sábado, 5 de mayo de 2012

RECUERDOS DE FANTASMAS


Escuchaba a José Mateos en su exitosa intervención en la Biblioteca, y entre la hilera de frases que me llegaban, me sobresaltó aquella en la que afirmaba algo evidente: que estamos rodeados de muertos, de espectros, o al menos de las señales de su paso. Mientras el admirado escritor seguía con su disertación, yo ya no podía seguir sus palabras, pues aquella referencia al mundo de ultratumba me había descolocado,  y aunque yo era, seguía siendo uno más de los presentes que escuchaban al orador, mi atención empezó a desviarse hacia los libros antiguos que  lo rodeaban  y que me traían los ecos de viejas historias del pasado. Las murallas de libros que se elevaban a metros de alturas sobre él,  estéticamente de una belleza indudable, estaban cargadas de recuerdos espectrales. Espectros que parecían sumarse al acto desde los anaqueles de aquella sala decimonónica de la biblioteca. No, no teman, no  he comenzado a ver muertos como Cole Sear, el protagonista de la película El sexto sentido, pero me preguntaba si el escritor, mientras iba desgranando poemas, algunos en torno a la muerte, era conocedor de que en aquel lugar, ahora hacía un par de décadas, un grupo de estudiantes habían realizado un artesanal experimento sobre la existencia de fantasmas. Era la moda, y además el lugar tenía justa fama, no sólo porque algunos eruditos locales hablaban de que se hallaba enclavado sobre un olvidado camposanto (¿qué edificio del casco histórico de una vieja ciudad no lo está?), sino porque acumulaba al paso de los años incidentes de difícil explicación  y que se habían  ido escribiendo imaginariamente con las experiencias de sucesivos testimonios de propietarios, inquilinos, trabajadores o bibliotecarios. En fin que  aquellos adolescentes desplegaron, una noche olvidada de hace veinte años, su rudimentario instrumental para captar sonidos de ultratumba y, por lo que contaron días después,  no lograron culminar ni la primera noche de vigilia pues uno de los integrantes del equipo se desmayó antes de que la prueba llegara a su fin. Rumores corrieron muchos alimentando la fama del edificio, pero lo que se dice grabar sonidos de ultratumba grabaron pocos. Bueno, alguno capturaron, aunque aquellos sonidos no eran otros que las maderas de  las viejas estanterías al crujir, sonido tétrico y que impresiona a cualquier neófito si no está acostumbrado a ello. Esos recuerdos que el correr de los días y las urgencias terrenales  escondieron en el olvido,  se volvieron más reales que nunca, tras  los poemas que nos recitó el escritor. Lo cierto es que lo que el viejo magnetófono de unos adolescentes se negó a captar, parecía flotar en el ambiente aquella noche, entre las estanterías, envolviéndonos a todos los presentes, como una sombra apenas atisbada que escuchara con admiración el recitar de aquellos bellos poemas. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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