viernes, 26 de febrero de 2010

OTRA VEZ LA COSTA


En la pequeña historia de los viajeros románticos por la provincia de Cádiz, que alguna vez hemos traído a esta página, hay algo evidente: el poco interés que parecían sentir, a la vista de los testimonios conservados, por la costa. Todo lo contrario de la atracción que sobre ellos ejercían ciudades como Cádiz y, también, Jerez, donde eran visitas obligadas las bodegas o el monasterio de La Cartuja. Algunos, sin embargo trazaron otras rutas sobre las manidas que les conducían a las ciudades y nos permiten hoy conocer como vieron el litoral, algo que tanto nos preocupa hoy, lo que además nos permite la comparación de sus testimonios con lo que hoy nos queda de esos paisajes visitados antaño. Así, frente a los acantilados de Roche (paraje hermoso aún hoy, pero en el punto de mira desde hace tiempo de la presión urbanística) Hans Christian Andersen, allá por 1862, estuvo a punto de morir ahogado cuando el vapor en el que viajaba, el “Paris”, tocó un banco de arena mientras el escritor seguramente rememoraba la batalla de Trafalgar, aquella que dio la gloria a Nelson y trajo la ruina a la costa gaditana (en la ilustración acantilados de Conil, cerca de Roche. Pintura original de Gabriel de la Riva). Otro punto que pasó desapercibido para la mayoría de viajeros fue la ensenada de Bolonia, donde sobre una pequeña elevación del terreno se asoma Baelo Claudia, afortunadas ruinas a las que aún cantan los poetas. De la misma manera que Itálica fue lugar de peregrinaje de viajeros decimonónicos, y entre sus piedras cantaron a la futilidad del tiempo, Baelo Claudia, más escondida permaneció ignorada para estos cultos y adinerados visitantes que recorrieron la Península en todas las direcciones imaginables, después de que las tropas napoleónicas dejaran por fin Europa en paz. Hubo a esto que decimos, pocas excepciones, una de ellas la visita del velero de recreo Corsario, de bandera italiana, que comandado por el capitán D’Albertis, allá por 1884 surcara estas aguas frente a la duna y ruinas de Bolonia. Albertis dejaría un libro con su experiencia viajera, un raro ejemplar hoy difícil de encontrar, tesoro para bibliófilos. Tuve la suerte de hojear un ejemplar de la mencionada obra en la biblioteca privada de Don Antonio O. (me permitirán que mantenga la discreción), aunque el hallazgo de un par de cuartillas manuscritas, sin firma y escondidas entre sus páginas, quizás fuera lo más excitante. Su propietario me permitió su transcripción, y aunque no tengo pruebas de la autoría del relato encontrado, nadie me impide conjeturar que fuera el mismo capitán D´Albertis, que años después de su experiencia marinera y ya con un ejemplar de su obra bajo el brazo como obsequio para algún amable anfitrión, volviera a aquellos parajes que tanto le emocionaron dejando, antes de irse, aquellos papeles ocultos en el libro regalado.... ¿Pero qué decía aquel texto manuscrito? Bueno, quizás en otra ocasión me aventure a contarlo. Ramón Clavijo Provencio

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