viernes, 10 de diciembre de 2010

M. HOUELLEBECQ

Premios hay repartidos por toda la geografía universal, pero por España menudean, que no se le concede al que más méritos atesora, sino al que más necesidades tiene. Que si una hipoteca por allí, o la universidad de los niños, o un pequeño aprieto económico… Así, algunos y algunas han llegado a hacer fortuna y hoy disfrutan hasta de segunda vivienda en la costa. Y esto sucede porque los amigos que tiene el premiado saben que ganan voluntades y que, en un momento dado, se actuará a la recíproca. La prueba: las colonias de escritores ya asentadas las unas y repantingados los otros en litorales no muy lejanos. Por no hablar de esos premios en los que ha metido la mano y sobre todo la pata la autoridad incompetente que nos desgobierna. Ahora bien, un premio cuya dotación económica alcanza la cifra de 10 euros prestigia al galardonado, porque ¡vaya faena darle un premio a un amigo con esa cantidad, que no tiene ni para invitar a cañas!; así, nadie puede pensar que otros intereses que no sean los méritos ensucian el veredicto. A Michel Houellebecq se le acaba de conceder el prestigioso premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas, cuya dotación es la cantidad antes señalada: 10 euros. Pero es que Houellebecq es de los pocos escritores franceses que no necesitan presentación alguna, porque sus obras, desde aquellas “Partículas elementales” han gozado si no del favor de todos los lectores, sí al menos de la curiosidad, y hoy disfruta de una bien ganada legión de seguidores que ven en este novelista un agitador de conciencias, un cronista despiadado de los vicios de una sociedad, la actual, llena de egoísmo y falta de los más mínimos principios morales. Un amigo, que se cuenta entre esa legión de lectores impenitentes de Houellebecq, describía su estilo como el bisturí que va cortando con la pericia y exactitud de cirujano la carne podrida de una sociedad a la que, estoy seguro, un elemento como Houellebecq siempre le parecerá cuando menos molesto. Debo confesar que yo también me cuento entre sus seguidores; desde “Plataforma”, pasando por “Las partículas elementales”,  “Ampliación del campo de batalla” y su breve pero también ácida “Lanzarote” mi interés por este escritor ha ido en aumento, y esperándome en la estantería de “lecturas pendientes” tengo “Enemigos públicos”, colección de correos electrónicos que se intercambió el novelista francés con el filósofo Bernard-Henry Lévy. Es cierto que su discurso puede resultar por momentos provocador (las escenas de sexo, el tratamiento de las enfermedades, la soledad, la depresión son aspectos en los que el escritor se recrea), pero en todas estas novelas he notado la misma sensación: los protagonistas de Houellebecq no quieren otra cosa que encontrar su lugar en el mundo, la felicidad posible, la solidaridad del ser humano, la comprensión, en definitiva, todo lo que nos hace ser personas, tan débiles como indefensas ante una realidad poco acogedora. ¿Es eso tan molesto? José López Romero.

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