sábado, 10 de diciembre de 2011

PELOTAS

Cervantes le dedicó la primera parte del “Quijote” a don Álvaro López de Zúñiga, duque de Béjar, noble que por aquellos años de principios del siglo XVII se contaba entre los más ensalzados por los escritores de la época, pues Góngora ya le había dedicado las “Soledades” y él había costeado las “Flores de poetas ilustres”, reunidas por Pedro de Espinosa. El mismo Góngora años después redactaría su “Panegírico al duque de Lerma”, en alabanza al que fuera inepto privado o valido de Felipe III. Famosa fue también la amistad, teñida para algunos de alcahuetería, que mantuvo Lope de Vega con el duque de Sessa, de la que se conserva un sustancioso epistolario. Y para no ser menos, aunque en este caso no fuera por necesidad, Quevedo siempre defendió al duque de Osuna, al que acompañó en calidad de secretario a Nápoles y con quien salió de aquel virreinato con más pena que gloria. Las relaciones de los escritores con la nobleza, las dedicatorias a sus más insignes representantes o, de forma más general, la estrecha dependencia de  las artes con la aristocracia a través del mecenazgo, no es más que la prueba palpable de que en aquellos tiempos la literatura, el arte en general, no daba ni para malvivir sino, en todo caso, para bien morir… de hambre. De ahí que no hubiera otro remedio a la necesidad que buscarse el amparo o la protección del rico, aunque a veces ésta llegara tarde o nunca. Hoy a nadie se le ocurriría, aunque ganas seguro que no faltan, dedicarle una novela a las grandes fortunas de este país (que las hay), sean o no de noble cuna. La literatura, el arte, por fortuna, da para más que para sobrevivir, aunque no a todos los que a ello se dedican por profesión. Pero sí hay otra forma más sofisticada de solicitar el amparo ya no del noble o del adinerado, sino del poderoso, sin necesidad de acudir a la tradicional dedicatoria. Es esa forma rastrera, pelota y mezquina de adulación al político con que muchos hoy disfrutan de una buena posición económica. ¡Qué lejos de estos escritorzuelos del pesebre queda ya la necesidad de nuestros clásicos! José López Romero.   

MAQUILLAJE

El éxito literario de un libro viene determinado por una confluencia de factores unos más decisivos que otros que hace finalmente que este acabe en manos de los lectores. En este caso nos referimos al título, diseño de la portada o los mensajes que tratan de captar a los lectores  desde su solapa, entre otros. En otras épocas no tan lejanas estos aspectos  eran casi despreciados, pues poco más que contaban para tener éxito  el nombre del autor y, por supuesto, la bondad de su historia, que ya los críticos se encargarían de bendecir o condenar. Pero hoy día, pocos son los que despreciarían el papel de estos elementos “secundarios”, incluidos los autores consagrados, conscientes de que cada vez es más difícil abrirse paso o mantenerse en un mercado cada vez más competitivo, y donde el libro debe abrirse camino utilizando todos los recursos, incluso los aparentemente más superficiales. Pudiera parecer que esto se contradice en algunos casos, y que autores ya consagrados siguen sin  necesitar  este maquillaje externo para sus obras, confiando sólo en el nombre, como en tiempos pasados. Un ejemplo entre muchos: parece que no se hayan preocupado mucho de la portada de “Némesis”, la última obra de Philip Roth, y sí en cambio de destacar el nombre del autor sobre todo lo demás. Pero incluso en diseños tan simples, apenas unas manchas de color sobre las que destacan nombre y título de la obra, aparece un elemento que atrae aún más la atención del posible comprador, y lo hace de una manera irresistible, una llamativa solapa donde algunos autores consagrados como J.M. Coetzee, cantan las virtudes de la obra. Hoy día aparte de la fuerza de un nombre, no se deja nada al azar. Un libro no debe esperar  el veredicto de la crítica, o de la fuerza de la campaña de presentaciones en las que se pasea al autor por tal o cual geografía. Hoy día el libro comienza a captar lectores desde que aparece en los escaparates, en los estantes de las librerías, en las portadas y páginas de las revistas literarias en papel o digitales. Y ahí se juega con todo. Confieso que no me hubiera acercado a la novela de J.M. Guelbenzu  “El hermano pequeño”, si antes de tener alguna referencia de ella a través de la crítica, no me hubiera atraído esa portada maravillosa que reproduce la pintura “Playing de party game” de Jack Vettriano, independientemente de que después resultara ser una gran novela. Lo mismo me sucedió con “La estrategia del agua” de Lorenzo Silva, con esa deslumbrante portada reproduciendo un cuadro de Ángel Mateos Charris (ilustración). Algunas veces estos reclamos harán equivocarnos. Los impulsos, las corazonadas, tienen esos aspectos peligrosos, pero ese juego es lícito y  un atractivo más para los lectores en nuestra eterna búsqueda de historias. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO