sábado, 21 de mayo de 2011

INDIFERENCIA

Rebusco, como otras tantas veces, entre viejos textos olvidados algunas referencias de viajeros decimonónicos a nuestra provincia, en este caso a la zona costera. La verdad es que pocos viajeros en sus viajes por el sur peninsular, optaron por resistirse al atractivo de ciudades como Cádiz o Jerez para aventurarse por otras rutas menos transitadas, y en este caso las que siguiendo la línea del litoral nos pudiera dejar testimonio de cómo era este hace algunas décadas, y así ser conscientes de hasta qué punto se ha transformado dicho paisaje en nuestros días. Esa preocupación tan actual sobre la degradación del paisaje costero no existía entonces, y mucho menos con la pasión con que la entendemos hoy. Quizás sea por ello que en la actualidad sólo podamos aspirar a recrearnos con algunas descripciones sobre el litoral que, en muchos casos, hace tiempo que desaparecieron. Hay un extenso texto que describe con nitidez el estado de parte de la costa gaditana, el que va desde la ciudad de Cádiz hasta Gibraltar, y que ya tuve la ocasión de comentar en estas páginas en alguna ocasión, y es el que nos dejara escrito en su “Spell of Spain” el norteamericano Keith Clark. Pero también otros viajeros nos dan una visión del litoral y de sus alrededores, unos, como el mencionado Clark, al transitar por la que se llamaba carretera de San Fernando; otros, bajando desde la sierra a través de Ronda procedente de Granada, como hiciera William Deam Howells, para detenerse a la altura de Trafalgar: “Después de una larga y abrupta subida, descendimos serpenteando hasta Vejer, donde un viejo puente de piedra cruzaba el río. Aquí el mapa indicaba un lago, la laguna de la Janda, y estábamos entusiasmados, ya que era la primera que podríamos ver en España. Pero estaba seca, solamente había una llana extensión de campo al pie de unas escabrosas sierras muy pintorescas. La carretera tenía un firme bastante bueno atravesando el llano, después ascendimos una col para llegar a los Altos de la Muleta. Alrededor había innumerables manadas de ganado, muchos de ellos toros para el deporte nacional. Este ganado era en su mayoría manso, se acercaban y nos miraban con ojos apacibles; parecía imposible que pudieran cornear algo, tan pacifico era su aspecto. Luego bajamos unas tres millas, entre un paisaje montañoso, hasta la bahía de Trafalgar..."…” Ignoramos si Howels, Lizardi, Clark y tantos otros llegaron a asomarse a la ensenada de Bolonia, donde sobre una pequeña elevación del terreno se asoma Baelo Claudia. En sus escritos no hacen referencia a ello y quizás sea ésta una de las razones, la indiferencia de tantos viajeros hasta bien entrado el siglo XX, por el que el viejo asentamiento romano permaneció ignorado durante siglos. Es algo que hoy puede resultar difícil de entender, sobre todo si se observa la diaria marea de visitantes que se aventuran por la serpenteante carretera, que muere al pie de las milenarias piedras. Ramón Clavijo Provencio






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