sábado, 26 de mayo de 2012

VENERACIÓN


“Sospecho que esta novela debe de ser una gran novela”, me dijo el otro día una amiga a la que no dudo en considerar una lectora inteligente y capaz de distinguir lo bueno de lo malo, la buena de la mala literatura. Y es que ante ciertos nombres que forman parte del parnaso actual, muchos lectores terminan por agachar la cabeza, algunos hasta se ponen de rodillas en una veneración casi religiosa que les embota no sólo los sentidos, sino hasta el poder de discernimiento. Y sin embargo, en más de un caso esta elevación a los cielos de las letras se debe a campañas publicitarias bien diseñadas, con toda la artillería de medios de comunicación potentes puesta a disposición del encumbrado, cuya calidad literaria aparece y desaparece, como el Guadiana, entre sus libros. No todo lo que escribe un determinado autor debe ser bueno, por el simple hecho de llamarse como se llame, y porque ese nombre haya terminado por considerarse sagrado en ciertos círculos de influencia. El miedo infundado de enseñar nuestras vergüenzas de lector limitado o fácil, nos lleva a ocultar nuestra opinión de lo que nos ha parecido un verdadero bodrio. Es el eterno cuento del traje del rey convertido en crítica literaria: nadie se atreve a gritar que el rey va desnudo por temor a las distintas represalias que cambian según las versiones de la tradición oral. Y son tantas las circunstancias que pueden hacer mala una novela, las cuales se escapan a los lectores, que no debemos renunciar a nuestro espíritu crítico por mucho nombre y muy venerado que éste sea: el tirón comercial, que incluso ha obligado a más de uno a desempolvar viejas novelas de juventud; las urgencias en el cumplimiento del contrato firmado con la editorial y ya cobrado y gastado; la literatura fácil, etc. “Por eso dejé yo –me decía en la misma reunión otra lectora igualmente inteligente- de leer a cierto autor, porque en las continuaciones de cierta saga detectivesca me parecía que se aprovechaba del éxito de la primera novela”. Y nada de sospecha, con toda la razón del mundo. José López Romero. 

No hay comentarios: