sábado, 28 de enero de 2012

LA OTRA CARA

Hace ya algunos años me sorprendí, hojeando aquella irrepetible edición de las obras completas de Lorca realizada por la editorial Aguilar, del anexo final donde aparecían reproducciones de infinidad de  dibujos con los  que el escritor granadino había ilustrado muchas de sus obras. Esos dibujos reproducidos posteriormente hasta la saciedad en otras ediciones menos afortunadas, me llevó a interesarme por esa posible otra cara que muchos escritores tenían, la de dibujantes o pintores, que por razones voluntarias o circunstanciales se vería ensombrecida por la literaria. Y sorprendentemente en esa pequeña investigación que fui realizando a lo largo del tiempo, fui descubriendo el universo secreto de muchos de ellos. De algunos, los menos, esa faceta pictórica se desvelaría en vida, de la mayoría una vez desaparecidos.  Uno de los casos más conocidos es el del gran autor ruso León Tolstoi, del que se cuenta que leía las novelas de Julio Verne a sus nietos, y para ayudarse en su comprensión realizaba dibujos de ellas. En el Museo León Tolstoi de Moscú existe una sección dedicada a esta poco conocida faceta del escritor, y entre los dibujos más curiosos está una serie dedicada al libro de Verne “La vuelta al mundo en ochenta días”. Otra de las anécdotas poco conocidas sobre  una de las novelas más populares de todo los tiempos, “La isla del tesoro”, nos enseña que su origen estuvo ligado a un mapa. Efectivamente, fue el mismo  Stevenson  el que dibujó  el  mapa que incluye el libro, pero sin la pretensión en un principio de que sirviera para ilustrar una de sus historias. En realidad fue el mapa, una vez terminado, y que dibujó en un momento de ocio el que le atrajo de tal manera que fue el causante de que se pusiera a escribir “La isla del Tesoro”. El mismo Stevenson lo llegaría a afirmar en un artículo suyo publicado en 1894 en la revista “Idler”: “Su forma condujo mi fantasía más allá de lo imaginable”. Fue en la biblioteca municipal de Jerez donde descubrí la “otra cara” del historiador y antropólogo Julio Caro Baroja. El gran pensador ya había fallecido, pero recorría el país, recalando también en Jerez, una exposición de algunos de los muchos dibujos que había realizado a lo largo de su vida, bajo el título de “Mundos soñados” (en la imagen) y que hasta ese momento habían  pasado, pese a su belleza, desapercibidos.  Más conocidos fueron los casos de Lewis Carroll, o Jean Cotteau. En el caso de Carroll es curioso que pese a que solía ilustrar con dibujos propios sus obras de ficción, y así sucede con Alicia en el país de las Maravillas, no conozcamos ninguna edición de este clásico que haya incluido los dibujos originales de Carroll.  Carlota Bronte, H.G. Wells, Víctor Hugo… En Jerez también tenemos algún ejemplo, y es conocida la gran pericia como acuarelista del reconocido poeta  José Mateos. Ramón Clavijo Provencio.

REGALOS

En las pasadas navidades las colas (¿he escrito “colas”? ¿no era el artículo de hace unas semanas?) que a diario se formaban en la librería de guardia, común a mi compañero y amigo Ramón, producían una cierta satisfacción a los que predicamos (¿en el desierto?) todos los días las bondades de la letra impresa. Sana es la costumbre (¿pero sólo en navidad?) de regalar libros, porque quiero pensar que al menos por simple cortesía alguno lo leerá y, en el peor de los casos, eso que ha sufrido su cuerpo, pero en el mejor, terminará por convertirse en un lector sin remedio, fin último al que debería aspirar todo ser humano o gente de bien. Yo también formé parte de alguna de esas colas, pero afortunadamente nadie me habló de la crisis y mira que nos pasamos un buen rato hasta llegar a la caja. No lo habría soportado. Pero a diferencia de mis compañeros de fila, yo no compraba libros para regalarlos, sino que los compraba para buscarles un lector. Yo no regalo libros, les regalo a ellos lectores. Sería un verdadero insulto para algunos libros que forman parte ya de esa pequeña biblioteca personal o, si lo prefieren, vital, regalárselos a lectores que no los apreciaran, que no tuviesen el mismo cuidado, las mismas sensaciones en su lectura que yo tuve en su momento; momentos sin duda irrepetibles, pero que se pueden compartir, si encontramos el lector adecuado, ese lector que, como yo un día, estaba destinado a ese libro. ¿Cómo podría dejar en manos de un cualquiera a mis clásicos preferidos, a esos poemas que dejo repartidos por la casa, a las novelas cuyos personajes ya forman parte de mi familia?  No hay situación más triste que la indiferencia, el desagradable encogimiento de hombros cuando a alguien le preguntas qué le ha parecido un libro que tú llevas en el corazón. Por eso, yo no regalo libros, les elijo buenos lectores. Yo sé que ellos me lo agradecen; de lo contrario, no me lo perdonarían. José López Romero.

sábado, 21 de enero de 2012

PROFESORES

“Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás.” Ésta es una de las muchas frases, párrafos enteros a veces, que he ido subrayando a lo largo de mi lectura de “Mal de escuela”, un libro al que como tantos llegué por casualidad y ahora no dudaría en recomendárselo a todos aquellos que se dedican a la enseñanza. Daniel Pennac, su autor, confiesa desde la primera hasta la última página que durante sus años de escolar (primaria y secundaria) fue un auténtico “zoquete” (palabra que él mismo utiliza para autodefinirse), hasta el punto de que sus padres temieron muy seriamente por su futuro; un futuro más que incierto ya en aquellas lejanas décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, y hoy más que gris, totalmente negro para la juventud que decide quedarse al margen de la formación necesaria para entrar en un mercado laboral cada vez más exigente. Esos mismos jóvenes que Daniel Pennac ha ido, ya como profesor de lengua francesa, intentando salvar de su ignorancia, que es lo mismo que decir de un destino condenado a convertirse en parias de la sociedad, porque un solo profesor -¡uno solo!- basta para salvar a muchos jóvenes. Y nadie mejor que Pennac comprende al alumno al que le cuesta estudiar, asimilar los más elementales conocimientos, como de la misma manera admira a los inteligentes, a los que ponen todo su esfuerzo por llegar a la meta, los que se autoexigen con tal de alcanzar sus objetivos. El libro está lleno de anécdotas tanto de su vida como escolar, como de su labor docente, que le sirven para criticar a veces la actitud de los padres ante los problemas académicos de sus hijos; a la propia familia, en cuyo seno se van gestando las dificultades que después aflorarán en el colegio;  a la televisión y su poderosa influencia en la creación de necesidades en la juventud; a los propios alumnos, que buscan siempre la justificación fácil a su falta de voluntad y esfuerzo; a los políticos y los cambios en los sistemas educativos; a la sociedad en general; pero por supuesto también a los profesores, a aquellos que escurren el bulto de sus responsabilidad, a los que no se implican en su trabajo, los que se quejan siempre de los alumnos que tiene. Y, por el contrario, brillan en su recuerdo como “perlas raras” (así llamaba un profesor a sus alumnos excelentes) aquellos compañeros y compañeras, como “la señorita G.” que “con silencioso asentimiento” (uno de los mejores recuerdos como profesor de Pennac) admitía a alumnos extremadamente conflictivos, o aquellos profesores que sí supieron inculcarle el amor por las Matemáticas, por la Historia o por la Lengua. “Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás.” Muchos queremos ser ese profesor, otros se lo creen, pero algunos (afortunadamente sólo “algunos”) ni lo intentan; para éstos, como dice Pennac, el olvido. José López Romero.

¿UN NUEVO GÉNERO?

No sé si estamos ante la irrupción de un nuevo género literario, aunque  la simple mención pueda dar grima a los puristas, pero a mi parece que al menos estamos asistiendo, de unos pocos años a esta parte, a la consolidación de una forma de contar historias, cual es la novela gráfica, incontestable. Algunos me dirán que no estoy descubriendo nada nuevo, y que seguramente no me habré enterado que desde hace décadas, desde el primer tercio del pasado siglo, las historietas y los cómics forman parte de nuestro paisaje cultural. Pero no me refiero a ellos. Para mí la novela gráfica es algo muy reciente y novedoso y que se ha desgajado de lo que entendemos por cómic. La novela gráfica  es otra manera de hacer literatura, sólo que con el vigoroso  e imprescindible complemento de la ilustración. No estoy hablando de historietas para jóvenes,  ni páginas que nos acercan las aventuras de superhéroes lejanos o cercanos. Estoy hablando de autores y artistas que se unen en perfecta simbiosis buscando nuevas fórmulas para acercarnos grandes historias o al menos pretenderlo. Mi primera percepción de esto la tuve cuando llegaron a mis manos algunas narraciones cortas de Ray Bradbury en formato gráfico, pero quizás cuando llegué a convencerme de que algo estaba sucediendo en torno a la forma de hacernos llegar a los lectores eso que llamamos literatura, fue cuando se publicó “La ciudad de cristal” de Paul Auster . Desde entonces estoy muy atento a lo que se edita en este formato. Todavía hay  confusión ya que hay muchos puntos en común con el cómic, aunque la novela gráfica se distancia de él en la ambiciosa apuesta tanto de las historias que nos traen sus escritores como en el rigor, equilibrio y pericia de sus dibujantes. Quizás se convenzan  de mi percepción de que asistimos a la consolidación de un nuevo género literario,  si dejan de ser pusilánimes y se acercan a algunos de los álbumes publicados recientemente como “El Arte de volar” de Kim/Altarriba, o Arrugas de Paco Roca. ¿Y qué decir de “Las serpientes ciegas” premio nacional del cómic 2009? Díganme si no es esto literatura y arte en perfecta simbiosis. Ramón Clavijo Provencio

sábado, 14 de enero de 2012

NOSTALGIA

Hace algo más de dos décadas que se iniciaba en Jerez una interesante experiencia literaria. Comenzaban a editarse los llamados cuadernos de “La poesía más Joven”, donde a lo largo de algo más de un año, desde junio de 1988 hasta diciembre de 1989, una serie de poetas más o menos conocidos, nos presentaban sus creaciones al abrigo de un tiempo que, a diferencia del actual, sí podemos decir fue propicio al menos para la poesía. Un tiempo que, literariamente hablando, tenía en nuestra ciudad un referente que trascendía del ámbito local: “Fin de Siglo”, la revista que dirigió Francisco Bejarano (ahora nuevamente de actualidad con la publicación de su nuevo libro “Un juego peligroso. Antología poética”). Revista hoy de culto, joya para el bibliófilo afortunado que haya reunido toda la colección, y en todo caso placer estético para todo lector que tenga la fortuna de tener o localizar los cada vez más raros ejemplares. Luego vendrían, tratando de llenar el vacío que dejó aquella, “Contemporáneos” y ahora “Campo de Agramante”. Pero volviendo a la “Poesía más Joven”, he estado repasando los quince cuadernillos primorosamente diseñados, de la colección completa que conservo, y he releído otra vez los poemas y los nombres de los 15 poetas que entonces tuvieron el privilegio de protagonizar cada uno de ellos con sus primeras creaciones. Una experiencia que, con el paso de los años, se ha mostrado más trascendental de lo que entonces sus protagonistas se atrevieron a imaginar. De aquellos nombres hoy algunos son figuras estelares de nuestro panorama literario - Felipe Benitez, José Mateos, Juan Bonilla, Luis García Montero, José Manuel Benítez Ariza, Juan Lamillar…- aunque como era de esperar la diosa fortuna, en este caso literaria, no tocó a todos por igual. De estos últimos unos andan más perdidos que otros, alguno incluso lejos de nuestras fronteras, quizás recuerde con nostalgia desde su anonimato voluntario el tiempo que fueron jóvenes y poetas en una perdida ciudad del sur andaluz. En todo caso, unos y otros, estoy convencido, protagonizaron uno de esos momentos irrepetibles, estelares, y por tanto fugaces, de la poesía contemporánea. Y sucedió en Jerez. Ramón Clavijo Provencio

COLAS

Este país ha cambiado tanto que hasta las colas las hacemos como mandan los cánones europeos; las respetamos de tal manera que ya ni siquiera éstas nos ofrecen la emoción del jeta que se cuela con la consiguiente bronca por parte de los pacientes y sufridos ciudadanos. Las colas se han convertido últimamente en lugares de encuentro tan casuales como sociales. Si coincidían tres hombres la conversación no podía girar sino sobre el fútbol, y así se fue gestando aquel tópico de que en el fuero interno de cada español había un seleccionador nacional. Pero los últimos y brillantes triunfos de la selección y el buen hacer de Del Bosque parece que ha dejado a la población masculina sin esa más que improbable ilusión; como seleccionadores todos estamos en el paro. Pero el intercambio de opiniones no ha disminuido por ello en las colas, la diferencia es el tema; ahora la atención se ha desviado hacia la crisis y, hoy por hoy, en cualquier cola nos podemos topar con  presidentes de gobierno, ministros de economía, consejeros de comunidades autónomas, es decir, toda una fauna de tipos, cuyo análisis de las causas de la crisis y las medidas que ellos tomarían para salvar al país de esta terrible situación harían temblar a toda la Unión Europea. No hay español que no tenga su propia teoría económica y su solución a la crisis. Pero ese deporte no es nuevo en nuestro país. Hacia finales del siglo XVI y principios del XVII, la decadencia española que ya se hacía más que evidente en todos los aspectos, trajo como consecuencia la proliferación de un tipo al que se le dio en llamar “arbitrista”,  y que fue blanco de ridiculización por parte de tantos escritores de la época (Cervantes incluido), que el término acabó por adquirir un matiz peyorativo que permanece incluso en nuestros días; hasta el punto de que muy poca atención se le ha prestado hasta hace muy poco a toda esa literatura política y su conocimiento ha quedado reservado a especialistas en la materia, de los que destacamos al eminente José Antonio Maravall y a José Luis Abellán, quienes en diversos trabajos se han dedicado a estudiar aquellos “Memoriales” (como llamaban a sus ensayos) que dirigidos en muchas ocasiones al propio rey, analizaban todas las facetas de la vida española. Así, Bernardino de Escalante en sus Diálogos del arte militar exponía las reformas que en su opinión debían hacerse en el ejército; Caxa de Leruela en su obra Discurso sobre la principal causa y reparo de la necesidad común, carestía general y despoblación de estos reinos  intentaba dar soluciones a los problemas agropecuarios que sufría nuestro país y que lo llevaban al empobrecimiento; Martín González de Cellorigo le envía a Felipe II, aunque al morir éste pasó a manos de su hijo Felipe III, un Memorial en el que al analizar la situación económica denuncia como vicios de la sociedad la plaga de consumidores irreflexivos y ostentosos, ociosos rentistas, pícaros y especuladores que sólo miran por su beneficio y muy poco por el bien general. Como si no hubiera pasado el tiempo. José López Romero.