viernes, 5 de octubre de 2012

MANIAS DE LECTOR


De todos los asuntos que directamente tienen que ver con la lectura y los lectores, confieso que el  de las manías de estos últimos, es el que me resulta más desconocido. Pero ahora, quizás porque he empezado a observar con preocupación cómo yo mismo voy adquiriendo unos extraños tics lectores, es cuando esta trastienda de la lectura comienza a captar mi atención. Vagamente había leído o me habían contado historias relativas a destacados personajes, en los que el hecho de leer se convertía en una especie de rito extraño y cargado de simbolismo. ¿Quién no ha escuchado alguna vez que Hemingway en los últimos años de su vida en Cuba, no podía leer o escribir si no tenía a mano sus amuletos de la suerte: una castaña de Indias y una pata de conejo? O que Paul Valery tenía la costumbre de leer entre las cuatro y las siete de la mañana, pues consideraba esa fracción de tiempo “la más pura y profunda”.  Pues bien, últimamente me está obsesionando  el olor de los libros, sobre todo de aquellos que van envejeciendo en los estantes y cuyo papel se va tornando quebradizo y amarillento... Conozco a grandes “snifadores” de libros antiguos, atrapados y cautivados  por el olor de los mismos. En cambio a mí me va sucediendo el efecto contrario. Los libros siempre se han ido acumulando en mi biblioteca por  el interés y emociones que me provocaron, pero me temo que desde hace algún tiempo esto cuente poco y empiezo a considerar la posibilidad de ir desprendiéndome de aquellos libros que torturan mi olfato, y que al fin y al cabo  me impiden volver a releer las historias prendidas en sus páginas. Ya ha habido más de una ocasión que al guiarme hasta los estantes el olor,  fruto de la degradación de la celulosa, (no en cambio cuando me llega el aroma   de la lignina con su sutil olor a vainilla),  y he localizado ese libro ya casi olvidado que lo emitía, he sentido el impulso de desprenderme de él, aunque siempre al final  han llegado a su rescate los recuerdos atesorados entres sus tapas o los buenos momentos vividos con su lectura…hasta el momento. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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