viernes, 11 de noviembre de 2011

EL CONDE TOKRAY

“Más de una vez he pensado volver. Incluso, dijo, he pensado ¿en qué podría trabajar yo? Y he tenido una idea. … yo mismo me podría convertir en un museo… bastaría que me instalaran en una habitación de alguno de los viejos palacios, que me rodearan de la decoración adecuada y de la servidumbre que se usaba entonces y yo podría ser un museo viviente de las costumbres y los modales de la antigua Rusia… Sería una instructiva experiencia para los jóvenes; yo podría ser visitado por escolares, delegaciones provinciales, incluso por turistas extranjeros”, dice el conde Tokray, un curioso personaje de la novela “Respiración artificial” de Ricardo Piglia. El pobre conde no tiene donde caerse muerto, vive del sablazo que puede darles a conocidos y amigos y, como pueden ver en el fragmento, se considera una pieza de museo, un objeto histórico en serio proceso de desaparición y, con él, buena parte de la cultura de todo un país: la Rusia zarista. Cuando visitamos los museos, los monumentos, iglesias, palacios, casas señoriales, etc. sólo apreciamos el continente, el espacio vacío que dejaron, hace ya mucho tiempo, las personas que en ellos habitaron; y sin embargo, los lugares son solo un elemento más de una historia cuyos principales protagonistas, aquellos que la escribieron, son los clérigos en sus monasterios e iglesias, los grande señores, los reyes en sus castillos. Tanto ayer como hoy con los denodados esfuerzos de investigadores, y ahora con las nuevas tecnologías, no es muy difícil hacer la reconstrucción de acontecimientos históricos que tuvieron lugar en esos espacios que ahora visitamos, incluso “las costumbres y los modales” a los que se refería el conde Tokray, sin necesidad que convertir las iglesias, castillos y palacios en museos vivientes, trabajo al que aspira el conde. Los mercadillos medievales o los servicios que ofrecen algunos paradores no son más que un atractivo, sin mayores pretensiones, que añadir a la oferta turística. Y sin embargo, a pesar de estas tan exactas recuperaciones del pasado que nos proporcionan los medios actuales, tenemos la sensación de que mucho de lo vivido se va perdiendo, irremisiblemente olvidando. El conde Tokray lo ha sabido ver perfectamente: detrás de las costumbres, de los modales, de los decorados y la servidumbre, está la persona y su conciencia del tiempo que le ha tocado vivir, la adaptación a ese tiempo, la actitud ante la vida y sus circunstancias; sus emociones, sus relaciones con los demás, es decir, esa intrahistoria que es imposible transcribir en palabras o reflejar en imágenes, a menos que nos traslademos al plano de la suposición. Es esa misma sensación de pérdida que observamos, siguiendo con la Rusia zarista, en Mijail Astrov, el médico de “Tío Vania”, el drama de Anton Chejov, para quien su refugio en la naturaleza es una forma de ponerse a salvo de un mundo en desaparición. Un tiempo muere, ¿cuánto se lleva con él? Tokray en su indigencia, o quizá por ella, lo sabe. José López Romero.  

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