sábado, 15 de enero de 2011

Buenos deseos

- “Father, el primer diíta de trabajo - el diminutivo en mi hija es síntoma inequívoco de esa fina ironía heredada de su madre, una santa- lo ocuparéis en besitos, abracitos -¡dichosos diminutivos!- que si felicidades por aquí, que si mucha paz por allí… es decir, mucho cuento y poco trabajo”. – “Niña, -tuve que ponerme serio- en el trabajo, los saludos de rigor, el feliz año nuevo y a las trincheras”. – “Sí, sí… ni que Gladiator y su fuerza y honor”. A pesar de las impresiones de mi hija, la verdad sea dicha no hace ni dos días, como quien dice, que le hemos echado el cerrojo a otra Navidad y esos buenos sentimientos que estas fiestas suelen despertar empiezan a enfriarse, y apenas quedan rescoldos de esos deseos de paz, amor, prosperidad que nos pedimos los unos para los otros; quizá algún rezagado que se incorpora tarde al trabajo, aún recibe nuestra felicitación ya a estas alturas consecuencia o manifestación más de nuestra cortesía que de un sincero y ya efímero deseo, tan efímero como los días de vacaciones. Quizá para recuperar el ánimo, acabo de releer el discurso que Mario Vargas Llosa pronunció en la entrega del Nobel, en el que vuelve sobre su idea de la literatura (que ya expusiera en el prólogo a su libro “La verdad de las mentiras”) como creación de esos sueños tan necesarios para el ser humano, sin los cuales no seríamos capaces de transformar la realidad. “Por eso -termina Vargas Llosa su discurso- tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Sin duda, el discurso de don Mario es un canto a la esperanza, a la confianza en la humanidad que lee. Pero también hay pasajes en los que levanta la voz de alarma contra formas de intolerancia como son los nacionalismos, que contrapone al proceso de transición en nuestro país, y que no podemos por menos que comparar con la imagen de la Barcelona de la década de los setenta (en la que vivió por cinco años), una ciudad que “se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría”. ¨¿Paz, prosperidad, felicidad? ¡qué pronto se nos olvidan los buenos deseos! Con la misma rapidez con que de nuevo desconfiamos del prójimo, y albergamos muy pocas esperanzas en el bien de la humanidad. Por eso, después de leer el discurso de Vargas Llosa, me he sumergido en las páginas de la biografía de José Fouché (el genio tenebroso), que escribiera Stefan Zweig, para darme un baño de pesimismo y desencanto, el mismo pesimismo que me entra cuando leo noticias de Barcelona, hoy nido de tanto Fouché, políticos sin escrúpulos, intrigantes y amorales en esta España de la democracia, y en otro tiempo ciudad que fue, en aquellos estertores de la dictadura, la capital cultural de España y donde se respiraban los aires de libertad. José López Romero.

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