domingo, 21 de octubre de 2012

ENTERAO


“El enterao” lo llamaban en el barrio, con esa fina y atinada ironía que suelen utilizar los vecinos cuando de poner motes se trata. Y él sufría el apodo con ese puntito de desprecio hacia la plebe ignorante y asilvestrada, a la que miraba por encima del hombro. Y todo porque se consideraba un tío informado y con unas preocupaciones e inquietudes culturales que los demás no tenían. Se tomaba un café todas las mañanas en un bar cercano a su casa con el único fin de estudiarse, más que leerse, el diario y algún periódico deportivo (el mismo bar donde veía los partidos de fútbol de pago). De las páginas de la prensa local se fijaba con detalle en la agenda cultural para programar los actos a los que podría asistir: exposiciones, talleres, conferencias, a nada hacía ascos, y más cuando se apostillaba en la noticia que se serviría una copa de cortesía. Tampoco estaba ajeno al manejo de las nuevas tecnologías, y siempre que podía se pasaba por la biblioteca municipal para consultar la prensa nacional por Internet o la biografía de algún escritor, o noticias sobre algún tema de actualidad. Y de camino sacar algún libro de lectura, porque tampoco estaba de más aprovechar el servicio de préstamos de las bibliotecas públicas. Pero últimamente espaciaba cada vez más la lectura; él, que había sido un gran lector en su juventud, mataba ya en su madurez el gusanillo con los periódicos y con alguna que otra novela, pero ahora gustaba más de una cultura de oído: las conferencias (se las tragaba todas con la misma devoción con que se bebía la copita), los informativos en radio y televisión, los documentales y programas culturales…Y en un golpe de suerte, le había tocado el premio de ser uno de los cincuenta primeros lectores que iba a compartir con una autora de éxito el primer capítulo de su nueva novela. Seguro, se decía, que después nos darán algo de comer. Cuando se enteró “el enterao” de que a la cultura también le habían subido el IVA desde el 1 de septiembre, puso el mismo gesto de desprecio con que sufría su mote en aquel barrio de incultos. José López Romero.

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