sábado, 30 de abril de 2011

¿El día que descubrí una nueva forma de lectura?

         Era un 23 de abril, día en el que medio mundo celebra actos en honor del libro, mientras el otro medio simplemente ignora que haya algo que celebrar y menos en torno al libro. Dicho día, como les digo, retomé una vez más la lectura del “Día de la Independencia”, celebrado libro de Richard de Ford, y por vez primera reparé en la rara relación que desde hacía algún tiempo estaba teniendo con la mencionada novela. Recuerdo    que lo adquirí hace ahora casi dos años  después de haber leído aquella otra novela de Ford “El periodista deportivo”. De ahí saltar a la siguiente aventura de Frank Bascombe parecía lo más natural y tanto más si ese segundo libro protagonizado por el personaje, venía precedido de la concesión del Pulitzer de 2005. Pero algo sucedió…Lo cierto es que después de dos años sigo leyendo este “Día de la Independencia”, sin que pueda atribuir a sus 566 páginas la justificación de tan prolongada lectura. La primera vez que interrumpí la lectura de la novela creo que fue motivada por mi interés por la primera entrega de la trilogía Millenium, “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Después de aquella interrupción siguieron otros libros hasta que reparé nuevamente en el olvidado ejemplar de la novela de Ford.  Así que retomé el viaje de Frank Bascombe trufado de historias paralelas, y comencé a sentir que esa lectura me resultaba tan atractiva como la necesidad imperiosa de parar, de hacer un alto y darme un respiro con otro libro. Esto  sólo me había sucedido hasta ese momento con libros que, tras las primeras páginas, dejaron de interesarme y a los que sin remordimientos abandonaba para siempre.  Pero era la primera vez que necesitaba descansar, cada cierto tiempo, de la lectura de un libro que me interesaba cada vez más, intercalando entre las cada vez más frecuentes interrupciones otros libros. Y llegó otro 23 de abril sin saber cuántos libros he leído o abandonado tras el inicio de la lectura del “Día de la Independencia” hace casi dos años. Tampoco sé cuantos habré de leer antes de terminarlo, aunque esto último empiezo a dudarlo, pues si al comienzo de su lectura las interrupciones eran después de unas decenas de páginas leídas, ahora son apenas unas líneas después de reiniciada la lectura cuando me veo imposibilitado de continuarla. Acabo de leer “Némesis” de Philip Roth y ya Frank Bascombe me llama desde las páginas de su libro. ¿Habré caído en una rara y desconocida forma de lectura? He repasado las notas de Borges sobre libros desconocidos o inventados, bibliófilos o bibliotecas eternas, pero no termino de encontrar algo que explique el fenómeno. Seguiré buscando. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

POESÍA

Reconozco mi fracaso más estrepitoso, sin paliativos ni paños calientes, en aquella vieja idea, que ya expuse en esta misma página hace un tiempo, de intentar convertir el almuerzo familiar en refectorio poético, a la manera del bíblico y hagiográfico de los admirables hijos de San Bruno. Mi hijo se matriculó en la carrera más difícil de la Universidad de Sevilla con tal de poner kilómetros por medio, mi hija cada vez que le tocaba la lectura del poema sospechosamente quedaba para comer con los amigos, y mi mujer leía con la misma entonación con que lee las sanciones tributarias. Un desastre. “Familia en serio peligro de desestructuración”, nos diagnosticaron, y todo por poner un poema en nuestras vidas. Y como sigo pensando que la idea no es sólo buena, sino necesaria, por pura higiene espiritual, no me ha quedado más remedio que cambiar de estrategia. Y ahora voy soltando poemas por la casa como el que no quiere la cosa. El otro día, puse dos sonetos de amor de Neruda al lado de la lista de la compra, que tenemos pegada en el frigorífico; la semana pasada antes del encender el televisor, coloqué en la pantalla los magníficos poemas que Borges dedicó al ajedrez; y entre el cristal y la mesa del salón, no falta un poema (ahora tengo “La casa” de Lina Zerón) que suelo renovar cada dos o tres días. Y lo último ha sido comprar rollos de papel higiénico con poemas impresos, curiosa e interesante forma de acercar la poesía que encontré por Internet. Así, aprovechamos el tiempo hasta en los momentos más íntimos. Pero ahora se me ha suscitado un problema meta-físico: ¿cómo voy a utilizar yo ese papel con lo que me gusta la poesía? José López Romero.

domingo, 17 de abril de 2011

TESTAMENTO MORTAL

Testamento Mortal

Donna León. Seix Barral. 2011

No es ninguna novedad mi admiración por ciertos autores contemporáneos de novela negra, pues han logrado con libros magníficos elevar ante los ojos del gran público la percepción que se tenía sobre el género, durante demasiado tiempo considerado menor tras una época dorada en la Norteamérica de la primera mitad del siglo pasado. Con ello se demuestra una vez más que no hay géneros mayores y menores, sino buenos y malos escritores. Donna León es uno de esos autores a los que se tiene que estar agradecidos por tantas buenas novelas y el haber aportado un protagonista como Brunetti a la lista de personajes legendarios del género. Pero también habría que decir que los personajes no pueden eternizarse y en la novela, como en la vida, una retirada a tiempo es un triunfo. Que se lo digan a Mankell con su inteligente final para la saga de Wallander. Brunetti sigue protagonizando novelas interesantes pero poco más, y los síntomas de agotamiento requerirían una salida airosa a la serie. R.C.P.

EL GRAN CAMBIAZO

El gran cambiazo

Roald Dahl. Anagrama, 2006.

Aunque Roald Dahl quizá sea más conocido por ser un escritor de libros infantiles y juveniles, “Matilda” o “Charlie y la fábrica de chocolate” son ya títulos clásicos y de lectura habitual de la infancia, tiene también este autor británico su producción para adultos, que en nada desmerece de la primera; todo lo contrario. “El gran cambiazo” es una colección de relatos que consiguió el Gran Premio del Humor Negro y, en nuestra opinión, no le faltaba méritos para ello. Magníficos ejemplos de relatos con finales sorprendentes que dejan por momentos al lector anonadado. “El gran cambiazo”, relato que da título a la colección, es un ejemplo perfecto de lo que decimos. Pero todos los cuentos incluidos en el volumen, desde “El visitante” hasta “El último acto” son piezas maestras de la literatura breve. A la espera tengo “Relatos de lo inesperado” (Anagrama) que también promete los mismos niveles de calidad y diversión. J.L.R.

sábado, 9 de abril de 2011

INSENSIBLE

No sé si la insensibilidad que padecemos es un lamentable estado coyuntural en tiempo y en espacio (pasajero y local o nacional), o se ha extendido por la faz de la tierra, hasta convertir el planeta que a duras penas ya nos sustenta en una enorme bola de abulia, apatía y hasta parálisis emocional. Lo cierto es que ha tenido que venir un francés de 93 años para hacernos levantar de esos sillones en los que dormitan nuestras conciencias, e incitarnos a gritar “Indignaos”. Un panfleto de apenas 32 páginas en las que vuelca Stephane Hessel toda su indignación por la grave crisis económica, por los problemas sociales, por la corrupción política (¡y él vive en Francia!), pero también nos llama a la solidaridad, al respeto al prójimo, el amor a la libertad, etc. Muchos vicios y apenas virtudes de esta sociedad actual realmente enferma, para la que el grito “Indignez-vous!” se me antoja escasa medicina. Y lo más curioso del caso es que al parecer el tal panfleto ha sido un éxito de ventas en el país de la “grandeur”. ¿Insensibilidad? Lo mismo el ser humano es más contradictorio que abúlico (unos, la mayoría, indignados; y otros y otras que han perdido la dignidad). Pero no es el primer caso. Vargas Llosa en el breve pero magnífico ensayo que dedica a la obra “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll, también se sorprendía del extraordinario éxito que llegó a tener una novela en la que el escritor alemán denunciaba y les hacía ver a sus paisanos el coste moral y ético que les estaba suponiendo el progreso económico, y les advertía de las heridas aún sin cerrar de una sociedad todavía no respuesta completamente de los horrores del nazismo. Éxito de ventas que le llevaba a Vargas Llosa a preguntarse “¿Qué concluir de esta extraña operación en la que el severo aguafiestas es trocado, de pronto, por aquellos a quienes fulmina con sus dardos, en el rey de la fiesta?” En cualquier caso, estemos o no estemos bajo los efectos de una apatía ya alarmante, o se diagnostique como enfermedad leve de carácter pasajero, una especie de alergia propia de la crisis que sufrimos, lo cierto es que nunca hemos necesitado con más urgencia un Heinrich Böll que nos zarandee y nos ponga delante de nuestras caras, porque de otra manera lo mismo lo negaríamos, toda la miseria moral, o un Stephane Hessel con el que gritar nuestra indignación. ¿Motivos? ¿hay alguien que necesita que se los enumere? Pero mucho me temo que en este país apenas quedan escritores de la talla de un Heinrich Böll, y nuestros ancianos mucho hacen con sobrevivir en estos tiempos con la pensión que les ha quedado después de una vida dedicada a trabajar. Los escritores de tertulia y ceja no están por la labor, porque sólo les ha interesado salvar sus posaderas. El problema es que en un país de extremos, pasemos del “indignaos” al castizo, pero nada recomendable y siempre recriminable, “leña al mono que es de goma”. José López Romero.

LO EFÍMERO

Hay libros que tienen la suerte, y con ello sus autores, de enganchar de una manera u otra con el gran público, y merecidamente o no desde el punto de vista literario, lo cierto es que el resultado   son unas  ventas  asombrosas hasta  que se etiqueta al  libro en cuestión como el más vendido. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de estos libros pasan del vértice de la pirámide de ventas al olvido en  cuestión de semanas. Otros tienen una vida más dilatada, no crean que mucho más, pero en todo caso  todos serán condenados a la nada una vez pasada entre los lectores esa gripe literaria, que como la real cambia de cepa cada año y contra la que es difícil inocularse una vacuna definitiva. Les comento todo esto porque en la última visita a mi librería de guardia me  topé con el libro de Eva Gabrielsson  “Millennium, Stieg y yo» (Destino), lo que provocó que recordara aquellos días donde raro era no encontrar en los medios alguna referencia sobre Stieg Larson, ese escritor que  cuando  sus libros eran un fenómeno de ventas tuvo la mala suerte de no estar ya entre nosotros para disfrutarlo.  Seguramente entonces la rocambolesca historia del escritor tiraría de la curiosidad de muchos lectores hasta sus libros recién editados, y ese todo formado por literatura y morbo nos hizo ser espectadores y partícipes de uno de los acontecimientos literarios más singulares de los últimos años. La edición de los libros que componían la trilogía Millenium se alternaron con las versiones cinematográficas y  parecía no haber nada más allá de este universo particular del hasta hacía poco desconocido autor sueco. Dos años después, el fenómeno parece haber perdido mucha fuerza, pero es ahora cuando Eva Gabrielsson, la compañera de Stieg, nos vuelve a recordar al personaje en unas páginas que me parecen de más interés que el famoso legado literario del escritor. Hubo hace unas décadas un caso similar, salvando las distancias, el  de John Kennedy Toole,  pero   su “Conjura de los necios” (Pulitzer 1980) tres décadas después sigue atrayendo a nuevas hornadas de lectores, mientras dudamos  de que el fenómeno Millenium   aguante  prueba tan dura cual es el paso del tiempo. Ramón Clavijo Provencio.    

viernes, 1 de abril de 2011

LA DESPEDIDA

El año 1971 fue un año atípico y en apariencia irrelevante para Manuel Esteve Guerrero. El por entonces Director de la Biblioteca, Archivo y Museo Arqueológico Municipal (primero un simple Depósito y luego  Colección arqueológica hasta que en  1963 se le denomina Museo por orden ministerial. En la ilustración) cumplía cuarenta años al frente de dichas instituciones y  se hallaba, por otro lado, a cuatro años de su jubilación. Si dicen que diez años es una eternidad, imagínense cuatro décadas en las que nuestro personaje había protagonizado muchas de las más importante iniciativas culturales en las que se vería inmersa la ciudad a lo largo de su historia. Sin embargo,  por estas fechas ya el mismo Esteve intuye  que su tiempo es más pasado que futuro. Lo cierto es que a  partir de 1971 ya no veremos a Esteve a la cabeza de grandes proyectos y sí redescubriendo como en una  larga despedida a viejas amistades, volviendo a una de sus  pasiones juveniles, la pintura  (con la que por cierto ganó algún que otro concurso de cierta relevancia e incluso algún dibujo suyo fue portada de la Revista África), o dejando sus escasas fuerzas para luchar  por un sueño que él ya no vería como una nueva sede para la Biblioteca Municipal. Uno de estos reencuentros lo tendría  con Fernando Bruner Prieto, viejo amigo sevillano y con el que la Biblioteca de Jerez siempre tendrá una deuda de gratitud, pues fue el donador de su libro impreso más antiguo, el incunable veneciano de 1475, que contiene los Epigramas de Marcial. Bruner viajó a Jerez  precisamente para revisar aquel incunable que había donado años antes, ya que dicho libro guardaba una importante relación con Miguel Romero Martinez, erudito sevillano, sobre el que preparaba un artículo para  ABC.  Un par de años después Esteve tendría otro reencuentro entrañable, esta vez con Pierre Ponsot, profesor de la Universidad de Lyon, que regresaba a Jerez después de doce años. Estaba preparando un estudio sobre la economía vinícola de la zona y qué mejor que visitar a su viejo amigo. Esteve lo recibió en su despacho de la plaza de la Asunción. Quizás el profesor francés lo notó más viejo de lo esperado tras su gran mesa de caoba, siempre repleta de papeles y de algunos objetos llevados hasta allí por particulares, pensando que podrían ser interesantes piezas para el Museo.  Siguieron horas de distendida charla donde se mezclarían las anécdotas con los motivos de trabajo, como la necesidad de Ponsot de consultar el libro de Jesús de las Cuevas “Nuevas páginas sobre la viñas en Jerez”, que  le fue   imposible conseguir en Lyon. Sí, ese  en apariencia irrelevante  1971 marca en realidad el comienzo de la despedida de la vida profesional, de Manuel Esteve cuyo punto final se produciría en 1974, cuando la importante editorial Everest reedita su ya clásica “Guía Oficial de Arte”. El último éxito, la definitiva despedida. Ramón Clavijo Provencio

ALERGIA

Así como muchos mortales somos alérgicos a toda clase de partículas y sustancias, aquel viejo profesor de Literatura había desarrollado su hipersensibilidad al verbo “recomendar”. No se extrañen. ¿Quién no conoce a alguien alérgico al verbo “trabajar”, y entre los políticos, a los sustantivos “honradez” e “inteligencia”?. El alérgeno le venía de sus primeros años de docencia y de la denuncia que le interpuso un compañero de trabajo por daños y perjuicios por haberle recomendado un libro. Los daños, alegaba la víctima, habían sido psicológicos (le había producido un rechazo a la letra impresa), y los perjuicios, económicos, pues el libro le había costado un dineral. Y aunque en el proceso se demostró su inocencia por la inconsistencia de la denuncia (aquél era el primer libro que leía en su vida aquel compañero y seguramente fuera ya el último), el juez le conminó a no hacer más recomendaciones si no quería verse envuelto en más problemas. Y a partir de aquel lamentable suceso, cada vez que en alguna conversación entre amigos barruntaba que alguien le iba a pedir que sugiriese algún libro, le empezaba a salir un sarpullido por todo el cuerpo, sentía picores y más de una vez hubo de ir a urgencias para que le administraran un antihistamínico. Pero aquello no tenía cura, aquella alergia se le había vuelto crónica y los especialistas le habían aconsejado (ellos también en la consulta evitaban en su presencia el uso de “recomendar”), que evitase las situaciones de peligro, sobre todo en navidad y al comenzar el verano, épocas del año en que no hay revista o periódico que no incluya su sección de “libros recomendados”, y él, como profesor de Literatura, pertenecía a eso que se había dado en llamar “grupo de riesgo”. Así, empezó a desarrollar un sexto sentido para huir de las situaciones comprometidas (conversaciones, cenas, copas con amigos o conocidos) y se volvió un poco más huraño, un individuo que llegaba a comportamientos antisociales cuando de libros se trataba. Y aunque siempre iba con uno en la mano, nunca y a nadie le dejaba que viese la portada, ni siquiera su título, no fuera que los síntomas de la enfermedad se le extendieran a la simple visión ajena de lo que él leía. Harto de pasar por consultas, alguien terminó por decirle que podía mejorar con más comprensión y generosidad por su parte, y si se rodeaba de personas más inteligentes. Cuando pudo jubilarse, tomó un avión y ahora está en paradero desconocido. José López Romero.