sábado, 10 de diciembre de 2011

PELOTAS

Cervantes le dedicó la primera parte del “Quijote” a don Álvaro López de Zúñiga, duque de Béjar, noble que por aquellos años de principios del siglo XVII se contaba entre los más ensalzados por los escritores de la época, pues Góngora ya le había dedicado las “Soledades” y él había costeado las “Flores de poetas ilustres”, reunidas por Pedro de Espinosa. El mismo Góngora años después redactaría su “Panegírico al duque de Lerma”, en alabanza al que fuera inepto privado o valido de Felipe III. Famosa fue también la amistad, teñida para algunos de alcahuetería, que mantuvo Lope de Vega con el duque de Sessa, de la que se conserva un sustancioso epistolario. Y para no ser menos, aunque en este caso no fuera por necesidad, Quevedo siempre defendió al duque de Osuna, al que acompañó en calidad de secretario a Nápoles y con quien salió de aquel virreinato con más pena que gloria. Las relaciones de los escritores con la nobleza, las dedicatorias a sus más insignes representantes o, de forma más general, la estrecha dependencia de  las artes con la aristocracia a través del mecenazgo, no es más que la prueba palpable de que en aquellos tiempos la literatura, el arte en general, no daba ni para malvivir sino, en todo caso, para bien morir… de hambre. De ahí que no hubiera otro remedio a la necesidad que buscarse el amparo o la protección del rico, aunque a veces ésta llegara tarde o nunca. Hoy a nadie se le ocurriría, aunque ganas seguro que no faltan, dedicarle una novela a las grandes fortunas de este país (que las hay), sean o no de noble cuna. La literatura, el arte, por fortuna, da para más que para sobrevivir, aunque no a todos los que a ello se dedican por profesión. Pero sí hay otra forma más sofisticada de solicitar el amparo ya no del noble o del adinerado, sino del poderoso, sin necesidad de acudir a la tradicional dedicatoria. Es esa forma rastrera, pelota y mezquina de adulación al político con que muchos hoy disfrutan de una buena posición económica. ¡Qué lejos de estos escritorzuelos del pesebre queda ya la necesidad de nuestros clásicos! José López Romero.   

MAQUILLAJE

El éxito literario de un libro viene determinado por una confluencia de factores unos más decisivos que otros que hace finalmente que este acabe en manos de los lectores. En este caso nos referimos al título, diseño de la portada o los mensajes que tratan de captar a los lectores  desde su solapa, entre otros. En otras épocas no tan lejanas estos aspectos  eran casi despreciados, pues poco más que contaban para tener éxito  el nombre del autor y, por supuesto, la bondad de su historia, que ya los críticos se encargarían de bendecir o condenar. Pero hoy día, pocos son los que despreciarían el papel de estos elementos “secundarios”, incluidos los autores consagrados, conscientes de que cada vez es más difícil abrirse paso o mantenerse en un mercado cada vez más competitivo, y donde el libro debe abrirse camino utilizando todos los recursos, incluso los aparentemente más superficiales. Pudiera parecer que esto se contradice en algunos casos, y que autores ya consagrados siguen sin  necesitar  este maquillaje externo para sus obras, confiando sólo en el nombre, como en tiempos pasados. Un ejemplo entre muchos: parece que no se hayan preocupado mucho de la portada de “Némesis”, la última obra de Philip Roth, y sí en cambio de destacar el nombre del autor sobre todo lo demás. Pero incluso en diseños tan simples, apenas unas manchas de color sobre las que destacan nombre y título de la obra, aparece un elemento que atrae aún más la atención del posible comprador, y lo hace de una manera irresistible, una llamativa solapa donde algunos autores consagrados como J.M. Coetzee, cantan las virtudes de la obra. Hoy día aparte de la fuerza de un nombre, no se deja nada al azar. Un libro no debe esperar  el veredicto de la crítica, o de la fuerza de la campaña de presentaciones en las que se pasea al autor por tal o cual geografía. Hoy día el libro comienza a captar lectores desde que aparece en los escaparates, en los estantes de las librerías, en las portadas y páginas de las revistas literarias en papel o digitales. Y ahí se juega con todo. Confieso que no me hubiera acercado a la novela de J.M. Guelbenzu  “El hermano pequeño”, si antes de tener alguna referencia de ella a través de la crítica, no me hubiera atraído esa portada maravillosa que reproduce la pintura “Playing de party game” de Jack Vettriano, independientemente de que después resultara ser una gran novela. Lo mismo me sucedió con “La estrategia del agua” de Lorenzo Silva, con esa deslumbrante portada reproduciendo un cuadro de Ángel Mateos Charris (ilustración). Algunas veces estos reclamos harán equivocarnos. Los impulsos, las corazonadas, tienen esos aspectos peligrosos, pero ese juego es lícito y  un atractivo más para los lectores en nuestra eterna búsqueda de historias. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO  

sábado, 26 de noviembre de 2011

DONDE SE GUARDAN LOS LIBROS

Jesús Marchamalo se dedica desde hace algunos años a darnos consejos sobre nuestros libros: cómo tratarlos, qué hacer con ellos, en qué condiciones alojarlos…Ahora, además nos viene a mostrar en su nuevo libro “Donde se guardan los libros” algunas bibliotecas de  amigos suyos, normalmente escritores de reconocido prestigio. Lugares en la mayoría de los casos celosamente resguardados hasta ahora de la curiosidad ajena. Hace unos días, con motivo de la presentación de dicha obra, Marchamalo declaraba que cuando una biblioteca pierde a su creador queda como algo sin vida, pese a que se intente conservarla. Estos últimos días he tenido personalmente la oportunidad  de corroborar la realidad de dichas palabras. He estado realizando algunos trabajos de reorganización sobre una importante biblioteca privada  que ya desgraciadamente no cuenta con su creador. Esta, pese a conservar su unidad, se me presentaba como algo que había perdido el propósito que justificaba su existencia,  pese a que algunos como yo tutelemos el  que siga teniendo una utilidad futura. Y es que cada biblioteca crece al ritmo y según las claves impuestas por su propietario. Claves difícil de descifrar una vez éste  ha desaparecido. Podemos conservar su biblioteca pero esta ya no responderá al inicial propósito. Volviendo a Jesús Marchamalo, releyendo las páginas de su interesante libro, me pregunto si estos consejos y esas historias que nos cuenta sobre las bibliotecas de sus amigos, no serán con el paso del tiempo y para un lector futuro, como  un viaje  a un mundo extraño, el de los libros en papel…De un tiempo a esta parte son cada vez más los que me consultan sobre qué hacer con su biblioteca, la que  han ido formando a lo largo de los años. Suelen ser buenos lectores, pero carecen del romanticismo que algunos le presuponemos a la lectura, y sin ese rasgo es lógico que no deseen seguir acumulando libros en papel,  simplemente porque ya  hay otra alternativa. En todo caso leo los últimos consejos de Marchamalo y los paseos visuales por las bibliotecas de sus conocidos, invadido por la nostalgia que desprende un mundo que parece transformarse definitivamente. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

EN LA MISMA CAMA

 “En nuestra casa yo dormía al lado de mi mujer. Enseguida se vio que tenía un sentido muy desarrollado de lo doméstico… Entonces me di cuenta de por qué las mujeres aman a sus casas y sus hogares más que a sus maridos. Son ellas las que preparan el nido para los que han de venir, y las que con inconsciente alevosía enredan al hombre en una complicada red de pequeñas y diarias obligaciones, de las que ya nunca se pueden deshacer… Era nuestra casa, era mi mujer. La cama se vuelve un hogar secreto… y amamos a la mujer que nos espera allí sencillamente porque está mano. Allí está ella disponible a todas horas de la noche.” Se me ocurrió no sé cómo (a veces se cometen unas imprudencias que después cuestan mucho esfuerzo hacerte perdonar) leerle a mi mujer este pasaje de la novela “La Cripta de los Capuchinos” de Joseph Roth, y la mirada que me echó no es para describirla ni compararla. Si yo suscribía –me reprochó- esa definición de matrimonio, que estaba muy equivocado y que eso de estar a mano y disponible a todas horas de la noche no era precisamente un halago. “Tú no ves. Con maridos como esos que piensan así, no me extraña que una mujer quiera más a su casa que al mastuerzo que se acuesta a su lado.” El chorreo que me cayó tampoco es para contarlo. Está claro que desde 1938, año en que se publica “La Cripta de los Capuchinos”, la relaciones de género han cambiado y, si por algo se puede caracterizar el siglo XX, además de las terribles guerras, es en lo positivo por el paso adelante de la mujer en la sociedad reclamando el sitio de privilegio que le corresponde. Digamos que, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, el “sentido de lo doméstico” es compartido. Como también, entrando ya en terreno de las teorías sociológicas, tanto el hombre como la mujer buscan para “dormir a su lado” a alguien lo más parecido a ellos en estudios, economía, familia, etc. Algunos hasta de su propio barrio. Cada uno busca su igual hasta en lo físico, me atrevería a apuntar. A pesar de que una de las grandes lacras de esta sociedad actual sigue siendo la llamada “violencia de género” que lejos de mitigar, lamentablemente aumenta. Y viene esto a cuento porque no sé dónde he leído que en las escuelas se está observando un rebrote de machismo, hasta en las adolescentes femeninas, que podría parecer a estas alturas más propio de las cavernas. ¿Un problema más que añadir al sistema educativo? ¿cuánta responsabilidad tenemos profesores, padres, sociedad en general y medios de comunicación en la transmisión de valores? El protagonista de Joseph Roth sufre el declive de su mundo aristocrático e indolente de la Viena de la Primera Guerra Mundial, nosotros, a un siglo de distancia, asistimos con la misma irresponsabilidad y dejadez a la misma destrucción de nuestro mundo, a la pérdida de una ética que no somos capaces de transmitir a nuestra juventud. “A propósito. ¿No has leído hoy en el periódico la historia de Patrizia Reggiani, la viuda asesina de Gucci?” –me soltó como al desgaire mi mujer. Todavía no me explico ese “A propósito”. José López Romero.  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

REFLEXIÓN

De entre los misterios o problemas que la historia de la literatura aún tiene por descifrar o resolver, hay especialmente uno que trae a la investigación desde hace años de cabeza: un pequeño pasaje que, curiosamente, se repite en dos obras a la vez: “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y “1984” de George Orwell. Sin duda son dos ediciones espurias de estas dos magníficas obras en las que algún editor o escritor metió la pluma sin que a ciencia cierta se pueda saber quién está detrás de este breve añadido. Al ser el mismo texto, todo hace suponer que estemos ante una sola autoría y muchos han apuntado el nombre de Steven Lukes, famoso autor del “Viaje del profesor Caritat o las desventuras de la razón”. Pero ¿en qué consiste el dichoso pasaje? Lo mejor será que lo transcriba literalmente para que cada lector saque sus propias conclusiones. Se trata, como verán, de una reflexión o monólogo. “El domingo iré a votar. Seguro que cuando llegue al colegio electoral tendré que guardar cola, y que seguramente no conoceré, ni de vista, al ciudadano o la ciudadana (¡qué hermosas palabras!) que estará delante o se pondrá detrás de mí. Pero me entrarán unas ganas enormes de preguntarle qué libro está leyendo ahora, qué ha leído en los últimos cinco meses y si suele leer el periódico a diario y ver o escuchar algún informativo de televisión o radio. Yo querría que la persona que va a votar conmigo, y cuyo voto tiene el mismo valor que el mío, ejerza su derecho con un mínimo de conocimiento de causa. No pido mucho más. Yo querría que los votantes fueran ciudadanos con un mínimo de instrucción y que tengan también una mínima conciencia de lo que están haciendo al echar su papeleta en la urna. Pero mucho me temo que no sea así, que ese conciudadano de la cola no habrá leído ni la papeleta que ha metido en el sobre y, ya poniéndonos en lo peor, sólo ve en la tele “Sálvame de luxe” o cualquier otra porquería del mismo estilo, y que un libro es para él una especie de ovni. La democracia, sin duda, tiene sus servidumbres, deudas que todos debemos pagar, pero a veces, como en estos últimos años, el sacrificio ha sido excesivo. Y lo que nos queda por delante.”. José López Romero.

ALDO Y LOS CLÁSICOS

Hay obras literarias que todo  el mundo admira, pero que nadie ha leído. Esta frase de Hemingway la recordaba Caballero Bonald en el XIII Congreso de la Fundación que lleva su nombre, celebrado a finales de octubre bajo el título “Releer a los clásicos”. Genial idea la de los organizadores para proponer, en palabras del autor jerezano, “algunas soluciones  u ofrecer determinadas pistas en este sentido”. Nada fácil, eso de acercar al gran público la Farsalia de Lucano, la Eneida de Virgilio o El criticón de Gracián, por poner algunos ejemplos. Pero nadie dijo que fuera fácil. Y tampoco que este intento de acercamiento a los clásicos sea nuevo. A finales del siglo XV se estableció un impresor en Venecia, llamado Aldo Manucio, con el fin primordial de publicar ediciones críticas de los clásicos. Se trataba de satisfacer nuevas modalidades de lectura, facilitando una colección de libros personales que iban destinados a colmar las apetencias del hombre culto. En un principio, Aldo siguió utilizando los formatos corrientes, el cuarto y el folio, pero con una edición de Virgilio de 1501 rompió abruptamente con las tradiciones y se dedicó a imprimir clásicos en un formato reducido, en octavo, que pueden ser llamados “libros de bolsillo”. La reducción del tamaño de las encuadernaciones repercutió en una bajada de precios de los impresos, lo que contribuyó aún más a la difusión de los “aldinos”. Estos libros destacaban por la cuidadosa preparación y corrección del texto. El propio Aldo, que había estudiado tanto griego como latín, se cuidó del necesario trabajo filológico, pero cuando la imprenta fue creciendo, tuvo que buscar colaboradores y recurrir a un cuerpo de filólogos, la “Aldi Neacademia”, a cuyo cargo corría la selección de los autores y el estudio de los manuscritos más autorizados. Y así fue poniendo al alcance de los limitados recursos económicos de muchas personas cultas y sensibles, buenas ediciones de los mejores autores. Manucio fue también el primero en utilizar un tipo de letra más inclinada, conocida como “itálica” y que ha llegado a nuestros días con el nombre de “cursiva”. Actualmente, cuando hablamos de libros “aldinos”, pensamos particularmente en estas pequeñas ediciones de clásicos impresas en cursiva. No son fáciles de encontrar, lógicamente. La red de bibliotecas municipales de Jerez tiene la suerte de contar con un “aldino”, que perteneció al bibliotecario del marqués de Villapanés, Francisco de Paula Peralta, y que hoy descansa en los anaqueles de la Biblioteca Municipal de Distrito “Padre Luis Coloma”. En España, hemos rastreado este ejemplar en otras seis bibliotecas públicas, entre ellas las de las universidades de Granada y Valencia o la pública de Toledo. En el exterior, solo lo encontramos en Inglaterra, donde la British Library también conserva una muestra del mejor de los editores educadores. NATALIO BENITEZ RAGEL

viernes, 11 de noviembre de 2011

¿DIFERENTES?

¿Se lee más o menos en Jerez que en otros sitios? Esta pregunta me la hacían hace unos días en un acto cultural centrado en la lectura.  Mi respuesta fue rápida, y sin dudarlo contesté que “en eso no somos diferentes”. No me extrañó la pregunta, pues es casi un clásico en este tipo de reuniones, no importa la temática sobre la que se trate, ni la ciudad donde uno se encuentre. Lo cierto es que parece que estemos obsesionados en ser siempre distintos a los demás.  Pues miren ustedes por donde, en el campo de la lectura no podemos ser chauvinistas  ni para bien ni para mal, aunque no me cabe duda de que alguno hubiera preferido que la realidad fuera que en nuestra ciudad se lee menos que en ninguna parte, pues sería una manera de ser distintos. Bromas aparte, lo que sí es cierto es que  no corren buenos tiempo para la lectura en nuestro país, y por si faltaba algo para enturbiar el panorama nos alcanzó esta crisis que nadie pareció, por lo menos por estos lares, ver llegar. Y es que la crisis,  aparte de  inspirar a algunos novelistas de reconocida fama como Petros Márkaris (ver la sección Reseñas) ha traído, eso sí, más usuarios a las bibliotecas públicas. Al menos es lo que parece interpretarse de las estadísticas que empezamos a conocer de estos dos últimos años. Ahora las bibliotecas suelen estar a rebosar a diario y no sólo en época de exámenes, cuando llegan legiones de estudiantes buscando un lugar para el estudio. Pero no nos engañemos, no son estos nuevos lectores los que dispararán hacia arriba las modestas cifras de lectura en nuestro país, sino aquellos que las abandonaron en tiempos de bonanza, y ahora no tienen más remedio que recurrir a ellas para acceder a tal o cual libro, o película, o para enganchar su portátil al wifi gratuito que normalmente se oferta en la mayoría de ellas, porque en casa nos hemos dado de baja en el ADSL, o  ya no podemos comprar todos los libros que deseamos. Hoy  las bibliotecas, eso sí, sin duda son más públicas y cosmopolitas que nunca. Ramón Clavijo Provencio. 

EL CONDE TOKRAY

“Más de una vez he pensado volver. Incluso, dijo, he pensado ¿en qué podría trabajar yo? Y he tenido una idea. … yo mismo me podría convertir en un museo… bastaría que me instalaran en una habitación de alguno de los viejos palacios, que me rodearan de la decoración adecuada y de la servidumbre que se usaba entonces y yo podría ser un museo viviente de las costumbres y los modales de la antigua Rusia… Sería una instructiva experiencia para los jóvenes; yo podría ser visitado por escolares, delegaciones provinciales, incluso por turistas extranjeros”, dice el conde Tokray, un curioso personaje de la novela “Respiración artificial” de Ricardo Piglia. El pobre conde no tiene donde caerse muerto, vive del sablazo que puede darles a conocidos y amigos y, como pueden ver en el fragmento, se considera una pieza de museo, un objeto histórico en serio proceso de desaparición y, con él, buena parte de la cultura de todo un país: la Rusia zarista. Cuando visitamos los museos, los monumentos, iglesias, palacios, casas señoriales, etc. sólo apreciamos el continente, el espacio vacío que dejaron, hace ya mucho tiempo, las personas que en ellos habitaron; y sin embargo, los lugares son solo un elemento más de una historia cuyos principales protagonistas, aquellos que la escribieron, son los clérigos en sus monasterios e iglesias, los grande señores, los reyes en sus castillos. Tanto ayer como hoy con los denodados esfuerzos de investigadores, y ahora con las nuevas tecnologías, no es muy difícil hacer la reconstrucción de acontecimientos históricos que tuvieron lugar en esos espacios que ahora visitamos, incluso “las costumbres y los modales” a los que se refería el conde Tokray, sin necesidad que convertir las iglesias, castillos y palacios en museos vivientes, trabajo al que aspira el conde. Los mercadillos medievales o los servicios que ofrecen algunos paradores no son más que un atractivo, sin mayores pretensiones, que añadir a la oferta turística. Y sin embargo, a pesar de estas tan exactas recuperaciones del pasado que nos proporcionan los medios actuales, tenemos la sensación de que mucho de lo vivido se va perdiendo, irremisiblemente olvidando. El conde Tokray lo ha sabido ver perfectamente: detrás de las costumbres, de los modales, de los decorados y la servidumbre, está la persona y su conciencia del tiempo que le ha tocado vivir, la adaptación a ese tiempo, la actitud ante la vida y sus circunstancias; sus emociones, sus relaciones con los demás, es decir, esa intrahistoria que es imposible transcribir en palabras o reflejar en imágenes, a menos que nos traslademos al plano de la suposición. Es esa misma sensación de pérdida que observamos, siguiendo con la Rusia zarista, en Mijail Astrov, el médico de “Tío Vania”, el drama de Anton Chejov, para quien su refugio en la naturaleza es una forma de ponerse a salvo de un mundo en desaparición. Un tiempo muere, ¿cuánto se lleva con él? Tokray en su indigencia, o quizá por ella, lo sabe. José López Romero.  

sábado, 5 de noviembre de 2011

SUEÑO

Aunque las más antiguas retóricas propugnen como verdades incuestionables que en lo concerniente a géneros literarios éstos no pasan de tres (poética, dramática y épica), la realidad termina por cargarse dogmas y principios y  han ido surgiendo, con el correr de los siglos, toda suerte de subgéneros y variantes que pone título o etiqueta a nuevas expresiones o modos literarios que sin duda tienen su público. Uno de éstos a los que me he aficionado después de varias incursiones es la historia del libro o, más amplio, libros que hablan de libros o de lecturas, o de bibliotecas o de escritores. Empecé en su día con la “Historia del libro” de Svend Dahl  y he seguido con otros, algunos de lectura más esforzada como la “Historia del libro” de Frédéric Barbier, y otros más amenos (“Lecturas y lectores en el Madrid del siglo XIX” de Jesús A. Martínez Martín), hasta llegar a la “Historia de la lectura” y “La biblioteca de noche”, obras de Alberto Manguel, cuya bibliofilia se deja notar por la pasión y la amenidad de su estilo, virtudes que en estos temas se agradecen especialmente. Y como variante de este “subgénero” también me he aficionado a libros en los que sus autores estudian aquellas obras que más les han influido o que consideran maestras de la literatura; y de ahí las “Diez grandes novelas y sus autores” de W. Somerset Maugham o “La verdad de las mentiras” de Vargas Llosa. Y me gustan estos libros no sólo porque además de deleitar te enseñan, sino porque te llevan a otros libros, en una especie de cadena, que te va enlazando a la mejor literatura de todos los tiempos. Así, de Vargas Llosa he llegado a “La señora Dalloway” de Virginia Woolf; de la estremecedora “Sobre la historia natural de la destrucción” de W.G. Sebald he llegado a la novela de H. Böll “El ángel callaba”; como en “La biblioteca de noche” conocí la delicada personalidad de Aby Warburg; como la lectura de “Tumbas de poetas y pensadores” de Cees Nooteboom me ha traído un poema de Pierre Kemp que he grabado en la cabecera de la cama: “Algunas noches sigo una luz amarilla / hasta una puerta azul en la que se lee: Sueño. / Yo no la abro por mi mano / ni me viene a buscar una mujer / para que entre a comprar sueños. / Y sin embargo siempre he pagado mis sueños / No debo nada a la noche.” José López Romero.

QUINCE AÑOS DESPUÉS

La pasada semana se celebraron en nuestra ciudad unas Jornadas sobre Asta Regia, patrocinadas por el Ateneo  y en homenaje al primer arqueólogo que excavó sobre aquellos terrenos, Manuel Esteve Guerrero. También hace ahora quince años, publicaba un servidor una biografía del personaje que si bien fue el primer intento de rescatar su figura  del olvido, me ha dejado con la perspectiva que dan los años un sabor agridulce. Y es que si bien en ella  ponía en primer plano  los trazos más importantes de su personalidad y de lo que significó su figura para la cultura, la falta de medios y las prisas por sacar aquella publicación hicieron que se quedaran en el tintero o no se pulieran o matizaran asuntos sobre los que hubiera sido muy interesante profundizar. Pecados de juventud. Pero lo cierto es que  a día de hoy y con motivo de la oportuna reivindicación que hace el Ateneo de  actuaciones sobre el olvidado pero lleno de futuro yacimiento de Asta Regia,   y donde hoy se hace patético observar un desvencijado cartel de la Junta de Andalucía advirtiéndonos que estamos en zona arqueológica donde hace setenta años Esteve hiciera con un reducido grupo de obreros las primeras catas, ha vuelto a reivindicarse fugazmente la importancia cultural de su figura. El doctor y prehistoriador de la UCA José Ramos, en el inicio de su intervención en la primera ponencia de las Jornadas, dedicó unas sentidas palabras al profesor Esteve, a su lucha contra la falta de medios y la incomprensión de los dirigentes de la época, que poco o nada hicieron para aportar medios  que hicieran progresar los esfuerzos del entonces bibliotecario y arqueólogo Municipal. Muchas veces se ha justificado esa falta de medios de los que se quejaba Esteve en sus cuadernos de campo, y en la documentación administrativa que ha llegado a nosotros, en la propia penuria del periodo histórico que le tocó vivir. Estamos hablando de mediados  de los años cuarenta, es decir, en la época aún álgida de la postguerra. Pero el apoyo institucional en otros lugares del territorio peninsular a otros proyectos arqueológicos, nos hacen pensar que algo sigue oculto en torno a la figura de Esteve y que  afectó a sus iniciativas en el campo de la arqueología. Estoy convencido de que en  los cuadernos de campo de Manuel Esteve se esconden las respuestas a muchas interrogantes que hoy planean sobre este personaje, al igual que en la documentación administrativa que abarca la  dilatada época en la que estuvo al frente de la Biblioteca y Museo arqueológico Municipal.  De algunas de esas respuestas escarbé su superficie en el libro que les mencionaba al inicio (“Manuel Esteve, medio siglo de cultura jerezana”, BUC, 1996),  otras intuyo siguen ahí, escondidas en sus textos, esperando que alguien termine por descifrarlas.  Ramón Clavijo Provencio  

sábado, 29 de octubre de 2011

TEBEOTECA

Estos últimos días han sido prolíficos en torno a noticias relacionadas con el mundo del cómic. Por un lado, la inauguración en Jerez, en el campus que la UCA mantiene en la Asunción, de una tebeoteca, y con ello el reconocimiento por parte del estamento universitario, de algo que desde hace tiempo venimos desde estas páginas anunciando, que no es otra cosa que el renacimiento del género gráfico en nuestro país gracias a la coincidencia en el tiempo de grandes autores y magníficas obras. Uno de esos autores, Paco Roca, uno de los más prestigiosos y que tiene en su poder el Nacional del Cómic, charlaba en Cádiz ante un numeroso público de sus inicios, pero también del esperanzador panorama que se abre actualmente a los guionistas y dibujantes. Todo esto viene a coincidir en el tiempo con el inminente estreno en las pantallas cinematográficas del Tintín de Spilberg, del que dicen se mantiene fiel al espíritu original de Hergé. Ya veremos. Estas cuestiones y otras que nos trae la actualidad en torno al cómic, con los que los de mi generación crecimos, y fue el puente sin retorno para recalar en la lectura, me ha traído inevitablemente el recuerdo de aquel primer intento de Tebeoteca que se intentó implantar en nuestra ciudad. Corría el año 1986, y la reciente inauguración de las nuevas instalaciones de la Biblioteca Central en la plaza del Banco, hacía posible dedicar un pequeño espacio a ese proyecto. Se reunió una colección interesante, que desde entonces está ubicada en la sección de Hemeroteca, y donde comenzamos a descubrir con admiración desde la revista hoy de culto Madriz, hasta CIMOC o las primeras colecciones de NORMA. Con esa sección muchos usuarios empezaron a conocer a autores hoy míticos como Manara, Giraud o Hugo Prat, bucear entre los maestros americanos como Alex Raymond y repasar la evolución de la historieta española de la postguerra, de donde surgieron grandes como Ibañez o Mora y que el año pasado recreaba en un magnífico cómic Paco Roca titulado “El invierno del dibujante” (Astiberri, 2010). Ramón Clavijo Provencio



MEDINA SIDONIA Y LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

Aunque ustedes, amables lectores, no se lo crean o tengan serias dudas de la veracidad de mis palabras, hay personas (existen todavía, lo juro) que prestigian cuanto hacen porque desempeñan su trabajo con profesionalidad, dedicación, voluntad y esfuerzo, a veces sin esperar recompensa alguna, ni siquiera el calor del elogio ajeno, y de remuneración económica ni hablamos. No sé ustedes, pero yo tengo la suerte de contar entre mis amigos a un pequeño pero excelente grupo de estas personas, quizá porque en nuestra profesión, tan zarandeada socialmente, se mira sólo lo que interesa y no se quiere mirar, no vaya a ser que lo tengan que reconocer, el trabajo que en silencio hacen muchos profesionales. A este grupo pertenece Jesús Romero Valiente, quien desde las aulas del I.E.S. Padre Luis Coloma, como profesor de Clásicas, y como sesudo investigador prestigia ambas labores. Fruto de su dedicación al Latín es su tesis doctoral, la edición del poema latino “De militia Principis Burgundi” de Álvar Gómez de Ciudad Real, publicada por el Instituto de Estudios Humanísticos de Alcañiz en 2003. Pero esta faceta investigadora siempre silenciosa pero rigurosa de Jesús Romero no acaba en los límites del Latín, los últimos frutos de ésta los ha dedicado a Medina Sidonia, ciudad de la que se siente un hijo bueno y agradecido. Los “Escritos gastronómicos del Dr. Thebussem”, publicados por Renacimiento en febrero de este mismo año, junto con empresas culturales, como la asociación Puerta del Sol y su revista de literatura e historia, son también frutos de su inquietud y de ese trabajo serio, paciente y esforzado que caracteriza a nuestro amigo. Y como no podía ser de otro modo, Jesús Romero acaba de publicar “Medina Sidonia durante la guerra de la Independencia”. Dos voluminosos tomos resumen la labor de investigación que durante tres años ha llevado a cabo; una labor para la que se ha enclaustrado en archivos y bibliotecas, rastreado y consultado una inmensa bibliografía, y para la que ha invertido su tiempo libre, el que le ha dejado su trabajo en las aulas, al que ha acudido con la misma profesionalidad con que acomete sus investigaciones. Un exhaustivo y detallado análisis el que nos ofrece Jesús Romero del impacto que para Medina supuso la invasión de las tropas napoleónicas y la posterior guerra por la independencia, que comienza con una descripción del estado de la ciudad en 1808, para pasar a la proclamación de Fernando VII y de aquí a los primeros meses de la ocupación francesa. La obra termina con el final de la guerra y los días de la constitución de Cádiz. A la documentación pormenorizada y el dato preciso se acompaña al final del segundo volumen una colección de ilustraciones que representan rincones emblemáticos de Medina y sus alrededores, mapas y planos, retratos de los personajes más significativos y, sobre todo, láminas de escenas de la guerra y del ejército napoleónico que debemos al propio Jesús Romero, otra faceta en que también destaca nuestro compañero. Una obra digna de su autor. José López Romero.   

sábado, 22 de octubre de 2011

COMPARACIÓN

No soy lector de un solo libro. No puedo. Por eso siempre tengo encima de la mesa un mínimo de tres y un máximo de cinco que voy cogiendo según el tiempo de que dispongo, el ánimo en que me encuentro, el interés que me han despertado, etc. Tampoco me limito a un género ni una época literaria; es más, intento en lo posible que en ese número quepan todas las opciones: clásicos y modernos, novela y poesía, que combino con teatro, ensayos, etc. Así, al cabo del año (tengo anotadas escrupulosamente todas la lecturas que hago), me permito hacer un balance de mis lecturas, que siempre termina por ser insatisfactorio, porque un lector sin remedio querría duplicar el tiempo dedicado a la lectura para poder abarcar mucho más de lo leído. Y por mucho que uno quiere hacerse una sistemática lista previa, ésta se te viene abajo por una recomendación, una urgencia, un capricho de última hora o un regalo. Pero la elección ya arbitraria o caprichosa, o incluso obligada tiene también su punto positivo. Con el trasiego de libros por mi mesa, me he ido dando cuenta de que así como muchos tienen un tiempo determinado de lectura (a veces cometo el error de leer un libro de invierno en verano y su lectura resulta un verdadero suplicio), también me he fijado en que la edad marca el momento de un libro (algunos libros que leí con dieciocho años ahora seguramente se me caerían de las manos). Pero llevo ya un cierto tiempo observando que en la simultaneidad de la lectura, en la comparación (siempre odiosa) algunos libros se van engrandeciendo, mientras que otros se empequeñecen. Quizá esos mismos libros leídos en simultaneidad con otros o sin posible comparación, no habrían cambiado de tamaño o hubiesen sufrido inversa transformación. Me ha pasado esto últimamente con “La soledad era esto” de Juan José Millás que al leerlo al mismo tiempo que “Rabos de lagartija” de Juan Marsé, éste se ha ido agigantando del mismo modo que aquél ha ido menguando, lo mismo podría decir de “La sonrisa etrusca” de José Luis Sampedro en comparación con “Brooklyn Follies” de Paul Auster. Se me puede objetar que es cuestión de estilo, temáticas diferentes, etc., etc. Pero les invito a que lo comprueben por ustedes mismos. No hay color. José López Romero.

BIOGRAFÍAS

Quizás una de las parcelas menos tratada por la historiografía jerezana sea la biográfica. Este vacío ha sido tan clamoroso que durante generaciones sólo el excelente libro titulado “Hombres Ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera” (1875) de Diego Ignacio Parada y Barreto, fue el único referente de garantías para el lector o curioso en la materia. Pero pecaríamos de injustos si no reconociéramos también algunos muy contados casos de investigadores que esporádicamente trataron el genero biográfico, y lo hicieron con rigurosidad e interés, como son entre otros los Repeto Bettes, Manuel Ruiz Lagos, o José López Romero. Pero pese a todo y hasta hace bien poco, instintivamente cada vez que pensábamos en biografías, se nos venía a la mente el viejo libro de Parada, lo que de alguna manera era una alusión a lo poco que se habían interesado por esta parcela de la historiografía local los investigadores. Incluso ese vacío se deja notar a finales de los años ochenta del pasado siglo, cuando se produce una importante revitalización de los estudios locales, en el que se multiplican y dan a la imprenta numerosas investigaciones fruto de la nueva hornada de historiadores donde destacan nombres como los de Antonio Cabral o Diego Caro. Pese a ello, y nuevamente, la historiografía local no se vería sensiblemente enriquecida, con la excepción de algún que otro estudio, con libros que ampliarán en calidad el género biográfico local. Esta realidad, de la que desconocemos sus causas, se ha prolongado prácticamente hasta hoy. Conocidos los antecedentes, no hay que decir que el acto de introducirse en el género biográfico en Jerez pueda ser tachado de temeridad o rareza, y por ello cuando tuve entre mis manos el libro Jerezanos para la historia de Antonio Mariscal Trujillo, eso fue lo que pensé, aparte de tomar con cierta prevención y escepticismo esta nueva incursión en el género. Pero es este que les comento un trabajo riguroso sustentado en un importante y bien trabajado aporte documental, por lo que no creo ser temerario al afirmar que con este libro intuyo que algo se vuelve a mover en los estudios sobre el género biográfico local, que salvo meritorias y contadas excepciones, poco parecía haber progresado desde el punto en el que lo dejara en aquel lejano 1875, Diego Ignacio Parada y Barreto con sus “Hombres Ilustres de Jerez de la Frontera”. Al autor, hay que atribuirle el mérito de no haber descuidado algo que a veces se considera secundario en los trabajos de investigación, la amenidad. Ese equilibrio entre rigor, utilidad y amenidad garantizan el objetivo de Antonio Mariscal: que el tiempo implacable, no termine por difuminar esa otra visión de la historia local, que no es otra que la que nos puede proporcionar un mayor conocimiento de personajes como los que se incluyen en las páginas de “Jerezanos para la Historia”. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

sábado, 15 de octubre de 2011

LA ESPERA

Creo que esa es la sensación que prevalece en nuestro país en lo que concierne al mercado editorial. A todos los que de una  u otra forma nos sentimos vinculados al libro, ya como lectores, libreros, editores, bibliotecarios, educadores, etc., parece nos envolviera una inquietante y tensa sensación de espera que   no terminamos de saber cuándo se romperá. ¿O sí?  Llevamos años esperando que las nuevas tecnologías irrumpan y modifiquen nuestras reglas de juego actuales, pero lo cierto es que aún el libro en formato papel sigue dominando nuestros hábitos, tanto lectores como comerciales, educativos o culturales, y  pese a  la caída de ventas no se ha traducido en un  apreciable avance del libro electrónico. Ahora hace un año parecía que los  libros electrónicos  y los artilugios que nos permiten su lectura, serían  los reyes  en nuestros hogares, y que ello llevaría indefectiblemente a la creación de plataformas para su comercialización e incluso utilización masiva en instituciones como las bibliotecas. Pero el año pasó, y la venta de los distintos modelos de lectores ha sido más bien discreta, mientras la plataforma Libranda, que se postulaba como la que tiraría del carro del libro digital en España, parece haber embarrancado. Al final, tengo la sensación de que, como ha sucedido con tantas otras cosas en este país, el definitivo empujón vendrá de fuera, ya que al parecer nosotros no terminamos de ponernos de acuerdo para arrancar. Bueno, realmente el empujón  nos lo han dado, y es que Amazon ya está aquí pues acaba de abrir su librería virtual, y aunque aún no parece vaya a comenzar a comercializar su famoso lector electrónico, el  Kindle, qué duda cabe de que ya nada será igual. ¿Qué quieren que les diga?, pues que creo que simplemente con ese anuncio se ha terminado el tiempo de espera y ahora, casi a la fuerza, no vamos a tener más remedio que adaptarnos o morir. La misma canción de siempre. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

LITERATURA Y REALIDAD

En la literatura, desde que tiene fe de vida, la realidad ha sido uno de sus componentes más elementales, en una proporción que a veces marcan las épocas o los movimientos literarios, y otras los propios autores. Y no me estoy refiriendo sólo a esa corriente costumbrista que aunque localizada en determinados siglos, cruza toda la historia de la literatura. ¿Cómo si no entender las comedias de Plauto o el mismísimo “Lazarillo”, manual de vida de aquella sociedad de parias y hambrientos que fue forjando el imperio desde su mismo origen?. No haría falta acudir a los costumbristas del siglo XVII como A. de Rojas Villandrando (“El viaje entretenido”) o J. de Zabaleta (“El día de fiesta por la mañana y por la tarde”) para reconstruir, si documentos nos faltaran, el pasado de aquellos españoles del seiscientos, porque con las novelas picarescas y el teatro clásico lo podríamos perfectamente hacer; y de la misma manera lo haríamos en el XIX con las novelas de Galdós o de Clarín, o incluso del padre Coloma sin necesidad de echar mano de los grandes escritores costumbristas decimonónicos (Mesonero Romanos, Estébanez Calderón, Larra). Y con más argumentos defenderíamos nuestra tesis si nos referimos al siglo XX. Y viene todo esto a cuento porque al leer “Tardes del Alcázar. Doctrina para el perfecto vasallo” que escribiera a principios del siglo XVII el onubense afincado en Sevilla Juan de Robles, su editor, Antonio Castro, cuya pericia filológica ha demostrado suficientemente con los trabajos dedicados al escritor renacentista Pedro Mexía,  nos llama la atención sobre el valor documental de la obra; valor que se observa en la inclusión en el diálogo que sostienen los dos protagonistas, el licenciado Sotomayor y Don Juan de Guzmán, de anécdotas sucedidas en la Sevilla de la época o datos biográficos de personas, como Rodrigo Castro y Fernando Niño de Guevara, cardenales de Sevilla a los que sirvió en calidad de secretario Juan de Robles, que tuvieron su importancia en la vida de una ciudad que disfrutaba por aquellos tiempos de su mayor esplendor y pujanza. ¿Cómo podríamos conocer si no lo cuenta Robles en su obra que Fernando Niño hubo de prohibir la procesión de la Hermandad de los Negritos porque “los cofrades aprovechaban el anonimato que les proporcionaba el hábito de nazareno para manifestar la inquina que guardaban contra sus señores”? Comenta Don Juan de Guzmán: “… y como todos ivan con capirotes, huvo esclavos que dieron (a río buelto, como suele dezirse) muy gentiles palos a sus amos”. La mano experta de Antonio Castro nos va acompañando por su cuidada edición de “Tardes del Alcázar” para hacernos ver que la obra de Juan de Robles traspasa los límites de un manual de comportamiento del buen vasallo, para convertirse en un testimonio de su tiempo, no sólo por las anécdotas en ella incluidas, sino porque la literatura en cualquiera de sus manifestaciones no deja de ser fruto de la época en que se escribe y en ella ésta sin duda se refleja. José López Romero.

sábado, 8 de octubre de 2011

GAUDEAMUS IGITUR

“No hay nada tan desnudo como los ojos de los seres humanos”, dice un personaje de “La flecha del tiempo” de Martin Amis (¡cómo se empeñan algunos escritores y sus novelas en complicarle la vida al sufrido lector!), frase que en modo alguno se refiere, aunque alguna relación tiene con ese aparatito (“no más grande que un receptor de radio”) que nos describe Arturo Roa Bastos en su obra “El fiscal”, uno de los más eficaces y sofisticados artilugios de tortura utilizado por la Técnica, policía secreta en la dictadura paraguaya del general Stroessner, el “tiranosaurio”, “se trataba de un proyector de enceguecedores rayos blancos e infrarrojos que queman las retinas y produce atroces dolores y perturbaciones en el cerebro al mismo tiempo que una parálisis completa del cuerpo y del sistema respiratorio”. Pero una cosa es la indefensión de nuestros ojos ante cualquier ataque o, peor aún, cruel tortura, y otra muy distinta es esa mirada limpia que sólo los niños tienen, aunque cada vez la van perdiendo a edad más temprana. Una variante adulta es la expresión “creía haberlo visto todo ya, pero…” con la que expresamos nuestra infinita capacidad de sorpresa o asombro, porque este mundo nos depara nuevos acontecimientos que despiertan ese fondo inocente que creíamos ya agotado. Les pongo en situación. Acto solemne de despedida de una promoción de universitarios que acaban de terminar sus carreras. Impresionante auditorio lleno hasta la bandera de jóvenes felices y no menos felices familias; como impresionante era el escenario en el que se ubicaba la mesa presidencial, donde se codeaban, literalmente, autoridades políticas (¿qué hacían allí?), académicas y profesores. Y el comienzo no pudo ser más ilustrativo de lo que le esperaba al paciente e ingenuo público: el discurso del representante de los alumnos, por cuya edad ya le habría dado tiempo a terminar dos licenciaturas y un doctorado, fue un acabado prodigio de retórica en el que lo más refinado fue el “¿cómo están ustedes?” inicial, en consonancia con su atuendo de progre indignado contra el protocolo y el buen gusto. Pero el postre fue el señor decano. Bajo la apariencia de figurante en el banquete nupcial de los Corleone o de cantante de verbena estival napolitana, repartió mieles a una autoridad en avanzado estado de descomposición política y hieles reivindicativas a la representante  del gobierno municipal; ni las mieles ni las hieles venían a cuento. Lo mejor, los discursos de los propios alumnos; unos, con mucha gracia, otros, ajustados al academicismo del acto, y sobre todo, el homenaje sincero y cariñoso de los universitarios a una profesora que se jubilaba. Lo demás, para olvidar. Una tortura para los ojos (y que me perdone Roa Bastos), un insulto a la inteligencia y un desprecio supino al decoro que exigía la solemnidad del acto y que se debían exigir a sí mismas aquellas autoridades por las instituciones que representaban. Una universidad que hace cateta esta banda de patanes. Natalio Benítez Ragel.

MARKETING

Sorprender a un famoso leyendo un determinado libro  se ha convertido en una posibilidad de hacer fortuna, y hacerse un  hueco efímero en el difícil Olimpo literario. No han sido pocas las veces en las que una vez desvelado qué libro leían fulanito, actorcillo de moda, o menganita,  novia de un torero de tronío, mientras tomaban el sol, o  paseaban ojeándolo, se han agotado ediciones ante la sorpresa de propios y extraños. Y es que muchos de  los compradores de esos libros (tengo prevención en decir lectores) con los que fueron sorprendidos estos u otros famosos, no perseguían tanto conocer lo que en ellos se decía sino más bien alimentar el morbo de pasear la mirada por los textos sobre los que también se pasearon visualmente sus ídolos. Es evidente, pues, que a estos lectores ocasionales les puede dar lo mismo que las lecturas de sus admiradas y efímeras “estrellas” fueran una novela de Auster o un libro de autoayuda de autor desconocido. Pero sobre este asunto el que me puso al día, fue Atanasio, amigo del que en alguna ocasión les he dado cuenta, y que hace unas semanas me confesaba que había escrito una novela negra. ¡Pero qué me dices! Me dejas de piedra. Ignoraba que tuvieras aficiones literarias. Para ser sincero Ramón, lo que espero es tener  visión comercial, cosa que en estos tiempos que corren no me vendría nada mal. Pues sí, amigo- prosiguió mi interlocutor-, he invertido una pequeña cantidad en autopublicarme la novela, y ahora  espero  colocarla. ¿Colocarla? –Le contesté- ¿Te refieres al escaparate de una librería para su venta?. ¿Pero qué dices, Ramón? Ahí  no tengo nada que hacer. En cambio, si encuentro  al famosillo adecuado  y  logro pasarle mi libro con la pretensión de que me firme un autógrafo mientras me hacen la foto de rigor, portada de libro incluida, ¡eso sí que sería un triunfo!  Bien pensado, Atanasio -no me atreví a  contradecirlo- pero deberías darte prisa, pues como sigan imponiéndose los libros electrónicos me temo que va a ser complicado llevar a la práctica tu novelesca “operación marketing”. Ramón Clavijo Provencio.

domingo, 4 de septiembre de 2011

UNA NOVELA SOBRE LAS EXCAVACIONES DE ASTA REGIA EN LA POSTGUERRA ESPAÑOLA

Pues sí, también nosotros hemos sucumbido a la tentación y nos hemos lanzado al campo de la ficción. Bueno, no es que la vena literaria nos haya tocado de repente. En realidad, tanto a Pepe como a mí, desde siempre las inclinaciones literarias han ido paralelas a las lectoras, y tanto él como yo tenemos nuestras pequeñas historias (me refiero a la extensión) publicadas años atrás en periódicos y revistas. Pero desde que colaboramos en este y otros medios de comunicación y hemos dado a la imprenta algunos trabajos de investigación, teníamos clavada una pequeña espina que no era otra que el miedo a presentar ante nuestros lectores esa novela, sobre la que tantas veces habíamos hablado,  que  debería girar en torno a ese campo de ruinas y abandono que hoy es Asta Regia. Tras dos años de trabajo tuvimos el primer borrador y ahora sacamos una definitiva versión en formato digital (aunque no descartamos la impresa), sacándonos definitivamente esa espina de miedo  que antes mencionaba. ¿Sobre la historia que recoge la novela? A ambos nos atraía el misterio que  parece ocultar  las Mesas de Asta, las dificultades del primer arqueólogo que se atrevió a hurgar en aquel paisaje, y del periodo difícil que vivía el país cuando Esteve en solitario recorría unos parajes que parecían gritarle que no los abandonara.

"Asta Regia. La fiebre de la tierra", no es sin embargo una visión novelada de aquella epopeya de Manuel Esteve, aunque sí nos ha servido de base para presentar la historia de un arqueólogo, que guarda muchas similitudes con Esteve pero que no es él. Nuestro protagonista también lucha en los mismos parajes no solo para desentrañar lo que el paso de los siglos ha ocultado, sino para no verse engullido por las intrigas políticas que en esos años lo dominaban todo, hasta el punto de poner en peligro su vida.
Espero que la lean y nos hagan llegar su opinión.
http://www.bubok.es/libros/206232/Asta-Regia-La-fiebre-de-la-tierra

sábado, 6 de agosto de 2011

MI LIBRO DE ESTE VERANO

Como ya me ha sucedido otras tantas veces, lo descubrí  mucho antes de comenzar su lectura. Me llamó la atención, como  me suele pasar también a menudo, por su magnifica portada que rememoraba un enfrentamiento en el legendario Oeste norteamericano. Pero me decía a mi mismo que no era ya tiempo de leer novelas del Oeste, aunque esta tuviera la garantía de la firma de un  autor hoy  de culto como fue Oakley Hall. Y sucedió, como me ha sucedido tantas veces, que cuando dejé de ver la novela expuesta en el escaparate de mi librería de guardia, fue cuando me asaltaron esos impulsos irrefrenables de conseguirla como fuera y de iniciar su lectura. Dicho y hecho, y les debo decir que no me equivoqué con este impulso veraniego. ¿Qué es una novela del Oeste? ¿Y qué? si es una gran novela. Par mi se ha convertido sin lugar a dudas, en mi libro de este verano. He leído unos cuantos en lo que llevamos de él, y alguno me queda todavía antes de su termino, pero creo que en mis recuerdos de las lecturas de este verano de 2011 quedará al menos esta novela con la que me topé inesperadamente: WARLOCK.
¿Qué les comente algo sobre su trama? No, les recomiendo sólo  su lectura, aunque no esta de más decir que Warlock inspiró a finales de los años cincuenta del pasado siglo, aquella mítica película titulada "El hombre de las pistolas de oro" protagonizada por un magnifico Henry Fonda. (lean en todo caso el enlace adjunto). Ramón Clavijo Provencio

lunes, 18 de julio de 2011

Y todo a media luz...

Pues sí, lo que nos propone  el profesor Juan Luis Sánchez Villanueva auspiciado por la librería La Luna Nueva, es algo tan singular y atractivo como un paseo nocturno por algunos de los monumentos más representativos de la ciudad de Jerez. O lo  que es lo mismo,una especie de necesario trabajo de campo para todo lector que haya leído su último libro "Monumentos con Arte", y que recomiendo leer al que aún no lo conozca. Si no se ha leído el libro, no importa. El paseo es una tentación en si mismo y una oportunidad única para ver Jerez con otros ojos. Eso sí, será bajo la luz de las farolas, aunque como Juan Luis es previsor y no se fía mucho, recomienda a los interesados ir provistos de pequeñas linternas para apreciar mejor los detalles arquitectónicos  que irá comentando durante el mencionado itinerario. No hace mucho otros historiadores publicitaban otro paseo por el patrimonio destruido, o en trance de desaparecer de Jerez. Ahora esta nueva iniciativa nos obliga a reflexionar sobre algo que años de desidia y desinterés se ha convertido en un grave problema de imagen de nuestra ciudad. ¿Y qué mejor  para comprender lo que nos jugamos bajo la mirada de propios y extraños,  que divulgar los orígenes, los recovecos, la simbología que salpican las calles del casco antiguo de esta vieja ciudad del sur? La cita será el Martes 19 a las diez de la noche en la calle Eguilaz, en la puerta de la librería "La Luna Nueva",de donde partirá una caravana de ciudadanos, esperamos que numerosa, con la que empecemos a cambiar el sino de los últimos años.

 Ramón Clavijo Provencio

sábado, 9 de julio de 2011

RECOMENDACIONES PARA EL VERANO

El tiempo de los regalos/Entre los bosques y el agua.


Patrick Leigh Fermor. RBA, 2011.

El reciente fallecimiento del autor de este libro ha puesto de actualidad la figura no sólo de una obra literaria magnífica, sino los perfiles de un personaje que se ajustarían como anillo al dedo al del auténtico aventurero. Quizás sus hazañas más conocidas, incluso alguna fuente de inspiración para guiones cinematográficos sucedían en el paisaje griego, donde luchó junto a las guerrillas frente a las tropas de ocupación alemana, se solaparon con su legado literario. De ahí que, una vez transcurrida la segunda guerra mundial, fueran seguidas sus crónicas viajeras desde los más recónditos lugares del planeta. Pero seguramente si se atreven, si tienen tiempo y leen este libro que les traigo esta semana, cuando Fermor adolescente recorre a pie, como un vagabundo, la Europa de entre guerras desde la costa inglesa a Constantinopla, descubrirán al gran maestro de la literatura de viajes. R.C.P.



Viaje a Italia

Cosey. Planeta, 2010.

Quizás estemos entrando en una nueva época para la lectura, una época donde es difícil conocer los perfiles definitivos que triunfarán. Pero lo que es incontestable es que como en toda época de cambios hay ganadores y perdedores. Pues bien en estos tiempos de cambio se empieza a palpar que la novela gráfica (a la que los que tenemos una cierta edad, la llamábamos tebeos o comics) se está haciendo un hueco con una rapidez y fuerza que no hubiéramos sospechado hace muy pocos años. En ella apreciamos en estos últimos tiempos, un equilibrio elogiable entre la imagen y la narración en un cada vez mayor número de títulos. Sin duda el camino lo trazaron hace algunos años autores geniales como Cosey, que en 2008 nos presentaba esta compleja historia de dos ex militares de Vietnam que se reencuentran y deciden, ya en el ocaso de sus días, realizar un viaje a Italia. Reeditada varias veces, en obras como ésta encontramos la explicación del renacimiento de un género. R.C.P.

viernes, 24 de junio de 2011

LIBROS DE LA GUERRA

Los historiadores no opinan. No deben. Para eso están otros, verdadera plaga de nuestro tiempo, que inundan prensa, radio y televisión con sus opiniones, en algunas ocasiones con plena autoridad sobre la materia, en muchas otras con más palabrería o caligrafía que entendimiento. Los historiadores son apolíticos (¿existe esa especie?), o deben parecerlo: cuando desgranen un asunto que admita varios puntos de vista, no deben posicionarse, sino exponer con la máxima objetividad ideologías o conductas de todas las opciones posibles. Un ejemplo gráfico. Un libro reciente nos cuenta que Julián Marías recordará toda su vida a aquella miliciana que se pavoneaba, en el tranvía madrileño en el otoño de 1936, de haber estampado contra la pared a un bebé de pocos meses en el asalto a la casa de unos derechistas. El siguiente párrafo es para relatarnos la detención en su casa del alcalde republicano de un pequeño pueblo, sacándolo a “dar el paseo” mientras el grupo de facciosos se “encargaba” de su hija delante del yerno. Como Eslava Galán, don Juan, hay pocos. Objetividad absoluta. Hechos. Claro que entre los años 1933 y 1945, que enmarcan la colección de libros objeto de este artículo, las cosas no estaban para mucha objetividad. Se trata de unas ediciones muy deficientes (raro es el que conserva la cubierta) que en plena guerra civil y más allá de ella fueron saliendo de algo parecido a imprentas en Burgos (Aldecoa), Valladolid (Santarén) o Cádiz (establecimientos Cerón). Entre el centenar de ellos que hoy conservamos, entresacamos algunos títulos, como el de la fotografía, “El enemigo: marxismo, anarquismo, masonería”, de Mauricio Karl, para quien “nuestras flechas de arquero solitario han trazado en este volumen el contorno espectral del enemigo”. En “Estelas gloriosas de la escuadra azul”, de Víctor de Sola, prologa Pemán opinando que “el libro que me dan ustedes a conocer merece el que yo considero, en su género periodístico y de reportaje, el máximo adjetivo de elogio”. En una “biografía” de Franco, Ruiz Albéniz destaca lo que considera su “aprovechamiento como estudiante”, cuando había quedado el 251 de la promoción de 312 cadetes que se graduaron con él en Toledo; dice que le llamaban Franquito “a causa de su juventud no solo de edad sino por su constante espíritu alegre, animoso y optimista”, pero según Paul Preston el mote obedecía a su escaso metro sesenta y su extraordinaria delgadez, lo que le ocasionó novatadas como hacerle desfilar con un fusil al que habían serrado quince centímetros de cañón. Del otro bando, que también los había, hemos encontrado pocos, entre ellos la biografía-hagiografía “Recuerdos de Lenin”. Claro que ya sabemos de qué lado quedó nuestra zona. Ejemplares de esta colección quedan en las bibliotecas de Córdoba, Granada, Málaga, Antequera, así como en el fondo bibliográfico antiguo de nuestro patrimonio municipal.  NATALIO BENITEZ RAGEL

FOUCHÉ

A los fieles lectores (que Dios se lo pague) de esta página no se les escapará que la estampita del gran escritor austríaco Stefan Zweig es una de las que ocupan uno de los lugares de honor en mi mesita de noche. Y no sólo por sus libros, sino porque su compromiso personal con el tiempo que le tocó vivir traspasa los límites del magnífico escritor, para convertirlo en un ejemplo de vida. Un compromiso que se deja notar con más fuerza en las biografías que fue escribiendo de célebres personajes, ésos que se mueven entre las luces y las sombras de las páginas de una historia de la que quisieron, y algunos lo lograron, ser protagonistas. Entre ellos, hay un personaje de los biografiados por Zweig que se puso hace unos meses de actualidad. Cuando don Alfredo Pérez Rubalcaba se postuló por aquellos días como sucesor a la corona de Zapatero (de espinas para los españoles), algunos periodistas ingeniosos subtitularon a Alfredo (como ahora quiere que se le llame) “el genio tenebroso”, a la manera en que Zweig calificó a José Fouché, aquel ministro de Napoleón que supo como nadie desde los primeros años de la Revolución francesa hasta el reinado de Luis XVIII ir dejando cadáveres de enemigos a su alrededor sin apenas mancharse la ropa; caso de Robespierre. Son ejemplos del político por el que pasan legislaturas, crisis de partido, derrumbes económicos, sociedades empobrecidas, generaciones sin futuro, y ellos siguen, impasible el ademán, como si su chaqueta fuera una coraza que lo protege de cualquiera de estas contingencias, ésas que a los demás nos hunden todos los días y cada vez más en la miseria. Son personajes que impregnan las páginas de la historia con el olor inmundo de las cloacas del poder, en las que cualquier honestidad o lealtad es pura coincidencia o un accidente tan involuntario como imperdonable. La magnífica biografía de Zweig insiste en esas sombras, en la oscuridad de un hombre hecho para la intriga y la falta de escrúpulos. De tanto Fouché, líbranos Señor. José López Romero.

sábado, 18 de junio de 2011

PURO TEATRO

“Mercurio” es una de esas revistas de literatura que se reparten de forma gratuita y no por ello habría que sospechar de su calidad, sino todo lo contrario, en sus páginas cualquier curioso puede ver colmadas sus inquietudes si lo que busca es buena y rigurosa información sobre literatura o simplemente sugerencias. Casos extraños de gratuidad en estos tiempos en los que nadie da nada por nada. Estaba leyendo hace unas semanas el número que dedicaba al teatro (nº 131, “Teatro, palabra en acción”) y no pude por menos darle la razón a José Ramón Fernández cuando terminaba su artículo con estas palabras: “Dos apostillas sin ánimo de tocar las narices… la segunda es que las va a pasar usted canutas para encontrar muchos textos (se refería a textos de autores actuales). De la edición y distribución de textos teatrales en España habría que hablar largo y tendido”. Más razón que un santo. En el siguiente artículo, Javier Ors nos indicaba dos editoriales (Fundamentos y ediciones Irreverentes) y recogía las opiniones de sus respectivos responsables sobre la fortuna editorial de las obras de escritores actuales españoles, y cuando hablamos de “actuales” no nos estamos refiriendo a la última hornada, sino a dos y a tres generaciones anteriores. Y aunque el responsable de la editorial Fundamentos es bastante optimista, de acuerdo con los niveles de publicación de su editorial, no cabe duda de que en las librerías la sección de teatro brilla normalmente por su ausencia, de que te las ves y te las deseas para encontrar ediciones de autores actuales, y de que algunas editoriales como la guipuzcoana Iru pone precios realmente desorbitados a textos plagados de erratas (ver “Muerte accidental de un anarquista” de Darío Fo, a 13’30 €). Y de la distribución, ni hablamos, mejor lloramos. En cambio, los clásicos no tienen derecho a removerse en sus tumbas por falta de atención, disfrutan de excelentes y numerosas ediciones. Y es que la edad ha sido siempre un grado. José López Romero.

DEMASIADOS FIAMBRES

Hace unos años, en las páginas de esta misma sección dedicada a los lectores, bromeaba con una frase del famoso autor de novela negra John Connelly: “no puede escribirse un libro que llegue al gran público sin un crimen”.   Por entonces la novela histórica copaba la atención del público (todavía lo hace, aunque más tibiamente), pero ya se intuía  el inmenso empuje que estaba experimentando la novela negra, fruto de la atención de un número creciente de lectores. Aún no había irrumpido en el panorama literario de nuestro país esa legión de autores nórdicos, aunque el fenómeno de Millenium surgido de la mente de Larson estuviera en ciernes, y sólo Henning Mankell con su serie sobre el inspector Wallander empezaba a llamar nuestra atención, atrayendo hacia la novela policiaca o negra (aunque quizás el término utilizado por Connelly “libro con crimen” sea más certero) a muchos que como yo hasta ese momento no habían sentido un interés especial por el género. ¿Qué es lo que ha pasado para que de unos años atrás este tipo de literaturas arrase? Es cierto que la novela negra, como la histórica,  siempre han contado con un elevado número de seguidores, pero resulta curioso que los apasionados por los personajes en su día creados por Simenon, Chandler , Agatha Christi, Patricia Highsmith o Vázquez Montalbán,  por citar algunos de los más notables, miren con cierto recelo este fenómeno que como comentaba Connelly, más que novela negra es novela con crímenes. Lo que queremos decir es que quizás no estemos asistiendo a un éxito sin precedentes del género negro entre los lectores en esta última década, sino más bien al éxito de un sucedáneo del mismo. La novela negra en la actualidad sigue teniendo sus autores clásicos que continúan la estela de los maestros, algunos de los cuales hemos nombrado más arriba. Incluso se celebran anualmente  eventos  que como “la Semana negra” de Gijón tratan de mantener los signos distintivos del género. Pero es evidente que la mayoría de las novelas que hoy se califican con cierta frivolidad como “negras”, lo único que tienen en común con ellas es que en sus páginas hay crímenes que resolver. En las primeras novelas de P.D. James, como las de Donna Leon o Mankell, John Connelly o más recientemente Philip Kerr.  También en la serie protagonizada por  Mariana de Marco de José María Guelbenzu, ya en nuestro país, identificamos muchas de las características que auparon al género negro cautivando a generaciones de lectores. Sin embargo, los últimos años  una marea de libros se solapa al calor de este fenómeno, como ya pasó y sigue pasando con la novela histórica. Hoy parece, como ya advirtiera Connelly, que no se puede escribir un libro con garantías de que lo lean, si no contiene entre sus páginas  al menos un cadáver (en nuestro país las últimas que se apuntan al carro son Ángela Vallvey y Susana Fortes). Resultado: a día de hoy, y entre tanto fiambre, es difícil encontrar una buena novela negra. Ramón Clavijo Provencio 

sábado, 11 de junio de 2011

FERIA DEL LIBRO

En el momento en el que  escribo estas líneas se sigue desarrollando, al parecer con éxito de público aunque no sabemos si de ventas, pues los datos no son definitivos, la Feria del Libro de Madrid.  Hay esta vez un  interés añadido, ansiedad por  conocer  el balance final de ese  escaparate público de la industria editorial en España cual es el  Retiro madrileño.  Y es que tras el negativo balance del año pasado  en parte atribuible a   la crisis general,  el sector sufre desde entonces   la irrupción irreversible de los libros electrónicos, tras algunos años de presencia testimonial, y  que podemos decir ha  incorporado una cierta confusión al paisaje del libro en nuestro país tanto a nivel de las empresas del sector, como instituciones y lectores. Lola Larumbe, responsable de la librería Rafael Alberti, lo describía de forma muy realista cuando declaraba que “con la irrupción de las nuevas tecnologías se está cuestionando qué es el libro, y va calando el mensaje de que el libro en formato papel va a ser algo obsoleto y quedará reducido a un sector elitista”. En fin,  las interrogantes que planean sobre un sector que hasta ahora parecía incólume ante los nuevos formatos, mientras otros sufrían duras transformaciones (por ejemplo, el de la  producción musical), no terminan de desvelarse y citas como la del Retiro madrileño puedan dar pistas sobre lo que nos deparará el futuro inmediato a los editores, lectores e instituciones públicas y privadas ligadas al sector. En este contexto, ya refiriéndonos a nuestra ciudad, pasaron las fechas tradicionales de la celebración de la Feria del libro. A día de hoy aún no tenemos datos reales sobre si finalmente seguiremos disfrutando de ella aunque sea fuera de su calendario habitual, pero reclamamos como lectores que se  realicen los esfuerzos que sean necesarios por parte  de las instituciones y empresarios para conseguir ese objetivo, pues  no podemos  seguir retrocediendo en una parcela tan indispensable para medir la buena salud cultural  de una ciudad cual es la del libro. Si en Madrid en las calles del Retiro hay, como decíamos más arriba, ansiedad por saber qué conclusiones se extraen de la Feria del Libro a tenor de la respuesta del público, en Jerez hay ansiedad por saber si volveremos a disfrutar de una nueva y ,sobre todo, digna  edición.  Ramón Clavijo Provencio

ORWELL

La edición que manejo de la insuperable novela “Rebelión en la granja” de George Orwell (y lo de “insuperable” no es ninguna exageración, aunque estemos hablando del autor de “1984”), incluye en sus preliminares una especie de prólogo del propio escritor titulado “La libertad de prensa” y, si me permiten decirlo, tan bueno es este pequeño ensayo como la narración que le sigue, es decir, “insuperable”. Quien lea o haya leído ambos textos estará seguramente de acuerdo con lo que digo. En este prólogo, que permaneció ignorado hasta su descubrimiento en 1971, y que fue incorporado con posterioridad a las ediciones de la novela, Orwell denuncia la censura que se ejerce no sólo desde las alturas del poder político, sino desde las mismas fuentes de creación o información, de ahí que no solo afecte esta forma de autocensura al periodismo, sino al cine, al teatro, a la radio, etc., es decir, a toda manifestación que puede generar opinión. Es, en definitiva, lo que hoy llamamos “lo políticamente correcto”. La ortodoxia de aquellos años de la posguerra mundial prohibía, según Orwell, cualquier crítica, del tipo que fuera, al régimen soviético, aunque se supiera y se tuviese plena constancia  de los horrores de los gulags, de las limpiezas étnicas, de la indefensión de los ciudadanos ante la terrible tiranía de Stalin. Y así, el stalinismo campó por sus respetos con el silencio cómplice de todas las potencias que años antes se habían unido para destruir a otro depravado, Adolf Hitler. “Desde luego que era posible publicar libros antirrusos – explica Orwell- pero hacerlo equivalía a condenarse a ser ignorado por la mayoría de los periódicos importantes. Tanto pública como privadamente se vivía consciente de que aquello “no debía” hacerse y, aunque se arguyera que lo que se decía era cierto, la respuesta era tildarlo de “inoportuno” y “al servicio de” intereses reaccionarios”. Como digo, el prólogo no tiene desperdicio y, aunque escrito en unos años que nos parecen ya muy lejos de esta sociedad de la sacrosanta libertad de expresión, no ha perdido vigencia ni rabiosa actualidad. Y para no desmentirme ahí están los últimos acontecimientos producidos en los países árabes y las distintas reacciones de Occidente. Y sin salir de nuestro país, a nadie con dos dedos de frente se le escapa el modelo que los intelectuales progres han intentado inculcar a la ciudadanía a través de medios de comunicación asquerosamente serviles, y en esto me acojo a la definición que hace Orwell ya al final de su prólogo de la libertad: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír”. No otra cosa han hecho a lo largo de los siglos los grandes escritores: ponernos por delante lo que nos negamos a ver, enfrentarnos con una realidad que nos negamos a asumir. Orwell y su “Rebelión en la granja” nos ponen ante la verdad; otros, en cambio, quieren que nos creamos sus mentiras. José López Romero.