Hace
algunas semanas un familiar me pedía un favor. Me eché a temblar –uno no sabe
lo que le pueden pedir en los tiempos que corren-, pero cuando lo escuche
respiré primero aliviado y luego
sorprendido. Quería localizar un viejo libro que había leído en su
adolescencia. “Una novelita de gánster, Ramón. No es que sea una obra maestra,
pero me trae recuerdos de lo bien que lo
pasé leyéndola, y me gustaría localizar algún ejemplar”. Pensé, aunque no se lo
dije, que nada vuelve a ser lo mismo, que el tiempo contamina nuestras
emociones y quizás ahora aquella novela no le causaría la misma impresión que
la que leyó hace años. Lo cierto es que
aquel ramalazo de nostalgia que atacaba a mi cuñado me asaltó también a mí,
y esa epidemia emocional me puso la tarea de
recordar aquellos libros con los que tanto disfruté, cuando daba mis
primeros pasos como lector, y que pasaron
al olvido por alguna razón para no volver a toparme con ellos. Y esa máquina
increíble que es el cerebro rápidamente puso ante mis ojos el recuerdo de dos
libros. A uno de ellos le faltaba la cubierta y lo había encontrado dentro de
una caja llena de trastos viejos de los
que un vecino, que se trasladaba de edificio, trataba de desprenderse. Tampoco,
como mi cuñado, recordaba el autor, pero sí el título, "El grumete". Del otro
libro, uno de los primeros que no me regalaron sino que compré siendo
adolescente, sí me asaltaron más
imágenes. Era una antología de relatos cortos editada en aquella colección mítica de Bruguera “El
libro Amigo”, allá por los setenta del pasado siglo. La nostalgia lo mete a
uno, de manera imprevista, en
emocionantes aventuras. Hasta ahora he logrado dar –a través del portal en
Internet de una librería argentina- con el último libro de los que he
mencionado, pero no desfallezco en la búsqueda de los demás. Ramón Clavijo
Provencio
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