miércoles, 5 de noviembre de 2008

MIEDO


“¿Y dicen que la gente no lee? Pues al parecer los miembros de la Mafia sí lo hacen. ¿No te parece Ramón?” El que me interpela entre los pasillos solitarios de la librería es Atanasio, al que hace tiempo no veo, y que busca “Gomorra”. De camino me explica los antecedentes que le han llevado a interesarse por el libro, del que ignoro si hay una versión en castellano. La verdad es que “Gomorra”, el libro escrito por Roberto Saviano, me hace recordar el caso de Salman Rushdie y sus “Versos Satánicos”, solo que ahora lo que al parecer a alguien no le gusta que sea de dominio público, son los entresijos económicos y sociales de la Camorra italiana. Este es el motivo por el que el joven autor italiano de la novela, tiene que vivir en permanente estado de alerta ante las amenazas recibidas. En este caso –respondo a Atanasio- quizás hubiera sido bueno que no leyeran tanto los mafiosos, aunque tengo mis dudas de si lo que realmente les gusta a los miembros de la Cosa Nostra es el cine y no la lectura. No sé si sabes –prosigo- que a Saviano le han concedido recientemente, en concreto en la Feria del Libro de Fráncfort, el premio a la mejor adaptación cinematográfica de este año, pues fue él mismo, el que se encargó de hacer el guión de la película, también titulada “Gomorra” y dirigida por Matteo Garrone. A partir de ahí es cuando realmente han empezado a multiplicarse sus problemas, pues el libro se publicó en 2006. Por eso creo que posiblemente la culpa la tenga el cine. Dejo a Atanasio hojeando el libro, del que sí hay edición en castellano (Destino, 2007), y me marcho de la librería, esta vez sin ninguna nueva adquisición. No siempre hay suerte, y menos hoy día. Sobre esto último estamos de acuerdo con el escritor Isaac Rosa, cuando en su intervención, en una de las sesiones del Congreso de la Caballero Bonald, al hablar de la situación de la novela actual, la comparaba con la crisis económica, ya que como en esta, también hay "crisis de confianza, productos tóxicos, burbuja creativa, productos hinchados, más allá de los best sellers y editoriales colocando productos". En fin que la cosa se está poniendo difícil, no solo para encontrar algo digno para el lector, sino para el escritor. Y es que si lo que ha pasado con Saviano, y antes con otros como Rushdie, prolifera, me temo que la crisis de la novela siga, pues siempre será más seguro para el novelista transitar por el mundo de los cátaros o en pos de tesoros incas, que mirar la realidad que nos rodea, no vaya a ser que al vecino, cuando lea nuestra novela inspirada en el barrio, le dé por esperarnos al pie de la escalera.

¡Qué cara!


Aunque es meterme en camisa de once “Bernardos” (por mi compañero Palomo), por fin un pintor de la talla de Cristóbal Toral (en mi época de estudiante en Sevilla tuve ocasión de ver varias exposiciones de sus obras), levanta la voz contra el fraude de algunos supuestos colegas que lejos de hacer arte, lo que realmente pretenden es enriquecerse a expensas de la ignorancia de los incautos. Y con los ecos del “j’accuse” de Zola en su famoso manifiesto contra el affaire Dreyfus, el magnífico pinto realista intenta con su artículo “Yo acuso a Damian Hirst” denunciar al “artista” de la calavera de diamantes o del tiburón en formol, obras que han alcanzado precios astronómicos en las subastas. Acusa Toral a Hirst de fundar el grupo Young British Artists con el único propósito de hacerse millonario en el menor tiempo posible y de la manera que le parecía más fácil (con un pico y una pala le resultaba más complicado); y de ahí que ahora disfrute de una fortuna cifrada en 1.250 millones de euros, a sus espléndidos 43 años, para poder reventar las subastas de sus propias obras. Para lograr todo esto, nada mejor que contar con la ayuda inestimable de algunos críticos y galeristas, que puestos en nómina o con un abultado sobre bajo cuerda no dudan en renunciar a cualquier tipo de escrúpulos. ¿Pasa esto en la literatura? ¿quién lo duda? La crítica por su propia naturaleza está siempre bajo sospecha; las filias y las fobias; la pertenencia a grupos editoriales de amplia influencia en los lectores; los estómagos agradecidos a cualquier régimen (éste no es una excepción, sino una confirmación de lo que decimos) están a la orden del día, como los jurados de los premios, o como hasta los escaparates de las librerías céntricas de las grandes ciudades. Todo se compra, porque todos se venden. Y volviendo sobre la pintura, seguro que ustedes recuerdan aquel chiste cuyo protagonista, Franco (¡hasta para los chistes hay que tener “memoria histórica”!), al asistir a una exposición de arte abstracto y cuando un ayudante le sopló el siguiente comentario “¡qué cara! ¡qué gesto!”, para que el “generalísimo” no desbarrara en exceso, el dictador, harto ya de ver manchas, exclamó: “Eso digo yo, ¿qué carajo es esto?”. ¡Huy, perdón! ¿Estarán prohibidos también los chistes de Franco? Le preguntaré a Garzón.