viernes, 26 de febrero de 2010

ESTADÍSTICAS


No es que yo sea poco amigo de las estadísticas, como se confesaba mi compañero de página y amigo Ramón hace unos días, pero me acerco a ellas con la natural prevención del que sabe que los datos son siempre relativos, y muchos de ellos no dejan de sorprendernos, sobre todo porque no llegamos a explicarnos cómo se pueden medir conceptos tan abstractos como inmensurables. Si poco creíbles son los diez kilos (por poner una cifra) de pollo que todo español se come al año, más difícil nos resulta creer esas estadísticas que miden el grado de felicidad de los países o de las comunidades; por no hablar de las que analizan y cuantifican las relaciones sexuales, en cuyos números nadie termina por verse reflejado. Pero ¿cómo se mide el nivel cultural de un país o incluso de una ciudad? Supongo que, como en todo, hay parámetros establecidos y objetivos, al margen de la típica encuesta a pie de calle o casa, que nos pueden ofrecer esos índices de forma más o menos exacta. Y aunque no he hecho averiguaciones, el número de salas de espectáculos (cines, teatro, etc.), salas de exposiciones, bibliotecas, librerías, instituciones de carácter cultural, publicaciones, etc. así como la cantidad de actividades que en esos espacios se desarrollan y la de usuarios que acuden a ellos, son los marcadores quizá más rigurosos para llegar a conclusiones sobre el nivel cultural de la ciudad; marcadores a los que sin duda habría que añadir el número de establecimientos docentes y su oferta educativa. Si así fuera (y espero o creo no andar muy descaminado), nuestra ciudad no saldría mal parada en una hipotética estadística. La oferta cultural, en mi opinión, si nos ajustamos a los parámetros antes señalados, es variada y amplia; y si a diario le echamos un vistazo a la agenda cultural de este mismo periódico, lo comprobaríamos. Quizá el factor que en este caso puede hacer bajar esos temibles índices, sea el humano. Y en Jerez, como en toda ciudad, muchos de sus habitantes se mueven o por su apetito, y no precisamente cultural, o por la novedad o novelería. Y ante eso, yo prefiero ponerme a leer en mi casa, a resguardo de índices, números y estadísticas, en las que no me siento reflejado, ni en las del pollo ni en las sexuales ¡faltaría más! José López Romero.

OTRA VEZ LA COSTA


En la pequeña historia de los viajeros románticos por la provincia de Cádiz, que alguna vez hemos traído a esta página, hay algo evidente: el poco interés que parecían sentir, a la vista de los testimonios conservados, por la costa. Todo lo contrario de la atracción que sobre ellos ejercían ciudades como Cádiz y, también, Jerez, donde eran visitas obligadas las bodegas o el monasterio de La Cartuja. Algunos, sin embargo trazaron otras rutas sobre las manidas que les conducían a las ciudades y nos permiten hoy conocer como vieron el litoral, algo que tanto nos preocupa hoy, lo que además nos permite la comparación de sus testimonios con lo que hoy nos queda de esos paisajes visitados antaño. Así, frente a los acantilados de Roche (paraje hermoso aún hoy, pero en el punto de mira desde hace tiempo de la presión urbanística) Hans Christian Andersen, allá por 1862, estuvo a punto de morir ahogado cuando el vapor en el que viajaba, el “Paris”, tocó un banco de arena mientras el escritor seguramente rememoraba la batalla de Trafalgar, aquella que dio la gloria a Nelson y trajo la ruina a la costa gaditana (en la ilustración acantilados de Conil, cerca de Roche. Pintura original de Gabriel de la Riva). Otro punto que pasó desapercibido para la mayoría de viajeros fue la ensenada de Bolonia, donde sobre una pequeña elevación del terreno se asoma Baelo Claudia, afortunadas ruinas a las que aún cantan los poetas. De la misma manera que Itálica fue lugar de peregrinaje de viajeros decimonónicos, y entre sus piedras cantaron a la futilidad del tiempo, Baelo Claudia, más escondida permaneció ignorada para estos cultos y adinerados visitantes que recorrieron la Península en todas las direcciones imaginables, después de que las tropas napoleónicas dejaran por fin Europa en paz. Hubo a esto que decimos, pocas excepciones, una de ellas la visita del velero de recreo Corsario, de bandera italiana, que comandado por el capitán D’Albertis, allá por 1884 surcara estas aguas frente a la duna y ruinas de Bolonia. Albertis dejaría un libro con su experiencia viajera, un raro ejemplar hoy difícil de encontrar, tesoro para bibliófilos. Tuve la suerte de hojear un ejemplar de la mencionada obra en la biblioteca privada de Don Antonio O. (me permitirán que mantenga la discreción), aunque el hallazgo de un par de cuartillas manuscritas, sin firma y escondidas entre sus páginas, quizás fuera lo más excitante. Su propietario me permitió su transcripción, y aunque no tengo pruebas de la autoría del relato encontrado, nadie me impide conjeturar que fuera el mismo capitán D´Albertis, que años después de su experiencia marinera y ya con un ejemplar de su obra bajo el brazo como obsequio para algún amable anfitrión, volviera a aquellos parajes que tanto le emocionaron dejando, antes de irse, aquellos papeles ocultos en el libro regalado.... ¿Pero qué decía aquel texto manuscrito? Bueno, quizás en otra ocasión me aventure a contarlo. Ramón Clavijo Provencio

jueves, 18 de febrero de 2010

EL LIBRO FUNCIONA


Los datos los daba hace unos días la ministra de Cultura, y los resumía con una frase afortunada “el libro funciona”. Contestaba así a una pregunta de un diputado en el Congreso. Aunque no soy un enamorado de las estadísticas y tampoco un ferviente admirador de Ángeles González Sinde, en este caso debo decir que coincido con ella y con la información manejada, y que en definitiva fue en la que se basó para pronunciar la tajante frase. Lo cierto es que todo parece indicar que el sector editorial resiste la crisis con mejor fortuna que otros, y la producción de esos casi 47 millones de libros en papel el año pasado, parece un dato incontestable. Otra cosa es que debamos extrapolar estos datos de producción con los índices de lectura, que parece que no van por el mismo camino. La lectura en nuestro país sigue renqueante y no es un buen dato (y seguimos con los números) que el índice de lectura en España haya bajado dos puntos en el último año, según el Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros. Pero hay al menos dos datos positivos que no debemos desdeñar: el auge de la lectura infantil con un 85% de niños que se declaran lectores habituales, y el aumento de la media de libros leídos al año por los lectores adultos. Tampoco es de desdeñar esa proporción cada vez mayor de lectores que descargan literatura a través de Internet, o la popularización de nuevas formas de acceder o intercambiar literatura como son los blogs o foros literarios. En este paisaje empieza a irrumpir, aún con cierta timidez, el libro electrónico que ya podemos contemplar en los escaparates y expositores de algunas librerías. Ya no estamos hablando de futuro sino de una realidad dinámica que va a obligar a la adaptación de muchos de nuestros hábitos como lectores y, sobre todo, a la transformación de sectores directamente vinculados al libro como el de las librerías o las bibliotecas. ¿Cuál será el inmediato futuro? Es difícil predecirlo, pero como decía la ministra, por ahora el libro funciona, aunque con matices. Ramón Clavijo Provencio.

PRENSA


- ¡Papá, he vuelto a la lectura! –me ha dicho mi hijo cuando uno de estos días lo he llamado por teléfono. “Bendito sea Dios”, fue la expresión que me salió tan espontánea que retumbó en toda la casa. “Que por mucho que lo intentes, no te va a invitar Obama”, oigo que me dice mi mujer con su particular ternura conyugal (el dulce encanto de lo femenino, por acudir al tópico). Después de los años de Secundaria en los que no faltaba un libro en la mesita de noche, mi hijo se fue alejando de la lectura en la misma medida en que fue desarrollando la parte física; el deporte (sin ser esto excusa) fue ocupando cada más tiempo, en detrimento de la lectura. Sin embargo, precisamente por su interés por el deporte no ha dejado nunca de leer prensa deportiva. ¿Prensa deportiva? ¿es esto lectura? Quizá para los excesivamente escrupulosos en esto del esforzado ejercicio de ponerse delante de la letra impresa, eso de “prensa deportiva” les suene poco menos que a sucedáneo de ínfimo valor, y una mueca de desprecio asomará en sus semblantes. Pero para los que conocemos y sufrimos a diario los efectos tan perniciosos que produce en nuestra juventud la falta de lectura, sin duda uno de los factores fundamentales del tan cacareado fracaso escolar, la prensa deportiva poco menos que nos parece el maná bíblico si a ella se aficionara buena parte de los alumnos que ahora cursan la Secundaria. No hace mucho, me comentaba un compañero y entrañable amigo que él ha llegado a utilizar el Marca en sus clases como material didáctico. Y ahora que a todos los escolares se les va a suministrar un portátil, yo insisto en la misma idea que expuse no hace mucho en esta misma página: acabemos con tantos manuales, carguemos en los ordenadores escolares la información teórica imprescindible y, sobre todo, trabajemos en clase con la prensa. ¿Efectos? Alumnos bien informados, que aprenden a reflexionar sobre los problemas actuales de todo tipo y lugar y, si la prensa es deportiva, añadimos a estos efectos beneficiosos el interés por el deporte, como aficionado y como practicante. ¿Despreciar el periódico como material de uso didáctico? El que así piense, es que no conoce o quiere volver la espalda a un problema cada vez más grave y de difícil solución: el analfabetismo funcional. “¿Y qué has leído?” –le pregunto a mi hijo. “Los hombres que no amaban a las mujeres” –me dice. Y así como en su día bendije a J.K. Rowling por haber creado a su Harry Potter, o a la saga de libros fantásticos “Dragón Lance” (sus lecturas de niño), hoy no puedo por menos que agradecerle a Stieg Larsson que haya devuelto a mi hijo a la lectura. ¿El Marca? Pues también. José López Romero.

jueves, 11 de febrero de 2010

MITOS


Si no hace mucho, en un artículo anterior, nos congratulábamos por la emisión de “Martes de Carnaval”, los esperpentos valleinclanescos, otra noticia cultural vuelve a ser motivo de alegría al menos para los que ya tenemos unos añitos, porque nos devuelve lo mejor de dos grandes del siglo XX. Nos referimos al nuevo disco que va a publicar Joan Manuel Serrat con versiones musicalizadas de poemas de Miguel Hernández. Que célebres y magníficos músicos se fijen en la literatura no deja de ser una feliz combinación, porque ambas artes se realzan y se dan a conocer a públicos que apenas gustan de alguna de las dos, sobre todo de la segunda, y más si son poemas. No de otra manera se popularizó Antonio Machado si no fue a través del excelente LP (siglas de otro tiempo) que le dedicó el cantante catalán, o el mismo Miguel Hernández, con cuyos poemas ya trabajó Serrat, y ahí quedan sus “Nanas de la cebolla” o “la Elegía a Ramón Sijé”, por poner dos ejemplos. Y no hace tantos años el que dedicara a la poesía de Mario Benedetti “El sur también existe”. Otros muchos cantantes se han lanzado a la aventura, siempre de agradecer, de música y poesía, pero pocos obtuvieron o han obtenido un éxito tan sonado como Paco Ibáñez y sus versiones de los clásicos españoles (Quevedo, Góngora, Lope) y, sobre todo, con esa “Palabras para Julia” de José Agustín Goytisolo. El disco de su concierto en el Olympia de París fue durante muchos años algo así como uno de los fetiches antifranquistas, una de las armas culturales contra la dictadura, santo y seña de la resistencia contra el régimen. ¡Lástima que la persona no haya respetado al mito! En una entrevista publicada en este Diario hace ya unas semanas, Paco Ibáñez se despachaba a gusto y tachaba poco menos que de mentecatos y energúmenos a los Rolling Stones y a Bruce Springsteen. Quizá la ridícula y triste pataleta de alguien que fue algo, y que ahora no logra asumir el valor arqueológico de lo que hizo, que fue sin duda mucho en su momento. En esto, como en muchas otras cosas, Serrat nos sigue dando lecciones y ejemplos de modestia y coherencia. Y es que hay mitos que sí están a la altura de la persona. José López Romero.

HECHIZO


Hace algunas semanas me presentaron a un pintor que empieza a despuntar en el panorama nacional, y que de visita por la provincia buscaba lugares singulares de los que sacar en principio apuntes. “Algunos, me explicaba, servirán finalmente para materializar ideas para mi nueva exposición”. No me dio muchos más detalles de la misma, ya se sabe que el artista es misterioso por naturaleza, pero sí me comentó que se había quedado cautivado por la imagen de la colección de libros antiguos de la Biblioteca Municipal. Sacó algunas fotos de la misma y se despidió prometiendo volver. No sé si finalmente estas galerías forradas de librerías decimonónicas atestadas de libros antiguos, habrán ya inspirado algún cuadro que pronto se exponga para deleite de los amantes del arte y seguidores de este pintor viajero, pero en todo caso la anécdota que les cuento me hizo recordar que no ha sido este artista el primero ni, seguramente, será el último en caer bajo el hechizo de uno de los paisajes culturales más conocidos y atractivos del panorama local. Ya por estas galerías de la Biblioteca Municipal pasaron artistas como Ángel González de la Calle, y de sus paseos por las mismas nacerían algunas ideas para la luego exitosa exposición titulada “Libros”. Luego vendría Manuel Ruiz Ortega. Este incluso llegó a plantar su caballete en el corazón de la sala de investigadores de la Biblioteca, y durante unos días trabajó sin cesar frente a aquellos muros de papel, entre los que él mismo se convirtió para los investigadores que frecuentaban por entonces el lugar, un atractivo más. El resultado, una delicada obra que fue luego expuesta bajo el titulo “El color de los libros” a la que corresponde la imagen que reproducimos. Si me remonto en el tiempo más atrás, aún puedo ver al entrañable Eduardo Pereiras dibujando sobre la mesa de la sala, en uno de los breves descansos que se permitía en su incesante consulta de legajos y prensa decimonónica, buscando recomponer la historia de la fotografía en Jerez. Precisamente a esa actividad debió su fama que traspasó los límites locales, pero muchos desconocen que también fue un excelente dibujante y pintor. Con un estilo propio nos dejó una pequeña pero impactante obra. Cuadros algunos sin duda inspirados entre los anaqueles de la biblioteca jerezana. Otro de los que no se pudo resistir al embrujo del lugar sería Maro, el que fuera durante años dibujante por excelencia de la prensa jerezana, en la que nos dejó impresa para el curioso alguna perla, en forma de caricatura, de escenas de las que él mismo fue testigo en estos territorios del papel. “Donde hoy algunos llegan con la pretensión de descubrir visiones nuevas, otros ya pasaron dejándonos su propia huella…” Ramón Clavijo Provencio

miércoles, 3 de febrero de 2010

¿Quién?


No son una novedad las informaciones que nos llegan periódicamente donde la lectura, y por tanto el libro, no suele salir bien parado en cuanto al uso que se hace de él. Durante generaciones ciertos profesores (también hay que decir que una minoría) lo han utilizado más como un potro de tortura que como un elemento atractivo para los niños y jóvenes, y aún hoy nos topamos con noticias que parecen retrotraernos a aquella época, en la que a poco que el alumno chistara en clase se le mandaba copiar el Quijote durante las horas del recreo, cuando no te arrodillaban, y con los brazos en cruz te dejaban caer en cada uno un tomazo de la Ilustración Española e Iberoamérica. ¿Que eso sería en los tiempos de Mari Castañas? Sí, pero aunque hoy no te manden copiar, ni caigas arrodillado bajo el peso de la sabiduría en papel, todavía a Pepito, por alborotador, le cayó tener que ir todas las tardes a la biblioteca, hasta terminar de leer las obras completas de Valle Inclán. Luego nos quejamos del tibio éxito de las campañas de animación a la lectura, con las que por cierto tan entusiásticamente, todo hay que decirlo, colaboran muchos profesores. Pero volviendo al comienzo, les decía que si bien estamos curados de espanto de noticias un tanto negativas en torno a la visión que tienen algunos de la lectura, la verdad es que aún no estamos inmunizados contra la sorpresa, y la prueba la tienen en la imagen que encabeza estas líneas. Lo cierto es que tras verla no dejo de darle vueltas a la “perola” de si estoy ante una de las más brillantes campañas de fomento a la lectura que se hayan diseñado, o un atentado en toda regla al libro. Pero lo que de verdad me obsesiona desde que mi amigo Rafa Benítez me enviara la imagen, es saber quién ideó tal estrategia comercial aplicada exclusivamente, y ahí la novedad, a la ropa interior femenina. ¿Un lector que contracorriente, y viendo el género en venta un tanto obsoleto, no duda de que solo los buenos libros pueden levantar las ventas? ¿Alguien que con recuerdos frustrantes de su etapa escolar, trata de ridiculizar la lectura? ¿Una mente pervertida? Ramón Clavijo Provencio

Vocaciones


“Actor porno” fue la respuesta que me dio un alumno en cierta ocasión cuando hacía la tópica ronda de “¿tú qué quieres ser cuando seas mayor?”. Y me lo dijo con tanta seguridad y convicción que hubiera apabullado al mismísimo ministro/a del ramo o, en su defecto, al consejero/a. “Profesión admirable donde las haya”, acerté a contestarle no menos sorprendido. Y en verdad que para su ejercicio no basta con lo que natura te haya bendecido, sino con algunos centímetros de más concesión graciosa de Dios todopoderoso; porque vocación, lo que se dice vocación, todo el mundo la tiene, y si no, a los sonetos lujuriosos del Aretino me remito que reseñaba la semana pasada (“Jodamos, alma mía, jodamos enseguida, / pues todos para joder hemos nacido”). “Y tú por qué te metes en esas preguntas”, me recriminó mi mujer cuando le contaba la anécdota; “dedícate a explicar a Garcilaso y no hurgues en intimidades”. “Pero ¡cómo puedo explicar a Garcilaso con estas vocaciones escondidas!, ¿para que me pregunten si se lo pueden montar con Elisa en el locus amoenus?”. Nada que ver esta juventud de ahora, o algunos especímenes de ella, con aquellas generaciones de muchachos inquietos y curiosos que nos presentaba el gran Delibes en “El camino”, o Sánchez Ferlosio en “El jarama”, o incluso “Nada” de Carmen Laforet. Pero la que ahora más vivamente se me viene a la memoria es “Campo de amapolas blancas” de Gonzalo Hildago Bayal. Excelente Novela en todos los aspectos que retrata a la perfección las etapas por las que antes (no mucho tiempo atrás) pasaba la juventud: el duro aprendizaje en colegios religiosos (en la novela de Bayal el de los padres hervacianos); los años en el instituto y los primeros contactos con las experiencias que definitivamente marcan al muchacho que se va haciendo hombre: las primeras y siempre fracasadas relaciones con las muchachas, el gusto por la literatura triste que H centra en la lluvia, el existencialismo con Camus y Sartre, el obligado viaje a París, la vida bohemia y el abandono de la casa familiar, los caminos divididos de los amigos, la eterna controversia: los Beatles vs. los Rollings Stones, etc. Es decir, lo que realmente imprimía carácter. “y ¿qué? –me atreví a preguntarle al concienzudo aprendiz del método Stanislavski- ¿practicas mucho para llegar a tu profesión?”. “Ahora voy por los monólogos”, me dijo muy serio y algo demacrado, consecuencia del esfuerzo intelectual, porque algunos tienen la cabeza en la entrepierna. “Los hombres mueren y no son felices”, repite H en “Campo de amapolas blancas”, citando a Camus. Yo diría: “Hay personas que mueren y ni se dan cuenta de que son personas”. José López Romero.