Siempre
ha sido la actualidad uno de los principales motivos de inspiración o, mejor
dicho, para recuperar la inspiración, para esos escritores que alguna vez se
atascan, y ven pasar las horas ante el papel o la pantalla del ordenador en
blanco. Hace algunos años un conocido escritor local, también articulista, me
decía que cuando le venía uno de esos días tontos, donde no se le ocurría nada
sobre lo que escribir, echaba mano del santoral y que este era infalible, pues en él se escondía
tras un nombre muchas veces desconocido,
una historia apasionante que siempre se podía adaptar para captar el
interés del lector. Hoy la actualidad política y económica, se antoja un campo
fértil para el escritor espabilado, y como en un año de buena cosecha, donde la
climatología ha sido benigna con los cultivos, no deja de proporcionar historias, algunas
verdaderos diamantes en bruto. Algunos ya han encontrado ese filón, y con
notable éxito (lean lo último de Márkaris
o Eduardo Mendoza), y otros muchos no dudo que ahora mismo estén enfrascados en
otras tantas historias que de seguro les den una efímera fama, a costa del
calvario que la actualidad nos está haciendo pasar al resto de los mortales.
¿Cómo dejar pasar el culebrón de la banca y no sacar de él un gran argumento?
Como les decía Márkaris ya ha dado su versión (en la imagen) inspirada en la
realidad griega, pero sin duda el caso español añade aspectos realmente
notables. Como el de ese recién llegado
gestor vasco, que mayestático pide dinero público a mansalva y a fondo perdido,
mientras no se le mueve un músculo de la cara. No hay preguntas, por tanto no
hay alusiones a cómo se ha llegado a esto, o si podremos también pedir los
ciudadanos de a pie dinero a fondo perdido. Otra historia: antigua responsable
máxima de entidad bancaria, a la que por
supuesto lleva a la bancarrota, y que una vez descabalgada de su poltrona, se
asegura una pensión millonaria (algo por lo visto común a los malos gestores) y
acto seguido se apunta al paro. La actualidad española da, sin duda, para sacar del atolladero al escritor con
síndrome de “la página en blanco”. Ramón
Clavijo Provencio
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