miércoles, 21 de abril de 2010

EL COLECCIONISTA


Era una vivienda modesta. Pocos muebles y funcionales, nada fuera de lo común. Pero entre aquellas cuatro paredes, a lo largo de los pocos metros cuadrados, se desplegaba un muy interesante tesoro, solo que este era invisible para la mayoría de los pocos que hasta ese momento habían franqueado la puerta de entrada al apartamento. Aquel hombre había fallecido solo, desgraciadamente un hecho que se repite con demasiada frecuencia en nuestras mega ciudades. Lo cierto es que nadie había echado en falta al anciano los días posteriores al suceso, hasta que el olor que despedía la vivienda se hizo evidente para los vecinos, que finalmente llamaron a las autoridades. La sorpresa llegó luego, más tarde, cuando entre aquel pequeño ejército de funcionarios del municipio y sanitarios, alguien se detuvo sorprendido frente a un pequeño grabado enmarcado modestamente, aunque su contenido era digno de exhibirse en la galería de un palacio. A partir de ese momento los intrusos por obligación de aquella casa, fueron descubriendo muchos más, unos enmarcados, siempre con modestia, otros entre las estanterías de una nutrida biblioteca donde lo raro era encontrar ediciones recientes, y sí en cambio viejos libros de bellas encuadernaciones. Y es que lo que al principio pasó desapercibido, resultó ser todo un descubrimiento: aquella modesta vivienda tenía colecciones de grabados y ediciones bibliográficas excepcionales. Al parecer, según un vecino, el único con el que el fallecido cruzaba algunas palabras, en algún momento el hombre antes de fallecer tuvo intención de donar su colección a la administración, pero nadie lo tomó en serio. Una historia parecida a la que les acabo de relatar, con algunas variaciones, tuvo lugar en nuestra ciudad hace algunos meses. Sobran los comentarios. Ramón Clavijo Provencio.

PESIMISMO


Si Julian Barnes debe una parte de su fama a su indefinible ‘El loro de Flaubert’, la otra parte, quizá la más sustanciosa, sin duda se la debe a su novela ‘Hablando del asunto’ y a su continuación ‘Amor, etcétera’, deliciosas e irónicas obras que tienen como tema central el análisis de las relaciones personales entre Gillian, Oliver y Stuart, un “ménage a trois” en el que muchos lectores pueden verse reflejados. Y es en ‘Amor, etcétera’ donde Stuart al comentar cómo abre y cierra en poco tiempo dos restaurantes en EE.UU., nos hace esta reflexión: “Es lo que tienen los Estados Unidos… Triunfas y buscas otra cosa en que triunfar. Fracasas y sigues buscando algo en lo que triunfar. Profundamente optimistas…”. Esta opinión de Stuart sobre los norteamericanos me hizo recordar las intervenciones de varios historiadores, con la insigne Carmen Iglesias a la cabeza, en las que se hablaba del pesimismo del español, y que la citada historiadora denuncia en su libro ‘No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España’. Un pesimismo que nos viene de lejos y que se acentúa en periodos históricos poco brillantes o, mejor dicho, de total decadencia: la crisis del siglo XVII; las pérdidas de las colonias a lo largo del XIX que desemboca en el desastre del 98…hasta llegar a la crisis económica actual, a pesar de ese optimismo pánfilo y delirante que algunos de nuestro gobernantes se empeñan en defender en la misma medida en que la dura realidad de las cifras se empeña de inmediato en ensombrecer. No sé si el español es pesimista por naturaleza, si el pesimismo es otro de los genes con el que venimos al mundo; algunos amigos, no muchos, reconozcámoslo, parece que no lo tienen por su animosidad ante las adversidades y su espíritu siempre positivo. Sin embargo, otros datos vienen a confirmar la teoría: la mirada permanente hacia el pasado, la actitud generalmente pasiva ante las dificultades que nos presenta la vida, la idea de que el tiempo lo cura todo, el “aquí me las den todas”, etc. bien pudieran ser manifestaciones de ese pesimismo inactivo, ese conformismo ante la vida que, dicen algunos, nos caracteriza. Sin embargo, yo creo que detrás de esa actitud pesimista, lo que verdaderamente se esconde es la cultura del no esfuerzo, el grito de que inventen otros, el “preferiría no hacerlo”, la política del subsidio que es al fin y al cabo votos para el optimista de turno. Pero para triunfar es necesario trabajar. ¿Triunfar? Que triunfen otros. José López Romero.

jueves, 15 de abril de 2010

PROHIBIR


Entre 1625 y 1634 el Consejo de Castilla prohibió la impresión de “libros de comedias, novelas ni otros de este género” por motivos morales. La literatura de ficción, sobre todo la narrativa, siempre se ha llevado mal con ciertos principios morales, ésos que algunos tratadistas, ya en el siglo XVI, defendían y, como consecuencia, consideraban perniciosa la lectura de este género entre las mujeres; recomendación o prohibición que podemos leer en ‘La perfecta casada’ de fray Luis de León. No hay periodo de la historia, y en la nuestra en igual o más cantidad y calidad que en la de otros países, en que no se hayan sucedido prohibiciones y censuras de todo tipo; la que afectó a la impresión de libros entre 1625 y 1634 no es más que un ejemplo, como también los catálogos de los libros prohibidos por la Inquisición o las distintas leyes de imprenta que se van promulgando hasta en épocas de mayor libertad social. Por otra parte, leyendo un libro como la ‘Historia del libro’ de Frédéric Barbier (digno sucesor por su rigor y riqueza de datos de esa magnífica ‘historia del libro’ de Sven Dalh), nos damos cuenta de lo que en otra época costaba la edición de un libro y cómo, a pesar de los años transcurridos desde la invención de la imprenta, el libro era considerado una obra de arte, digna por ello, como cualquier manifestación artística, de ser admirada y conservada con todo cuidado. Añadamos además a todo esto las quejas y los lamentos de algunos intelectuales (U. Eco) y de colectivos ecologistas; éstos, por la desertización de los bosques ante la necesidad de papel; y aquéllos, porque se publica demasiado libro inútil. Si unimos costes, desertización, inutilidad y prohibición, el resultado no puede ser más beneficioso para la humanidad: nunca se hubiese publicado ‘Un sueño para mis hijos’, de Joan Laporta, presidente del F.C. Barcelona. Si como dirigente deportivo, casi nada habría que reprocharle; por sus ridículas soflamas independentistas nos tememos lo peor con el dichoso librito. Y para estos engendros, sin ánimo de prohibir (palabra políticamente incorrecta), las ediciones digitales sí sería un excelente mecanismo. José López Romero.

PAREJAS LITERARIAS


Uno de los fenómenos más curiosos de la historia literaria es el de la literatura “a cuatro manos”, es decir, cuando dos escritores colaboran de una manera continuada y estable, dando lugar a una obra digna de ser estudiada. Es un fenómeno al menos tan atractivo para el curioso como el de los “negros” literarios, pero con la salvedad de que en el primer caso no hay misterio u ocultación sobre qué autores se esconden tras esta o aquella novela, más allá del nombre que aparezca en su portada. La literatura “a cuatro manos”, como venimos diciendo, no es un fenómeno nuevo sino que a poco que hurguemos en la historia literaria nos encontraremos casos más o menos interesantes, aunque nosotros en estas breves líneas sólo nos detengamos en algunos ejemplos, de los que por supuesto excluimos aquellas colaboraciones muy esporádicas o puntuales, o aquellas fruto de una relación sentimental, donde el peso de uno de los dos escritores es tan evidente que queda claro que hay otras razones más allá de las puramente literarias, para que sean dos nombres los que presidan la portada de algunos libros. Nuestro primer ejemplo, sobre el fenómeno de la literatura en colaboración, y siguiendo un orden cronológico, sería la pareja de escritores franceses Erckmann-Chatrian, prácticamente olvidada hoy en nuestro país, aunque sus obras tuvieron una cierta repercusión en el primer tercio del siglo pasado al ser traducidas al castellano por Manuel Azaña. Quizás la que tuvo más fortuna fue la ‘Historia de un quinto de 1813’, donde se detalla la evolución de un soldado de las tropas napoleónicas que conquistan Europa, desde el idealismo de luchar por los ideales revolucionarios, hasta el desencanto final de sentirse manipulado y servir a un ejército de ocupación. Como en muchos matrimonios, esta fructífera sociedad literaria se separó siguiendo carreras dispares ambos escritores, pero en ningún caso volviendo a tener el favor que tuvieron del público en su época de colaboración. Otra pareja con cierto interés para la literatura fue la formada por Boyleau y Narcejac, también franceses, y que son considerados una de las referencias de la mejor novela policíaca. Incluso el cine adaptó algunas de sus historias para la gran pantalla, siendo el ejemplo más llamativo por el enorme éxito cosechado “Vértigo”, dirigida por Alfred Hitchcock que quedó cautivado tras leer la novela “De entre los muertos”. Pero quizás, y ya para finalizar, la pareja literaria que simbolizó el éxito durante décadas, hasta representar un verdadero fenómeno de masas fue la formada por Larry Collins y Dominique Lapierre. ‘¿Arde París?’ y ‘Oh Jerusalén’ serían sus novelas más aclamadas, donde se entremezclan con oficio literatura y ficción. Parejas literarias, sin duda un tema apasionante de analizar (pues ¿cómo se canalizan dos sensibilidades, muchas veces muy diferentes, hasta culminar una novela luego admirada?) del que sólo hemos arañado, en esta ocasión, la capa más superficial del iceberg y sobre el que prometemos volver para tocar su “cara” española. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

miércoles, 7 de abril de 2010

VIAJE A SAMOA


Se cumplen ahora cien años de un fabuloso y extraño viaje: el del escritor Marcel Schwob a Samoa, en el que dejara constancia de su pasión por aquel mundo austral, pero también de su admiración por el también escritor Robert Louis Stevenson, fallecido en aquella isla unos años antes. Schwob sigue siendo un semidesconocido para el lector de nuestro país, y eso pese a que ejerció una indudable influencia sobre escritores tan representativos de la literatura contemporánea como William Faulkner o Jorge Luis Borges. Llegué a este escritor y en concreto a su libro ‘Las vidas imaginarias’, al leer un comentario de Borges sobre el mismo, en el que confesaba cómo le impresionó profundamente su lectura, lo que relacionaba con una indudable influencia sobre su posterior obra. Pero quizás lo que más me atrajo de Schwob, fue esa admiración que siempre profesó por Robert-Louis Stevenson, y que le llevó una vez fallecido el autor de ‘La isla del tesoro’, a embarcarse en un accidentado viaje a Samoa para poder dar su último adiós ante la tumba de su amigo. Fue una amistad singular, pues nunca se llegarían a conocer en persona, aunque de ella nos han legado ambos escritores una amplia y suculenta correspondencia. Marcel Schwob llegaría a relacionarse con Stevenson a través de su tío, el conocido orientalista y bibliotecario de la Biblioteca Mazarino, León Cahum. Este, un apasionado de la literatura de aventuras, pondría en contacto a su sobrino con el ya afamado Stevenson, dando así comienzo a una amistad que desembocaría en aquel postrero viaje de homenaje. El 21 de octubre de 1900 se embarcaría en el “Ville de la Ciotat” con su asistente chino Ting, en un itinerario que partiendo de Marsella le haría visitar Colombo, Sidney, hasta llegar a Samoa. Lo curioso es que llegado a la isla no visitará la tumba de su amigo, que era el motivo principal del viaje, y presa de quien barrunta negros presagios embarcará precipitadamente en el “Manapouri” para regresar a Francia. Poco después fallecía no sin antes haber dejado una extensa correspondencia dirigida a su mujer Marguerite Moreno, sobre aquel extraño ‘Viaje a Samoa’ (edición de Valdemar). Ramón Clavijo Provencio

EDUCACIÓN


Si hace unas semanas comentaba en esta misma página la influencia que podría tener sobre la juventud la imagen de Messi o de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, con un libro en las manos o apareciendo en cualquier programa de T.V. para recomendar un libro, el otro día buscando en Internet “tíos buenorros” (no me pregunten el porqué de esa búsqueda, pero todo tiene una explicación y, por supuesto, no es lo que parece), me encuentro con una imagen que realmente me impactó: al borde de una piscina y en los paños propios del lugar, sentado en una silla de playa y muy concentrado en la lectura de un libro del que no he logrado ver el título, me encuentro a El Fari. Como lo están leyendo. El éxito popular de que gozó este cantante durante algunos años, lo llevó a convertirse al mismo tiempo en objetivo de algunas burlas; unas, malintencionadas, y otras, que no dejaban de ser las típicas bromas que se gastan con personajes que en un momento adquieren cierto protagonismo social. Las malintencionadas, las que no tienen otro interés que menoscabar fama y honor por el simple placer de la maldad, son la expresión de ese gen tan español de la envidia que está grabado a sangre y fuego en nuestro ADN y que no entiende ni de nivel cultural ni de estado social. En este sentido y por seguir con algunos ejemplos, las famosas disputas entre los grandes escritores de nuestro siglo XVII, sobre todo entre Góngora y Quevedo, sobrepasaron con creces los límites que dictaba la urbanidad para enfangarse en los terrenos más abyectos de lo personal; no de otra manera se condujeron el insigne gaditano Adolfo de Castro y el no menos insigne Bartolomé José Gallardo, personas de una talla intelectual fuera de toda duda, en torno a la polémica de ‘El Buscapié’, opúsculo atribuido a Cervantes, disputa que encendió los círculos filológicos decimonónicos y a la que volveremos algún día con más tiempo y espacio. Por eso y de acuerdo con estos ejemplos, no comparto la opinión de Pérez Reverte cuando califica al pueblo español de inculto, que se regodea en su propia ignorancia. En mi opinión, y quizá hoy más que nunca, es la mala educación, la falta de respeto hacia los demás, la ordinariez y la zafiedad las señas de nuestra identidad. Y en este caso El Fari, al margen de gustos musicales, fue una persona a quien nunca le escuché criticar a nadie, que siempre tenía una palabra de admiración para sus compañeros de profesión, una persona de educación exquisita, y por ello es un ejemplo que todos debemos seguir, con su libro en las manos incluido. José López Romero.