sábado, 21 de mayo de 2011

DESTRUCCIÓN

Después de haber leído su novela “Austerlitz”, volví hará unos meses sobre W.G. Sebald con su ensayo “Sobre la historia natural de la destrucción”. Me había interesado su larga narración, por momentos de complicada lectura, sobre la Europa que había dejado atrás la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo cómo Sebald, a través del protagonista, Austerlitz,  intenta personalizar el desarraigo que sufrió una buena parte de la población europea después de la gran guerra, en especial la alemana. El núcleo fundamental de “Sobre la historia natural de la destrucción” es la serie de conferencias que Sebald dictó en Zúrich en 1997, tituladas “Guerra aérea y literatura”. Bajo este epígrafe lo que el lector se encuentra es un estremecedor relato de la masacre sufrida por una población civil a consecuencia de los continuos bombardeos llevados a cabo por las fuerzas aéreas aliadas en los últimos años de la Guerra sobre algunas ciudades alemanas (Colonia, Hamburgo, Dresde…). Toda una estrategia de aniquilamiento con base en los campos de aviación de Norfolk (Inglaterra). Incendios, escombros, masacres en los búnkers donde se refugiaba la población, pero que ya no podían resistir ante el continuo bombardeo a que eran sometidos, supervivientes que vagaban por las ciudades en ruinas, son descripciones que Sebald lejos de suavizar, transcribe con todo su horror. Pero hay una segunda parte del título de sus conferencias, quizá la que más le interesa a Sebald denunciar en su libro: la literatura. Se lamenta Sebald de que sus colegas y paisanos no fueron capaces de denunciar lo que había ocurrido: la historia del otro genocidio. Muy pocos escritores, entre ellos el gran Heinrich Böll y su novela “El ángel callaba”, se atrevieron a dar testimonio de otra historia de la infamia perpetrada por el ser humano. “El ángel callaba” se escribió entre 1949 y 1951, pero se editó por primera vez en 1992. Como dice Sebald: “El reflejo casi natural, determinado por sentimientos de vergüenza y de despecho hacia el vencedor, fue callar y hacerse a un lado”. José López Romero.

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