sábado, 27 de octubre de 2012

TRES COSAS


“Hay tres cosas que ninguno de los jóvenes de la presente generación son capaces de hacer: no pueden saborear el vino, no pueden jugar al whist y tampoco pueden decirle un piropo a una dama”, dice el honesto abogado Sr. Gilmore en relación al joven Walter Hartright, profesor de dibujo y rendido amante, aunque sin esperanzas, de la señorita Laura Fairlie, en la novela “La dama de blanco” del escritor inglés del siglo XIX Wilkie Collins, a quien la inmensidad literaria de un Charles Dickens quizá le haya restado el reconocimiento y la fama que su calidad sin duda merece. Prueba de ello es que precisamente “La dama de blanco” se publicó por primera vez por entregas en la revista “All the year round” que dirigía el propio Dickens, y donde éste también había publicado varias de sus obras también por entregas, entre ellas “Historia de dos ciudades”. Incluso los dos grandes escritores y sin embargo amigos llegaron a escribir algunos relatos al alimón que vieron la luz en la misma revista. “La dama de blanco”, como ejemplo de la producción de Collins, es una novela que al misterio de la trama se le une la sólida narración de las buenas novelas decimonónicas tan recomendables para todas las épocas del año. Háganme caso: una novela del XIX nunca defrauda al más exigente lector. Pero vayamos a la frase del Sr. Gilmore que dicha en pleno siglo XIX parece que no ha perdido vigencia pese a que más de un siglo la contemple. Si no saber o ser diestro en el whist, un juego de cartas a los que tan aficionados son los ingleses, es ya un defecto de la juventud a criterio del Sr. Gilmore, ¿qué decir de no saber requebrar a una señorita o de beber y saborear una copa de buen vino? En lo primero, siempre se nos viene a las mientes el exabrupto grosero a pie de obra al paso de una hermosa mujer; y sin embargo, en otro tiempo, tampoco tan lejano, el español gastaba fama de dominar el arte del piropo, de la elegancia y la sutileza de una frase que halagaba la vanidad femenina cuando a través de ella se destacaba su belleza. Pero en esto, como en tantas cosas, vivimos otros tiempos en los que no sabemos distinguir lo sutil y elegante de la mala educación, o hemos desarrollado para estos asuntos una susceptibilidad tan especial que cualquier piropo nos parece un insulto y, por tanto, motivo de denuncia. Y en cuanto a lo del vino, no hay más que darse una vuelta por los bares de nuestra ciudad, la ciudad del vino, para darse cuenta de que nuestra juventud no aprecia las bondades de un producto que por ser de la tierra nos deberíamos sentir orgullosos de él y hacer patria con su consumo. Somos capaces de ponernos las manos en la cabeza al ver a un joven beber una copa de buen oloroso, y sin embargo miramos para otro lado cuando se prepara una de esas combinaciones por las que un día le explotará el hígado. Enseñar a beber sigue siendo, no cabe duda, una de nuestras asignaturas pendientes. José López Romero.


BÚSQUEDA


Hace algunas semanas un familiar me pedía un favor. Me eché a temblar –uno no sabe lo que le pueden pedir en los tiempos que corren-, pero cuando lo escuche respiré primero aliviado y  luego sorprendido. Quería localizar un viejo libro que había leído en su adolescencia. “Una novelita de gánster, Ramón. No es que sea una obra maestra, pero me trae  recuerdos de lo bien que lo pasé leyéndola, y me gustaría localizar algún ejemplar”. Pensé, aunque no se lo dije, que nada vuelve a ser lo mismo, que el tiempo contamina nuestras emociones y quizás ahora aquella novela no le causaría la misma impresión que la que leyó hace años. Lo cierto es que  aquel ramalazo de nostalgia que atacaba a mi cuñado me asaltó también a mí, y esa epidemia emocional me puso la tarea de  recordar aquellos libros con los que tanto disfruté, cuando daba mis primeros pasos como lector,  y que pasaron al olvido por alguna razón para no volver a toparme con ellos. Y esa máquina increíble que es el cerebro rápidamente puso ante mis ojos el recuerdo de dos libros. A uno de ellos le faltaba la cubierta y lo había encontrado dentro de una caja llena de trastos viejos  de los que un vecino, que se trasladaba de edificio, trataba de desprenderse. Tampoco, como mi cuñado, recordaba el autor, pero sí el título, "El grumete". Del otro libro, uno de los primeros que no me regalaron sino que compré siendo adolescente,  sí me asaltaron más imágenes. Era una antología de relatos cortos editada  en aquella colección mítica de Bruguera “El libro Amigo”, allá por los setenta del pasado siglo. La nostalgia lo mete a uno, de  manera imprevista, en emocionantes aventuras. Hasta ahora he logrado dar –a través del portal en Internet de una librería argentina- con el último libro de los que he mencionado, pero no desfallezco en la búsqueda de los demás. Ramón Clavijo Provencio

domingo, 21 de octubre de 2012

CULTURA, LIBROS Y CRISIS


Una de las cosas que me niego a admitir es la prescindibilidad de la cultura en tiempos de crisis.  Sobre esto, que  es algo comúnmente aceptado  cuando las “vacas flacas” llegan,  no estaría de más recordar  aquello que  contestaba el poeta argentino Juan Gelman (premio Cervantes 2007), cuando le preguntaban sobre la utilidad de la poesía. Gelman, citando la frase de un filosofo chino, respondía  “todo el mundo  habla de la utilidad de lo útil, pero nadie habla de la utilidad de lo inútil”. En fin que no son tiempos propicios para la poesía, o para la cultura en general, parece claro pero que ésta es lo más prescindible en momentos de dificultad es un tópico como otro cualquiera, aunque éste ha calado tanto en la sociedad que hoy lo tenemos como una máxima intocable. En lo que respecta a esa parcela de la cultura que es la del libro,  que soporta no sólo la dureza de la crisis económica general (y el debate sobre lo prescindible),   sino la de su adaptación a los nuevos soportes tecnológicos –y a sus aún confusos canales de distribución-, creemos aún palpar la misma ilusión por la escritura y la lectura que en generaciones pasadas. Un ejemplo de ello lo tenemos en el relativo éxito, teniendo en cuenta las circunstancias, del que ha gozado un año más la  gran Feria europea del Libro, y que todos los años se celebra por estas fechas en la ciudad alemana de  Fráncfort. En ella incluso hemos tenido ejemplos de fe ciega en la imprescindibilidad de la escritura como ha sido el caso de Jesús Carrasco, que tras décadas de escritor en la sombra ahora,  ya con unos años a cuesta, observa escéptico como su primera novela “Intemperie”, y que  Seix-Barrall editará en enero en castellano, ha logrado vender los derechos a más de una docena de países. Y es que uno de los atractivos de este gran  escaparate del libro  –aparte de que se produzcan “milagros” como el de Jesús Carrasco-  es la posibilidad que tienen las editoriales de vender sus futuros productos –lo que está sucediendo con el afortunado camino de “Intemperie”-  además de presentar los ya editados. Otro dato interesante que se extrae de esta Feria que cerraba sus puertas en la mencionada ciudad alemana el pasado domingo, es que parece remitir la penetración del libro digital en el viejo continente. Europa no son los Estado Unidos de Norteamérica, y aquí parece, no sabemos aún si con la ayuda de la crisis o no,  que el libro en papel seguirá primando sobre el digital durante más tiempo del que, hace escasamente un año, se pensaba. Ramón Clavijo Provencio 

ENTERAO


“El enterao” lo llamaban en el barrio, con esa fina y atinada ironía que suelen utilizar los vecinos cuando de poner motes se trata. Y él sufría el apodo con ese puntito de desprecio hacia la plebe ignorante y asilvestrada, a la que miraba por encima del hombro. Y todo porque se consideraba un tío informado y con unas preocupaciones e inquietudes culturales que los demás no tenían. Se tomaba un café todas las mañanas en un bar cercano a su casa con el único fin de estudiarse, más que leerse, el diario y algún periódico deportivo (el mismo bar donde veía los partidos de fútbol de pago). De las páginas de la prensa local se fijaba con detalle en la agenda cultural para programar los actos a los que podría asistir: exposiciones, talleres, conferencias, a nada hacía ascos, y más cuando se apostillaba en la noticia que se serviría una copa de cortesía. Tampoco estaba ajeno al manejo de las nuevas tecnologías, y siempre que podía se pasaba por la biblioteca municipal para consultar la prensa nacional por Internet o la biografía de algún escritor, o noticias sobre algún tema de actualidad. Y de camino sacar algún libro de lectura, porque tampoco estaba de más aprovechar el servicio de préstamos de las bibliotecas públicas. Pero últimamente espaciaba cada vez más la lectura; él, que había sido un gran lector en su juventud, mataba ya en su madurez el gusanillo con los periódicos y con alguna que otra novela, pero ahora gustaba más de una cultura de oído: las conferencias (se las tragaba todas con la misma devoción con que se bebía la copita), los informativos en radio y televisión, los documentales y programas culturales…Y en un golpe de suerte, le había tocado el premio de ser uno de los cincuenta primeros lectores que iba a compartir con una autora de éxito el primer capítulo de su nueva novela. Seguro, se decía, que después nos darán algo de comer. Cuando se enteró “el enterao” de que a la cultura también le habían subido el IVA desde el 1 de septiembre, puso el mismo gesto de desprecio con que sufría su mote en aquel barrio de incultos. José López Romero.

viernes, 12 de octubre de 2012

UN PLACER Y SALUD


… Ya de vuelta. Un placer. Un curso más por delante que, por todas las señales del cielo y del infierno, no nos será propicio. Sin embargo, mi compañero Ramón y yo acometemos esta empresa con ilusión renovada y quedamos muy agradecidos a los lectores por acercarse cada semana a esta página para compartir con nosotros nuestro amor por los libros, por la Literatura (con mayúscula), y compartir también, los olores y los sabores agridulces de los libros. Nada nos debe ser ajeno y más en estos tiempos en que todo apoyo, toda colaboración, cualquier idea deben ser bienvenidos, si parten de la generosidad, la sabiduría y la experiencia. Y a veces la literatura nos servirá para alejarnos de una realidad que no nos gusta, pero muchas más veces debe servirnos para reflexionar sobre ella y comprometernos para mejorarla. Y en esto de la colaboración, de la idea brillante que puede si no mover al mundo, a nuestra sociedad, al menos zarandearla un poco, me topé hace unas semanas con la figura de Marc Vidal (no confundir con Nacho, aunque el contexto lo permita por lo del zarandeo). Marc Vidal es un joven autor de dos libros titulados “Crónica de una crisis anunciada” (manida adaptación del título de la novela de García Márquez), publicado en 2009, y el más reciente “Contra la cultura del subsidio”, que ya va por la tercera edición. En una entrevista reciente, la periodista calificaba a Marc Vidal como “emprendedor en serie, arruinado y superviviente” y destacaba que es “una de las personas más seguidas en España en tuiter”. Personalmente no me gustan y, por tanto, no tengo entre mis lecturas libros que tratan temas de tanta actualidad que terminan por convertirse en efímeros al poco de publicarse; ni siquiera aquellos cuyos autores nos merecen, por su prestigio en dichos temas, toda nuestra confianza. Como tampoco me atraen esos otros de autoayuda que proliferan en las tiendas y librerías, una especie de manual de instrucciones o prospecto de perogrullo ante cualquier problema de orden personal o laboral. Porque la lectura de los periódicos y estar bien informado a través de los distintos medios de comunicación es, a mi juicio, suficiente para hacernos reflexionar sobre la situación actual; y porque no hay nada como el apoyo de la familia y de los amigos para salir de cualquier atolladero. Pero la juventud de Marc Vidal y lo ya vivido me impulsan a concederle un punto más de credibilidad, porque no cabe duda de que durante demasiados años, y en especial en la última década, España ha sido y sigue siendo un país de subsidios, en el que los más listos (que son legión) sólo quieren su paguita a final de mes subsidiada por el Estado. ¿Trabajar? Hasta urticaria les entraba. No solo hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, sino que hemos pensionado y seguimos pagando a más ciudadanos de los que nos corresponde; muchos en edad actualmente de trabajar en vez de pasear y tomar cervezas; otros, con enfermedades que no les impide desarrollar otras labores en otros puestos. Y en Andalucía… A la vista está. Mucha salud a todos, porque dinero… José López Romero.  

viernes, 5 de octubre de 2012

MANIAS DE LECTOR


De todos los asuntos que directamente tienen que ver con la lectura y los lectores, confieso que el  de las manías de estos últimos, es el que me resulta más desconocido. Pero ahora, quizás porque he empezado a observar con preocupación cómo yo mismo voy adquiriendo unos extraños tics lectores, es cuando esta trastienda de la lectura comienza a captar mi atención. Vagamente había leído o me habían contado historias relativas a destacados personajes, en los que el hecho de leer se convertía en una especie de rito extraño y cargado de simbolismo. ¿Quién no ha escuchado alguna vez que Hemingway en los últimos años de su vida en Cuba, no podía leer o escribir si no tenía a mano sus amuletos de la suerte: una castaña de Indias y una pata de conejo? O que Paul Valery tenía la costumbre de leer entre las cuatro y las siete de la mañana, pues consideraba esa fracción de tiempo “la más pura y profunda”.  Pues bien, últimamente me está obsesionando  el olor de los libros, sobre todo de aquellos que van envejeciendo en los estantes y cuyo papel se va tornando quebradizo y amarillento... Conozco a grandes “snifadores” de libros antiguos, atrapados y cautivados  por el olor de los mismos. En cambio a mí me va sucediendo el efecto contrario. Los libros siempre se han ido acumulando en mi biblioteca por  el interés y emociones que me provocaron, pero me temo que desde hace algún tiempo esto cuente poco y empiezo a considerar la posibilidad de ir desprendiéndome de aquellos libros que torturan mi olfato, y que al fin y al cabo  me impiden volver a releer las historias prendidas en sus páginas. Ya ha habido más de una ocasión que al guiarme hasta los estantes el olor,  fruto de la degradación de la celulosa, (no en cambio cuando me llega el aroma   de la lignina con su sutil olor a vainilla),  y he localizado ese libro ya casi olvidado que lo emitía, he sentido el impulso de desprenderme de él, aunque siempre al final  han llegado a su rescate los recuerdos atesorados entres sus tapas o los buenos momentos vividos con su lectura…hasta el momento. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO