viernes, 22 de enero de 2010

ESPERPENTO


Quizá una de las noticias más sugestivas que nos ha traído este principio de año, en lo que al panorama cultural y audiovisual se refiere, sea la emisión en la 2 de T.V.E. de “Martes de carnaval”, trilogía de esperpentos que escribiera Valle-Inclán: “Los cuernos de don Friolera”, “las galas del difunto” y “La hija del capitán”. Revisar a un autor como Valle es siempre motivo de felicitación porque, como bien se decía al final de la emisión de la primera obra citada, Valle es sin duda el gran dramaturgo español del siglo XX por delante de otros que obtuvieron mayor gloria (Benavente) o más fama (Lorca). La emisión de estos tres esperpentos es la muestra palpable de que la televisión, y si es pública sin excusa, puede y debe estar al servicio de todos los ciudadanos y ofrecer la calidad como alternativa a tanta basura. Ahora bien, la elección que haga cada ciudadano ya es otro cantar; no esperemos maravillas; pero por algo se empieza: por la posibilidad de elegir. Sin embargo, quizá los esperpentos no sean las obras más adecuadas para estos tiempos que corren. La definición que nos ofrece Max Estrella en “Luces de bohemia” tiene una vigencia en la actualidad que no sé si algún político habrá levantado su ceja como gesto de recelo por lo inoportuno de la emisión: “El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato… Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada… España es una deformación grotesca de la civilización europea… Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas… La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas… Deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma de cara y toda la vida miserable de España.” Leer y oír las declaraciones de los políticos en los medios de comunicación (échenles un vistazo a modo de ejemplo al “Diario de Jerez” del 3 de enero) exige del ciudadano un ejercicio de tragaderas que sólo puede admitirse a través de la estética deformada que nos propone el esperpento. José López Romero.

PREMIOS


Hace algunos días se falló el premio de narraciones Cortas “Ciudad de Jerez”, lo que quiere decir que nuevos nombres han pasado a engrosar el ya extenso e interesante cuadro de honor de esta histórica convocatoria literaria. No en balde son veintidós ediciones desde aquel ya lejano 1988 en el que se presentara en sociedad, un largo periodo temporal que ha dado para todo como entenderán. La verdad es que la narración corta nunca ha sido un género muy estimado en nuestro país, no sé sabe muy bien porqué, pese a contar desde siempre con magníficos cuentistas, por lo que cuando propuse la idea me sorprendió que fuera aceptada, pero mayor fue mi sorpresa al comprobar que desde el principio, desde la primera convocatoria la respuesta a la misma por parte de los amantes de la literatura siempre haya sido masiva. Esos años iniciales tampoco es que la oferta fuera tan abundante como ahora, donde es raro encontrar institución o, localidad, por pequeña que sea, que no tenga su premio de narraciones. Pero por entonces, como les digo, el “Ciudad de Jerez” era uno de los pocos que permitían a muchos escritores, sobre todo jóvenes, demostrar su cualidades contando historias. Hoy, pese a todo, este premio sigue teniendo, a lo que parece, el mismo atractivo que siempre tuvo para muchos, y quizás su éxito no se deba tanto a la cuantía de los premios, que siempre ha sido más bien modesta, como a lo que les decía al principio: una brillante nómina de ganadores, algunos de ellos poco conocidos cuando se hicieron con el premio, y por supuesto unas magníficas narraciones, algunas de ellas publicadas por el servicio de publicaciones del Ayuntamiento. No muchos premios tan modestos en sus planteamientos iniciales como el “Ciudad de Jerez” pueden presumir de tener en su cuadro de honor, una vez ha franqueado la frontera de los 22 años, a nombres como los de Vicente Gallego, Felipe Benítez Reyes, Félix J. Palma, Juan Bonilla, José Manuel Benítez Ariza, Vicente Tortajada, entre otros muchos. Por ello, como me decía Ricardo Rodríguez, buen escritor, es un patrimonio más de Jerez que hemos conseguido casi sin darnos cuenta y que conviene mimar. ¿Anécdotas? Muchas, desde aquel año en que se coló un plagio entre la nómina de finalistas, hasta aquella truculenta historia de la narración premiada con uno de los galardones, pero que a la hora de abrir la plica, el sobre que debía contener los datos del ganador estaba vacío. Recuerdos, historias y, sobre todo, buena literatura de un premio esperado todos los años y cuyo logotipo creado por Carlos Crespo Laínez pasea por una extensa geografía el nombre de nuestra ciudad. Ramón Clavijo Provencio.

miércoles, 13 de enero de 2010

PEQUEÑAS COSAS


Creo que fue Conan Doyle el que alguna vez escribió aquello de que “las cosas pequeñas son infinitamente las más importantes”, aunque me temo que los tiempos que corren son, por el contrario, de congoja por asuntos más lejanos. Así, con la oreja pegada al transistor y la vista paseándose frenética desde las páginas del periódico a cualquiera de las imágenes que nos lanzan los informativos televisivos, tratamos de entender los asuntos que nos llegan de lugares lejanos como Kabul, Copenhague o Dakar. Puedo estar equivocado pero vivimos una época donde parecen ocupar un papel secundario en nuestras preocupaciones cotidianas asuntos cercanos, léase el del itinerario del futuro tranvía urbano, si los comerciantes salvarán el año con la campaña navideña, o si lo del nuevo partido político gitano tiene futuro, que es tanto como decir razón de ser. En cambio, mientras nos desperdigamos por las ventas de los alrededores a comer un ajo caliente y beber el primer mosto, debatimos no sobre el galopante paro, no, sino sobre huelgas de hambre que hacen temblar gobiernos o las nuevas teorías sobre el fin del mundo, recuperadas una vez que los profetas han superado el fiasco que les supuso el 2000. En torno a esto último me dicen que en las librerías jerezanas se agotan los libros de tinte catastrofista, sobre todo los que recogen las múltiples interpretaciones del calendario maya sobre el fin del mundo, o aquellos otros que nos advierten sobre las consecuencias del cambio climático. En fin, que hojeando algunos libros acumulados de pasadas compras en mi biblioteca, me topé con este “Viaje a Oxiana” de Robert Byron, libro editado por vez primera en 1937, y en concreto con una de las frases que deja caer el autor, como quien no quiere la cosa: “Con el tiempo los afganos harán algo terrible con sus invasores, quizás despertar a los gigantes dormidos del Asia Central”. Interesante libro este para que lo leyera más de un mesiánico dirigente político, seguidor de esa nueva filosofía de la “guerra justa”. Quizás, con estas y otras lecturas, sobre todo de historia, dejaríamos una época de despropósitos para retornar a la que ya cantara el viejo Doyle: la de las miserias y satisfacciones de las pequeñas cosas. Ramón Clavijo Provencio

LA MÁQUINA


-“Mira, father, qué libro me he comprado, y ahora mismo me voy a poner a leerlo”. Mi hija acaba de llegar de la Facultad y la sorpresa es mayúscula: ¡se ha comprado un libro! Y aún más: ¡se lo va a leer! Desde que es nueva universitaria más atenta ha estado a otras frivolidades que a la lectura, y no he podido por más que exclamar: “¡Ya era hora de que te dedicases a algo productivo!” “Tú siempre animando”, le oigo que me dice ya tirada en el sofá (postura natural) a punto de empezar la lectura. Pero cuando lleva más de un cuarto de hora sin dar señales de vida, ni siquiera alternativa (coger el ordenador para enchufarse al messenger, poner la televisión, etc.) empiezo a preocuparme y, por qué no decirlo, a picarme la curiosidad: ¿qué libro se habrá comprado que la tiene por tanto tiempo en un estado para ella inusual? Seguramente se habrá dormido, me digo, mientras bajo las escaleras para cerciorarme. Pero no. La veo enfrascada pasando las páginas de un libro que sostiene encima de un cojín por su grosor. “Niña, ¿qué lees?” le pregunto entre admirado e inquieto. Le cuesta por un momento levantar los ojos de aquel libro, pero hace un alto en la lectura y me lo explica todo. Esta mañana, como todos los días, había llegado a la Facultad y se había encontrado en la misma entrada con una nueva máquina, la máquina de hacer libros. Ya mi compañero Ramón hace un tiempo anunciaba la existencia de estos artilugios, pero la semana pasada me volví a encontrar en un periódico con la misma noticia. “eche usted X euros y elija: novela, ensayo, poesía, teatro”. “Yo le di a novela” –me comentaba mi hija-. Y después fui dando a tantos botones como información necesitaba la máquina para ir haciendo el libro. Terminó de pedir datos, y no tuve que esperar ni media hora, cuando el libro apareció hasta envuelto para regalo. Un compañero que iba detrás de mí, se lió la manta a la cabeza y pidió un pregón de Semana Santa. Al cuarto de hora salía ¡con el prólogo del obispo y hasta con las pastas de la Unión de Hermandades!.” (Recuerdo que cuando apenas tenían los dos cinco años les compramos un cuento personalizado que todavía andará por la casa. “Un día en el circo”, “Un día en el zoo”, eran, creo recordar, sus títulos). “¿Y tú qué has ido eligiendo?”, le pregunté. “Extensión: 400 páginas y pastas duras (¡ya que me gasto el dinero!); Género: de intriga, tipo “Millenium”; estilo: Camilleri (me gusta la ironía y su humor); Trama: tú sabes, lo que se lleva ahora, pelotazo inmobiliario, nepotismo político, corrupción, políticos inútiles, y algo de lencería fina para alegrar algunas páginas”. “Hija mía, tú no te has comprado un libro, ¡tú has comprado el periódico!”. José López Romero.