miércoles, 24 de noviembre de 2010

POR LA BOCA...

“Un mitin es un acto público del que se puede afirmar que, cuando se celebra, unos dicen cosas que no piensan y otros piensan cosas que no dicen”, nos dice el narrador de la novela de Vladimir Voinóvich ‘Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin’, una extraordinaria obra que ridiculiza con una ironía magistral la guerra. Pero es que más adelante insiste en la oralidad con otra magnífica perla: “Uno puede hablar de lo que debe o de lo que no debe. Quien habla de lo que debe obtiene cuanto es debido e incluso, a veces, un poco más. Quien habla de lo que no debe va a parar al Lugar Apropiado…”. En la Rusia profunda el “Lugar Apropiado” se lo pueden ustedes imaginar, pero más de uno, sobre todo aquel que nos vicegobierna, habrá mandado al Lugar Apropiado, al que todos mandamos a quien nos molesta, a un expresidente de gobierno que le dio hace unos días por decir más de lo que pensaba y por hablar de lo que no debía, aunque no necesitara un mitin, sino una entrevista para ponerse en evidencia. Y a pesar de que el refranero, y como sabiduría popular siempre digno de tener en cuenta, en esto de la oralidad es rico y en exceso prudente (“en boca cerrada no entran moscas”; “callando el necio es tenido por discreto”; “callar como en misa”; “callar como puta”; “calla y come”; etc. recogidos del ‘Vocabulario de refranes y frases proverbiales’ de Gonzalo Correa), es innegable que una de las aptitudes más desatendidas por el sistema educativo desde hace sus buenos años, por no decir décadas, es precisamente la expresión oral. Mientras que da gusto ver a niños argentinos, o uruguayos o chilenos que no levantan ni media cuarta del suelo ponerse delante de un micrófono y expresarse como no lo harían sesudos intelectuales de este país, a nuestros jóvenes (y no hablo ya de niños), en cambio, les cuesta no sólo articular una frase que sea fonéticamente comprensible, sino morfológica, sintáctica y semánticamente correcta; algunos han perdido casi de forma irreparable la articulación lingüística y se comunican por ruidos o gruñidos que mucho tienen que ver con el lenguaje animal y que, bien estudiados, nos podrían llevar al lenguaje de Atapuerca. Lo que habría que preguntarse es si aquellos métodos de enseñanza, medievales si se quiere, pero también renacentistas y por tanto clásicos por excelencia, que se basaban en el arte de la retórica, en el conocimiento de los resortes del convencimiento a través de la palabra, de la dicción, de la argumentación, del diálogo platónico son sistemas por antiguos despreciables. Hoy en día, el arte de la palabra es terreno hollado por unos pocos y, sin embargo, la palabra bien dicha siempre ha ejercido en la masa una gran admiración y por ello ha sido y es fuente inagotable de votos. Pero sólo la palabra bien dicha y a su debido tiempo y lugar. Para decir inconveniencias, mejor el refranero: “callarse como una puta” o mandar al indiscreto al Lugar Apropiado. José López Romero.

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