A veces darse una vuelta por Internet para leer las críticas que sobre un determinado libro han colgado sus lectores, es un ejercicio muy instructivo. Confieso que yo lo he hecho tanto con libros que iba a leer, como con algunos ya leídos para comprobar si mis impresiones de lector coincidía con otros a veces de distintos países incluso. El otro día, sin ir más lejos, lo hice con uno que iba a empezar a leer ‘El intocable’ de John Banville. Lo había comprado hacía ya un tiempo, pero hace unos meses leí ‘Antigua luz’, y ahora consideraba el momento de volver sobre este autor con otra de sus narraciones más representativas. Tengo también pendiente alguna novela negra que publica bajo el seudónimo de Benjamín Black. Pues bien, puse en Google el título y de inmediato me saltaron un sinnúmero de entradas, entre ellas, la de un blog que rezaba lo siguiente: “He acabado el libro y no he dejado ninguna marca. Ni una línea subrayada, ninguna esquina doblada. Me parece que es un libro que no pasará a la historia de mi biblioteca en un sitio preeminente. ¡Benigno! (nombre del bloguero que se dirige a sí mismo) ¿No te ha gustado? No, no es eso. Es que no me ha calado suficientemente hondo, me ha entretenido pero nada más”. El comentario de Benigno hace  preguntarme ¿con qué intenciones nos acercamos a los libros? ¿Qué esperamos encontrar en ellos y qué queremos que ellos nos den? Está claro que nos acercamos a los libros con distintos objetivos; de unos, solo queremos que nos entretengan (‘El intocable’ al menos lo consiguió con Benigno); a otros los leemos por el autor, del que ya hemos leído algo que nos ha gustado o le vamos a dar otra oportunidad. Pero esperar de todos los libros que nos conmuevan, que nos cambie la vida, que nos cale en lo más profundo es esperar demasiado de la literatura. “Seguro que terminas hablando de las mujeres” –me dice mi señora, sabedora de que estoy escribiendo el artículo. Pues la verdad es que no se me había ocurrido la comparación. José López Romero.



sábado, 5 de octubre de 2013

LOS MUERTOS

La casualidad lectora (que también la hay, como tantas en la vida) me puso en las manos al mismo tiempo dos libros que trataban de muertos o, mejor dicho, de asesinatos. Y para más casualidad, los dos con ciertos tintes políticos, aunque en proporción distinta. El primero es la novela de Jack London ‘Asesinatos, S.L.’, y el segundo, la obra de teatro ‘Las manos sucias’ del gran Jean Paul Sartre. En ambos se trata el tema del asesinato en beneficio de la humanidad o de una ideología o causa nacional. Motivos que hacen plantearnos de inmediato si se puede matar por una causa que entendemos y confirmamos como justa o beneficiosa. Los miembros de la agencia ‘Asesinatos, S.L.’ con su jefe Dragomiloff a la cabeza no tienen la menor duda de ello; es más, consideran que quitar de en medio a un individuo que ha dado muestras más que sobradas de su nocividad es éticamente un deber que ellos encantados asumen cuando se les hace el encargo, bajo previo pago y estudio concienzudo de que la víctima ha hecho méritos más que suficientes para que ya no moleste más y librarnos de su nefasta presencia. Así, cuando en un momento de la novela Dragomiloff debe justificar el éxito de sus “encargos” pone como ejemplo el caso de los sindicalistas James y Hardman, que recibían dinero de los patronos de la Asociación de Propietarios de Minas para traicionar a sus representados (sin duda Jack London fue un adelantado a su tiempo). No de otra forma piensa Hugo Barine, el protagonista de ‘Las manos sucias’, cuando acepta el encargo de matar a Hoederer, líder del partido comunista de Ilyria, país ficticio de Europa, durante la II Guerra Mundial, por el bien del futuro de la nación. Hugo mata a Hoederer, a pesar de que este intenta convencer al muchacho de que en la alta política los ideales no cuentan, de que deben dejarse a un lado para dejar paso al poder, único fin de todo partido y que solo puede conseguirse con las manos sucias. Solo cuando sale de la cárcel, después de tres años, se da cuenta de que el traidor al que mató es ahora un héroe cuya memoria es venerada por los mismos que ordenaron su ejecución. En su testamento, Dragomiloff deja las siguientes palabras: “de todos los crímenes que es posible atribuirnos, puedo decir que no ha habido una sola víctima cuya muerte no haya beneficiado a la humanidad. Y dudo que pueda decirse otro tanto de aquellos cuyas estatuas se alzarán en nuestras plazas una vez que se haya librado la próxima guerra “decisiva”. Cuando esto escribió Jack London, aún quedaban las dos grandes guerras mundiales que asolaron la humanidad a lo largo del siglo XX, más las guerras que se libraron y se siguen librando en distintos lugares del mundo, y en esto España no fue lamentablemente una excepción, sino todo lo contrario. Y Hugo sabe que Hoederer “tendrá su estatua, al fin de la guerra, tendrá calles en todas nuestras ciudades y su nombre en los libros de historia. Me gusta por él. Su asesino, ¿quién era? ¿un tipo a sueldo de Alemania?”. José López Romero.

LA CIUDAD ESCONDIDA

En Las catedrales del vino, un emocionante documental sobre la arquitectura en torno al vino –pero también de los paisajes naturales, urbanos y humanos que las rodean- de dos zonas como Jerez y la Rioja, me asaltaron esas mismas sensaciones que años atrás experimenté tras la lectura y la contemplación de Fermento, ese libro donde Francisco Bejarano y Alberto Shommer- tanto monta, monta tanto- nos dejaron una visión de Jerez que no he logrado captar después en ningún otro libro. Como en el documental que antes mencionaba,  dedicado a las bodegas, pero tras las que se intuye la ciudad que las crea, el libro  trata de buscar, permítaseme la expresión, el alma de la ciudad. Un alma que no reside en esas imágenes frenéticas de la vida diaria, y que hasta cierto punto homogenizan y ocultan la singularidad de cada ciudad mostrándonoslas muy parecidas unas a otras, salvo por la exhibición muchas veces burda y torpe de determinadas señas de identidad culturales. Documentales como Las catedrales del vino, o libros como Fermento, tienen la virtud de descubrirnos la ciudad oculta por esa mencionada homogeneización de la sociedad actual, y  nos muestran rincones, gestos, paisajes, personajes, edificios…hasta esos momentos casi desconocidos para sus propios habitantes. Hoy la exhibición de las ciudades en aras de la competencia en ese gran negocio llamado turismo, se me antoja impúdica, casi tan bestial como esa exhibición de los esclavos en los mercados buscando el mejor postor. Por eso es legítimo preguntarse si  esos ejércitos de turistas que recorren calles, y plazas, visitan museos e iglesias o se pierden por los barrios típicos, tan típicos que resultan irreconocibles para los propios lugareños, llegan a captar, para llevarse, algo del alma  y la esencia de la ciudad visitada. Los que hayan visto  Las catedrales del vino, o hayan leído y contemplado Fermento, sin duda saben de qué les hablo. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO


domingo, 8 de septiembre de 2013

LABERINTO 1873: Si Asta Regia estuviera puesto en valor sería un gran motor económico"

LABERINTO 1873: Si Asta Regia estuviera puesto en valor sería un gran motor económico" (en Diario de Jerez. 8 de Septiembre de 2013)

Si Asta Regia estuviera puesto en valor sería un gran motor económico"


José López, profesor de Lengua y Literatura en el IES Coloma y director de dicho centro escolar, y Ramón Clavijo, al frente de la Biblioteca Municipal de Jerez, tienen mucha complicidad. Años de amistad, trabajo compartido y amor por los libros y por las críticas bibliográficas les han llevado a escribir su propia novela, Asta Regia. El secreto de un arqueólogo. Una historia en la que realidad y ficción entretejen un doble hilo conductor que parte del misterio de Asta Regia y sus excavaciones, y que desemboca en la posguerra y el modo de vivir del Jerez de la época. 

-¿Qué les llevó a escribir esta obra y por qué en conjunto? 

-José López: Llevamos muchos años trabajando juntos y siempre hemos tenido el gusanillo de saber si nos atrevíamos a hacer una narración y ser creadores. La idea surgió de Ramón, de los estudios que tiene sobre Manuel Esteve y de un tema tan polémico como es Asta Regia. 

-Ramón Clavijo: Yo quiero dejar claro que la novela que hemos escrito es eso, una novela que ni siquiera se centra en las excavaciones de Manuel Esteve, sino que eso se ha aprovechado para sacar la visión de la ciudad en esa época porque es un tema candente y un problema cultural. 

-¿Qué papel tiene Manuel Esteve en la novela? 

-J.L. El papel del arqueólogo es una especie de homenaje a una personalidad de la cultura jerezana de la segunda mitad del siglo XX. Aunque se pueden contar hasta cuatro protagonistas. Yo personalmente destacaría a Manuel Esteve por su relación histórica y porque enlaza las dos historias que se tratan en la novela. 

-¿De qué forma se entretejen los dos hilos conductores? 

-R.C. A raíz de Manuel Esteve y su lucha en solitario por la cultura, quisimos también señalar en la otra parte de la novela la complicada política que había en el año 1942, ya que es una época relativamente poco conocida como son el enfrentamiento entre la guerrilla antifascista y la Guardia Civil, el desembarco de los aliados en el Norte de África o los movimientos de la inteligencia en Gibraltar o en Algeciras. 

-Entonces, en la novela se tratan dos temas polémicos: Asta Regia y posguerra. 

-R.C. Bueno, realmente están señalados porque no queríamos que la novela se convirtiera en un libro histórico y queríamos poner de relieve datos desconocidos. 

-¿Qué queda hoy de Asta Regia y del misterio que parece acompañarla? 

-J.L. Asta Regia está enterrada. Los trabajos que hizo Manuel Esteve están en la Biblioteca Municipal como si fueran una reliquia más del asentamiento romano y hay poca perspectiva de que eso vaya a cambiar. 

-R.C. A pesar de eso, cada vez se detectan pequeños movimientos en torno a ese posible campo de excavaciones. De Asta Regia desconocemos prácticamente todo pero es importante para la historia del país acometer, cuanto antes y con garantía, trabajos científicos en esa zona. 

-¿Hay algún interés de las administraciones públicas por hacer algo en ese enclave arqueológico e histórico? 

-J.L. Yo creo que no, al menos no lo manifiestan. Saben que está ahí y, como dice Ramón, puede ser una excavación muy interesante y de alto rendimiento cultural, como se puede ver hace años con Bolonia, pero se necesita mucho dinero y lo que hay se invierte en otras cosas. 

-¿Cómo puede contribuir a la historia de Jerez esta obra? 

- J.L. Honestamente, nosotros lo que hemos querido es divertirnos y entretenernos nosotros, entretener a los lectores y, después si le informamos y ponemos de relieve algunos aspectos que se presentan culturalmente en Jerez, nos damos por satisfechos y cubrimos nuestros objetivos. 

-R.C. Nosotros, en cierta manera, dudábamos mucho de sacar la novela porque nuestro trabajo y dedicación se centran en la investigación. Pero creo que hemos señalado una serie de temas que son muy interesantes históricamente para la ciudad y que son poco conocidos y, además, hemos propuesto una novela, fruto de la combinación de ficción e historia real, por lo que la respuesta la tienen los lectores aunque hemos salido relativamente satisfechos por esa apuesta. También se nos han quitado los miedos. 

-¿Y Asta Regia a la economía y el turismo? 

-J.L. En tiempos de crisis quien sale más damnificado es la cultura porque se supone que la población no le presta el interés que debería. Pero es curioso que cuando se hacen estudios cuando vienen los turistas, los monumentos son los sitios más visitados 

-R.C. Hace relativamente poco tiempo la Administración abrió una vía para ver a Asta Regia como un posible motor, en un futuro, no sólo del turismo cultural, sino también económico de la zona. La administración es consciente de ello y hay investigadores, arqueólogos y demás interesados en que esto se mueva. No creo que esto se dé a corto plazo pero sí hay esperanzas de que sea a medio plazo. 

-¿Ha sido complicado tratar el tema de la Guerra Civil? 

-J.L. La parte costumbrista de la novela que narra la vida cotidiana nos ha ido saliendo porque esos años marcan, de alguna manera, el devenir de la ciudad hasta nuestros días. Por ejemplo, se está volviendo a los tabancos y el espacio de los vinos después de un gran período de desaparición. 

-R.C. La obra pasa un poco de puntillas por este tema, solo hemos dejado caer la situación de Jerez en el año 42, en la época más dura de la posguerra, como el problema de abastecimiento de los vehículos, las dificultades de alimentación, etc. Son pequeñas pinceladas de la vida cotidiana de Jerez que, a su vez, es la vida cotidiana del resto del país que lo está pasando mal porque hace poco que ha salido de una muy fuerte guerra. También se deja caer, aunque poco, que Jerez era una ciudad de retaguardia y que había representado un movimiento de represión importante como están dejando a la luz las últimas investigaciones que hablan sobre esa etapa. Por tanto, la Guerra Civil está difuminada a través de descripción de la vida de Jerez en 1942. La novela está salpicada de pequeños guiños para aquél que esté interesado un poco más este tema, que se trata en trabajos de investigación.

viernes, 2 de agosto de 2013

DE JOËL DICKER A ASTA Y VICEVERSA

Iba paseando por la calle Santo Domingo, feliz tras   haber encontrado en la librería una novela con todos los predicamentos para tenerme enganchado a ella, durante algunos días de este tórrido mes de Agosto. Y es que “La verdad sobre el caso Harry Quebert” de Joël Dicker (Alfaguara, 2013) ha conseguido por un lado  la alabanza unánime de la critica, pero también y al mismo tiempo –lo que es menos corriente- la del público. Cuando una novela comienza a funcionar, es decir a ser leída y comentada por los lectores dando lugar a  lo que se ha dado en llamar el “boca a boca”, es improbable que pueda desilusionar al futuro nuevo lector. En fin que me encontraba, como les decía al comienzo de estas líneas, como un feliz y despreocupado paseante cuando se puso a mi altura un coche desde el que un bronceado Atanasio me recriminaba haber escrito una “novelita” sobre Asta Regia. “Pero, hombre, Ramón, una cosa es escribir sobre libros, y otra una novelita sobre las excavaciones de Esteve en Asta. Los arqueólogos tienen que estar contentos contigo y con tu amigo Pepe”. La lentitud del vehículo hizo que se formara en pocos instantes una nada despreciable caravana, cuyos conductores  comenzaron a impacientarse del monologo que Atanasio  dirigía al unos instantes antes feliz peatón. Ante el concierto de claxon que se estaba iniciando Atanasio optó por acelerar el vehículo, no sin antes dirigirme ante la incredulidad de peatones y conductores un “Adiós excelso novelista!. Aspirante a  Reverte”. Como supondrán el resto del camino a casa, con la novela de Joël Dicker en ristre recordándome lo difícil de captar el interés de los lectores, no fue tan apacible como instantes antes. La verdad es que llevaba tiempo planteándome novelar aquella hazaña del arqueólogo municipal en Mesas de Asta en una época, los años cuarenta del pasado siglo, donde nadie parecía prestar atención a la historia escondida en aquellos parajes. Cuando le comenté la posibilidad de escribir una historia ficticia sobre aquellos años en que Esteve comenzó la primera campaña de excavaciones a José López Romero, otro admirador del personaje, no dudó en acompañarme en este viaje incierto que finalmente se materializó en esa novela a la que se refería Atanasio: “Asta Regia: el secreto de un arqueólogo” (e.Praxis, 2013). Mezclar ficción y realidad siempre es una tarea complicada, y más cuando  trata de personajes y hechos relevantes de la historia local y provincial. El riesgo es alto y el veredicto de los lectores definitivo. Y en todo caso, si Atanasio tuviera razón una vez leyera nuestra novela  -cosa que hasta ahora no ha sucedido-, siempre al final nos quedaría Joël Dicker. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIOhttp://www.diariodejerez.es/article/opinion/1589685/jo%C3%ABl/dicker/asta.html

jueves, 25 de julio de 2013

RESEÑA SOBRE NUESTRA NOVELA "ASTA REGIA: EL SECRETO DE UN ARQUEÓLOGO" EN DIARIO DE JEREZ.

Asta Regia tiene secretos bajo tierra

José López y Ramón Clavijo publican una obra basada en Esteve y la sociedad de 1942
R. D. jerez | Actualizado 24.07.2013 - 05:00

Los colaboradores de la página de libros de Diario de Jerez, 'Lectores sin remedio', José López Romero y Ramón Clavijo Provencio, acaban de publicar la novela Asta Regia. El secreto de un arqueólogo (editorial E. Praxis). La obra trata una historia que se desarrolla en el Jerez de 1942, en una época en que Manuel Esteve, bibliotecario y arqueólogo municipal, comienza a excavar en los parajes de Mesas de Asta, buscando testimonios de las civilizaciones que allí se habían asentado. No es sin embargo el objeto de la novela -comentan los autores- una visión histórica de aquella epopeya de Manuel Esteve, aunque esa primera campaña de excavaciones del año 42 sí esta presente de manera muy viva. El libro hurga en el año 1942, año crucial donde pudo haber cambiado la situación política española, pues en el mismo momento que Esteve comenzaba su campaña de excavaciones en Asta Regia, los aliados invadían el Norte de África en plena Segunda Guerra Mundial - lo que acrecentó la esperanza del movimiento guerrillero en España, sobre todo en el Sur, que miraba esperanzado la posibilidad de que se invadiera también España para derrocar al régimen franquista-.

Las luchas entre la Guardia Civil y la guerrilla en fecha tan temprana como ese año, es algo muy poco conocido, y Jerez al parecer fue una población testigo principal de esta lucha soterrada. En este escenario el arqueólogo Esteve se verá envuelto en una compleja red de intrigas que pone en peligro las excavaciones en Asta y su lucha para desentrañar lo que el paso de los siglos ha ocultado, y a media que avanza en sus excavaciones revelando una oscura traición acaecida siglos atrás, tratará de no verse engullido por unos acontecimientos que incluso amenazan con poner en peligro su vida.

Los autores comentan que no han pretendido encorsetar la novela con una excesiva rigurosidad histórica, muy al contrario, creen que la novela logra ese equilibrio entre realidad y ficción tan necesario para mantener el interés del lector y hacer la historia creíble. Si hubiera que poner algún modelo como ejemplo para esta novela, los colaboradores comentan, salvando las distancias, la serie de novelas de Philip Kerr, donde valiéndose de su detective Bernie Gunther escudriña la vida en la Alemania nazi y el periodo posbélico una vez derrotado ese país tras la Segunda Guerra Mundial.

lunes, 15 de julio de 2013

ASTA REGIA: EL SECRETO DE UN ARQUEÓLOGO

ASTA REGIA: EL SECRETO DE UN ARQUEÓLOGO

Pues sí, también nosotros hemos sucumbido a la tentación y nos hemos lanzado al campo de la ficción. Bueno, no es que la vena literaria nos haya tocado de repente. En realidad, tanto a Pepe como a mí, desde siempre las inclinaciones literarias han ido paralelas a las lectoras, y tanto él como yo tenemos nuestras pequeñas historias (me refiero a la extensión) publicadas años atrás en periódicos y revistas. Pero desde que colaboramos en este y otros medios de comunicación y hemos dado a la imprenta algunos trabajos de investigación, teníamos clavada una pequeña espina que no era otra que el miedo a presentar ante nuestros lectores esa novela, sobre la que tantas veces habíamos hablado,  que  debería girar en torno a ese campo de ruinas y abandono que hoy es Asta Regia. Tras dos años de trabajo tuvimos el primer borrador y ahora sacamos una definitiva versión en papel, sacándonos definitivamente esa espina de miedo que antes mencionaba. ¿Sobre la historia que recoge la novela? A ambos nos atraía el misterio que  parece ocultar  las Mesas de Asta, las dificultades del primer arqueólogo que se atrevió a hurgar en aquel paisaje donde se alzaba Asta Regía, y del periodo difícil que vivía el país cuando Manuel  Esteve en solitario recorría unos parajes que parecían gritarle que no los abandonara.

"Asta Regia. El secreto de un arqueólogo", no es sin embargo una visión histórica de aquella epopeya de Manuel Esteve, aunque sí está presente la misma de manera muy viva. Pero además la ficción nos ha permitido escudriñar el año 1942, aquel en el que el arqueólogo Esteve comenzaba su campaña de excavaciones en Asta Regia, y presentar al lector con más libertad una historia donde aparecen temas como  la invasión por los aliados del N. de África en plena Segunda Guerra Mundial - lo que acrecienta la esperanza del movimiento guerrillero en España, sobre todo en el Sur, que miraba esperanzado la posibilidad de que se invadiera también España para derrocar al régimen franquista-. Las luchas entre la Guardia Civil y la guerrilla en fecha tan temprana como ese año, es algo muy poco conocido, y Jerez al parecer fue una población testigo principal de esta lucha soterrada. De alguna manera el arqueólogo Esteve se verá envuelto en una compleja red de intrigas que pone en peligro las excavaciones en Asta y su lucha para desentrañar lo que el paso de los siglos ha ocultado, pero también para no verse engullido por las intrigas políticas que en esos años lo dominaban todo, hasta el punto de poner en peligro su vida.
Esperamos que la lean y nos hagan llegar su opinión.
(Asta Regia: El secreto de un arqueólogo. J. López Romero/ R. Clavijo Provencio. E.Praxis. 2013)

martes, 25 de junio de 2013

ALGUNOS LIBROS

La librería encantada. Christopher Morley. Periférica, 2013.
Parecen haberse puesto de moda, al menos como argumento para una novela, las librerías y los libreros. A la espera de leer lo último de Ignacio Carrión Las librerías finalista del último premio Anagrama, nos llegan más que novedades reediciones de libros en su día muy celebrados en el mercado anglosajón, y que ahora con muy buen criterio, editoriales como Impedimenta (en el caso de la reedición de La librería de  Penélope Fitzgerald) o Periférica editan su primera versión en castellano. La librería encantada es la deliciosa continuación de aquel La librería ambulante, donde el autor nos presentaba a la pareja protagonista Roger y Helem. De aquella hilarante y entretenida historia viene este libro, más pausado y misterioso, pero igualmente divertido, y que es todo un homenaje al mundo del libro, y sobre todo a los libreros. 


Intemperie. Jesús Carrasco. Seix Barral, 2013

Aprovechamos la llegada del estio para destacar un libro del que ya dimos noticia hace unos meses cuando se presentó, pero que sin duda  va camino de convertirse en  la sensación del panorama literario de esta país durante el presente año. La sencillez de la trama - un pequeño que escapa de casa, en un pueblo perdido en una inmensa y desolada llanura- un lenguaje directo y hermoso, y una excepcional capacidad para implicar al lector en una historia que a medida que avanza se hace más dura y, a la vez, más hermosa, justifican los elogios de la critica y el homenaje en forma de lectura de los miles de lectores que agradecemos que aún podamos encontrarnos con libros como este. 



El último pasajero. Manuel Loureiro. Planeta, 2013

La llegada del verano sin duda hace que muchos lectores salgan del letargo invernal y cojan entre sus manos un libro. Son lectores estacionales que poco más le piden a un libro que pasar un buen rato, divertirse. Pues bien, también hay  escritores estacionales que escriben para ese tipo de lector, y tienen la especial habilidad de dar con las historias y el tono que se les demanda. Loureiro es uno de esos escritores que con la llegada del verano exhibe su muestrario de nuevas historias con las que dar su pizca de evasión a muchos lectores. Con este libro parece va a volver a lograrlo: en 1939, el Valkirie -uno de esos buques alemanes, donde el régimen nazi proporcionaba vacaciones pagadas a muchos obreros- aparece a la deriva en medio del Atlántico y solo con un pasajero…un niño de pocos meses.  
 

sábado, 22 de junio de 2013

EL ESCRIBIENTE

A trompicones logró terminar el bachillerato. Cuatro años para los tres del BUP y dos para aquel COU del que se le habían atragantado las Matemáticas y la Filosofía. Al muchacho no le faltaba capacidad, lo malo es que era vago y poco constante en el escaso esfuerzo que hacía por superarse y superar las materias. Perdió un último año en primero de Empresariales, y cuando se dio cuenta de que los estudios no eran para él se fue a la mili y, ya con sus 23 años cumplidos, alcanzó un puesto, tan gris como él, en una caja de ahorros, cuando estas entidades eran familiares y locales, no los monstruos deficitarios en que se han convertido. Y después de trampear por distintas sucursales en trabajos de administración y escasa responsabilidad, logró lo que durante tanto tiempo había soñado porque se identificaba con sus máximas aspiraciones en la vida: un despachito al fondo de la oficina, lejos de las miradas de clientes y las impertinentes del jefe, que pudieran interrumpir o perturbar la actividad a la que se dedicó con toda la voluntad que le faltaba para el trabajo: la lectura. Leía con la devoción del cartujo, con el rigor del especialista y con tal voracidad que en varias ocasiones le dieron el premio al mejor lector de la biblioteca pública, a cuyo servicio de préstamos acudía casi a diario, en el tiempo del desayuno para no levantar más sospechas. No había género que se le resistiese, ni escritor o escritora que no quisiera leer, ni época a la que le hiciera ascos. Como tampoco se lo hacía a los créditos blandos, a bajo interés, que la caja ponía a disposición de sus “trabajadores”, con los que consiguió comprarse su apartamento en la playa, al que se retiraba en las vacaciones para seguir leyendo. A los treinta y pocos cayó en sus manos “Bartleby, el escribiente”, la célebre novela de Herman Melville y tomó a su protagonista como ejemplo de vida profesional. Y cuando se le acercaba el jefe para encargarle algún trabajo, lo miraba con los ojos encendidos por las últimas páginas que acababa de leer, y le espetaba el “preferiría no hacerlo” que había aprendido de su modelo. Hace unas semanas, al cumplir justo una década antes de llegar al climatérico lustro de su vida  (leía a Góngora con avidez), había aceptado y firmado su jubilación anticipada. Con 53 años no otra ilusión lo alentaba que seguir siendo por toda la larga vida que tenía por delante un lector empedernido, libre y ajeno ya a la mirada inquisidora y molesta del jefe de turno. Lo que en definitiva había aspirado a ser y había logrado. Y a los pobres que nos queda por delante otro largo tirón de nuestra ya más que dilatada vida profesional para intentar cobrar una más que improbable pensión, no solo tenemos que pagarle a este lector su dorada prejubilación, sino también el agujero financiero que nos han dejado a todos los españoles las dichosas cajas de ahorros. Yo para esto me acojo al lema de Bartleby que tan buenos resultados laborales le dio a nuestro protagonista: “preferiría no hacerlo”. José López Romero.