jueves, 5 de marzo de 2009

Leer bien


La semana pasada mi compañero de página titulaba su columna “Leer lento” y establecía la comparación, tan obligada como interesante, con el movimiento ya bastante extendido por nuestro continente del “Slow food”, a modo de oposición al “fast food”. Y hasta se preguntaba mi amigo Ramón, más que compañero, si no estaríamos en los comienzos de un “slow read”, que si no lo ha inventado nadie, desde ahora y aquí mismo, y con su permiso, lo patentamos por si algo cae. Es curioso que entre lectores también suelen aparecer en las conversaciones ciertos temas recurrentes, y la forma y cantidad de las lecturas es, sin duda, uno de ellos. No hace mucho mi lector cómplice, Paco (un saludo), me comentaba que cada vez lee menos libros porque necesita de más tiempo para saborearlos, disfrutar de la lectura, y a modo de contra-ejemplo me ponía el caso de un común conocido, que contaba las páginas leídas por minuto, es decir, ya no seguidor sino un fanático (si seguimos con la comparación de mi amigo Ramón) del “fast read” (y si nadie tampoco lo ha patentado, sirva este artículo de cédula de creación). Pues, si les soy sincero, yo no soy partidario ni del “slow read” y mucho menos, por supuesto, del “fast read”. Y así como cada uno tiene su metabolismo, por el cual admite o tolera mejor o peor los alimentos, y depende también de qué alimentos, todo lector (y en esto sigo la clásica frase “conócete a ti mismo”) tiene su capacidad lectora más o menos adaptada a sus condiciones. Habrá quien lea con más rapidez y los habrá con mayor lentitud; pero en lo que todos podemos estar de acuerdo es que hay unas condiciones mínimas para que la lectura de cualquier libro se asiente en nuestro organismo y nos haga ese efecto benéfico que todos esperamos. Habrá libros de más difícil digestión que exigirá un proceso de lectura más lento, y libros más livianos que podemos comer (perdón, “leer”) a cualquier hora. Y no menor importancia tiene en este proceso el silencio, la concentración, la disposición a la lectura y, para algunos, hasta el formato. Lo que está claro es que uno no puede leer mirando el reloj y yo me atrevería a decir que ni a comer, porque ambas actividades tienen tanto de sustento como de placer. José López Romero.

No hay comentarios: