miércoles, 28 de octubre de 2009

RESEÑA


El soldado Iván Chonkin
Vladímir Voinóvich. Debolsillo, 2007.
Esta novela, cuyo título completo reza “Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin”, entra de lleno y con todos los honores en esa corriente de la literatura universal de la guerra como motivo de la fina ironía de sus autores; corriente en la que se inscriben con letras de oro el “Simplicius, simplicissimus” de Von Grimmelshausen (S. XVII) y “Las aventuras del valeroso soldado Schwejk” de J. Hasek, novela con la que, como puede apreciarse, guarda la de Voinóvich parecido hasta en el título. Herederas de la más pura tradición picaresca, las tres señaladas tienen en común las vicisitudes por las que pasa el héroe de carne y hueso (en absoluto antihéroe) para salir airoso de una guerra que, tanto para los vivos como para los muertos, no era la suya. Excelente literatura, la que entretiene, divierte y enseña. José López Romero.

HIPATIA


Basta que alguien tenga éxito, para que la parte cainita de este país se despierte y trate de acabar con el que se permite destacar sobre la masa. En concreto me estoy refiriendo al cineasta Amenábar y la polémica suscitada con su última película Ágora. Quede claro desde un principio que no soy un admirador de su hasta ahora relativamente corta obra cinematográfica, pero no dejo de reconocer que es uno de los pocos autores del grisáceo cine nacional que atraen a más de una docena de personas a las salas de proyección. Pero no es esta una sección de crítica de cine y sí dedicada a la actualidad del libro, y ahí es donde quería llegar. Al bueno de Alejandro le están lloviendo las críticas (de algunos críticos por supuesto, porque insistimos que el público está dando mayoritariamente una rotunda y positiva respuesta a su propuesta) especialmente por el hecho de que distorsiona la historia. Es decir, se le acusa de presentarnos a una Hipatia que no tiene nada que ver con la real, y unos hechos, los que rodean su muerte, que están retocados por la ficción. Pero bueno ¿qué es lo que pretenden éstos? ¿Acaso cuando Mary Renault escribió su maravillosa recreación de Alejandro pretendió que ésta fuera la que se estudiara en las Facultades de Historia? No, simplemente escribió una magnifica novela histórica sobre un personaje y una época que le fascinaban, con algunas licencias legítimas que se le supone se le permiten a todo aquel que hace literatura. Y el que nombra Mary Renault también puede hacerlo con otros muchos como Mujica Laínez o Umberto Eco. La Hipatia de Amenábar es una interpretación muy personal de una figura histórica (y el que quiera saber algo más sobre ella que lea, que falta hace, manuales de historia) solo que en vez de trasladada a las páginas de una novela histórica, su creador nos la presenta en imágenes. Nos puede gustar más o menos la película, más o menos su director, pero por favor, lo que vemos en la pantalla no es una clase de historia. Claro que para llegar a esa conclusión se presupone que previamente, autor y espectadores tienen una mínima formación histórica. Esto último es ya “harina de otro costal”. Ramón Clavijo Provencio.

LITERATURA Y EMPRESA


El método Grönholm es una excelente obra de teatro, después versionada para el cine, en la que los personajes van poniendo al descubierto toda la mezquindad de que es capaz el ser humano cuando de la supervivencia se trata; en este caso, es la selección a la que se someten para ocupar un puesto de trabajo en una empresa. Con las cosas como están, no dudo de que ante esta misma situación más de uno sería capaz hasta de matar, aunque también hemos visto como otros muchos por no perder el subsidio, ni se moverían de sus cómodos, y subvencionados con los impuestos de todos, butacones. En esto de producir está el país tan necesitado que la flagrante y consentida indolencia de éstos quizá sea mucho más perjudicial que la posible violencia de aquéllos. Por otra parte, el uso de la literatura en la publicidad no es una novedad, se pierde en la noche de los tiempos audiovisuales (de esto sabe y mucho mi amigo, antiguo alumno y magnífico profesor Jorge David Fernández, un abrazo). Pero la literatura de nuevo se convierte en noticia en el mundo empresarial con una obra de Juan Carlos Cubeiro, quien a modo de novela utiliza las obras de Shakespeare para diseñar las cualidades de un líder. Que la literatura es rica en toda clase de materiales para uso diverso tampoco es novedad; es más, precisamente la dramaturgia del poeta inglés por la universalidad de sus personajes y por lo que éstos representan, bien pueden resistir y acomodarse a cualquier tratamiento. De la misma manera que los grandes personajes de nuestra literatura, sin necesidad de poner ejemplos que están en la mente de todos. Sin embargo, no me resisto y ya que hemos tocado el mundo laboral, a reseñar aquí cómo la literatura siempre ha dejado constancia de las malas condiciones de trabajo del campesino o del obrero, en contraposición a la avaricia del patrón o empresario. La huelga en obras como La verdad sobre el caso Savolta de E. Mendoza o La tribuna de la Pardo Bazán, o la jerezana La bodega de Blasco Ibáñez era el último y desesperado recurso del obrero o el campesino ante la opresión del patrón. Hoy, por desgracia, los sindicatos prefieren la subvención para ellos, el subsidio para los parados y la subida de impuestos para los trabajadores. ¡Qué lástima de historia a cuya memoria no hacen el más mínimo honor! José López Romero.

sábado, 17 de octubre de 2009

TRADUCCIONES


Confieso que me costó salir de ese estado de entre aturdimiento y sorpresa en que me dejó el comentario que hizo un personaje en una de estas series nuevas, norteamericana en concreto, que echan en la tele. “En todo este tiempo que llevo en la cárcel –decía el individuo, que tenía un largo historial como asesino y cabecilla de una violenta banda callejera- he leído de todo; libros de jardinería; tratados de economía; y poesía española” A continuación, Trillo (tal era el nombre del personaje, no confundir) eleva su mirada al techo de la celda y recita dos versos, para finalmente, concluir con el nombre del autor de aquel breve poema: “Ramón de Campoamor”. Estupefacto me dejó, hasta tal punto que no pude ni quedarme con algún fragmento para comprobar la autoría. Uno espera cuando en series o películas extranjeras se habla de poesía española, que se citen poetas como Lorca o Machado, si se quieren modernos, o Lope de Vega, Garcilaso o incluso Bécquer, si se prefieren clásicos. Pero nunca nos hubiéramos imaginado Campoamor. Cuando salí del aturdimiento, de inmediato caí en la cuenta de la traducción. En Literatura y fantasma, libro que la semana pasada reseñé en esta misma página, Javier Marías, su autor, dedica varios artículos a la traducción, labor a la que se ha empleado con éxito, y hasta como profesor. En ellos, Marías defiende la recreación de los textos, las versiones personales antes que caer en el error de la literalidad. El ejemplo que considera más adecuado para ilustrar su idea de la traducción es la partitura de música, sin traicionar el original, cada vez que una pieza musical se ejecuta, suena distinta; como distintas son las traducciones. Totalmente contrario, pues, a ese viejo refrán “tradutore, traditore”. Ramón de Campoamor pertenece, dentro de la historia de la Literatura, al llamado postromanticismo o realismo, generación que se pierde en la ignorancia del común de los mortales entre los grandes románticos y Gustavo Adolfo Bécquer. Seguramente –pensé- el traductor o los traductores de la serie le han hecho un guiño al espectador y han pensado que Campoamor bien podría intensificar el ya de por sí carácter perverso del personaje. O, y esto es sólo una suposición, en las duchas de la cárcel al recoger el jabón del suelo, se quedó pillado con Campoamor. ¿Quién sabe? José López Romero.

RESEÑAS



La Caja Negra
Amos Oz, Siruela, 2008.
Quizás una de las novelas más alabadas por la critica de entre la ya numerosa producción literaria del autor israelita. Un matrimonio divorciado, pero también alejado físicamente y que desde hace años no se hablan. Uno, profesor en Estados Unidos, que ha alcanzado cierta relevancia por sus estudios sobre el fanatismo. Ella, Iliana, permanece en Israel donde se ha vuelto a casar con un ortodoxo. Ambos, sin embargo tienen un hijo en común, cuyo comportamiento violento llevan a la mujer a ponerse nuevamente en contacto con su ex marido, para pedirle ayuda. Esta llamada tendrá como resultado un intenso carteo, donde se van reflejando a lo largo de los meses, las inquietudes, reproches y esperanzas de unos personajes sobre los que planea la realidad de un país complejo. Ramón Clavijo Provencio

El rio de la luz. Un viaje por Alaska y Canadá
Javier Perez Reverte, Plaza&Janés, 2009.
Esperábamos con ansiedad al Reverte de siempre, es decir, al autor de libros de viajes tan intensos y emocionantes como aquel “Corazón de Ulises” o “El sueño de África”. Ahora, se embarca en un viaje iniciático a través del río Yukón que le lleva a recorrer extensas zonas de Alaska y Canadá. Su primer destino, la mítica Dawson City, donde confluyó aquella marea humana en busca de oro a finales del XIX, aunque el libro nos deja algo más que el seguimiento de las andanzas de London, como la constatación de la existencia de grandes superficies aún libres de la presencia humana, o el evidente proceso de deshielo, que parece corroborar los peores vaticinios del cambio climático. Si en su último gran libro de viajes hasta ahora “El río de la desolación” Reverte se muestra crítico y escéptico sobre el futuro de la Amazonía, en este nos transmite optimismo y vitalidad al más puro estilo de las aventuras de London. Ramón Clavijo Provencio.

miércoles, 7 de octubre de 2009

YA ESTÁN AQUÍ


Me encontraba en mi librería de guardia disfrutando de las novedades editoriales, que como todos los años por estas fechas, empiezan a ocupar su espacio. Es curioso, pero si lo piensan es todo un ciclo de vida el que siguen estos libros: desde el privilegio (solo unos pocos) de exhibirse desde los escaparates del local cuando llegan recién salidos de la imprenta, para pasar luego a lugares más discretos, una vez que van cayendo los meses, hasta terminar en los depósitos de la librería, inaccesibles para el lector curioso, último lugar antes de ser definitivamente olvidados. Me hallaba en estos menesteres, como les decía, cuando un chico barbilampiño, con una pequeña mochila a sus espaldas, se dirigió con timidez a uno de los empleados de la librería, que buscaba algún pedido a través del ordenador: ¿Tenéis libros electrónicos? No pudo evitar el joven librero una primera expresión de sorpresa, para luego contestar con un no rotundo y sin matices, tras lo cual el chico barbilampiño, resignado, se perdió entre las calles de la librería para detenerse finalmente entre los estantes dedicados a la pedagogía y la psicología. El librero y yo nos miramos, y acto seguido éste me dejó caer resignado aquella frase “Ya están aquí, Ramón”. Y es cierto. Es ahora cuando el mundo del libro empieza a tomarse en serio la respuesta que la tecnología está dando como alternativa al formato papel. Y es que esa respuesta que, quizás, todavía no sea la definitiva, presentimos se acerca mucho a la que finalmente lo será. De los libros electrónicos ya teníamos noticias desde hace unos pocos años, pero hasta ahora los inconvenientes en cuanto a su portabilidad, manejo y escaso catálogo los habían hecho pasar casi desapercibidos. ¿Qué es lo que ha cambiado? Pues precisamente todo lo que anotábamos como inconvenientes para el usuario más arriba. Ahora los e-book que nos ofrecen las distintas casas fabricantes nos presentan productos muy manejables, con un peso inferior al de un libro de tapa dura, y perfectamente legibles, con pantallas que no cansan la vista al no estar, como en los ordenadores, retro iluminadas. En cuanto a los catálogos, es decir, a la oferta de libros que podemos leer a través de estos artilugios, es donde queda mucho camino por recorrer, pero como en todo, los intereses que están en juego harán que este escollo finalmente sea superado. Y es que cuando las editoriales empiecen a digitalizar obras actuales y de autores populares ¿quién podrá poner diques a esta propuesta tecnológica llámense Inves-Book 600, el PRS-300 de Sony, o el famoso Kindle? Cuando en un futuro cercano pase la novedad y las aguas vuelvan a su cauce, entonces veremos la parcela de mercado que ocuparán el formato tradicional en papel y el nuevo libro electrónico. Ramón Clavijo Provencio.

PENITENCIA


A diferencia de mi querido compañero de página, yo, lejos de sufrir de lumbalgia por el peso de las novelas de Stieg Larsson, en cuanto terminé de leer este verano el primer tomo (único de la trilogía que por ahora he leído), me apresuré a ir a la iglesia más cercana a ver si había un confesor-24 horas, que me pudiera absolver del pecado de lesa lectura que acababa de cometer. “Padre. Me acuso de haber leído un best-seller” –musité contrito-. “¿Cuál, hijo mío?” –me respondió entre comprensivo y bondadoso el cura. “Los hombres que no amaban a las mujeres, padre” –le respondí. “Eso no es un best-seller, hijo; con ese título más bien debería ser un clásico. Y si no, a los lamentables hechos de todos los días me remito”. “Pero, padre, es que es un best-seller”. “¡Ah! En ese caso, el pecado es realmente grave. Vete a tu casa y ponte, con los brazos extendidos, en cada mano un tomo de la trilogía, ya verás como se te quitan las ganas de leerlos”. Sin duda me había tocado un cura de la vieja escuela, ¡Vaya mala leche de penitencia! A pesar de voces como la de Donna Leon, experimentada escritora del género policíaco, que en varias ocasiones ha criticado con dureza las novelas de Larsson, e incluso el otro día le leí un artículo a José Mª Vaz de Soto, excelente profesor, que también en su análisis de la trilogía de “Millenium” encontraba errores y tildaba de facilón el estilo de Larsson, demasiado condescendiente con el lector, hay otros escritores, como Vargas Llosa, que a pesar de reconocer en la narrativa del escritor sueco algunos fallos tanto estructurales como estilísticos, augura que son novelas que perdurarán porque son amenas, entretiene a cualquier lector. Y eso es, aquí y en Suecia, sinónimo de éxito. “Pero, padre; es que no le he confesado lo peor. La novela me ha gustado, porque me ha entretenido”. “Pues entonces, con los brazos extendidos y de rodillas”. “Oiga, padre, ¿usted no lee novelas entretenidas? -le pregunté un tanto hostil- “Sí, hijo. Lo que pasa es que yo no me confieso. ¡Con la mala leche que tienen los curas!”. José López Romero.

sábado, 3 de octubre de 2009

Talleres


Con el nuevo curso, propósitos renovados, metas por alcanzar y que nunca alcanzamos (aprender inglés, por ejemplo) y, sobre todo, nuevas expectativas culturales. El proceso es el siguiente: primero intentamos conocer las lecturas que a lo largo de sus vidas han marcado a nuestros escritores favoritos y no tan favoritos, y hacemos un acopio de esos libros para ponernos al día y, lo más importante, partir de las mismas fuentes en que ellos bebieron. Después, leemos con avidez todas las declaraciones que han ido haciendo en los distintos medios de comunicación, para intentar descifrar en ellas alguna de las claves de su creación; no hay escritor que no haya confesado alguna vez ante un periodista sus hábitos de trabajo, sus manías a la hora de ponerse delante de la mesa y ante el papel o la pantalla en blanco, y hasta la marca de los bolígrafos o rotuladores que utiliza (famosas han sido las camas de Aleixandre y de Onetti, tanto como la máquina de escribir de Umbral). Y ya, por último, releemos las obras de aquellos escritores que vamos a convertir en referencia, en modelos o ejemplos si no a imitar, sí al menos tener siempre presentes. Cerrado todo este proceso, ya nos creemos en condiciones de ser nosotros también escritores, de hacer nuestros pinitos literarios y, ¡quién sabe!, hasta de subir a los altares si no de la Literatura (con mayúsculas), con un poco de suerte, a los del “pelotazo”. Alguno habrá que hasta se compre un portátil, a modo de inversión, para empezar su meteórica carrera a los cielos de los escaparates de las librerías y de las listas de los más vendidos. Pero pronto nos damos cuenta de que unir palabras no es tan sencillo y de que perfilar personajes, hacer descripciones, estructurar la trama no se aprende por ciencia infusa y acudimos, entre desesperados y un tanto desesperanzados, a un taller de escritura, de esos que han proliferado en los últimos años en la misma medida en que a cierta parte de la población de este país se le ha metido en la cabeza que eso de escribir se hace de tacón y, si me apuran, hasta de rabona. Es cierto que no todos (generalizar es exagerar) los que acuden a un taller de escritura lo hacen con ese propósito; aunque en el fuero interno de muchos quizá corra ese gusanillo del éxito, ese dulce que a nadie amargaría. No estoy en contra, sino todo lo contrario, de los talleres de escritura, porque cualquier iniciativa que sirva para cubrir las expectativas, inquietudes o aficiones culturales de los ciudadanos, merece todo nuestro aplauso. Sus coordinadores o responsables son, por lo general, escritores con una trayectoria literaria contrastada, y ¡quién mejor para explicar los entresijos de la creación literaria que los que tienen que enfrentarse con ellos a diario! Pero otra cosa, y muy distinta, es la intención con que algunos se acercan a esos talleres; cuando se dan cuenta de la dificultad que todo arte tiene, que no basta con las lecturas favoritas de sus escritores preferidos, ni tan siquiera con releer sus obras una y otra vez, entonces surge el problema: ¿y qué hago con el portátil? La respuesta es tan fácil como ordinaria. La que ustedes están pensando. José López Romero.